13 may 2013

Reseña: The Mountain, de Drusilla Modjeska


Drusilla Modjeska, The Mountain (Sydney: Vintage Books, 2011). 432 páginas.

En su poema de 1956 titulado ‘New Guinea’, el poeta australiano James McAuley hablaba de la isla en estos términos:

Bird-shaped island, with secretive bird voices,
Land of apocalypse where the earth descends,
The mountains speak, the doors of the spirit open,
And men are shaken by obscure trances.

La primera obra de ficción de Drusilla Modjeska cuenta con una montaña novoguineana que les habla a los personajes, tanto a los pueblos autóctonos que viven bajo su majestuosa forma, y a los personajes occidentales, que quedan bajo el embrujo de su belleza y la mística de la rica cultura de esos pueblos indígenas cuyas tierras visitan.

Papúa-New Guinea es el país vecino más cercano a Australia por el norte, mas para la mayoría de los australianos (incluido un servidor) sigue siendo un misterio, una tierra desconocida en su mayor parte, que fue dominio colonial hasta su independencia en 1975. Aunque el sendero de Kokoda continúa atrayendo a miles de visitantes australianos año tras año, la Australia más convencional está muy poco informada acerca del resto de ese país y de sus pobladores.

The Mountain se inicia con un breve prólogo que lleva al lector a un restaurante situado enfrente de la Casa de la Ópera de Sydney en el año 2005. Jericho, quien «descendió por vez primera de la montaña para caer en los brazos de Rika, cuando apenas tenía cinco años», se reúne con Martha, su «otra madre», para almorzar juntos. Se nos dice que Rika y Martha, que en otro tiempo fueron íntimas amigas, «como hermanas», no se han hablado durante treinta años (p. 2). De ese modo, la voz narradora omnisciente presenta la historia del conflicto entre esas dos mujeres. Esta es una de las tramas secundarias de la obra, y es ciertamente apasionante.

Jericho quiere saber qué fue lo que ocurrió treinta años antes, pero Martha parece salirle con evasivas: «Siente una opresión en el pecho. Hay una parte de ella que quiere decirle a Jericho, Déjanos acarrear la carga del pasado, no debiera ser tuya» (p. 4). Así, el misterio de la causa del conflicto entre las dos mujeres occidentales queda desde el primer momento intercalado entre otro conflicto (¿inevitable?), el que se produce entre la visión occidental del mundo y la visión autóctona que encarnan los habitantes de la Montaña.

Rika, una joven fotógrafa, esposa de Leonard, un antropólogo británico de edad algo mayor a la de ella, llega a Port Moresby, y algo de lo que ni probablemente ella misma tenía conciencia se despierta de manera inmediata al entrar en contacto con el lugar y sus gentes; ese algo resulta todavía más avivado tras conocer a Aaron, un brillante académico local que acaba de retornar de Australia. Cuando Leonard se va a las montañas del interior a hacer una película de las tribus, Rika se queda en Port Moresby, y entabla una fuerte amistad con Aaron y su «hermano de clan», Jacob. Mientras Leonard permanece en las tierras altas de Nueva Guinea, entre Aaron y Rika surge una poderosa y arrebatadora relación, que una paliza propinada por racistas intolerantes pone a prueba.

Esta novela de Modjeska vincula muchos temas complejos en una fluida narración en torno a las vidas de un grupo de personas que fueron testigos del final del dominio colonial y el inicio de los esfuerzos del nuevo país por llegar a ser verdaderamente independiente. El escenario de fondo está retratado con solidez: el lector percibe claramente las muchas tensiones que caracterizan a las sociedades postcoloniales, como por ejemplo la fricción entre la resistencia (y la renuencia) de lo tradicional a ceder por un lado su posición preponderante, y la conspicua necesidad de modernización que exigen las generaciones más jóvenes por otro.

En la parte central de la novela, este tira y afloja entre las necesidades colectivas y las aspiraciones individuales reciben un sustancial enfoque de la narración. Todas estas tensiones y los altibajos emocionales de las expectativas personales de Rika frente a las exigencias que el nacimiento de una joven nación reclamará de Aaron se reflejan de manera muy eficaz no solamente en los personajes principales, sino también en cómo se relacionan ellos dos con los numerosos personajes secundarios.

En lo referente a su estructura, The Mountain está grosso modo dividida en dos partes principales. La primera comprende los años anteriores a la independencia, y lleva al lector hasta el momento en que Rika recibe un niño joven, un hapkas, el hijo de un hombre blanco y una mujer negra. El niño se llama Jericho: es el hijo de Leonard, ya separado de Rika, y una mujer de la Montaña. La segunda parte nos traslada a tiempos más recientes, al año 2005, cuando Jericho, para entonces un célebre historiador del arte radicado en una galería londinense, vuelve a Papúa Nueva Guinea. Jericho vuelve a reunirse con su amiga la abogada Bili, su amor de la infancia, quien ahora defiende con pasión a las tribus autóctonas frente a los intereses económicos de las todopoderosas compañías explotadoras. Surge entre ellos el romance: «Antes de caer dormidos, todavía cara a cara, Bili posa la mano encima de los ojos de él. ‘Ahora estás en Papúa, recuérdalo,’ le dice, ‘Si miras a los ojos a una mujer durante mucho tiempo, te arrebatará el alma’.»

Cuando Jericho regresa a Papúa Nueva Guinea, su lugar de nacimiento, asistimos a su lenta pero profunda transformación. Tras unos cuantos días en Port Moresby, va de visita a la casa de Milton, profesor y escritor, antiguo amigo del círculo de Aaron. Desde su casa, «la montaña estará aparecerá antes sus ojos, sin que nada le estorbe la vista». Siente la llamada de la Montaña, pero ¿es porque en realidad nunca la ha dejado? ¿Lleva en su interior, en su ser, el espíritu ancestral? Así, la Montaña se constituye en algo más que un potente símbolo de Nueva Guinea. Se percibe como una fuerza que atrae al espíritu de Jericho, y cuando finalmente se une a los hombres del clan en la danza tribal, se convierte en «puro ritmo», puede sentir «el pulso…que persiste en otra esfera de la existencia» (p. 365).

La novela concluye en otro almuerzo, esta vez en Puerto Moresby, el año 2006. Martha se reúne con Jacob, quien ahora es ministro del gobierno y hombre acaudalado, y sobre cuya relación secreta con Rika Martha ha guardado silencio durante más de 30 años.

Escrita con intensidad y generosidad, en The Mountain el lector puede oír muchas voces. Algunas proceden del pasado y están muy alejadas de nuestras ordinarias rutinas urbanas; son las voces de los clanes, son los sonidos de sus antiquísimos rituales de danza y caza. Otras están más cerca de nuestro tiempo y de nuestras mentalidades: las voces de la lucha contra la explotación abusiva y temerariamente destructiva de recursos naturales. Modjeska establece un cuidadoso equilibrio en el punto de vista de la voz narradora, para que el lector pueda eliminar el tinte colonial que de otro modo pudiera ser inevitable. Especialmente al comienzo de The Mountain, me encontraba de pronto releyendo pasajes para asegurarme de la raza de un cierto personaje. El hecho de que los personajes resulten ser tan plenamente convincentes no hace sino añadir valor a esta obra literaria.

Modjeska ha creado una novela llena de gusto sobre un lugar en el mundo que obviamente adora y del cual se siente parte, y el lector lo agradece. Aunque el motivo por el cual las dos amigas se separaran tras el triste día del accidente de Aaron no nos sea revelado en última instancia, no es eso algo que importe. La novela es una edificación literaria dotada de delicadas capas, aunque también sean difíciles, y nos sirve de puente a una isla que es ante todo desconocida. A pesar del evidente trasfondo de la experiencia de Modjeska al haber vivido y trabajado en Papúa Nueva Guinea durante varios años y numerosas visitas subsiguientes, The Mountain presenta todas las marcas de una obra de ficción bien trabajada. Es, tal como ha explicado la propia autora, un brillante ejemplo de «imaginación informada’. Tras este tardío pero estupendo debut, los lectores de novelas australianas tienen derecho a albergar expectativas de otras entregas literarias de Modjeska.

Esta reseña es mi versión en castellano de la reseña que se ha publicado  en lengua inglesa en la revista Transnational Literature, la cual puedes encontrar en PDF aquí.

11 may 2013

Reseña: The Yellow Birds, de Kevin Powers


Kevin Powers, The Yellow Birds (Londres: Sceptre, 2012). 226 páginas.

“La guerra trató de matarnos en la primavera”. La prosopopeya en esta primera oración de The Yellow Birds deja bien claro que es posible que nos encontremos ante un libro distinto, un relato en torno a la Guerra (así, en mayúscula) como el fenómeno (anti)social más significativo en la historia de la humanidad, del cual parece que, lamentablemente, nunca sabemos abstraernos definitivamente. Mientras escribo estas palabras, o en el momento en que tú, lector, las leas (aunque sean muy pocas las personas que vayan a leerlas), en algún lugar del mundo alguien dispara y mata a otro alguien, quien será llorado por sus padres, hermanos, hijos o amigos.

Con apenas 21 años y sin un futuro profesional definido, el joven estadounidense John Bartle se alista en el ejército para la segunda campaña de Iraq. Durante el periodo de instrucción previo a su partida conoce a Daniel Murphy, de 18 años. Entre ellos surge la amistad, posiblemente más dictada por las circunstancias que por la afinidad de sus personalidades. En el momento de la despedida de sus familiares, Bartle le promete a la madre de Murphy que cuidará de él, y que se lo traerá “de vuelta a casa”. Esta (¿piadosa?) mentira y el posterior comportamiento de Bartle a su regreso a los EE.UU. se sitúan en el centro de la novela: la mendacidad que con el tiempo pasa a formar parte, en menor o mayor grado, de la vida de todos los seres humanos, sea a través de sus acciones o sea través de sus palabras. “El mundo nos convierte a todos en mentirosos”, dice el narrador. Más que el mundo, es la vida la que con el tiempo nos hace mentir: el recuerdo de un mismo episodio cobra dimensiones totalmente diferentes según lo narre una u otra persona.

La Guerra es eso a lo que hombres muy poderosos, viejos y soberbios, envían a chicos muy jóvenes e inexpertos. Muchos  de ellos matan y mueren, y los que sobreviven, por lo general, regresan con heridas físicas o mentales. Las primeras, en el mejor de los casos, cicatrizan; las segundas, más difíciles de diagnosticar, son mucho más difíciles de tratar.

La narración de Powers está basada en su propia experiencia; se alistó a los 17 años (¿tiene acaso un chico de 17 años la suficiente madurez como tomar una decisión de ese tipo?) y sirvió en Iraq en 2004 y 2005. Con el paso de las semanas y meses, Bartle y Murphy se vuelven insensibles a la muerte y a la destrucción de la que son actores, insensibilidad que obviamente es necesaria para poder subsistir en el infierno que la Guerra lleva como escenario allá donde surge o la crean (como en el caso de Iraq). Sin que Bartle se dé cuenta, Murphy se aísla y se encierra en sí mismo. El muchacho pierde finalmente la chaveta, desaparece y se convierte en otra víctima más de la guerra de Iraq.

Powers dota a la novela de una interesante y provocativa estructura. Los capítulos trasladan al lector de Iraq a los Estados Unidos en un vaivén temporal, desde el antes al después del periodo de casi dos años en que Bartle combate en Al Tafar. Esta estructura no lineal ayuda a reproducir la fragmentación de la memoria de Bartle, y muchas de las escenas, descritas por medio de fogonazos, retazos de imágenes, olores o sonidos, reproducen la desintegración resultante del trastorno por estrés postraumático que padece el soldado.

The Yellow Birds es un magnífico libro que, en mi opinión, podría haber sido mucho mejor. En su primera novela, Powers emplea sus dotes de poeta con gran impacto, como las explosiones de mortero que desconciertan a los soldados en Al Tafar. Abundan los párrafos en los que el lenguaje es más protagonista que los personajes o la acción misma. El efecto, sin embargo, no resulta siempre tan logrado como uno quisiera. El conjunto se resiente en ese aspecto, porque solamente con un lenguaje pulido no puede construirse una gran novela. Por ejemplo, Powers/Bartle nos dice que la tarea de rememorar es “como juntar un rompecabezas con las piezas boca abajo: las formas te son familiares, la imagen se desdibuja rápidamente, el mudo color pardo del refuerzo de cartón es una burla de su totalidad y conclusión”. Powers contrapone imágenes de gran belleza en las que despliega sus dotes líricas con brutales escenas del campo (urbano) de batalla, donde no hay lugar para la poesía: médicos que intentan recomponer las tripas de un soldado moribundo, un cadáver bomba estratégicamente situado por el enemigo en mitad de un puente; el cuerpo castrado, sin orejas ni nariz de un soldado, arrojado desde el minarete de una mezquita.

Cerca de cien años después, otro poeta vuelve a recordarnos una de las pocas verdades que podemos intentar transmitir a nuestros descendientes, a las próximas generaciones. La vieja mentira del sacrificio final por la patria que todavía se les vende a los jóvenes. Como escribió Wilfred Owen en 1918:
you would not tell with such high zestTo children ardent for some desperate glory, The old Lie; Dulce et Decorum est Pro patria mori.

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