30 abr 2011

Reseña: Contes russos, de Francesc Serés

Francesc Serés, Contes russos (Barcelona: Quaderns Crema, 2009). 223 páginas.
Si refrescamos la memoria y viajamos por un instante al siglo XVII, concretamente a la creación de la primera gran novela moderna, el Quijote, encontramos en el capítulo IX que Cervantes recurre a la metaficción, cuando el narrador nos revela que el verdadero autor de la novela es un tal Cide Hamete Benengeli, historiador morisco, el cual ha traducido la historia al castellano. En sus Contes russos, Francesc Serés hace uso de la metaficción por partida doble; no le basta con la invención de todo un grupo de narradores rusos totalmente apócrifos (con sus respectivas pequeñas notas biográficas incluidas), sino que agrega la mediación de una traductora ficticia, Anastàssia Maxímovna.

Este es un recurso de enorme efectividad si el autor domina la narración de forma absoluta. Y ciertamente Serés no da muestras de debilidad en este sentido. La estructura de la obra recuerda asimismo un poco a la de esas muñequitas rusas (las matrioskas, habitualmente fabricadas en madera) que se abren por la mitad y revelan en su interior otra muñequita más pequeña que a su vez se abre por la mitad y revela otra muñequita más pequeña, y así hasta alcanzar la más diminuta.

Contes russos es un notable volumen de cuentos tanto por el juego metaliterario que realiza Serés como por lo que supone de evocación del difunto sistema soviético, no solo de sus aspectos positivos sino también de los negativos. Y no obstante, es ante todo un homenaje a la cultura rusa del siglo XX.

El repertorio de historias en Contes russos es de lo más variopinto: desde una escena de aeropuerto en la asistimos a la charla de dos azafatas de tierra de una línea aérea de bajo coste (‘Low cost life, low cost love’) al esbozo naturalista de la Rusia anterior a la revolución bolchevique (‘La resurrecció de les ànimes’). Serés nos conduce a través de las décadas por la Rusia soviética: ante las ruinas de las inmediaciones de la central de Chernóbil (‘La transparència del mal’); a un reencuentro de colegas y amigos académicos purgados por el sistema veintidós años antes (‘La culpa’); al ficticio concierto de Elvis Presley en la Plaza Roja en una exquisita caricatura de los años de la guerra fría (‘Elvis Presley canta a la Plaça Roja’); la vida en un koljoz tras la segunda guerra mundial (‘La pagesa i el mecànic’); a una nave espacial averiada, convertida en tumba para un cosmonauta, cuyas últimas decisiones son las de mofarse de todo, de sus superiores, de los agentes de inteligencia norteamericanos y del propio presidente soviético (‘L’home més sol del món’).

Contes russos es un primoroso conjunto de narraciones que tratan los temas eternos de la literatura universal. Si Serés los ha enmarcado dentro de un espacio geográfico inmenso, Rusia, es sin duda por mor de la verosimilitud. Aunque el autor utiliza datos históricos, Contes russos no es historia, sino un muy recomendable volumen de narraciones breves.

21 abr 2011

Reseña: The Happy Life, un ensayo de David Malouf


David Malouf, 'The Happy Life: The Search for Contentment in the Modern World', Quarterly Essay nº41, 2011.

Rara vez me dedico a la lectura de ensayos. En general, no soy lector adicto a la filosofía ni a la historia, pero el título de este breve ensayo del australiano David Malouf me atrajo, y en todo caso, el renombre de su autor es en sí mismo garantía de calidad.

Las preguntas que Malouf se hace son, han sido y serán de una actualidad indiscutible. Imagino, tras las salvedades propias y muy particulares de cada uno, que habrá un consenso general en esta afirmación del autor: ‘Al menos en las sociedades desarrolladas… algo que se llama felicidad es una condición a la cual aspiramos todos…’ (p. 5) Mas, se pregunta Malouf, ¿qué es la felicidad? ¿Y por qué cuando se han eliminado casi del todo las principales causas de la infelicidad humana (la injusticia social a gran escala, las hambrunas, las epidemias y otras muchas enfermedades, la mortalidad infantil) la felicidad todavía nos elude a tantos?

La primera importante aclaración la hace Malouf en el ámbito geográfico y sociopolítico de su discusión: cuando él habla de ‘nosotros’, se refiere a las sociedades avanzadas e industrializadas en los comienzos del siglo XXI: ‘aunque estamos todos vivos en el planeta en este mismo momento, no todos estamos viviendo en el mismo siglo.’ (p. 8) Y no nos engañemos, que ésta no es una llamada de atención al mundo en vías de desarrollo: la inmensa mayoría de la población indígena australiana no vive en el mismo siglo que usted o yo.

Malouf prefiere desde un primer momento distinguir lo que él denomina ‘the good life’, algo ‘que tiene que ver con lo que llamamos estilo de vida, con vivir a tope en un mundo que nos ofrece regalos o cosas deseables a nuestra disposición.’ (p. 6) de la ‘happy life’, de la felicidad. Analiza además el sentido del término ‘felicidad’ dentro de la Declaración redactada por Thomas Jefferson en 1776, en la que menciona el derecho inalienable del ser humano a “the Pursuit of Happiness”, la búsqueda de la felicidad, y arguye que la inmensa mayoría de la población [¿solamente occidental?] interpreta ahora esa frase de manera muy subjetiva, cuando en realidad Jefferson casi con toda seguridad se refería a la satisfacción objetiva de nuestras necesidades básicas.

Arguye por otra parte Malouf que el desasosiego intelectual inherente a la condición humana, nuestro insaciable deseo de saber, descubrir e inventar más, puede estar en el origen de la percepción generalizada de que nunca se alcanza del todo la felicidad. Esto, como todo, es discutible, pero pienso que no anda muy lejos de ser cierto.

David Malouf es ante todo un estudioso de los clásicos, y las reflexiones que hace en torno a las numerosas muestras sobre la búsqueda del sentido de satisfacción humana elaboradas por diversos autores, desde Platón a Alexander Solzhenitsyn, pasando por John Donne y Rubens, por poner unos cuantos ejemplos, son realmente exquisitas.

Resulta en cualquier caso inevitable que el propósito de The Happy Life quede en cierto modo aprisionado por la resistencia (naturalmente humana) a combinar en un mismo plano lo que es una experiencia individual y subjetiva con el ideal colectivo. Dice Malouf que ‘la vida buena y la vida feliz… pertenecen a sentidos separados y en ciertas maneras inconexos del término ‘feliz’; uno se refiere a la fortuna material, la cual puede medirse de forma objetiva, y el otro a un estado interior que no puede medirse.’ (p. 50)

En su reseña del ensayo en The Australian del 16 de abril de 2011, Richard King aduce que los argumentos de Malouf pasan por alto algo importante. Dice King: ‘what of the happiness many of us experience mulling over the very things of which we can never have direct experience – deep space, for example, or geological time? To contemplate the infinite, to embrace for a moment our insignificance, can be a liberating experience.’ [¿Y la felicidad que muchos de nosotros experimentamos reflexionando sobre las mismísimas cosas de las cuales nunca tenemos experiencia directa: el espacio exterior, por ejemplo, o el tiempo geológico? Contemplar el infinito, abrazar por un momento nuestra insignificancia, puede ser una experiencia liberadora.’

Quizá la reflexión sobre la maravilla de la naturaleza sea liberadora (que lo es), pero no es ni por asomo motivo de felicidad. Téngalo por seguro, Sr. King.

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