1 abr 2016

Reseña: On Beauty, de Susan Johnson

Susan Johnson, On Beauty (Carlton: Melbourne University Press, 2009). 91 páginas.
´Beauty is in the eye of the beholder´, dice un antiquísimo proverbio en lengua inglesa cuya traducción más convencional (‘Todo es según el cristal con que se mire’) no termina de convencerme; me parece imperfecta, en tanto que la versión en castellano deja caer la noción de belleza de la ecuación y la reemplaza con un “todo” absoluto que nada tiene que ver con lo que expresa el proverbio inglés.

Este librito de la escritora australiana Susan Johnson es un modesto y ameno ensayo sobre la belleza, entendida no solo como concepto, sino también como sentimiento humano. Digo sentimiento porque pienso que a la abstracción intelectual de la belleza no es posible llegar sin antes percibir o sentir la presencia de algo que nos es bello.

La belleza, así pues, se nos presenta de formas muy variopintas y también muy personales, como expresa muy bien el aforismo mencionado antes. Para la mayoría, la belleza se nos aparece como algo esencialmente visual, otros ven más belleza en la interpretación de una pieza musical, mientras que otros pueden percibir la belleza a través de las palabras. De lo que no cabe ninguna duda es que consideramos como “bello” algo que satisface nuestros sentidos, nuestro sentido de la proporción y el ideal de la realidad exterior.

Johnson subraya el hecho de que la belleza es una paradoja. La belleza queda “sometida con el fin de prestar un servicio, por parte de la moralidad, la religión, el arte, la política, el mito, y la mayor parte de las veces por hombres que creen poseerla.” (p. 11, mi traducción) Confiesa Susan Johnson que para ella la vida parece haber sido a veces “una larga búsqueda de la belleza” (p. 25). Puede que sea así para todos los que, en mayor o en menor medida, nos hemos involucrado personalmente en campos relacionados de alguna manera con la creación artística o sencillamente nos atrevemos a dar a conocer nuestra opinión sobre las creaciones de otros.

Naturalmente, importa mucho el medio en el que se nos presenta una creación: un castillo de fuegos artificiales visto por TV (incluso en una retransmisión en HD) ni siquiera se acerca al canon de belleza que alcanza ese mismo espectáculo visto en vivo, a metros del lugar desde donde se disparan las carcasas. Las fotografías suelen hacer justicia a los paisajes, pero ninguna puede reemplazar la sensación que estar allí presente, en el momento apropiado.

Una de los comentarios de este librito que más curiosidad me han suscitado es el que hace Susan Johnson respecto a la “obra” de los hermanos Chapman, Jake y Dinos. En particular, el tratamiento al que sometieron a los grabados de Goya, los llamados Desastres de la guerra. Dice Johnson que “si los hermanos Chapman tenían la esperanza de despertarnos de nuestro letargo al desfigurar y destrozar la obra de Goya, tuvieron éxito: quería escupirles a ambos, de una manera transgresora, y ciertamente, sin belleza alguna.” (p. 70, mi traducción) Y por lo que he podido ver, tiene toda la razón.

No comment...
Podríamos hacer una rápida prueba (la cual no probaría nada, por otra parte – ¡y menos mal!). ¿Cuántas de estas cosas que incluyo crees tú que se aproximan lo suficiente al canon de lo que consideras “bello”?

Dicen que la primavera la sangre altera, pero esta música siempre me ha parecido bella, independientemente de la estación.
La belleza de unas florecillas en el Parque Nacional de Snowy Mountains, Nueva Gales del Sur.
La belleza de la perfección en el deporte. La obra de arte del futbolista que todos soñábamos con poder ser alguna vez cuando éramos niños.
La naturaleza, cosa que sé demasiado bien, puede entrañar horror y terror. Cuando está calmada, en cambio, es la estampa misma de la belleza. Un fiordo noruego, fotografía de Erik A. Drabløs.
La belleza de una comida sencilla, sabrosa y saludable. Pescado fresco del río Mekong. Insuperable.

14 mar 2016

Reseña: Home, de Toni Morrison

Toni Morrison, Home (Londres: Chatto & Windus, 2012). 147 páginas.
A poco más de 24 horas de iniciar un viaje que me llevará a “casa” (uso el entrecomillado porque uno, tras pasarse veinte años viviendo en la otra punta de este sufriente planeta, ya no tiene nada claro qué es eso de “casa”), termino de leer esta breve novela de una escritora a la que descubrí por casualidad en los albores de la década de los 90 el día en que compré en una librería del centro de Valencia un libro titulado Beloved. Y me pregunto dónde está para mí ese lugar que llamamos “casa”.

Mucho ha llovido desde entonces, y la escritura de Morrison también ha cambiado. No lo ha hecho de manera radical, y en todo caso los temas que frecuentan sus obras siguen siendo básicamente los mismos. En el caso de Home, el trasfondo histórico es la década de los 50, en plena guerra fría y con la guerra de Corea como telón de fondo.

Un joven afroamericano, Frank Money (apellido muy útil para Morrison, pues la familia de los Money no tiene ni blanca, valga otro socorrido juego de palabras) salió del pueblucho de Georgia en el que no tenía futuro alguno en compañía de sus dos mejores amigos, Stuff y Mike, hacia Kentucky, donde recibieron entrenamiento militar para después ir a Corea. De los tres, solamente Frank ha vuelto a “casa”; tras un año de vagabundeo, víctima del síndrome de estrés post-traumático y frecuentemente metido en problemas con la policía, despierta una noche de invierno en una institución psiquiátrica en Seattle a la que no sabe cómo ha llegado. Escapa descalzo, sin dinero y sin ropaje, pero tiene la fortuna de encontrar refugio en una iglesia, en la que le acoge un clérigo (muy apropiadamente llamado John Locke), quien le dará dinero y ayuda para que pueda ponerse en camino.

El verdadero John Locke
¿Por qué ha decidido Frank ponerse en camino hacia el sur? Pues porque ha recibido una carta de una mujer llamada Sarah que le conmina a ir a Atlanta con urgencia, antes de que muera su hermana Ycidra, Cee. El viaje de Frank por la América de los años 50 es de lo más ilustrativo: el racismo segregacionista es la norma: en el tren ve a un viajero que ha sido apaleado por intentar comprar en un establecimiento para blancos, mientras que en otra ciudad es cacheado por la policía solamente por detenerse ante la vitrina de una zapatería.

Para Frank, obviamente, esto no es nada nuevo. Su primer recuerdo es la huida a pie de toda su familia de algún lugar de Texas, en el que algunos encapuchados (de esos que públicamente demuestran su apoyo a ese demagogo bufón del tupé, que quiere ser candidato a presidente de los EE.UU.) les han dado 24 horas para poner tierra de por medio.

La nouvelle está repleta de simbolismo: no es únicamente el caritativo John Locke. Son muchos los símbolos, algunos muy evidentes, otros más difíciles de descifrar o interpretar. El laurel del final de la novela es uno de los más conseguidos: un árbol fuerte, cuyas raíces oponen resistencia, pero finalmente acogen los huesos del desconocido cuyo cadáver Frank y Cee vieron enterrar en un agujero sin marcas cuando eran niños.

Toni Morrison, inmortalizada en Vitoria-Gasteiz, aunque el fresco ya haya desaparecido.
Morrison trabaja con dos narradores: una narradora omnisciente (en apariencia solamente) y la voz de Frank, que interrumpe la narración de la otra voz para mayoritariamente confirmar lo ya narrado o añadir detalles propios. Pero la prosa de Morrison en Home es menos barroca que en sus primeros libros. La indefinición que caracterizaba novelas como Beloved o The Bluest Eye queda reducida, en tanto que Morrison emplea una prosa escueta y lírica, y en la que los diálogos, cuando aparecen, son también breves. La autora parece más preocupada por transmitir imágenes que ideas, y en eso el libro se resiente. Hay hilos argumentales que quedan pendientes de resolver, como el del doctor Scott de Atlanta, que le causa las terribles lesiones a Cee que la ponen al borde de la muerte.

¿Es para Frank y Cee su casa o hogar el país en el que nacen, que los empuja a un lugar que es, según Frank, “el peor sitio del mundo”, y del que tienen que salir para intentar labrarse un futuro en el seno de una sociedad que los margina y desprecia? ¿O lo es únicamente el rincón de ese pueblo perdido en el que todavía no hay luz ni agua corriente, pero en el que sus padres construyeron una casa para ellos?

Home no se acerca a la magia y el virtuosismo narrativo de las novelas de Morrison de décadas anteriores, pero no deja de ser la obra de una de las grandes figuras de la narrativa estadounidense de nuestra época.

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