El pasado fin de semana tuve la suerte de formar parte de un panel de oradores en el contexto del Día Multicultural del SPOKE Word Festival en Adelaida. En el panel figuraban escritores de muy diversa índole y origen: Juan Garrido Salgado, Lionel Fogarty, Dylan Coleman, y Ranjit Ratnaike.
Juan Garrido Salgado y Lionel Fogarty leyeron algunos de sus poemas. Garrido es un poeta mapuche chileno que reside en Australia desde 1990, tras huir del régimen pinochetista, mientras que Fogarty es un autor aborigen, nacido en la tierra Wakka Wakka, que trata los temas de los derechos de los pueblos indígenas a conservar sus tierras y sobre la injusticia que sufren los aborígenes en su propia tierra.
Coleman publicará en octubre su primer libro, ‘Mazing Grace, y el sábado habló de la búsqueda y recopilación de datos y testimonios que le van a permitir contar la historia de su padre, emigrante griego que vivió terribles experiencias que le dejaron una profunda e indeleble huella, y de su madre, que creció en la misión de Kooniba, en el desierto de Australia Meridional. Dylan es de linaje indígena y griego, y ganó el Premio David Unaipon para manuscritos inéditos de los Premios Literarios del Gobierno de Queensland.
Ratnaike es originario de Sri Lanka, y ha publicado un libro titulado Saradasi: The Prophecy, una obra de ciencia ficción.
Por mi parte, mi intención fue hablar un poco de la experiencia de escribir en una tierra extraña desde una triple perspectiva como emigrante, como traductor y como autor. La idea principal en la que centré mi breve alocución fue la de cruzar fronteras, en oposición a los manidos eslóganes políticos que tratan de explotar el miedo y la ignorancia.
Cada vez que nos desplazamos, cada vez que traducimos, cada vez que escribimos, estamos superando líneas divisorias – unas son invisibles, otras son físicas, muy visibles. El caso es que, en un mundo donde la tecnología sigue avivando los procesos tanto de comunicación como de desplazamiento (físico y virtual), ese constante atravesar las fronteras ha de terminar por borrarlas, por eliminarlas y quitarles el sentido, la razón de ser.
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Jude Aquilina, del SA Writers Centre, presenta a los miembros del panel |
Esta es una versión editada de lo que dije el sábado, seguida de su traducción al castellano.
It is both challenging
and exciting to engage in these conversations. I’d like to speak about my
experience of writing, about how I see what academics like to call the writerly
self, or what I would rather name my identity as a Spanish-Australian
individual who crosses borders on a daily basis in writing, and one who
ultimately will always be a migrant writer. I like to think of writing as
border-crossing.
We live in a world
where we are still constrained (and contained) by physical, linguistic and
abstract lines, by borders, and in that sense only we could argue we’re all
migrants. There are those who commend such lines and think of themselves
realists, always appealing to our fears by stressing that the border is there
to be protected, a line not to be transgressed, while at the same time making a
vainglorious display of pride in the multicultural fabric of Australia’s
migrant background. We should remind them that migrants need to cross borders,
that the origins of this country are based and always will be based on a
transgression.
In the film The Three Burials of Melquiades Estrada,
Tommy Lee Jones takes us on a superbly ironic journey across the border back
into Mexico. They reach a derelict house where a lonely blind old man, who
seems to be just waiting for his death, spends his time listening to a Mexican
radio station in a language he does not understand. Why, the character played
by Jones asks him. “I like the sound of it”, the old man replies.
Like the old man, I
like the sound of what’s over the border, and my writing aims to reach out and
bring others over the border, so that eventually the line becomes blurry and
meaningless. I believe I write from a place that has many characteristics of a
border zone: it is neither here, nor there. I can write in a language that is
not my native tongue, yet I feel comfortable enough to produce beautiful poetry
in that language and share it.
A few days ago, my
cousin Juli Capilla, an established poet who has published a few prize-winning
books, while writing in his blog about an exhibition of modern Australian
indigenous painting he had been able to visit with his two children, suggested
that I could provide some information about the many cultures of the Aboriginal
peoples. My response was that I should feel ashamed: I still know very little
about these cultures after fifteen years. How can we cross those invisible
lines that still separate us within your/my country?
I believe we need to
come to terms with the fact that the border, la frontera, is spreading everywhere. And it is precisely that
process (embodied by the unstoppable spread of English as a world language)
that will render all borders blank, inconsequential. We should not reinforce
the infectious, malicious idea that physical, political and economic borders
have been made in order to separate at a time when borderline zones are pioneering
new forms of plurality in the wider community. Let us allow the blurring of
frontier-based dynamic cultures to put an end to the ignorant contagion of
intolerance that the border protection mindset encourages.
I have successfully
crossed one invisible, personal border. It has taken fifteen years for me to do
so; it has taken such a very long time for me to feel entitled to say that the
land of the Ngunnawal in the Canberra area is a land I belong to. The price was
too dear, too personal, and too cruel. This realisation only came to me after I
buried my daughter Clea.
Clea was born, bred
and buried in Ngunnawal land. After she died, it occurred to me that my child,
who was a proud Year 1 student at the local public school, Amaroo School, did
belong in Ngunnawal, and because she’s buried there, so do I now.
Participar en
estas conversaciones es un reto emocionante. Quisiera hablar de mi experiencia
como escritor, de cómo veo lo que a los académicos les gusta denominar el ser
escritor, o lo que yo prefiero llamar mi identidad como un individuo
hispano-australiano que cruza fronteras todos los días al escribir, uno que en última
instancia siempre será un escritor migrante. Me gusta pensar en la escritura
como un cruce de fronteras.
Vivimos en un
mundo donde seguimos constreñidos (y contenidos) por líneas físicas, lingüísticas
y abstractas, por fronteras, y únicamente en ese sentido se podría decir que
todos somos migrantes. Hay quienes ensalzan esas líneas y se dicen realistas, siempre
apelando a nuestros miedos al acentuar que la frontera está para ser protegida,
una línea que no debe ser transgredida, mientras que al mismo tiempo hacen una exhibición
vanagloriosa de orgullo por el tejido multicultural del origen
migrante de Australia. Debemos recordarles que los migrantes tienen que cruzar
fronteras; que los orígenes de este país se basan y siempre se basarán en una transgresión.
En la película Los tres entierros de Melquíades
Estrada, Tommy Lee Jones nos lleva en un viaje maravillosamente irónico de
regreso a México cruzando la frontera en sentido contrario. Durante el viaje
llegan a una casa en ruinas donde vive un viejo solitario y ciego, quien
simplemente parece estar esperando la muerte y quien pasa el tiempo escuchando
una estación de radio mexicana en un idioma que no entiende. ¿Por qué, le
pregunta el personaje que interpreta Jones? “Me gusta cómo suena”, le responde
el viejo.
Como a ese viejo, a mí me gusta cómo suena lo
que está al otro lado de la frontera, y al escribir aspiro a alcanzar y a traer
a otros al otro lado de esa línea fronteriza, de manera que a la larga la línea
se vuelva borrosa y sin sentido. Creo escribir desde un lugar que tiene muchas
de las características de una zona fronteriza: no está ni aquí ni allí. Sé
escribir en una lengua que no es mi lengua materna, pero me siento lo bastante
cómodo para producir hermosa poesía en esa lengua y compartirla.
Hace unos días, mi primo Juli Capilla, poeta
ya establecido que ha publicado varios libros galardonados, escribía en su blog
sobre una exposición de pintura aborigen moderna que había podido visitar con
sus dos hijos, y sugería que yo podría dar más información sobre las muchas
culturas de los pueblos aborígenes. Mi respuesta era que debería sentir vergüenza:
sé muy poco todavía de estas culturas tras quince años. ¿Cómo cruzar estas líneas
invisibles que aún nos separan dentro de vuestro/mi país?
Creo que debemos asumir el hecho de que la frontera,
the border, se está extendiendo a
todas partes. Es precisamente ese proceso (plasmado por la propagación imparable
del inglés como lengua mundial) que hará de todas las fronteras algo vacío e
incoherente. No debemos reforzar esa idea contagiosa y maliciosa de que las
fronteras físicas, políticas y económicas se han hecho para separar, justo
cuando las zonas fronterizas son pioneras en la creación de nuevas formas de
pluralidad en la comunidad global. Permitamos que la imprecisión de las dinámicas
culturas que surgen en las líneas fronterizas termine con el ignorante contagio
de la intolerancia que alienta
la mentalidad de la protección de fronteras.
Yo he conseguido
cruzar una frontera invisible y personal. Me ha llevado quince años hacerlo; me
ha llevado todo ese larguísimo tiempo sentirme con derecho a decir que la
tierra de los Ngunnawal en la región de Canberra es una tierra a la que
pertenezco. El precio fue demasiado caro, demasiado personal, demasiado cruel.
Me di cuenta de ello solamente tras enterrar a mi hija Clea.
Clea nació, se
crió y fue enterrada en la tierra de los Ngunnawal. Después de su muerte, me
vino la idea de que mi hija, una estudiante del año 1, orgullosa de su escuela pública,
la Escuela de Amaroo, sí pertenecía a la tierra Ngunnawal; y porque está enterrada
allí, también yo pertenezco ahora.