29 ago 2016

Reseña: The Façades, de Eric Lundgren

Eric Lundgren, The Façades (Nueva York y Londres: Overlook Duckworth, 2013). 216 páginas.
Las calles de una ciudad son por lo general espacios abiertos, pero no es posible afirmar lo mismo de los edificios que las componen. ¿No puede acaso ocultarse un misterio tras la fachada de un edificio? Sí, pero depende mucho de quién nos cuente la historia.

La ciudad en este caso se llama Trude, un lugar ficticio en el medio-oeste estadounidense. El narrador se llama Sven Nordberg, y su mujer Molly ha desaparecido. Ella es cantante de ópera, él un mediocre empleado de un bufete de abogados. Tienen un hijo, Kyle, que está pasando por la ‘crisis’ de la adolescencia.

Esta mítica Trude fue en gran parte diseñada por un celebérrimo arquitecto austro-alemán, un tal Klaus Bernhard. Pero la ciudad (y quizás esto sea lo más próximo a la realidad contemporánea de los EE.UU.) ha caído en un terrible declive. Dos son los edificios de Bernhard que más destacan: el centro comercial conocido como Ringstrasse Mall, una curiosísima estructura de círculos concéntricos cuyo interior alberga un laberinto y una torre, y un peculiar asilo, en el que vive la madre de Sven, y que recibe el irónico nombre de Traumhaus.

Tras la desaparición de Molly, Sven deambula por las calles de Trude buscándola sin éxito. Poco a poco su vida empieza a derrumbarse a sus pies. Descuida la casa, su higiene personal, su dieta, y por supuesto, la educación y la atención por su hijo Kyle. Sven se convierte en el arquetípico perdedor, bebedor de vino peleón y fumador empedernido. Y lo peor es que no tiene ni idea de por qué puede haberse desvanecido Molly de su vida.

The Façades es una extraña novela: cuenta con un argumento tan tenue y deslavazado que apenas se sostiene como unitario, y a Lundgren eso no parece haberle importado lo más mínimo. Al contrario, diríase que es una estrategia deliberada. Hay sin embargo una sutil ironía que suele ser rara entre la mayoría de los narradores estadounidenses contemporáneos. En cierto modo, Lundgren quiere ser un Pynchon del siglo XXI. Pero es demasiado pronto para afirmar que este autor haya tomado el testigo del maestro.

La novela triunfa en pequeños detalles y episodios. La interacción de Sven con una pareja de policías que investigan la desaparición de Molly, por ejemplo. McCready y The Oracle (un mote muy apropiado para un policía que resuelve sus casos a través de sus sueños) produce momentos desternillantes. Por ejemplo, cuando se presentan en su casa la mañana después de que Sven se pegue un revolcón con la chica de la panadería. Sven explica que está lavando la ropa de cama, y McCready le responde que eso no es un delito. Por ahora.

La atmósfera de Trude, sumida en un invierno frío y gris, es apabullantemente opresiva.  Se respira un aire a estado policial y fascistoide. Cuando el alcalde decide cerrar todas las bibliotecas (provocando una gravísima crisis social, nos cuenta Sven) los bibliotecarios se atrincheran en la Biblioteca Central y la defienden con armas, hasta que El Oráculo (quién si no) tiene una revelación nocturna que le sirve a la policía para reconquistar el último bastión de la cultura. Algo de simbólico tiene este episodio, desde luego.

The Façades no engaña a nadie que busque pasar un rato divertido leyendo una historia intranscendente. Lundgren nos ofrece una prosa bastante original para contar una historia que no es tal historia. El desenlace, o más bien la falta de éste, en definitiva, no nos importa, pues desde las primeras páginas le va quedando claro al lector que no es ese el propósito del autor.

Son los detalles cuasi-absurdos los que deleitan: el asilo, esa casa de los sueños en la que se obliga a los residentes a escribir sus memorias y someterlas a evaluación. Si no provocan una reacción determinada en el cuerpo de examinadores los residentes pueden ser expulsados. La deserción de Kyle, que abandona el domicilio familiar para unirse a un sospechoso grupo evangelista que promueve la quema de libros, de recuerdos de la infancia, de todo lo que pueda ser una tentación.

Lundgren abusa en algún momento del enrevesamiento gratuito de la trama, por ejemplo, cuando Sven descubre el cadáver helado del periodista cultural del diario local (La Trompeta, LOL) y días después otro tipo que dice llamarse igual que el periodista aparece en el estreno de la nueva temporada de ópera. Son pistas falsas que no llevan a ninguna parte, como casi todas las situaciones anteriores en que se ve involucrado Sven de alguna u otra manera.

Entretiene, pero no deslumbra. Y sus 200 páginas se leen en un santiamén. Pero, ¿dónde narices está Molly?

The Façades ya la publicó en castellano Malpaso en 2015 (Las fachadas), en traducción de Esther García Llovet.






27 ago 2016

Informe de un consumidor, de Peter Porter


Informe de un consumidor

El producto que he probado se llama Vida.
He rellenado el formulario que me enviaron
y entiendo que, por lo tanto, mis respuestas tienen un carácter confidencial.

Me lo dieron de regalo.
Sentí más bien poca cosa mientras lo usaba;
de hecho, me hubiese gustado emocionarme más.
Me pareció suave al tacto,
pero ha dejado detrás un indecoroso residuo.
No resultó ser muy económico,
y eso que lo he usado más de lo que pensé
(creo que me queda la mitad,
aunque me resulta difícil saberlo);
aunque viene con instrucciones muy detalladas,
hay tantas, y tan diferentes,
que no sé muy bien cuál seguir, sobre todo
porque parecen contradecirse unas y otras.
No estoy seguro de que una cosa como esta
deba dejarse al alcance de los niños:
es difícil decidir qué finalidad
debiera dársele. Me dice un amigo mío
que sólo sirve para que su creador no pierda el trabajo.
Además, el precio es sin duda desorbitado.
Hay tantas cosas hoy en día, las hay a montones...
y en todo caso, el mundo se las apañó
durante miles de millones de años
sin esto: ¿que nos hace falta ahora?
(A propósito, háganme el favor de decirle
a su agente que deje de llamarme ‘entrevistado’,
porque no me gusta como suena.)
Parece que hay muchas etiquetas diferentes,
además de tallas y colores, que deberían ser uniformes.
Tiene una forma algo estrambótica, es impermeable,
pero no resistente al calor; no dura tanto,
pero es difícil de deshacerse de él.
Cada vez que ustedes lo fabrican más barato, diríase
que le ponen menos – y aunque digas que no
lo quieres, te lo traen de todos modos.

Bien cierto es, que es un producto muy popular,
hasta se ha implantado en el idioma; la gente dice
que hay quienes se quedan en sus márgenes.
Personalmente, opino que se han excedido:
es una cosilla por la cual la gente
está dispuesta a comportarse de mala manera. Pienso
que debiéramos tenerlo, por descontado. Si a los peritos en este asunto
les llaman filósofos, o expertos
de marketing, o historiadores, qué más da.
Somos nosotros sus consumidores, y por ello en última instancia
los que decidimos. De manera que, a fin de cuentas, lo compraría.
Pero a la pregunta de si es “el mejor producto disponible”,
preferiría no responder hasta que reciba 
el producto de la competencia, que ustedes dijeron me iban a enviar.

Peter Porter, poeta australiano (Brisbane 1929-Londres 2010)

El original puede leerse aquí.

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