El hecho de que entre
los expertos en antropología y otras disciplinas no se haya realmente cuestionado
la etiqueta de Sapiens (el que sabe) que se la añadió en su momento a Homo
(el ser humano) es ciertamente síntoma de uno de los problemas que Harari
advierte en este libro. ¿De verdad sabemos o somos simplemente un producto
evolutivo (triunfante, sí, ¿pero por cuánto tiempo más?) mezcla de la
curiosidad, la intolerancia y la codicia?
Sin duda lo
anterior es una absurda generalización y por tanto no tiene validez alguna. Harari
cuenta de la manera más franca y sencilla un hecho innegable: lo que hace
milenios fue originalmente un animal mamífero poco significativo en cuanto a su
influencia en el ecosistema africano en el que vivía se ha convertido en esta
segunda década del siglo XXI en “el terror del ecosistema” global (p. 465).
Así, todo lo que
sustenta desde hace siglos el sistema socioeconómico, político y cultural en el
que vivimos tú y yo ahora, en mayo de 2022, está arraigado en ficciones: el
dinero es una ficción que no existe; tampoco existen los conceptos de nación,
corporación o democracia. Son todos constructos que aceptamos todos al formar
parte de la sociedad en la que nos despertamos, comemos, trabajamos (algunos),
cagamos y dormimos. Así de sencillo, ¿no? Es decir, que todas las ficciones sociales
que sostienen este increíblemente complejo sistema que convenimos en llamar
sociedad son en realidad una suerte de religión en la que decidimos creer cada
vez que pagamos por un café, votamos en unas elecciones o paramos ante un
semáforo en rojo.
Es un libro lúcido, inteligente y fácil de entender, una síntesis impresionante que nos lleva a reflexionar sobre qué estilo de vida uno debería adoptar para mantenerse cuerdo y sano. Yo lo haría de lectura obligatoria en muchas parte del mundo. Por ejemplo, Samoa.