Bruce Wagner, The Chrysanthemum Palace (Nueva York: Simon & Schuster, 2005). 210 páginas.
¿Cómo afecta la condición
de ser famoso a los hijos de los famosos? A juzgar por los muchos casos trágicos
o de final infeliz en muchos de ellos (a este respecto, siempre me acuerdo de
Antonio Flores, quien en mi opinión tenía mucho talento y una gran carrera
profesional por delante), los efectos sobre su personalidad no suelen ser
positivos. Aparte de la presión por triunfar en el campo de sus progenitores si
escogen esa carrera, tienen que lidiar con la presión añadida de paparazzi y
otras alimañas del periodismo amarillento.
Bertie Krohn
estuvo enamorado desde muy pequeño de su vecina, compañera de cole y amiga del
alma Clea Fremantle. Bertie es hijo de un famoso productor de la serie espacial
de TV más famosa de todos los tiempos (en la novela, StarWatch: The Navigators). Clea es a su vez hija de una afamada
actriz ya muerta. Al inicio de la novela, Bertie rememora los escarceos
sexuales que él y su amada Clea tuvieron cuando eran más jóvenes. El tiempo,
sin embargo, no pasa en balde para nadie, y Clea cayó en un pozo del que es difícil
salir: alcohol, drogas y como se decía en la España de los maravillosos años 70… el yes very
well. En el incestuoso mundo de Hollywood, era solo cuestión de tiempo que Bertie
y Clea coincidieran muchos años después en una reunión de Alcohólicos Anónimos,
y de ahí a que a ambos les ofrezcan un papel destacado en algunos episodios de
la serie solo hay un paso. Es así de fácil hacerse famoso y salir en la tele,
¿no?
Pero Clea está
ahora acompañada de Thad Michelet, también hijo de un famoso autor (Jack
Michelet, de quien el narrador dice que pasa muchas noches conversando con un
tal David Foster Wallace). Los tres comparten por lo tanto esa presión por ser
algo más que ‘el hijo de X’. Thad ha intentado abrirse camino como novelista,
pero sus obras han pasado desapercibidas, y ha logrado cierta popularidad como
actor.
La historia de la
filmación de los episodios de StarWatch
y las idas y venidas de los tres personajes (a los que se les une Miriam, la
agente literaria de Thad, y que tan bien congenia con Bertie en la cama) la
narra Bertie, pero es Wagner quien dicta el tempo narrativo. Thad Michelet
arrastra muchos malos recuerdos de su niñez (su hermano Jeremy se ahogó en el Mediterráneo
mientras su padre participaba en el rodaje de una película con Sofia Loren y
Alain Delon, pero fue él sobre quien recayeron las culpas).
Bertie no
enmascara su fascinación por Thad. Este es un individuo egocéntrico
y, como su compañera/amante Clea, propenso a la autodestrucción. Entre sus
buenas dosis de pastillitas y su afición por la botella, sus migrañas se
convierten en tema de discusión y motivo de preocupación para el director,
productor y todo el elenco de la serie.
Tras la muerte de su padre en la costa este, el
encuentro del funeral propicia escenas que Wagner narra con exquisita atención al
detalle en el diálogo, y la caracterización de los personajes allí reunidos es también
algo destacable. En un inaudito giro a su porvenir, Thad descubre que su padre
le ha dejado 10 millones de dólares (Thad tiene una enorme cuenta pendiente con
el fisco) con una sola condición: que escriba una novela que logre entrar en la
lista de los más vendidos del New York
Times. Es decir, que o bien demuestre tener talento y genio para la
escritura, o que escriba un bodrio facilón para el consumo de las masas. Vaya
una tesitura: con un padre así, ¿quién precisa hacerse enemigos?
Con The Chrysanthemum Palace Wagner elabora una sutil pero mordaz sátira
del mundo de Hollywood. Personajes vacuos, disquisiciones fútiles, narcisismo y
egocentrismo a espuertas. El glamur de Tinseltown,
con visitas al Valle de la Muerte, a Disneylandia y a las afamadas playas de
Malibú, y una breve aparición de la mismísima Sharon Stone. La prosa de Wagner
está estudiadamente recargada: hay pasajes que pretenden acercarse a lo lírico pero
Wagner (deliberadamente, hemos de suponer) los recarga de aliteraciones y rebuscadas
metáforas que repelen más que cautivan.
Con todo, Wagner
no deja de tratar a Thad y a Clea con cierto guante humano; obviamente, se debe
a que para el narrador ella siempre fue objeto de adoración y cariño, mientras
que Thad se revela como un potencial genio incomprendido, que posiblemente ha
echado a perder su propia familia.
Con un final que
resulta tan predecible como trágico y triste, es sin embargo muy apropiado para
esta historia de amantes marcados más por la ineptitud de padres narcisistas y ególatras
que por el destino.
Por si a alguien le interesa, The Chrysanthemum Palace apareció en castellano como El palacio del crisantemo en 2008, publicado por Alianza y
traducido por Josefa Linares de la Puerta.
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