Ouyang Yu, Loose: A Wild History (Adelaida: Wakefield Press, 2011). 413 páginas.
Desde el comienzo
de este libro, Ouyang Yu declara que su táctica va a ser la de mezclar ficción
y no ficción, aunando elementos autobiográficos con creaciones imaginativas (¿o
acaso sería más exacto decir “imaginaciones creativas”?), posicionándose (y posicionándonos
por tanto a sus lectores) mayormente en dos tiempos y lugares: por un lado,
China, finales del año 1999; por el otro, Melbourne, invierno del año 2001. Ya
en la primera página nos avisa de que “[l]a ficción no es nada, sino una realización
de la realidad imaginada. Es más cierta que, o tan cierta como, la realidad”
(p. 2, mi traducción).
Desde esa premisa
inicial, Loose únicamente puede
leerse como un juego, que resulta ser tan divertido como serio. Por ejemplo, en
la página 268, dirigiéndose al lector, te dice: “Comprendo vuestra frustración
con mi obsesión por las fechas, mi intento deliberado por trastocar el flujo
natural de la narración, el intrusismo de los hechos, la mezcla del pasado y el
presente, la realidad imaginada y la realidad real, el uso de la
transliteración y la traducción de vocablos chinos, la demora en contaros
ciertos detalles privados obvios y la retención de información, tanto la
valiosa como la que no lo es. Todo ello puede por supuesto interpretarse como
una incapacidad por mi parte para contar una historia fácil y absorbente. Puede
que tengáis razón, mis Queridos Lectores, pero por favor, venid conmigo, venid
conmigo si queréis. No es divertido, os oigo decir. Pues bueno, vámonos juntos
al infierno.”
En un principio, Yu
se inserta en el libro como protagonista de una autobiografía ficcional,
aportando entradas de su diario durante una visita a China entrelazadas con
comentarios en Melbourne. El orden cronológico puede parecer caótico (pese a la
confesada obsesión del narrador por las fechas); pero todo tiene su razón de
ser, diría yo tras su lectura.
Igual que el
inmigrante vive en dos mundos sin terminar de encajar adecuadamente en ninguno
de ellos, la narración de Loose
avanza en dos tiempos más o menos paralelos sin que la historia que cuenta se
asiente de manera decidida. Tanto es así que hacia el final del libro el
narrador de desdobla, e incluso recluta a uno de los protagonistas de una
novela anterior del mismo autor en el rol de editor/autor. Es por tanto un
juego de espejos metaliterarios, que le permiten a Ouyang Yu ofrecerle al
lector una mirada amplia y franca de qué entraña la experiencia de ser un autor
ignorado y marginado en dos escenarios literarios distintos: el de la
literatura australiana y el de la china.
Al estar ideado
como un diario, los temas que trata Loose
son tan variados como el itinerario físico, temporal o emocional que recorre el
narrador. Todo bastante alocado, si se quiere. Pero uno, si presta atención al
leer, se queda con ciertos datos o detalles, muy jugosos todos ellos. Por
ejemplo, esta reflexión sobre el concepto de progreso en Occidente, que a bordo
de un avión te costaría quedarte en tierra: “…lo que el progreso significa en
Occidente [es] esa urgencia por cancelar a los seres humanos reemplazándolos
con máquinas. Enciendes el contestador automático en lugar de contestar
directamente. Dejas mensajes de voz que le dicen a la gente que pulse 1 o 2 o
la tecla almohadilla o lo que sea para que nadie tenga que hablar con nadie. De
modo que tengas tiempo para tumbarte a tomar el sol en la playa como un fiambre
porque crees que eres progresista y estás cansado y eres jodidamente aburrido.
Es contra este progreso que debemos luchar. El Occidente como noción debe ser
exterminado porque resulta pernicioso para la existencia humana.” (p. 168, mi
traducción)
Yu reparte
sopapos a diestro y siniestro. En el caso de Australia, el apego a la
tradición, el inmovilismo y la mojigatería. Escribe Yu: “…cada vez que alguien
habla de China, él o ella mencionará la ‘tradición’ y la ‘censura’. Estas dos
cosas nunca parecen asociarse con Australia, mientras que, cuanto más tiempo
vivas en Australia, más tradicional y censora te resultará ser. Creo que esto
tiene que ver con la autopublicidad. La razón por la que Australia no es
conocida por su lentitud, su conservadurismo, su mal funcionamiento, su temor a
todo lo nuevo y vanguardista, su fuerte aversión a y sospecha de la invención y
la innovación, especialmente de otras culturas que considera menos importantes
que la suya, es que puede permitirse el lujo de pintar un hermoso retrato de sí
misma en el extranjero, gastándose millones de dólares en campañas de
autopromoción y autopublicidad, como ‘Inventive Australia’ y ‘Shrimp on the
Barbie.’ Gambas, como las meigas, haberlas, haylas, ¡pero nada shakesperiano
hay en ese libro!” (p. 180, mi traducción)
Algunas de las
observaciones más acertadas del narrador se refieren a la notable dificultad
que enfrentan escritores como él para conseguir que se les publique y por tanto
se les lea. Para poder sobrevivir en este mundo, durante años Ouyang Yu ha
trabajado como intérprete y traductor en Melbourne, y recoge algunas de sus
experiencias en el libro.