31 ago 2013

Reseña: La piel del miedo, de Javier Vásconez

Javier Vásconez, La piel del miedo (Madrid: Viento Sur, 2010). 188 páginas.

Pobre de aquel (esto es solamente una opinión personal) que nunca llegue a experimentar la aliviadora sensación de saber que el miedo a la muerte no tiene sentido, de que dicho miedo es en realidad resultado lógico de no saber quiénes somos ni de dónde venimos. Entre los más pequeños, sin embargo, el miedo no deja de ser algo natural y plenamente justificado. Pero no es óbice para que, en algún momento de nuestras vidas, ocurra que muchas de nuestras fobias desaparezcan y superemos esos temores tan profundos. Hasta que eso suceda, el temor puede ser parte de nuestra existencia diaria y regir nuestras acciones, dictando nuestros pensamientos.

El inicio de La piel del miedo de Javier Vásconez es ciertamente trepidante. Un muchacho llamado Jorge nos cuenta cómo se despertó una noche brutalmente sobresaltado por el atronador ruido de unos disparos en el interior de su casa, disparos seguidos de los gritos desesperados de su madre. Los disparos los ha efectuado su padre, periodista de cierto renombre, atenazado por el terror, alcohol y la violencia tras haber sufrido la represión de los esbirros a sueldo de su antiguo amigo, y que en la época de la novela es Presidente de Ecuador.

Al poco tiempo el padre huye de la casa y de las vidas de Jorge, su hermana Adela y su madre, Fanny. La narración que Vásconez pone en boca de Jorge es un recuento de las circunstancias en las que Jorge va creciendo, y nos pone sobre aviso acerca de su enfermedad, la epilepsia, y de cómo esta lo transforma, determinando su vida y muchas de sus reacciones a los acontecimientos que tienen lugar en la casa dominada por la tristeza y el vacío dejado por el padre ausente, así como en los otros lugares donde Jorge se relaciona con otras personas a lo largo de su vida. En ese sentido, La piel del miedo es una Bildungsroman, y los mejores pasajes, a mi parecer, son los que cuentan la extraña relación que Jorge tiene con Ramón y con la madre de éste.

Ramón y Jorge adquieren un turbio sentido de la vida en la adolescencia, pues mientras Ramón insiste en que su destino es (d)escribir el mundo y la vida misma en forma de tatuaje en la piel de una mujer, Jorge lucha con sus demonios interiores, principalmente el miedo y la ausencia de su padre; los demonios en la novela vienen representados por la constante amenaza del volcán Pichincha, pero también por las sombras de una ciudad lóbrega y nocturna, la pertinaz lluvia que cae sobre Quito o el abrasador sol andino.

Por momentos, sin embargo, la narración de La piel del miedo, se pierde en repeticiones o en divagaciones secundarias que pueden parecer un tanto innecesarias. El paso de Jorge de la niñez a una adolescencia solitaria y desprotegida queda un poco desdibujado porque Vásconez nos obliga a deambular un poco por la noche quiteña. Jorge y Ramón aprenden paulatinamente a desenvolverse en el mundo de los antros, de las calles oscuras, de los bares y los prostíbulos. En cambio, la narración pasa prácticamente de puntillas por la experiencia de abrir una librería en la ciudad de Quito.

No obstante, las interacciones de Jorge con los personajes que pueblan el Hotel Dos Mundos son un terreno fértil para la exploración de dichos personajes (especialmente el de la cantante Fabiola) y sostienen el interés de la novela hasta su resolución. El miedo está presente de una u otra forma en las vidas de todos ellos: el miedo es el ingrediente primordial de sus existencias y la razón fundamental de las diferentes decisiones que toman todos ellos.

23 ago 2013

Reseña: The Prince, de R. M. Koster

R. M. Koster, The Prince (Nueva York: The Overlook Press, 2013 [1972]). 351 páginas.

De aquellos años en que la educación que recibíamos en las clases de E.G.B. parecía lograr algunos de sus nobles fines, yo diría que los mapas que utilizaban maestros y que nosotros memorizábamos en casa sirvieron su propósito: del de Centroamérica se me quedó bien clavada la imagen de una pequeña superficie de terreno en el centro de Panamá, y que curiosamente coincidía con el canal que unía dos océanos, el Atlántico y el Pacífico. Los libros de texto aseguraban que aquella pequeña franja pertenecía a los Estados Unidos; a decir verdad, en cuarto o quinto curso no sabíamos nada de la historia de aquella parte del mundo (y tampoco es que aprendiéramos mucho más en otros cursos posteriores, todo hay que decirlo), y dábamos por hecho que el tío Sam era dueño y señor del canal, porque sí.

Panamá: una importancia estratégica vital para el capitalismo
The Prince se publicó por vez primera en 1972, y ahora en 2013 The Overlook Press reedita el libro, pero lamentablemente lo hace en una edición plagada de erratas, algunas de las cuales se repiten por doquier y desvirtúan así la labor de actualización de esta curiosa novela.

El protagonista y narrador de The Prince es un joven político llamado Kiki (Enrique) Sancudo, hijo de un expresidente de un país centroamericano llamado Tinieblas. Mientras preparaba la campaña electoral a la Presidencia del país, Kiki es víctima de un atentado, y queda paralizado de cuello para abajo. El inicio es de lo más prometedor, pues Kiki divaga en torno a la mejor manera de ejecutar su venganza contra el hombre que intentó quitarle la vida, el Ñato. Los detalles de su plan son más que escabrosos: un salvajismo y una crueldad que señalan que estamos ante un hombre cuya esencia parece estar corrompida por la sed de venganza.
Pero luego el lector percibe que se trata de una sátira, y que como suele ser habitual, una de las maneras más eficientes de ridiculizar a un personaje es hacerlo a través de sus propias palabras. Por la boca muere el pez. En ese sentido, Kiki personifica al machito latino, al criollo privilegiado que hace y deshace a su antojo.

La novela establece un recuento cronológico de las andanzas y aventuras de Sancudo en Tinieblas y en muchos otros lugares del mundo. En los Estados Unidos aprende a ganar dinero con negocios ilícitos, exprimiendo la sangre y el sudor de otros: por ejemplo, instala con sus socios prostíbulos móviles en las universidades de mayor renombre.

Todo el libro está impregnado de hipérboles. Koster conoce bien el sentido del humor latino (no en vano, el autor reside en Panamá y lleva la tira de años viviendo en esa parte del mundo). Un breve vistazo a los apellidos de los muchos presidentes y los otros muy variados personajes de la novela (militares, jueces, administrativos, etc.) son de por sí motivo de risa: Ladilla, Piojo, Chinche, Mocoso, Canino, Rabioso, Avispa…  El mismo Sancudo nos remite al nombre con el que también se conoce al mosquito en buena parte de Latinoamérica: zancudo.

La influencia de los novelistas del llamado ‘boom’ en esta obra de Koster es evidente. Los episodios y detalles narrativos que requieren altas dosis de credibilidad por parte del lector son numerosos: una de las amantes del presidente Sancudo tiene cola como si fuera una yegua; Alfonso, el hermano de Kiki, pasa por una fase de crecimiento desmesurado, a la manera de Alicia, a medida que su vida amorosa progresa; un hombre lobo que aterroriza a la gente del campo; un astrólogo de pasado nazi que se convierte en principal consejero presidencial.

Por momentos, The Prince roza la astracanada, pero Koster es lo suficientemente hábil como para alejarse de la tentación de rizar el rizo de lo ridículo. Las caricaturas de los hombres de la alta sociedad criolla de Tinieblas y sus constantes maquinaciones e intrigas son veraces porque solamente desde la hipérbole es posible intuir una realidad mucho más mesurada, pero no por ello menos corrupta y repulsiva.

The Prince, por cierto, fue traducida hace ya muchos años al castellano. La publicó Grijalbo bajo el título de Príncipe de Tinieblas en 1973. Cabría suponer que la traducción precisará una profunda revisión, al igual que Overlook Press debiera emplear a un buen corrector de pruebas en futuras reimpresiones de esta divertida novela.

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