30 ene 2014

Reseña: The Chrysanthemum Palace, de Bruce Wagner

Bruce Wagner, The Chrysanthemum Palace (Nueva York: Simon & Schuster, 2005). 210 páginas.

¿Cómo afecta la condición de ser famoso a los hijos de los famosos? A juzgar por los muchos casos trágicos o de final infeliz en muchos de ellos (a este respecto, siempre me acuerdo de Antonio Flores, quien en mi opinión tenía mucho talento y una gran carrera profesional por delante), los efectos sobre su personalidad no suelen ser positivos. Aparte de la presión por triunfar en el campo de sus progenitores si escogen esa carrera, tienen que lidiar con la presión añadida de paparazzi y otras alimañas del periodismo amarillento.

Bertie Krohn estuvo enamorado desde muy pequeño de su vecina, compañera de cole y amiga del alma Clea Fremantle. Bertie es hijo de un famoso productor de la serie espacial de TV más famosa de todos los tiempos (en la novela, StarWatch: The Navigators). Clea es a su vez hija de una afamada actriz ya muerta. Al inicio de la novela, Bertie rememora los escarceos sexuales que él y su amada Clea tuvieron cuando eran más jóvenes. El tiempo, sin embargo, no pasa en balde para nadie, y Clea cayó en un pozo del que es difícil salir: alcohol, drogas y como se decía en la España de los maravillosos años 70… el yes very well. En el incestuoso mundo de Hollywood, era solo cuestión de tiempo que Bertie y Clea coincidieran muchos años después en una reunión de Alcohólicos Anónimos, y de ahí a que a ambos les ofrezcan un papel destacado en algunos episodios de la serie solo hay un paso. Es así de fácil hacerse famoso y salir en la tele, ¿no?

Pero Clea está ahora acompañada de Thad Michelet, también hijo de un famoso autor (Jack Michelet, de quien el narrador dice que pasa muchas noches conversando con un tal David Foster Wallace). Los tres comparten por lo tanto esa presión por ser algo más que ‘el hijo de X’. Thad ha intentado abrirse camino como novelista, pero sus obras han pasado desapercibidas, y ha logrado cierta popularidad como actor.

La historia de la filmación de los episodios de StarWatch y las idas y venidas de los tres personajes (a los que se les une Miriam, la agente literaria de Thad, y que tan bien congenia con Bertie en la cama) la narra Bertie, pero es Wagner quien dicta el tempo narrativo. Thad Michelet arrastra muchos malos recuerdos de su niñez (su hermano Jeremy se ahogó en el Mediterráneo mientras su padre participaba en el rodaje de una película con Sofia Loren y Alain Delon, pero fue él sobre quien recayeron las culpas).

Bertie no enmascara su fascinación por Thad. Este es un individuo egocéntrico y, como su compañera/amante Clea, propenso a la autodestrucción. Entre sus buenas dosis de pastillitas y su afición por la botella, sus migrañas se convierten en tema de discusión y motivo de preocupación para el director, productor y todo el elenco de la serie.

Tras la muerte de su padre en la costa este, el encuentro del funeral propicia escenas que Wagner narra con exquisita atención al detalle en el diálogo, y la caracterización de los personajes allí reunidos es también algo destacable. En un inaudito giro a su porvenir, Thad descubre que su padre le ha dejado 10 millones de dólares (Thad tiene una enorme cuenta pendiente con el fisco) con una sola condición: que escriba una novela que logre entrar en la lista de los más vendidos del New York Times. Es decir, que o bien demuestre tener talento y genio para la escritura, o que escriba un bodrio facilón para el consumo de las masas. Vaya una tesitura: con un padre así, ¿quién precisa hacerse enemigos?

Con The Chrysanthemum Palace Wagner elabora una sutil pero mordaz sátira del mundo de Hollywood. Personajes vacuos, disquisiciones fútiles, narcisismo y egocentrismo a espuertas. El glamur de Tinseltown, con visitas al Valle de la Muerte, a Disneylandia y a las afamadas playas de Malibú, y una breve aparición de la mismísima Sharon Stone. La prosa de Wagner está estudiadamente recargada: hay pasajes que pretenden acercarse a lo lírico pero Wagner (deliberadamente, hemos de suponer) los recarga de aliteraciones y rebuscadas metáforas que repelen más que cautivan.

Con todo, Wagner no deja de tratar a Thad y a Clea con cierto guante humano; obviamente, se debe a que para el narrador ella siempre fue objeto de adoración y cariño, mientras que Thad se revela como un potencial genio incomprendido, que posiblemente ha echado a perder su propia familia.

Con un final que resulta tan predecible como trágico y triste, es sin embargo muy apropiado para esta historia de amantes marcados más por la ineptitud de padres narcisistas y ególatras que por el destino.


Por si a alguien le interesa, The Chrysanthemum Palace apareció en castellano como El palacio del crisantemo en 2008, publicado por Alianza y traducido por Josefa Linares de la Puerta.

24 ene 2014

Reseña: La col·laboradora, de Empar Moliner

Empar Moliner, La col·laboradora (Barcelona: Columna, 2012). 317 páginas.

Uno ya no sabe si la hipercorrección política se impondrá a la larga al buen conocimiento de las lenguas. Uno de los casos más flagrantes que he podido comprobar recientemente tiene relación con el tema de esta novela de la catalana Empar Moliner. Me refiero al demencial (por lo pobremente redactado) artículo que firmó en su momento W. M. S. en El País y que llevaba por título “El tabú y la leyenda de los escritores fantasma”. Para que nos entendamos: un ‘escritor fantasma’ es una mediocre invención, un chapucero calco del inglés (ghost writer), y que en el peor de los casos podría llevar al lector a pensar en un escritor que sea un fantasma, es decir, una “persona envanecida y presuntuosa” (acepción nº4 en el DRAE). El concepto de ghost writer del inglés ha existido desde hace mucho tiempo en la lengua castellana (y en la catalana, véase aquí) como ‘negro’ literario. Me pregunto qué malabarismos lingüísticos haría para evitar mencionar la palabra ‘negro’ al hablar de un ‘mercado negro’ (o ya puestos, del mismísimo Mar Negro…) Pero divago, mejor vuelvo al libro que nos ocupa: La col·laboradora.

Magdalena Rovira es una negra literaria. Cerca ya de la madurez, separada de su marido y con una niña de tres años, se dedica a escribir las biografías de famosos en 120 páginas, que luego se publican como autobiografías. Un día el agente literario y examante Oriol Sánchez le ofrece la posibilidad de preparar el manuscrito inicial de un libro que firmará un famoso hispanista llamado Paul Adams. El libro novelará la historia de una mujer, Antonieta Gelabertó, que fue asesinada durante la guerra civil y enterrada en una fosa común cerca de los viñedos del Penedés; es un libro que los miembros de la Comisión de la Memoria Histórica han decidido financiar para ayudar a realzar el perfil público de la Consellera de Cultura.

La novela se presenta como la confesión ácida y brutalmente sincera de Magdalena: una mujer que se reconoce como cocainómana y alcohólica. Empar Moliner permite que sea ella quien desvele sus múltiples defectos en su personalidad, pero al mismo tiempo logra que el lector pueda entrever algunas de sus virtudes. En su narración, Magdalena Rovira va escrutando implacablemente a los personajes que poco a poco van formando parte de una cada vez más rocambolesca trama en torno al mundo editorial, periodístico, televisivo y político.

Moliner resulta ser una muy capaz observadora de la sociedad catalana de principios del siglo XXI: sus dardos van lanzados con puntería contra los tópicos y costumbres del vano y vanidoso consumismo de las clases medias, contra sus extravagancias y otros comportamientos compulsivos, amén de los extremados cambios de actitud que los caracterizan, y finalmente contra la mendacidad, la afectación y la vacuidad que dominan el mundo literario y editorial.

Los personajes no tienen desperdicio: Judit Guitart, la nieta de la mujer asesinada en la guerra, una mujer ingenua y desorientada que cae en los brazos de un emigrante irregular senegalés que la utiliza para conseguir su tarjeta de permanencia, y que después también se lía con el escritor Mateu Garín. Cati Rodés, a quien apodan la Gafe, política en la Comisión por la Memoria Histórica, y cuya metedura de pata final resulta épica y desternillante. Oriol Sánchez, agente literario y experto aprovechado. O la famosa periodista Xus Soriguer, paradigma de la mujer narcisista, engreída y mediática que tan popular se puede hacer entre la masa consumidora de bazofia. Incluso el hispanista Paul Adams, retratado primorosamente por Rovira como un borrachín perezoso y poco fiable en su senectud.

La única pega, y que no lo es tanto, que le encuentro a La col·laboradora estriba en los excesivamente (al menos para mi gusto) numerosos paréntesis que jalonan la narración. El paréntesis como recurso metanarrativo podría haber tratado de aportar una perspectiva contrapuesta, si no contradictoria, con la predominante en el conjunto de la novela, en lugar de reducirse a una mera explicación, justificación o excusa por parte de la única narradora, Rovira.


El significativo trasfondo de violencia histórica, el cobarde asesinato de la abuela de Judit Guitart en un terrible episodio en realidad ajeno a la guerra pero causado por ella, es un adecuado contrapunto a la mordaz sátira del sistema cultural, editorial y político existente en España (no solamente en Cataluña, no lo olvidemos). La escritura teledirigida de libros para que a su autor (que no siempre es el verdadero autor) le sea concedido de antemano un premio literario es un secreto a voces: y para más vergüenza y sonrojo ajeno, los que pasan por críticos literarios del establishment periodístico en el estado español les hacen el juego a todos. ¿Dónde están de verdad los fantasmas?

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