Sunjeev Sahota, Ours Are the Streets (Londres: Picador, 2011). 313 páginas.
¿Es posible
meterse en la cabeza de un terrorista suicida en los días y semanas previas al
momento en que se hará estallar en mil pedazos? Si así fuera, ¿qué puede uno
concluir de alguien cuya sola intención sea la de asesinar a cuantas personas
lo rodeen? Parodiando al corrupto censurado expresidente: ¿cuanto peor, mejor?
Meadowhall, Sheffield. El lugar escogido por Imtiaz para marcharse al paraíso (o eso le han hecho creer) en mil pedazos. Fotografía de Paul Harrop. |
El protagonista
de Ours Are the Streets, Imtiaz Raina,
nació en Sheffield, de padres pakistaníes. Hasta ahora ha llevado una vida bastante
alejada de la religión y la política. Es seguidor del Liverpool, pero en
secreto se alegra de que Inglaterra pierda en las competiciones
internacionales. De hecho, en las primeras páginas nos cuenta que, cuando
conoció a la que es su esposa, Rebekah (inglesa de raza blanca), una noche a la
salida de la discoteca del sindicato de estudiantes, le hizo una mamada:
“Recuerdo que eran mis mejores vaqueros, y que me los aguantaba alrededor de
los muslos porque no quería que terminasen pringosos, y con la otra mano le
quitaba el pelo de la cara y se lo echaba hacia atrás y se lo sujetaba. Me
gustó observar cómo me la acariciaba, y cómo iba poco a poco desapareciendo mi
polla en su boca, y me encantaba esa sensación, cómo mi masa corporal quedaba
como amortiguada así, dentro de ella.” (p. 8, mi traducción)
Naturalmente, a
sus padres no termina de hacerles gracia que Imtiaz, hijo único, haya dejado preñada
a Rebekah, pero él les planta cara y se casa con ella, que rápidamente se
convierte al Islam, adopta el hábito de ponerse velo y se muda a la casa de la familia
Raina.
Pero todo cambia
tras la muerte de su padre, quien durante años ha sufrido en silencio las humillaciones,
vejaciones e insultos de los clientes borrachos que hacen uso del taxi que
conduce. Limpiar los vómitos de esos indeseables se ha convertido en un odioso
hábito para Imtiaz. Desde su punto de vista, su padre es un dócil corderito que
nunca se defiende de monstruos de esa calaña. El episodio en el que Rebekah,
Imtiaz y sus padres se ven importunados por un grupo de jóvenes ebrias de
fiesta de despedida de soltera en el restaurante donde han decidido ir a
celebrar su compromiso es particularmente realista.
Imtiaz viaja con
su madre a Pakistán para enterrar a su padre en su aldea en las afueras de
Lahore. Aunque en un principio él no es sino un extranjero para todos, con el
paso de los días Imtiaz va descubriendo que Pakistán es también su tierra, su hogar.
Su inmersión entre las gentes del norte del país asiático supone para él un
antes y un después: el viaje parece ponerle punto final a la soledad, al
aislamiento que de algún modo siempre ha caracterizado su vida en Sheffield.
Muzaffarabad, Pakistán. Fotografía de Sammee Mushtaq. |
En compañía de
otros jóvenes, Imtiaz viaja al norte, a Cachemira, tierra de continuas disputas
y enfrentamientos. Tras pasar unos días en Muzaffarabad (ciudad cercana a la
ahora ya famosa Abbottabad), cambian de rumbo y entran en Afganistán. Zona de
guerra. En algún remoto lugar los acoge un tal Abu Bhai, una especie de
caudillo militar que recluta combatientes que estén dispuestos a ser mártires (yihadistas)
por la causa fundamentalista.
La novela está
narrada en primera persona, y adopta el formato de diario íntimo, con el que
Imtiaz les escribe a su hija y su esposa, vertiendo no solo la historia de su
relación con Rebekah y el nacimiento de Noor; en él también están ahí sus sentimientos,
sensaciones, ideas (en su mayoría poco desarrolladas), sus planes de autoinmolación
y su paranoico desconcierto final, además del relato de su estancia en Pakistán
y el viaje a la zona de guerra al oeste de Peshawar.
Lo que en
ocasiones es un triste relato del desaliento característico de uno de esos
millones de jóvenes desfavorecidos, marginados o que han sido privados de la oportunidad
de afirmarse en la sociedad occidental queda algo desdibujado en su conjunto.
En lugar de una exploración del proceso de fanatismo y radicalización ideológica,
lo que Imtiaz Raina despliega en las páginas de su diario está más próximo al desahogo
que un enfermo mental necesita llevar a cabo.
Sahota se
esfuerza por reproducir el habla típica de Yorkshire, pero la mezcla de ese
acento con la prosa autobiográfica de Imtiaz no siempre cuaja. Funciona mucho
mejor la narración del trasplante del protagonista al entorno cultural de
Pakistán. Con todo, Ours Are the Streets
entretiene, aunque no fascine; narrada con buen ritmo, en mi opinión decepciona
un tanto el desenlace.