27 sept 2015

Reseña: When There's Nowhere Else to Run, de Murray Middleton

Murray Middleton, When There's Nowhere Else to Run (Crows Nest: Allen & Unwin, 2015). 243 páginas.

El primer detalle que me ha quedado grabado de la lectura de esta colección de relatos y primer libro de este joven autor australiano que en 2015 ha ganado el premio The Australian/Vogel (dedicado a la primera publicación de un autor) es la variadísima gama de escenarios australianos en los que sitúa sus relatos: de este a oeste, de Melbourne a Queensland. Es como si Middleton ha aprovechado las ocasiones que haya tenido de viajar por el país para tomar los apuntes básicos necesarios con los que preparar el armazón de cada uno de los relatos. Dicen que en la variedad está el gusto, y al menos en ese aspecto When There’s Nowehere Else to Run cumple las expectativas.

Lo anterior no quiere decir que la variedad se extienda a la temática de estos relatos. Los temas y su tratamiento son muy uniformes: en todos los relatos hay algún personaje que se enfrenta a una situación de la que no es fácil salir. En el horizonte atisban una posible salida a una nueva vida, o una transformación, porque no hay ninguna opción en la vida que llevaban hasta ese instante. En ‘Mainstream’, una mujer separada viaja hasta Perth acompañada de su hijo autista, completamente decidida a dejar al chico en compañía de su padre. No aceptará un no por respuesta. En ‘The Greatest Showbag on Earth’, un padre de familia apenas puede enfrentarse al hecho de que su esposa se haya marchado, y la compañía de sus hijos al Show de Pascua en Sydney le resulta prácticamente intolerable.

Leñadores en el Show de Pascuas en Sydney. Fotografía de Saberwyn.
En otro de los relatos que quisiera destacar, ‘Forget About the Prices’, una madre consigue localizar a su hijo, que ha huido de casa, en una remota localidad del norte de Queensland. Fuera de su elemento, la mujer se esfuerza por reconectar con su hijo, de quien lo único que sabemos es que ha sido objeto de alguna discriminación o humillación. El relato es sucinto y apropiadamente económico en palabras. Tras una cena durante la cual ella subraya que el joven no debe tener reparo alguno sobre lo que pueda costar lo que pida, la madre insiste en comprarle un helado como cuando era niño e inocente.

Naturalmente, en una colección en la que hay un hilo temático conductor, no todos los relatos tienen la misma fuerza o causan el mismo impacto. Algunos de ellos son más bien flojos por la técnica que Middleton emplea en ellos. En concreto, ‘Burnt Hill Farm’ me resultó decepcionante por su formato. Está elaborado como una especie de diario de entradas anuales acerca de las vacaciones de Pascua de dos familias a lo largo de dos décadas. En cada una de las entradas el narrador, aparentemente omnisciente adopta el punto de vista de uno de los personajes. El resultado final me pareció más bien caótico por lo excesivamente escueto.

Quizás el cuento más logrado sea ‘The Fields of Early Sorrow’, que ya había sido galardonado en 2010 con el Premio de Relatos Breves del diario de Melbourne The Age, y que todavía puede leerse en línea, aquí. Un estresado editor de un periódico de Victoria lleva a su hermana pequeña, toxicómana, a una remota residencia de desintoxicación en las montañas del norte de Nueva Gales del Sur. En la primera parada que hacen rumbo a su destino final, la chica, Katie, desaparece del camping y parque de caravanas que han escogido para pernoctar. Alarmado, sale a la carretera en su búsqueda. Cuando no halla rastro de ella, regresa al camping, pero antes divisa una figura solitaria en el autocine abandonado cercano. En un momento de enternecedora sinceridad, la chica confiesa sus más íntimos sentimientos de desesperanza cuando rememora la nostalgia de la felicidad infantil perdida: “Si no voy a volver a sentirla, ¿de qué sirve todo esto? ¿No se suponía acaso que la vida es la búsqueda de la felicidad? Ya he sufrido suficiente vergüenza para toda una vida. Esta desesperanza constante parece ser la verdad absoluta. Hasta los más pequeños momentos de felicidad que recuerdo me parecen fútiles cuando los comparo con el enorme peso de este sentimiento. No hay respiro alguno, al menos no lo hay para mí.” (p. 102, mi traducción)

Middleton escribe en una prosa económica, sin exceso de detalles, y permite al lector llenar huecos que de otro modo harían el relato mucho más extenso y farragoso. En casi todos los relatos de este volumen los personajes sufren o han sufrido una importante pérdida personal, pero Middleton es debidamente comedido en la construcción de personajes. Es una prosa que en cierto modo recuerda a la de Tim Winton en sus primeros libros de relatos: personajes en su mayoría de pocas palabras, descripciones escuetas pero ajustadas a lo que dicta la necesidad del relato. Es una nueva y sugestiva voz en la narrativa australiana contemporánea, y sería deseable que siga en esta línea que se ha marcado de elaborar un retrato realista de la clase media australiana urbana en la segunda década del siglo XXI.

19 sept 2015

Reseña: Bereft, de Chris Womersley

Chris Womersley, Bereft (Carlton North: Scribe, 2011). 264 páginas.

La palabra que da título a esta novela (la segunda) del australiano Chris Womersley es el participio pasivo del verbo bereave, que viene a denotar el estado de privación y desolación en el que queda uno a quien la muerte le arrebata un ser amado. En su lecho de muerte, observa la madre del protagonista, Quinn Walker: “Viudas y viudos. Huérfanos – y ya sabes que yo fui una de ellas. Quinn, ¿sabías  que no hay ni siquiera una palabra para el padre o la madre que ha perdido a un hijo? Es extraño, ¿no? Podría pensarse que sí, después de tantos siglos de guerras y enfermedades y problemas, pero no: hay un vacío en la lengua inglesa. Es lo innombrable.” (p. 144, mi traducción)

La novela comienza pocos años antes del inicio de la I Guerra Mundial, en un pequeño pueblo al oeste de las Montañas Azules en el estado de Nueva Gales del Sur llamado Flint, venido a menos tras haberse agotado el yacimiento de oro por el cual la zona se pobló muy rápidamente. En medio de una terrible tempestad se produce la violación y asesinato de la hermana de Quinn, Sarah. Cuando a Quinn, un jovencito de 16 años, lo descubren su padre y su tío junto al cuerpo ensangrentado de su hermana, es presa del pánico y huye de Flint.

Después estalla la guerra en Europa. Un día la madre de Quinn, que nunca creyó que su hijo fuera culpable del atroz crimen, recibe un telegrama en el que le comunican que su hijo ha muerto en batalla. Diez años después de su huida, Quinn regresa a una Australia que está padeciendo una terrible epidemia de gripe (la, según parece, incorrectamente llamada gripe española). Volver a Flint parece ser la única opción que tiene. En la guerra ha sido herido de gravedad, su rostro ha quedado desfigurado por la metralla y los gases alemanes le han dañado los pulmones. Padece el típico trastorno de estrés postraumático de un soldado: pesadillas, sordera acompañada de ruidos en su mente, indecisión constante.

Quinn sabe muy bien que corre un enorme riesgo al volver a su pueblo natal: le consideran el autor del crimen y lo colgarán sin someterlo a juicio. Descubre que su madre está prostrada en cama, muy enferma; decide ocultarse en las colinas cercanas y visitarla cuando no hay nadie más en la casa. En su refugio va a recibir la inestimable ayuda de una chica de 12 años, Sadie, que se ha quedado sola en el mundo tras la muerte de su madre. Sadie huye también del policía del pueblo, Robert Dalton, tío de Quinn y verdadero autor de la violación y muerte de Sarah diez años antes.

En parte thriller y en parte relato del retorno a casa tras la guerra, Bereft incluye algunas características del realismo fantástico: Sadie sabe cosas sobre Quinn de las que, según la lógica, no debiera tener conocimiento alguno. Parece saber comunicarse con los animales y la naturaleza y sabe desaparecer sin dejar rastro alguno. Protegerla de la maldad que encarna Dalton supondría una suerte de redención para el soldado que no supo o no pudo salvar a su hermana pequeña.

Esta es una novela muy heterogénea, pero rica en episodios memorables. El pasado de Quinn, tanto los buenos recuerdos y la nostalgia que siente por una vida anterior a la desgracia y a la guerra, como los momentos más brutales y traumatizantes de esos diez años en que estuvo alejado de Australia, marca la narración como una sombra amenazadora de la que no puede separarse. Womersley trabaja muy bien los diálogos entre Quinn y su madre Mary, así como los momentos de suspense en que el padre está a punto de descubrir su presencia en la casa aislada por orden del médico.

Hace un par de años tuve la suerte de poder traducir al castellano un relato de Chris Womersley para la revista Hermano Cerdo, ‘Posibilidad de agua’, que sigue disponible en línea y que puedes leer aquí si te apetece.

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