23 ago 2016

Reseña: The Art of Fielding, de Chad Harbach

Chad Harbach, The Art of Fielding (Nueva York: Little, Brown & Co, 2011). 512 páginas.

No entiendo de béisbol, a pesar de que hace la tira de años parece que realicé un fantástico catch en un improvisado partido en el descampado del barrio en el que crecí. Nunca he sentido interés alguno por descubrir los secretos de este deporte y no creo que vaya a hacerlo ahora. Y desde luego, esta novela de Harbach (su primera y única hasta la fecha) no me ha hecho cambiar de parecer.

Henry Skrimshander es un joven con talento para el béisbol, lo cual le consigue una beca para estudiar en una pequeña universidad en las orillas de uno de los Grandes Lagos. El ojeador que lo ficha para el equipo de Westish College, Mike Schwartz, tiene dotes de liderazgo y sabe cómo convencer a cualquiera de que puede alcanzar sus objetivos y hacer realidad sus sueños. Si fuera así de fácil…

The Catcher in the... Red. Fotografía de Rick Dikeman.
Comienza la temporada, los Harpooners de Westish (el nombre del equipo es un homenaje al autor de Moby Dick) se convierten en el equipo a batir, y Henry se convierte en una seria promesa que atraerá a los equipos profesionales. Pronto iguala el récord de una leyenda (ficticia) del béisbol, Aparicio Rodriguez. Todo lo bueno llega a su fin, y en el siguiente partido comete un error. La desdicha es todavía mayor porque la pelota se estrella en la cara de su compañero de habitación, Owen.

Owen es el objeto de los afectos del Presidente de la Universidad, Affenlight, quien a los 60 años descubre de pronto que un mulato gay inteligente como Owen puede resultarle muy atractivo. Tras el accidente, Affenlight le visita en el hospital y le dedica toda su atención. Incluso le lee poemas de Whitman.

En esas estaba Affenlight cuando su hija Pella decide dejar a su esposo en California y venirse a Westish. Otra complicación más resulta del hecho de que Schwartzy (¿Estaré empezando a cogerles cariño a todos estos personajes?) se lía con Pella.

Algunos lanzadores alcanzan velocidades superiores a las 90 millas por hora. Mejor no ponerse en medio... Fotografía de Antonio Vernon. 
Pero volvamos al campo de béisbol, en el que Henry (Skrimmer para los amigos) lamentablemente comienza a perder la confianza en sí mismo. Schwartz no sabe cómo ayudarle, y además el pobre bastante tiene ya con sus problemas de adicción a analgésicos y otras drogas variadas. Y la guinda la pone Pella cuando se enfada con él y lo deja solo en la cama.

¿Podrá Henry superar su maltrecho estado emocional y ayudar a los Harpooners a conquistar un título que la Universidad nunca ha logrado en su historia? ¿Llegará a ser algo más que un affaire clandestino los coqueteos entre Owen y el Rector Affenlight? ¿Volverá Pella con su marido el arquitecto, o se quedará en Westish a lavar platos en el refectorio estudiantil? Las respuestas a todas estas preguntas están en las 512 páginas de The Art of Fielding.

Best-seller instantáneo en el año de su publicación (vete tú a saber por qué, pero eso es lo que ocurre con demasiada frecuencia en los Estados Unidos con libros similares a éste, o a California de Edan Lepucki, por poner otro ejemplo todavía más evidente), esta novela bien pudiera servir de muestra para justificar la posición que el bloguero Antonio Priante defendía hace unas semanas en el post Por qué ya no leo novelas.

No es que yo esté de acuerdo con Antonio (que no lo estoy: sigo leyendo novelas). Lo cierto es que The Art of Fielding se me ha hecho larguísima, a ratos incluso un poquito anodina, y es del todo inverosímil. No es que esté mal escrita (la prosa de Harbach tiene algo de ritmo, sin ser extraordinaria). Sencillamente, leerla no me ha resultado una experiencia inolvidable porque no aborda tema alguno con un mínimo de profundidad. Como lector, espero y exijo algo más de un libro.

Si aun así te da por leerlo, lo puedes encontrar traducido por Isabel Ferrer al castellano como El arte de la defensa, publicado por Salamandra hace ya tres años, y con un total de 544 páginas por delante. Buena suerte.

8 ago 2016

A gastronomic tour of the Andes

And finally, some food porn to put an end to this series of posts on the South American trip. Mountainous landscapes are not the only wonderful, unforgettable thing about Peru and Chile. Take my word for it!

Exquisite shrimp wontons from Delfino Mar, Miraflores (Lima)
Battered fish eggs with roasted yellow potatoes and a delicious Spanish onion salad. @Delfino Mar, Miraflores
Cebiche with corn and camote chips. @Delfino Mar, Miraflores.
A different take on pisco sour: Maracuya sour. @Delfino Mar, Miraflores.
Five scrumptious servings of crocante causa limeña. @El Cordón y la Rosa, Ica (Peru)
An incredibly generous serving of seafood rice.  @El Cordón y la Rosa, Ica (Peru)
Away from the Peruvian seaside, grilled trout and alpaca sirloin are safe bets for a yummy dinner. However, if you feel adventurous, you can always have a bite of the locals' favourite: cuy chactado, aka fried guinea pig.
Yep, it tastes exactly as it looks...
A very traditional Peruvian dish: ají de gallina. Mine was extremely disappointing.
Agua Verde, one of the very few truck stops on the road that crosses the Atacama Desert, somewhere between Tocopilla and Caldera, offered this humble cazuela de res (beef soup). Nourishing and inexpensive, in a place where food is actually scarce!
Chupe de mariscos (Seafood soup) @Miramar, Caldera, Chile.
A traditional parrillada, inclusive of longanizas de Chillán, aka chorizos. @La Parrilla de Hurtado, La Serena, Chile.
Every single dish @Picá Mar Adentro was tops. Mar Adentro Pil Pil: Fantastic, yummy food by the seaside in La Serena. Highly recommended.
Antakari, late harvest Elqui Valley moscatel. Serve chilled, sit back, relax and enjoy!
Slightly spicy seafood galore with melted creamy cheese on top. Unbeatable! @Picá Mar Adentro, La Serena.
Tres leches (three milks). Deliciously fluffy texture. @Picá Mar Adentro, La Serena.
Warm grilled octopus. @ChPe Libre, Barrio Lastarria, Santiago de Chile. 
Wickedly sweet suspiros limeños. @ChPe Libre, Santiago.
As fresh as it gets? Where it all comes from... One of the seafood stalls at Mercado Central, Santiago.
The Chilean contribution to the wide world of junk food: El Completo.
Schopp!

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