No había leído
nada de James Salter hasta ahora, y eso que ya ronda los 90 años de edad.
Teniendo en cuenta este dato, no es un autor que se haya prodigado en exceso;
no cuenta con una amplísima bibliografía como otros de su generación (Philip
Roth viene a la cabeza). Las reseñas que aparecieron tras su publicación el año
pasado insinuaban que era una novela importante, pero lo primero que me llamó
la atención de ella fue su título, minimalista e inusual en su sintaxis. All That Is.
Todo lo que es, o
esto es lo que hay: la vida. Escribir la vida… ¿No es una empresa fútil donde
las haya? Y sin embargo, Salter de alguna manera lo hace en All That Is. La novela ciertamente te
atrapa desde el principio, aunque muy pronto sorprende por su técnica, que se dispersa
en múltiples puntos de vista. Salter salpica la trama principal, la del
protagonista, con breves episodios (algunos extremadamente escuetos y en gran
medida completamente independientes – que no irrelevantes). En ese sentido, me
hizo recordar a John Dos Passos en su trilogía americana, no porque Salter
adopte una gama similar de técnicas diferentes en la construcción de la obra
literaria, sino porque en Salter también se da una suerte de fragmentación de
la trama.
El protagonista
es Bowman, quien al principio de la novela, en plena II Guerra Mundial, se
encuentra a bordo de un buque de la Armada estadounidense. Tras la contienda
Bowman regresa a los EE.UU. y estudia en Harvard. Tras graduarse logra trabajo
como editor en la editorial de un importante judío neoyorquino, Baum. Tras
conocer en un bar a una chica guapa, Vivian, le regala un libro. Tras unos
meses de noviazgo se casa con ella, pese a la evidente disposición en contra del
padre de ella. Un par de años después se separan y divorcian. Bowman continúa
trabajando para Baum, y comienza a viajar a ferias y eventos literarios. Conoce
a otras mujeres, pero escarmentado quizás
por el fracaso que supuso su relación con Vivian nunca termina de decidirse a
establecer lazos firmes con ninguna. Hasta que una de ellas le traiciona y le
arrebata la casa que habían adquirido juntos.
La de Bowman es
historia de uno de tantos desafortunados. Como editor nunca logra brillar a la
altura de los autores, por algunos de cuales siente reverencia, y tampoco
alcanza la fama ni el esplendor de su empleador, Baum, ni de los otros
propietarios de editoriales con los que a veces comparte mesa. Pero es gracias
a esos contactos de alto nivel que Bowman puede observar la sociedad de su
época: los triunfos y las miserias, las desgracias y las infelicidades
disimuladas.
Esa es a grandes
rasgos la trama primaria. Pero como en cierto modo sucede en la vida misma, en
la que aparecen y desaparecen otras personas de nuestro entorno, Salter relega
a veces a Bowman a un segundo plano, y centra algún que otro capítulo – o en
escuetas pero muy descriptivas viñetas – en personajes secundarios. Podría
argüirse que resultan difíciles de justificar estos desvíos argumentales. Al
fin y al cabo, apenas aportan nada a la ‘historia’ que nos ocupa. Y sin
embargo, debo admitir que, salvo algún caso que me dejó un pelín perplejo –
pienso en una de esas breves viñetas con las que Salter inicia uno de los
capítulos, cuyos personajes tienen una apenas remotísima conexión con Bowman y
no vuelven a estar presentes en la narración –, resulta atractivo el ritmo que
estos paréntesis o apuntes consiguen darle a la novela.
Con todo, para mi
gusto, esa excesiva amplitud argumental (que no temática) implica que la novela
vacila en ocasiones. Un narrador omnisciente que abre con gran generosidad las
mentes de casi todos los personajes, incluso los secundarios, corre riesgos. Al
concluir, uno se queda con la sensación de que All That Is es más un recuento de los amores de Bowman que otra
cosa. Y ciertamente se nota que Salter es de una generación ya muy veterana. Sugerir
que la “invencible” rigidez del miembro erecto de un muchacho de dieciocho años
sea parámetro comparativo no deja de resultar un tanto ridículo. A través de
los ojos de Bowman vemos descripciones de mujeres que, en 2014, corresponderían
posiblemente más a los comentarios soeces de un indiscreto mirón machista, un
verdadero cazador de hembras. No me cabe duda de que en la época de Salter eso
era la norma. Hoy por suerte ya no lo es.
Dice Salter en el
epígrafe a All That Is: “Llega un
momento en que te das cuenta de que todo es un sueño, y que solamente lo que queda
preservado por escrito tiene alguna posibilidad de ser real.” ¿Será ya momento
de empezar a seguir su consejo?
All That Is se ha publicado ya en catalán: Això es tot, traducción de Ferran Ràfols
(editorial Empúries) y Todo lo que hay,
traducido por Eduardo Jordá (editorial Salamandra). Interesante en todo caso la divergencia en la traducción del título, ¿no te parece?