Teju Cole, Every Day Is for the Thief (Nueva York: Random House, 2014). 162 páginas.
El narrador de este libro (el cual sospecho está
a caballo entre una crónica ficticia y el relato autobiográfico) acude al
consulado nigeriano en Nueva York para renovar su pasaporte antes de regresar a
Nigeria, su país natal. Una vez allí descubre que puede acelerar la tramitación
del pasaporte mediante el pago de una tasa “especial” de la que no debe esperar
recibir factura alguna. Al salir de las oficinas del consulado ve un cartel que
reza: “Ayúdenos en la lucha contra la corrupción. Si algún empleado del
Consulado le pide un soborno o una propina, háganoslo saber”.
El título del libro [Todos los días son para
el ladrón] es la primera parte de un proverbio yoruba que Cole cita en el
epígrafe. La segunda dice “pero un día es para el dueño”. La corrupción como
modo de vida es el tema de este librito de difícil clasificación. Publicado
inicialmente en Nigeria en 2007 por Cassava Republic Press, es innegable que
fue el enorme éxito de Open City
(cuya reseña, además de un breve extracto del libro traducido al castellano,
puedes leer aquí) lo que llevó a Faber &
Faber a re-publicarlo en el amplio mercado de los Estados Unidos y Europa. Quizá
algún día un ejemplar de la edición original nigeriana llegue a alcanzar un
alto valor monetario entre coleccionistas de rarezas. Cosas más raras se han
visto.
Desde el momento en que el avión aterriza en
el aeropuerto de Lagos, el narrador anónimo se enfrenta al incansable “deporte”
nigeriano: sacarle los cuartos al prójimo por los medios que sean. Tras quince
años de ausencia (más o menos el mismo número de años que Teju Cole llevaba
fuera de Nigeria cuando apareció el libro) el joven nigeriano residente en
Nueva York vuelve a una ciudad cambiada: más caótica, más sucia, más peligrosa.
También Nigeria ha cambiado: es ahora una democracia (o esa es, al menos, la
apariencia), se ha abierto al mundo (se han instalado comerciantes chinos,
indios, libaneses) y el petrodólar debiera ser la panacea de todos los males
que afectaban al país. Solo que en lugar de ser panacea es el veneno que
alimenta la corrupción galopante y característica de la vida diaria en Nigeria.
El país, nos cuenta el narrador, se ha
modernizado. Casi todo el mundo tiene su teléfono móvil, los cafés internet
están llenos de jóvenes dedicados a una de las industrias más provechosas en
Nigeria: el fraude cibernético. Es un lugar lleno de contradicciones: conviven
la televisión por satélite y las supersticiones más atávicas e irracionales,
como la noción de que a los albinos hay que destruirlos y comérselos.
Técnicamente, Every Day is for the Thief es extraordinariamente similar a Open
City: un narrador masculino que se desplaza por una gran ciudad. Mientras que
en Nueva York el subterráneo es el medio de transporte más eficiente y
conveniente, en Lagos el narrador emplea una variada combinación de medios: automóvil,
danfo [minibús urbano], taxi y
motocicleta. Cole hilvana la narración en forma de capítulos en torno a
episodios, anécdotas, el contraste entre los recuerdos de la Nigeria de hace
quince años y la actual. El resultado es una lectura amena, que como en Open
City destaca por la mirada atenta a los pequeños detalles.
Danfo carbonizado (2009). Fotografía de Jeremy Weate |
Uno de los episodios más sugerentes se
produce cuando al narrador lo para un par de policías en una avenida cuando se dirigía
a la casa de una amiga de la infancia. Parapetados en un improvisado cubículo,
vigilan la calzada a la espera de una víctima propiciatoria. Uno de los agentes
le da el alto y le informa de que no ha respetado una señal (convenientemente escondida
tras un árbol) de sentido único. El diálogo me recordó a un excepcional encuentro
que tuve hace unos meses a primera hora de la mañana con un policía de origen
inglés en una carretera perdida del sureste de Australia Occidental. Cuando un
representante de la autoridad se permite bromear a tu costa y trata de mortificarte
en presencia de tu familia mientras su mano se halla a apenas centímetros de su
arma de fuego reglamentaria, por la cabeza te pasan pensamientos verdaderamente
insólitos.
“«Buenas tardes, agente.»
«¿Sabe usted por qué le he parado?»
Su certeza me causa alarma. No, digo sin
alterarme. No lo sé.
«¿Qué dice esa señal?»
Me indica una señal detrás de donde estamos.
El poste está doblado, y la señal misma está en parte oculta por un árbol.
«Ay, vaya por Dios. No la he visto. Esta
calle no solía ser de una sola dirección. Debe de ser una señal nueva.»
Se trata de una estafa, por supuesto. La señal
la han dejado escondida adrede.
«Es dirección única desde aquí hasta el
final, hasta la entrada de la universidad.»
«No lo sabía. Lo siento. No lo sabía.»
Deja escapar una risita. Esta es una circunstancia
que ha sido bien ensayada.
«Esto no es cosa de decir lo siento.»
«No he visto la señal. No lo sabía.»
«La señal no está ahí para los que ya lo
saben, oga. La señal está para los
que no lo saben. Su situación es desafortunada. Pero es usted la razón de que
haya una señal ahí. Tendrá que acompañarnos a la comisaría.»” (p. 121-4, mi traducción)
Naturalmente, el pago de dos mil quinientos
nairas (la petición inicial era cinco mil) solucionará el inconveniente. En verdad
que en ocasiones uno puede dar gracias de vivir en sitios donde estos “procedimientos
administrativos” no se producen.
En un
entorno en el que casi todos los seres humanos que le rodean parecen buscar aprovecharse
por medios ilícitos de los demás, el narrador recuerda una frase que le parece característica
de Nigeria: idea l’a need – “lo único
que nos hace falta es la idea general o el concepto”. La frustración es evidente
y harto justificada:
“La desconexión de Nigeria con la realidad queda
perfectamente ilustrada con tres aspectos por los que el país ha destacado recientemente
en los medios de comunicación mundiales. Nigeria fue declarada el país más
religioso del mundo. Se dijo que los nigerianos son la gente más feliz del
mundo, y en la evaluación de 2005 de Transparencia Internacional, Nigeria ocupó
empatada el tercer puesto por la cola en el índice de 159 países estudiados en
materia de percepción de la corrupción. Religión, corrupción, felicidad. Si son
tan religiosos, ¿por qué hay tan poca preocupación por la vida ética o los
derechos humanos? Si son tan felices, ¿por qué hay tanto hastío y sufrimiento
reprimido? La profética canción del difunto Fela Kuti, ‘Shuffering and Shmiling’
[Shufriendo y Shonriendo] sigue siendo muestra de la situación. El ídolo de la
gente era también uno de los más feroces críticos de la gente. Hablaba sin
temor de nuestros absurdos. ‘Shuffering and Shmiling’ trataba de cómo, en
Nigeria, hay una tremenda presión para aseverar que uno es feliz aun cuando uno
no lo es. A la gente infeliz, como a las madres de luto en una manifestación de
protesta, se la aparta bruscamente. Ser infeliz es un error. Para qué quedarse estancado en los detalles, cuando todo lo que necesitamos es una idea
general.” (p. 142, mi traducción)
Me encanta la poderosísima ironía que despliega Cole en las palabras anteriores.
Agregado el 6/10/2016: Acantilado ha publicado hace poco la novela con el título Cada día es del ladrón; la traducción corre a cargo de Marcelo Cohen.