22 jul 2015

Reseña: Every Day Is for the Thief, de Teju Cole

Teju Cole, Every Day Is for the Thief (Nueva York: Random House, 2014). 162 páginas.
El narrador de este libro (el cual sospecho está a caballo entre una crónica ficticia y el relato autobiográfico) acude al consulado nigeriano en Nueva York para renovar su pasaporte antes de regresar a Nigeria, su país natal. Una vez allí descubre que puede acelerar la tramitación del pasaporte mediante el pago de una tasa “especial” de la que no debe esperar recibir factura alguna. Al salir de las oficinas del consulado ve un cartel que reza: “Ayúdenos en la lucha contra la corrupción. Si algún empleado del Consulado le pide un soborno o una propina, háganoslo saber”.

El título del libro [Todos los días son para el ladrón] es la primera parte de un proverbio yoruba que Cole cita en el epígrafe. La segunda dice “pero un día es para el dueño”. La corrupción como modo de vida es el tema de este librito de difícil clasificación. Publicado inicialmente en Nigeria en 2007 por Cassava Republic Press, es innegable que fue el enorme éxito de Open City (cuya reseña, además de un breve extracto del libro traducido al castellano, puedes leer aquí) lo que llevó a Faber & Faber a re-publicarlo en el amplio mercado de los Estados Unidos y Europa. Quizá algún día un ejemplar de la edición original nigeriana llegue a alcanzar un alto valor monetario entre coleccionistas de rarezas. Cosas más raras se han visto.

Desde el momento en que el avión aterriza en el aeropuerto de Lagos, el narrador anónimo se enfrenta al incansable “deporte” nigeriano: sacarle los cuartos al prójimo por los medios que sean. Tras quince años de ausencia (más o menos el mismo número de años que Teju Cole llevaba fuera de Nigeria cuando apareció el libro) el joven nigeriano residente en Nueva York vuelve a una ciudad cambiada: más caótica, más sucia, más peligrosa. También Nigeria ha cambiado: es ahora una democracia (o esa es, al menos, la apariencia), se ha abierto al mundo (se han instalado comerciantes chinos, indios, libaneses) y el petrodólar debiera ser la panacea de todos los males que afectaban al país. Solo que en lugar de ser panacea es el veneno que alimenta la corrupción galopante y característica de la vida diaria en Nigeria.

El país, nos cuenta el narrador, se ha modernizado. Casi todo el mundo tiene su teléfono móvil, los cafés internet están llenos de jóvenes dedicados a una de las industrias más provechosas en Nigeria: el fraude cibernético. Es un lugar lleno de contradicciones: conviven la televisión por satélite y las supersticiones más atávicas e irracionales, como la noción de que a los albinos hay que destruirlos y comérselos.

Técnicamente, Every Day is for the Thief es extraordinariamente similar a Open City: un narrador masculino que se desplaza por una gran ciudad. Mientras que en Nueva York el subterráneo es el medio de transporte más eficiente y conveniente, en Lagos el narrador emplea una variada combinación de medios: automóvil, danfo [minibús urbano], taxi y motocicleta. Cole hilvana la narración en forma de capítulos en torno a episodios, anécdotas, el contraste entre los recuerdos de la Nigeria de hace quince años y la actual. El resultado es una lectura amena, que como en Open City destaca por la mirada atenta a los pequeños detalles.

Danfo carbonizado (2009). Fotografía de Jeremy Weate  
Uno de los episodios más sugerentes se produce cuando al narrador lo para un par de policías en una avenida cuando se dirigía a la casa de una amiga de la infancia. Parapetados en un improvisado cubículo, vigilan la calzada a la espera de una víctima propiciatoria. Uno de los agentes le da el alto y le informa de que no ha respetado una señal (convenientemente escondida tras un árbol) de sentido único. El diálogo me recordó a un excepcional encuentro que tuve hace unos meses a primera hora de la mañana con un policía de origen inglés en una carretera perdida del sureste de Australia Occidental. Cuando un representante de la autoridad se permite bromear a tu costa y trata de mortificarte en presencia de tu familia mientras su mano se halla a apenas centímetros de su arma de fuego reglamentaria, por la cabeza te pasan pensamientos verdaderamente insólitos.

“«Buenas tardes, agente.»
«¿Sabe usted por qué le he parado?»
Su certeza me causa alarma. No, digo sin alterarme. No lo sé.
«¿Qué dice esa señal?»
Me indica una señal detrás de donde estamos. El poste está doblado, y la señal misma está en parte oculta por un árbol.
«Ay, vaya por Dios. No la he visto. Esta calle no solía ser de una sola dirección. Debe de ser una señal nueva.»
Se trata de una estafa, por supuesto. La señal la han dejado escondida adrede.
«Es dirección única desde aquí hasta el final, hasta la entrada de la universidad.»
«No lo sabía. Lo siento. No lo sabía.»
Deja escapar una risita. Esta es una circunstancia que ha sido bien ensayada.
«Esto no es cosa de decir lo siento.»
«No he visto la señal. No lo sabía.»
«La señal no está ahí para los que ya lo saben, oga. La señal está para los que no lo saben. Su situación es desafortunada. Pero es usted la razón de que haya una señal ahí. Tendrá que acompañarnos a la comisaría.»” (p. 121-4, mi traducción)
Naturalmente, el pago de dos mil quinientos nairas (la petición inicial era cinco mil) solucionará el inconveniente. En verdad que en ocasiones uno puede dar gracias de vivir en sitios donde estos “procedimientos administrativos” no se producen.

En un entorno en el que casi todos los seres humanos que le rodean parecen buscar aprovecharse por medios ilícitos de los demás, el narrador recuerda una frase que le parece característica de Nigeria: idea l’a need – “lo único que nos hace falta es la idea general o el concepto”. La frustración es evidente y harto justificada:

“La desconexión de Nigeria con la realidad queda perfectamente ilustrada con tres aspectos por los que el país ha destacado recientemente en los medios de comunicación mundiales. Nigeria fue declarada el país más religioso del mundo. Se dijo que los nigerianos son la gente más feliz del mundo, y en la evaluación de 2005 de Transparencia Internacional, Nigeria ocupó empatada el tercer puesto por la cola en el índice de 159 países estudiados en materia de percepción de la corrupción. Religión, corrupción, felicidad. Si son tan religiosos, ¿por qué hay tan poca preocupación por la vida ética o los derechos humanos? Si son tan felices, ¿por qué hay tanto hastío y sufrimiento reprimido? La profética canción del difunto Fela Kuti, ‘Shuffering and Shmiling’ [Shufriendo y Shonriendo] sigue siendo muestra de la situación. El ídolo de la gente era también uno de los más feroces críticos de la gente. Hablaba sin temor de nuestros absurdos. ‘Shuffering and Shmiling’ trataba de cómo, en Nigeria, hay una tremenda presión para aseverar que uno es feliz aun cuando uno no lo es. A la gente infeliz, como a las madres de luto en una manifestación de protesta, se la aparta bruscamente. Ser infeliz es un error. Para qué quedarse estancado en los detalles, cuando todo lo que necesitamos es una idea general.” (p. 142, mi traducción)

Me encanta la poderosísima ironía que despliega Cole en las palabras anteriores.


Agregado el 6/10/2016: Acantilado ha publicado hace poco la novela con el título Cada día es del ladrón; la traducción corre a cargo de Marcelo Cohen.

19 jul 2015

Reseña: Bring Up the Bodies, de Hilary Mantel

Hilary Mantel, Bring Up The Bodies (Detroit: Large Print Press, 2012). 679 páginas.
El hecho de que la Historia abunde en episodios extraordinariamente sangrientos y brutales no deja de ser un tópico – todo lo triste que uno quiera, sí, pero innegable reflejo de la esencia de la humanidad. La caída en desgracia de La Ana, Anne Boleyn, la segunda esposa del rey Enrique VIII de Inglaterra, es el argumento de la segunda parte de la trilogía que Hilary Mantel está escribiendo en torno a la figura de Thomas Cromwell. La primera (la reseña de la cual puedes leer aquí) llevaba por título Wolf Hall, y me resultó sencillamente deslumbrante. La segunda, Bring Up the Bodies, no decepciona. Al contrario.

Retrato de Jane Seymour a cargo de Hans Holbein el joven
Esta segunda entrega se inicia justo donde termina la primera, en Wolf Hall, el palacio de la familia Seymour en la campiña inglesa. Cromwell está ejercitando a sus halcones, bautizados con los nombres de sus hijas muertas. El rey ya le tiene puesto el ojo a Jane Seymour, cuyos atractivos han dejado a Su Majestad “aturdido, como el ternero al que el carnicero le atiza un golpe en la cabeza” (p. 68, mi traducción). Jane será a la larga la tercera en una lista que muchos aprendimos de memoria cuando éramos jóvenes, más gracias a las composiciones de Rick Wakeman que a una afición por la historia y sus nombres. La primera reina, la aragonesa Catalina, ya ha sido repudiada por el rey y arrinconada en Peterborough como un mueble viejo.

La tumba de Catalina de Aragón en Peterborough,. Fotografía de TTaylor.
“A las diez de la mañana un sacerdote le la da extrema unción, palpándole los párpados y los labios, las manos y los pies con los santos óleos. Unos labios que quedarán sellados ahora y no volverán a abrirse; ella no volverá a mirar ni a ver nada. Unos labios que han terminado de decir sus plegarias. Unas manos que no volverán a firmar papel alguno. Unos pies que han concluido su viaje. Al mediodía su respiración se ha convertido en estertores, está haciendo un esfuerzo hasta el final. A las dos en punto, con la luz reflejada por los campos cubiertos de nieve al interior de su cámara, deja de vivir. Con su último aliento, la rodean las formas sombrías de sus guardianes. Son reacios a molestar al viejo capellán y a las viejas mujeres que se alejan de su lecho arrastrando los pies.” (p. 253, mi traducción)
La Ana se encumbró en las alturas del poder sirviéndose de Cromwell, pero tan pronto como los favores del rey se alejan de ella (al no lograr darle descendencia masculina) Cromwell se vuelve contra ella y se alía con sus antiguos contrincantes. Tanto en Wolf Hall como en Bring Up the Bodies, es la figura del acaudalado burgués, el maquiavélico Cromwell, el que ocupa el espacio central de la narrativa de Mantel. Para Cromwell, servirle al rey Enrique VIII no es solamente un deber, es una táctica empresarial. Si bien es cierto que consigue mantener la paz en una Inglaterra que había pasado por tiempos muy turbulentos, lo hace en parte porque le permite ganar dinero a espuertas al tiempo que controla las decisiones de gobierno que le seguirán permitiendo acumular riqueza. Mantel no parece tomar partido, pero al adoptar para la novela el punto de vista del plebeyo que triunfa como consejero principal del rey en una corte dominada por los vestigios aristocráticos del medioevo, la autora inglesa parece justificar las crueldades y maldades del personaje.

La bodega de Enrique VIII en Londres. Fotografía de Amanda Reynolds
El gran acierto de Mantel es la creación de un personaje – de Cromwell los historiadores aseguran que hay más sombras que otra cosa – y, pese a incrustarlo en una telaraña histórica de la que no es posible escapar, hacer de él un ser humano, con defectos, maldades y flaquezas, pero también con virtudes, buenas obras y sentimientos. La autora no escatima en proporcionarnos diferentes puntos de vista respecto a este enigmático hombre de estado que cambió la Historia de manera irreversible. La última vez que habla con Catalina de Aragón, la exreina le espeta a la cara que sus palabras le resultan “despreciables”. “Al menos, como enemigo, os mostráis cual sois. Ya quisiera yo que mis amigos pudieran soportar llamar tanto la atención. Inglaterra es una nación de hipócritas.” (p. 165, mi traducción) E incluso en los frecuentes casos en que Mantel permite a Cromwell la autorreflexión, la honestidad puede ser brutal. Mientras conversa con Thomas Wyatt, prisionero: “Reposa su mirada en el prisionero, y toma asiento. Dice en voz queda: «Creo que he estado toda la vida preparándome para esto. He hecho un aprendizaje conmigo mismo.» Toda su carrera ha sido una educación en la hipocresía.” (p. 585, mi traducción)

Pese a ser inquilino en la Torre de Londres, Thomas Wyatt salvó el cuello. Otros no corrieron la misma suerte.
La incertidumbre que rodea las maquinaciones de Cromwell es otro de los alicientes de la prosa de Mantel. La manipulación desmedida tiene un riesgo, y al final de Bring Up the Bodies, cuando ninguna de las dos reinas está viva, Cromwell sabe que el futuro no es tan halagüeño, sino que los peligros van a acechar más si cabe.

Esta es, en mi opinión, una de las obras más feministas de los últimos años. Mantel muestra a través de una ficción recreada sobre la base de significativos eventos históricos que la mujer fue y es la víctima propiciatoria de un sistema sociopolítico que se sostiene en el empleo de la fuerza militar y la violencia (sea por vía legal o en el entorno doméstico). Cuando Ana Bolena osa enfrentarse a ese sistema y valerse por sí misma, el rey, símbolo indiscutible de ese sistema (que increíblemente sigue ostentando tanto poder patriarcal en el siglo XXI) no duda ni un ápice en destruirla. La brutalidad de su ejecución – la primera reina de la Historia en ser decapitada, que yo sepa – no deja de ser una simple anécdota. El meollo es la implacable intriga que maquina Cromwell junto con otros aduladores del rey y cortesanos contra los caballeros a los que alude el título en inglés. Bring Up the Bodies! era la orden que recibía el carcelero de la Torre de Londres cuando debía presentar a los reos ante el tribunal que los juzgaría. La traducción del título por la que ha optado Destino (Una reina en el estrado (2013), en traducción de José Manuel Álvarez Flórez) es una opción notoriamente mercantilista, que obvia en cierto modo el valor del título original. Un nuevo desaguisado editorial.

Como en Wolf Hall, Mantel escribe en inglés moderno. No faltan los juegos de palabras y los chistes soeces, algo muy plausible para la época de los Tudor, por muy sofisticados y civiles que se mostraran los cortesanos. Personalmente me han encantado los pasajes en los que Cromwell conversa con embajadores (Eustace Chapuys, por ejemplo, el embajador del emperador Carlos I). Mantel se luce en ellos, haciéndonos ver con sutiles palabras que ya en el siglo XVI la verdad era un valor prescindible.

La imaginación es libre. ¿Cómo habría cambiado la historia de Europa – de la humanidad – si en lugar de una hija, María, a Enrique VIII y Catalina les hubiese sobrevivido alguno de los hijos varones que tuvieron?

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