31 ene 2015

Reseña: Frog, de Mo Yan

Mo Yan, Frog (Melbourne: Penguin, 2014). 388 páginas. Traducido al inglés del mandarín por Howard Goldblatt.


Para alguien como yo, nacido en medio de la explosión natalicia de la década de los 1960 en la España desarrollista del régimen del dictador fascista, en una época en la que los periódicos reseñaban todos los años la concesión del Premio de Natalidad a alguna familia con ocho, nueve o incluso más retoños, la política de la China comunista de limitar las familias a un solo hijo resultaba no solo totalmente ajena, era algo también extraordinario.

La principal protagonista de la última novela del Premio Nobel (y la primera que he leído) es Gugu, la tía del narrador Wan Zu/Xiaopao (cuyo apodo es Renacuajo), quien en su juventud aprendió las artes y pericias del oficio de comadrona. Tras la adopción de la política de limitación del número de hijos por familia (por el bien de la patria, nos recuerda Gugu en numerosísimas ocasiones) se convierte en la principal ejecutora de esa política en la pequeña comunidad rural del noreste de China en la que vive. Y Gugu lleva a cabo su cometido de manera absolutamente implacable.

Mo Yan no escamotea los detalles brutales en algunos episodios en los que mujeres embarazadas son perseguidas y sacadas a la fuerza de sus casas o escondites y obligadas a someterse a abortos pese a su avanzado estado de gestación (como es el caso de la mujer del narrador, que muere desangrada en el quirófano del hospital) y al escarnio cruel y humillación pública.

Frog relata la vida de Renacuajo desde su infancia en los años 60 hasta los inicios del presente siglo, siempre con la presencia de la figura dominante de Gugu, tenaz miembro del Partido y defensora a ultranza de las políticas demográficas del gobierno.

Mo Yan emplea además una atractiva técnica narrativa. Frog está dividida en cinco partes, cada una precedida por una carta que Renacuajo, que no deja de ser un diletante literario, envía a un admirado profesor japonés. En un principio nos hace saber que está escribiendo una obra de teatro sobre la vida de su tía Gugu, pero la obra no aparece hasta el final de la novela. Cada una de las cartas va acompañada del extenso relato que hace Renacuajo de las diferentes épocas en su vida y de los eventos y sucesos que les afectaron a todos los miembros de su familia y de su comunidad.

Las hambrunas, las represiones políticas de la Revolución Cultural, los rápidos cambios experimentados por China tras la apertura comercial de finales de los años 90: todo forma de esta atractiva novela, que ha sido excelentemente traducida por Howard Goldblatt. En efecto, es una estupenda traducción que no merece el quebranto de algunos flagrantes errores de edición como estos dos: “There couldn’t have been more then ten wristwatches” (p. 32), y “a man who’s wife was pregnant with their fourth child” (p. 123). Una editorial tan prestigiosa como Penguin debe cuidar mejor no solo su imagen sino sus productos.


Vista de Jinan, una de las ciudades de Shandong. Fotografía de Qquchn. 
Mo Yan transmite sutilmente la enorme presión psicológica a la que el aparato político del régimen comunista somete a los ciudadanos a través de individuos totalmente entregados a su cometido, como es el caso de Gugu. El autor tampoco escatima en humor, creando variadas situaciones y episodios que rozan la farsa y el esperpento. En su mira están los oficiales corruptos y los avariciosos empresarios de la China más actual. Tras la asombrosa transformación económica de China (¿Acaso alguien duda de que será la primera potencia económica antes de 2050?) solamente los pobres siguen sujetos a las reglas, pues los ricos pueden permitirse pagar las multas, un dinero que le viene muy bien a la administración.

Goldblatt se esfuerza por verter al inglés los juegos de palabras del original. La palabra ‘rana’ en mandarín tiene una pronunciación muy similar al llanto de un niño, además de ser homófona con una antiquísima diosa de la fertilidad. Pero la fobia que Gugu siente por los batracios es una de las cuestiones que, en mi opinión, peor quedan plasmadas en la novela.

Una de las interrogantes que me quedan sin respuesta es en qué medida Mo Yan logra saltarse la férrea censura del régimen de Beijing. El subtexto es, ocasionalmente, tremendamente irónico, mas la impresión que queda tras la lectura de Frog es una de indefinición. En todo caso, su lectura merece la pena.

20 ene 2015

Reseña: The Narrow Road to the Deep North, de Richard Flanagan

Richard Flanagan, The Narrow Road to the Deep North (North Sydney: Vintage, 2013). 467 páginas.

Lest we forget. Para que no olvidemos. Tres palabras que uno puede encontrar en cualquier ciudad o pueblo australiano, en uno de los numerosos monumentos o recordatorios a los soldados caídos en las guerras en las que Australia ha tomado parte en su breve historia como estado independiente. Lo paradójico de esta inscripción es que, mientras que por un lado se exhorta a no olvidar a los muertos, a los supervivientes se les conminaba a olvidar, a no recordar sus traumáticas experiencias.

Monumento recordatorio del RSL de Mittagong, NSW. Fotografía de Peter Ellis.
The Narrow Road to the Deep North cuenta la vida de Alwyn Dorrigo Evans, un joven doctor nacido en la isla de Tasmania que, tras la captura de su unidad militar en la isla de Java por los japoneses en la segunda guerra mundial, termina como prisionero de guerra en Birmania. Se convierte así en uno de los miles de hombres explotados como esclavos por sus captores para la construcción del llamado Ferrocarril de la muerte, con el que imperio nipón buscaba unir Tailandia (por entonces Siam) con sus redes de distribución en el sudeste asiático y así poder conquistar India.

Vista del río Kwai desde el Ferrocarril de la Muerte, Kanchanaburi, Tailandia. Fotografia de Niels Mickers.
The Death Railway. Mapa creado por W. Wolny
El libro de Flanagan, premiado con el Booker de 2014, y ex-aequo en el Premio Literario del Primer Ministro de Australia del mismo año, se ha visto rodeado, al menos en Australia, de cierta polémica. Uno de los miembros del jurado del segundo premio, el poeta Les Murray, llegó a decir de The Narrow Road to the Deep North que es un libro "pretencioso y estúpido". Evidentemente, a Murray no le gustó ni la decisión de los asesores del Primer Ministro que cambió el veredicto del jurado ni el libro mismo.

Fragmento de 'Ulysses' de Tennyson
A Flanagan le interesa explorar el increíble potencial del ser humano para sobreponerse al sufrimiento y expresarse de una manera artística: la literatura es uno más de los temas centrales. Dice Dorrigo que las palabras “fueron la primera cosa hermosa que conocí en mi vida.” (p. 14) El poder inconmensurable de las palabras, de la literatura, es algo fundamental en la novela. Desde los libros que les sirven a los prisioneros de guerra para sobrevivir a una realidad devastadora o para enrollarse un cigarrillo de basto tabaco tailandés, pasando por el haiku que el coronel Kota no logra recordar en un momento crítico, mientras sujeta una espada a milímetros del cuello del prisionero Darkie Gardiner, a las referencias recurrentes de Dorrigo a Homero, Dante, y al poema ‘Ulysses’ de Tennyson, las palabras son la esencia que Flanagan contrapone al silencio forzado, al que Flanagan alude bien pronto en su historia:
“La noche que Tom [hermano mayor de Dorrigo, participante en la Gran Guerra] vino a casa quemaron al Káiser en una fogata. Tom no decía nada de la guerra, ni de los alemanes, ni del gas o de los tanques y las trincheras de las que habían oído hablar. No dijo nada en absoluto. Lo que un hombre siente no siempre equivale a todo lo que es la vida. A veces no equivale a nada en absoluto. Solamente se quedó mirando fijamente las llamas.” (p. 2, mi traducción)
Quizá uno de los principales méritos de Flanagan (que Murray soslaya por motivos que se me escapan, quizás más políticos que otra cosa – la novela es cualquier cosa excepto estúpida) es la amalgama del horror causado por los seres humanos con el afecto que podemos sentir por otros en medio de ese espanto. Flanagan maneja con soltura los ángulos y los puntos de vista narrativos, de tal suerte que hace posible que el lector pueda tratar de comprender la fascinación de un criminal de guerra japonés por la belleza de la poesía y luego asistir a las innombrables crueldades y salvajadas que ese amante de la belleza inflige a un ser humano al que considera no solamente inferior sino perfectamente prescindible.

El angosto camino al norte profundo. Desfiladero hecho prácticamente a mano por los prisioneros de guerra. Hellfire Pass, a unos 70 km de Kanchanaburi. Fotografía de calflier001.
En un párrafo que personalmente me resulta imborrable, Flanagan cuenta cómo Evans cree tomar conciencia de la naturaleza recurrente de la violencia en la humanidad, de cómo esa violencia ha traspasado nuestra esencia y ha alcanzado cotas de magnitud filosófica:
“Por un instante pensó que comprendía la verdad de un mundo espantoso, en el que no se podía escapar del horror, en el que la violencia era eterna, la gran y única verdad, más grande que las civilizaciones que creaba, más grande que cualquier dios al que el hombre adorara, puesto que era el único dios verdadero. Era como si el hombre solamente existiera para transmitir la violencia y asegurar que su dominio fuera eterno. Puesto que el mundo no cambiaba, esta violencia siempre había existido, y nunca sería erradicada, los hombres morirían bajo la opresión y la barbarie de otros hombres hasta el final de los tiempos, y toda la historia humana era la historia de la violencia.” (p. 307, mi traducción)
La estructura narrativa de The Narrow Road to the Deep North es algo compleja: Flanagan da saltos temporales entre pasado anterior a la guerra y un pasado mucho más cercano al presente, cuando Evans (que en buena parte parece ser una recreación ficcional de Weary Dunlop) se ha convertido en persona famosa y respetada. Además de esta complejidad estructural, la amalgama de puntos de vista fuerza al lector a hacer recuento de lo leído de forma constante. Flanagan te conquista con el lirismo de su prosa, incluso cuando describe cosas que pueden considerarse de lo más horrendas, como este párrafo sobre el estado de inanición de los prisioneros de guerra en el campo birmano:
“La inanición acechaba a los australianos. Se ocultaba en cada uno de los actos y pensamientos de cada uno de los hombres. Frente a ella solamente podían brindar su sabiduría australiana, que en realidad no consistía en otra cosa que opiniones más vacías que sus barrigas. Trataban de mantenerse unidos mediante su mordacidad y sus maldiciones australianas, sus recuerdos de Australia y su compañerismo australiano. Pero de pronto, la palabra ‘Australia’ significaba muy poco frente a los piojos, el hambre, el beriberi, contra los robos y las palizas y los cada vez mayores trabajos de esclavos. ‘Australia’ se estaba encogiendo y arrugando, un grano de arroz era ahora mucho más grande que un continente, y las únicas cosas que se hacían más grandes día tras día eran sus ajados y lánguidos sombreros caídos, que ahora asomaban, como si fueran sombreros mexicanos, por encima de sus rostros demacrados y sus apagados e inexpresivos ojos, ojos que parecían ya ser poco más que cuencas ennegrecidas por las sombras, esperando la llegada de las lombrices.” (p. 52, mi traducción)
A algunos no les gustará el desvío temático en la historia que supone el idilio de Evans con la mujer de su tío Keith, Amy. Ciertamente, la novela dedica muchas páginas a este romance y a la indecisión de Dorrigo Evans para elegir entre la aparentemente inexplicable pasión por Amy y una vida burguesa y acomodada con Ella, su prometida. Hay sin embargo tanto y tan disfrutable en esta novela que las posibles lacras o pequeños defectos (por poner un ejemplo, la siguiente subordinada especificativa, que debiera ser explicativa, separada por comas, en la página 83: “Her chatter that he had once found joyful now struck him as naïve and false”) no deberían importarnos tanto. Sin llegar a ser una obra maestra (¿Se escriben de verdad obras maestras hoy en día?), The Narrow Road to the Deep North debiera satisfacer a un lector exigente.
La rendición de los japoneses en Birmania en 1945. Fotografia del sargento W.A. Morris.
Lest we forget. La paradoja del dolor que conlleva el recuerdo necesario para que podamos sobrevivir. “Al intentar escapar de la fatalidad del recuerdo, descubrió, con inmensa tristeza, que perseguir el pasado inevitablemente conduce solo a una mayor pérdida.” (p. 417, mi traducción) No nos queda otro remedio que continuar nuestro viaje.


Añadido el 26/02/2016: The Narrow Road to the Deep North ha aparecido recientemente traducido tanto al castellano (El camino estrecho al norte profundo, en traducción de Rita de Costa, Mondadori) como al catalán (L’estret camí cap al nord profund, amb traducció a càrrec de Josefina Caball, en Raig Verd Editorial).

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