“Mi último contacto voluntario contigo, hace diecisiete años – no puedes haberlo olvidado – fue una carta en la que te decía que no quería volver a saber de ti nunca más. Un ruego que has escogido ignorar. No podía permitirme el lujo de desvanecerme por completo, y arriesgarme a perder esos cheques extra con tu firma enmarañada que me llegaban puntualmente cada dos años, como un reloj. De manera que nunca corté por lo sano, y tú siempre supiste dónde encontrarme. Cuando los cheques dejaron de llevar, exactamente diez años después de mi graduación, continuaron llegándome las tarjetas de felicitación por mi cumpleaños, y me preguntabas si estaba prosperando.” (p. 4, mi traducción)
Inmortalizados en el desastre. Orto dei Fuggiaschi, Pompei. Fotografía de Lancevortex. |
Y reitero que no
es casualidad porque ese lugar en las ruinas de la ciudad destruida por el
volcán Vesubio en el año 79 es más que simbólico: los moldes de yeso generados
tras las excavaciones muestran las posiciones exactas en las que quedaron los
cuerpos enterrados por las cenizas volcánicas. El jardín nos muestra
perfectamente una escena del pasado, mientras que tanto Royce como Vita tratan
respectivamente de explicarse a sí mismos sus propios pasados.
En el caso de Royce, lo hace porque a sus 70 años, siente la proximidad de la muerte y ha “comenzado a excavar” en sus recuerdos de Kitty, la arqueóloga de la que estuvo enamorado y que pereció en un accidente en el cráter del Vesubio. Para Vita, por su parte, recontar el pasado es también una forma de terapia. Nacida en la Sudáfrica del apartheid, se pregunta repetidamente si está libre de culpa. ¿Es una consciente participación (que no necesariamente voluntaria) la nuestra cuando crecemos o vivimos en un sistema represivo? Como ciudadanos de un estado en el que vivimos y a cuya consolidación diaria contribuimos con nuestro trabajo y nuestros impuestos, ¿Qué grado de responsabilidad asumimos? Escribe Dovey (a través de Vita) en las páginas 159-60:
“[…] Se suponía que era lista, pues acababa de graduarme de una universidad de elite, pero ese verano me sentía como si me hicieran avergonzarme de admitir que en realidad era una imbécil.
Y entonces comenzó un ajuste de cuentas más incómodo. Encontraba dificil criticar América. ¿Cómo podía cuadrar mi experiencia de la generosidad americana (cuatro años de educación gratuita, un sistema de humanidades diseñado para producir pensadores creativos; amigos y amigas a quienes quería, cuyas familias me habían acogido en sus propios hogares) con este otro sórdido aspecto del país, la ira que estaba invadiendo a algunos de sus ciudadanos? ¿Por qué me sentía de igual modo incapaz de criticar Australia, con su propia historia vergonzosa de aniquilación y racismo, su creciente intolerancia hacia extranjeros de ciertas clases y colores? ¿Por qué me sentía yo incapaz de criticar ningún país que no fuera la Sudáfrica del apartheid de mi infancia, sus pecados ahora supuestamente borrados por las asombrosas hazañas morales de 1994?
Me recordaba los estrictos límites de empatía que mi padre se había autoimpuesto. Los pobres de Australia no le conmovían en absoluto, pero los de Sudáfrica le causaban un dolor realmente físico, le creaban un agujero sangrante en el pecho. También yo parecía haber compartimentado el mundo en dos categorías: aquellos que podía censurar y aquellos que no.” (mi traducción)
Cabe recalcar que
la autora de la inmensa Blood Kin y de Only the Animals comparte con su personaje muchos datos
biográficos. Nació en Sudáfrica en 1980 y se mudó a Australia cuando era muy
joven. Estudió en los Estados Unidos (Harvard) y regresó (como Vita en la
novela) a su tierra natal con el propósito de filmar un estudio antropológico sobre
las relaciones laborales en las bodegas del país.
Un lugar para que Vita se pierda en sus sentimientos, caminando hacia ninguna parte. Vista de Ciudad del Cabo. |
In the Garden
of the Fugitives nos
lleva a realizar un peculiar recorrido por el mundo: países, ciudades,
yacimientos arqueológicos, plantaciones de viñedos en Sudáfrica y de olivares en
Nueva Gales del Sur. Los lugares y sus nombres no son más que el pretexto para
delinear las historias de los personajes y las intricadas relaciones de las
personas con esos lugares y los hechos del pasado que los unen a ellos al
tiempo que los persiguen en sus conciencias. Es por eso por lo que, en su
regreso a Sudáfrica, Vita concentra su cámara en aspectos materiales, no
humanos: el proceso de la producción vinícola; y lo hace sin superponer sentimiento
alguno en ese estudio. Es la tierra a la que pertenece, pero ya no la siente
suya. La rehúsa.
Por su parte,
Royce rememora el deseo por Kitty, su obsesión por ella y la creciente
manipulación que ejerció sobre ella mediante el dinero y su influencia. En el
intercambio epistolar entre ambos se va formando la imagen de un hombre caprichoso,
posesivo y calculador, que se escondía tras una fachada de benefactor de
prometedores y brillantes estudiantes. El pasado surge en nuestra conciencia
igual que las formas de los muertos en el jardín de las ruinas de Pompeya
aparecen durante las excavaciones.