14 may 2014

Reseña: Narcopolis, de Jeet Thayil

Jeet Thayil, Narcopolis (Londres: Faber & Faber, 2012). 292 páginas.

En ‘The Novel is Dead (This Time is for Real)’, un más que recomendable ensayo recientemente publicado en The Guardian, el novelista inglés Will Self apunta con un certero dardo contra la cultura contemporánea preponderante: “the hallmark of our contemporary culture is an active resistance to difficulty in all its aesthetic manifestations, accompanied by a sense of grievance that conflates it with political elitism. [el sello distintivo de nuestra cultura contemporánea es la resistencia activa a la dificultad en todas sus manifestaciones estéticas, acompañada de un sentimiento de queja que la mezcla con el elitismo político].” Ciertamente, si tú, querido lector, estás mínimamente al tanto de las circunstancias políticas que se viven en Australia, las palabras de Self quedan aquí que ni pintadas.

Lo anterior lo menciono en relación con el prólogo de Narcopolis, la primera novela del indio Jeet Thayil. Un encomiable esfuerzo que lleva por título ‘Something for the Mouth’, que quizás podría traducirse libremente como ‘Algo que llevarse a la boca’. Se trata de un prólogo escrito en una sola oración, sin puntos, salpicada de comas y paréntesis. “Bombay, que destruyó su propia historia al cambiar de nombre y alterar su rostro como en la cirugía, es el héroe o la heroína de esta historia, y puesto que soy yo el que la cuenta y tú no sabes quién soy yo, permíteme decirte que llegaremos a lo del quién, pero no ahora…” (p. 1), nos dice el narrador poco fidedigno al comenzar su historia.

Pero antes debo señalar que la traducción que has leído arriba incluye un interesante juego de palabras que quizás te habrá pasado desapercibido. Thayil emplea la palabra ‘heroin’, que en castellano es, naturalmente, la droga. Narcopolis, dividida por su autor en cuatro partes además del prólogo introductorio, es un entramado de historias conectadas de algún modo entre sí por un personaje protagonista, Dimple, y un establecimiento, el fumadero de opio de Rashid.
Un chandu khana de Calcuta en los años 40.
El narrador, Dom Ullis, aparece y desaparece como los ojos del Guadiana. Hace su presentación en el prólogo, donde Thayil vierte algunos sorprendentes juegos de palabras como el ya mencionado de la ‘heroína’ (“and now we can begin at the beginning with the first time at Rashid’s when I stitched the blue smoke from pipe to blood to eye to I and out into the blue world” (p. 1) [y ahora podemos empezar por el principio con la primera vez en lo de Rashid cuando enlacé el humo azul de la pipa a mi sangre y de allí al ojo y de allí al yo, y lo eché al triste mundo]. La historia se sitúa en la década de 1970. El fumadero de opio de Rashid en Shuklaji Street es el microcosmos en que vamos conociendo a los personajes: Rashid, el dueño del tugurio; Dimple, la empleada transexual que mejor prepara las pipas de opio, hijra o eunuco abandonado por sus padres a los ocho años de edad, y que es el personaje central de la historia; el contable sin nombre al que todos llaman Bengali; Rumi, un opiómano de personalidad extremadamente tornadiza; y el propio Dom.
Bombay/Mumbai. No me encontrarás aquí, te lo aseguro.
Al chandu khana de Rashid acude una multitud de personajes secundarios o prácticamente insignificantes (turistas occidentales – entre los que se mencionan, curiosamente, a muchos españoles – otros camellos, proxenetas, mendigos, prostitutas). Pero el establecimiento de  Shuklaji Street le sirve a Thayil como foco primordial. Es una nebulosa donde surgen historias paralelas que atrapan al lector.

Como la del Sr. Lee, un viejecito chino protector de Dimple, cuya extraordinaria historia integra la mayoría de la segunda parte del libro, titulada ‘La historia de la pipa’. Es una historia que se inicia en la China revolucionaria de Mao en 1940, e incluye las vicisitudes de los padres de Lee (él un escritor de novelitas que finalmente cae en desgracia, ella una ferviente revolucionaria que también resulta ser una perdedora) y las del propio Lee en su juventud, quien tras verse involucrado en una de las muchas purgas de la revolución huye de China para finalmente recalar en Bombay.
Cada pipa encierra una o muchas historias
Otro de los aspectos a destacar de Narcopolis es el juego metaliterario que construye Thayil. La aparición, por ejemplo, de un extraño poeta y pintor indio llamado Newton Pinter Xavier, a cuya caótica conferencia asiste Dom, y tras la cual ambos terminan compartiendo un taxi que los lleva al fumadero de Rashid. También hay numerosas referencias a revistas, libros, poemas, películas occidentales y de Bollywood, canciones, obras académicas ficticias, pero también a figuras históricas (la del eunuco Zheng He, que llegó a ser almirante de la flota de la dinastía Ming y que exploró la costa occidental de la India en el siglo XV, es especialmente llamativa, en una referencia que forma parte de una obra ficticia, Prophecy, del padre de Lee).
Los viajes de Zheng He, ¿el Colón chino?
El resultado de esta superposición textual podría condenar al libro a la confusión – y sin duda habrá quien abandone la lectura al toparse con tanta ‘dificultad’. La inclusión de términos de las lenguas hindi, árabe y urdú desperdigados por la narración tampoco facilita la tarea al lector acomodadizo.
El almirante castrado, en una estatua que lo conmemora en Malacca.
Detrás del humo que desprenden las pipas de opio, los beedis y los cigarrillos rociados de heroína, uno debe apreciar la prosa de Narcopolis: está repleta de poesía (Jeet Thayil se inició como poeta antes de escribir ficción) pero también de penurias, de sexo; está impregnada de la suciedad de las calles de Bombay. Hay en este estupendo libro mucho más que drogas y la destrucción que la adicción a éstas conlleva.

Recomiendo, para quien desee descubrir más sobre el autor, esta entrevista que le hicieron a Thayil en el Festival de Adelaida hace un par de meses. Narcopolis fue una de las novelas finalistas del Man Booker en 2012, y fue galardonada con el DSC Prize de Literatura del Sudeste Asiático en 2013.


Aviso: Esta novela no es recomendable para quien opte por la resistencia a la dificultad en sus lecturas. Absténganse consumidores de papillitas y otros potitos pseudo-literarios.

6 may 2014

Reseña: All That Is, de James Salter

James Salter, All That Is (Londres: Picador, 2013). 290 páginas.

No había leído nada de James Salter hasta ahora, y eso que ya ronda los 90 años de edad. Teniendo en cuenta este dato, no es un autor que se haya prodigado en exceso; no cuenta con una amplísima bibliografía como otros de su generación (Philip Roth viene a la cabeza). Las reseñas que aparecieron tras su publicación el año pasado insinuaban que era una novela importante, pero lo primero que me llamó la atención de ella fue su título, minimalista e inusual en su sintaxis. All That Is.

Todo lo que es, o esto es lo que hay: la vida. Escribir la vida… ¿No es una empresa fútil donde las haya? Y sin embargo, Salter de alguna manera lo hace en All That Is. La novela ciertamente te atrapa desde el principio, aunque muy pronto sorprende por su técnica, que se dispersa en múltiples puntos de vista. Salter salpica la trama principal, la del protagonista, con breves episodios (algunos extremadamente escuetos y en gran medida completamente independientes – que no irrelevantes). En ese sentido, me hizo recordar a John Dos Passos en su trilogía americana, no porque Salter adopte una gama similar de técnicas diferentes en la construcción de la obra literaria, sino porque en Salter también se da una suerte de fragmentación de la trama.

El protagonista es Bowman, quien al principio de la novela, en plena II Guerra Mundial, se encuentra a bordo de un buque de la Armada estadounidense. Tras la contienda Bowman regresa a los EE.UU. y estudia en Harvard. Tras graduarse logra trabajo como editor en la editorial de un importante judío neoyorquino, Baum. Tras conocer en un bar a una chica guapa, Vivian, le regala un libro. Tras unos meses de noviazgo se casa con ella, pese a la evidente disposición en contra del padre de ella. Un par de años después se separan y divorcian. Bowman continúa trabajando para Baum, y comienza a viajar a ferias y eventos literarios. Conoce a otras mujeres, pero escarmentado  quizás por el fracaso que supuso su relación con Vivian nunca termina de decidirse a establecer lazos firmes con ninguna. Hasta que una de ellas le traiciona y le arrebata la casa que habían adquirido juntos.

La de Bowman es historia de uno de tantos desafortunados. Como editor nunca logra brillar a la altura de los autores, por algunos de cuales siente reverencia, y tampoco alcanza la fama ni el esplendor de su empleador, Baum, ni de los otros propietarios de editoriales con los que a veces comparte mesa. Pero es gracias a esos contactos de alto nivel que Bowman puede observar la sociedad de su época: los triunfos y las miserias, las desgracias y las infelicidades disimuladas.

Esa es a grandes rasgos la trama primaria. Pero como en cierto modo sucede en la vida misma, en la que aparecen y desaparecen otras personas de nuestro entorno, Salter relega a veces a Bowman a un segundo plano, y centra algún que otro capítulo – o en escuetas pero muy descriptivas viñetas – en personajes secundarios. Podría argüirse que resultan difíciles de justificar estos desvíos argumentales. Al fin y al cabo, apenas aportan nada a la ‘historia’ que nos ocupa. Y sin embargo, debo admitir que, salvo algún caso que me dejó un pelín perplejo – pienso en una de esas breves viñetas con las que Salter inicia uno de los capítulos, cuyos personajes tienen una apenas remotísima conexión con Bowman y no vuelven a estar presentes en la narración –, resulta atractivo el ritmo que estos paréntesis o apuntes consiguen darle a la novela.

Con todo, para mi gusto, esa excesiva amplitud argumental (que no temática) implica que la novela vacila en ocasiones. Un narrador omnisciente que abre con gran generosidad las mentes de casi todos los personajes, incluso los secundarios, corre riesgos. Al concluir, uno se queda con la sensación de que All That Is es más un recuento de los amores de Bowman que otra cosa. Y ciertamente se nota que Salter es de una generación ya muy veterana. Sugerir que la “invencible” rigidez del miembro erecto de un muchacho de dieciocho años sea parámetro comparativo no deja de resultar un tanto ridículo. A través de los ojos de Bowman vemos descripciones de mujeres que, en 2014, corresponderían posiblemente más a los comentarios soeces de un indiscreto mirón machista, un verdadero cazador de hembras. No me cabe duda de que en la época de Salter eso era la norma. Hoy por suerte ya no lo es.

Dice Salter en el epígrafe a All That Is: “Llega un momento en que te das cuenta de que todo es un sueño, y que solamente lo que queda preservado por escrito tiene alguna posibilidad de ser real.” ¿Será ya momento de empezar a seguir su consejo?

All That Is se ha publicado ya en catalán: Això es tot, traducción de Ferran Ràfols (editorial Empúries) y Todo lo que hay, traducido por Eduardo Jordá (editorial Salamandra). Interesante en todo caso la divergencia en la traducción del título, ¿no te parece?

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