27 may 2017

Reseña: Intemperie, de Jesús Carrasco

Jesús Carrasco, Intemperie (Barcelona: Seix Barral, 2016 [2013]). 223 páginas.
De Intemperie uno podría escribir: “McCarthy does Extremadura” y quedarse tan pancho, simplificar y estereotipar sin miramiento alguno. Pero quedarse así de pancho no es exactamente lo que uno persigue al escribir en un blog de literatura sus impresiones sobre lo que lee. No es que se trate de profesionalismo – nadie me paga por dar mi opinión – sino de demostrar una mínima autoestima como lector y compartir apreciaciones, observaciones, justificar cosas que gustan y otras que no gustan tanto con quienquiera que llegue a esta página y se tome la molestia de leerme.

Para empezar, debo advertir que tiendo a desconfiar mucho de casi todo lo que se me propone desde los medios ‘serios’ de la Península Ibérica, tan consagrados ellos, como ‘imperdible’. Así, por ejemplo, Senabre comenzaba su reseña de Intemperie en El Cultural (18 de enero de 2013) afirmando que “La publicidad no es en este caso hiperbólica ni engañosa.” Toda publicidad que se precie peca de la exageración (si no, no es publicidad sino crítica o valoración), y el caso de Intemperie no es una excepción.

Tres meses después, Paula Cifuentes caracterizaba el debut de Jesús Carrasco en Letras Libres como un libro complejo. No puedo estar más en desacuerdo: con apenas 200 páginas, una exigua trama lineal, unos pocos (muy pocos) personajes, que además están tenuemente caracterizados, uno no siente ni detecta complejidades dignas de mencionar en Intemperie.

Pero el hecho innegable es que la novela triunfó en toda Europa, tras traducirse a toda una retahíla de idiomas. La historia atrapa el lector desde la primera página, y aunque a ratos la narración decae, Carrasco mantiene el suspense con habilidad.

Por si no conoces el argumento, ahí va un resumen: un niño ha huido de su casa (y de su pueblo) en una región del sur de España azotada por una bestial sequía. No sabemos de qué atrocidades huye, pero su desesperación le empuja, y ya se sabe que la supervivencia nos obliga a hacer lo que normalmente resultaría irrealizable. Tras evadir los primeros intentos de búsqueda, el niño encuentra a un viejo cabrero. Su primer instinto es robarle comida y agua y poner tierra de por medio. El cabrero, sin embargo, le salva la vida cuando el niño sufre una insolación de órdago.

Para poder escapar del alguacil y sus secuaces deben atravesar el llano, un espacio estéril, descarnado y despiadado. El viejo cabrero decide parar en las ruinas de un viejo castillo. Cuando aparecen el alguacil y sus dos desalmados ayudantes, parecería que la suerte está echada. Pero el niño sobrevive en un escondrijo, y el cabrero sobrevive a la paliza del alguacil. Las que no sobreviven son las pobres cabras, que ninguna culpa tenían de nada.

¿Qué hemos hecho nosotras para merecer esto?
Fotografía de Bryan Ledgard, de Yorkshire 
El niño tiene ahora que salvar al cabrero, y por eso se va con el burro, hasta un pueblo donde se supone que hay agua, siguiendo el polvoriento camino. En el pueblo solo hay un tullido que tiene comida y engaña al chico. Desde ese momento, los acontecimientos se precipitan y la ley de la supervivencia imperará. La violencia, la muerte y la crueldad extrema pasarán a formar parte de la vida del niño, cuyo único objetivo habrá de ser alcanzar la libertad. El precio es alto, pero conservar la vida lo exige.

La prosa de Carrasco es en cierto modo similar al paisaje de la zona del mundo que describe. Un lugar arisco, donde el diálogo es siempre escueto y la descripción de detalles es harto estricta: Carrasco es, desde luego, un narrador muy disciplinado. Y ello se agradece. Una novela de este estilo con más de 350 páginas me resultaría casi seguro inaguantable. Virtuoso del mot juste, Carrasco da pocas pistas sobre un momento histórico donde el lector pueda situarse. Pudiera ser la posguerra, pero el autor no nos regala nada. Al contrario: prefiere que el lector lea entre líneas.

Intemperie es una muy buena primera novela. Carrasco escribió otras que no verán la luz – o al menos eso se deduce de lo que dice en las entrevistas que concede. Bebe de la tradición de la picaresca castellana, de la tosquedad o la circunspección de autores españoles de la posguerra, de escenarios distópicos o postapocalípticos más recientes.

El mundo de Intemperie es uno de buenos y malos, esa simplista dicotomía tan profundamente errada, pero que tan fácil resulta de equiparar con una moral situada dentro de un marco de proselitismo religioso. Es ahí donde yo le veo flaquezas al libro. ¿De verdad hay cabreros que leen la Biblia y que insistan en dar cristiana sepultura a auténticas alimañas uniformadas?

25 may 2017

Reseña: Remainder, de Tom McCarthy

Tom McCarthy, Remainder (Richmond: Alma Books, 2006). 287 páginas.
Remainder es uno de esos libros que pasan desapercibidos para muchos lectores de lo que probablemente (y a riesgo de que se me tilde de prepotente y arrogante) deberíamos llamar literatura seria. Seria, en contraposición a la literatura de consumo fácil, de usar y tirar.

Merece contarse por sí misma la historia de la publicación de esta novela: inicialmente la publicó en 2005 una pequeñísima editorial del tipo underground ubicada en París, conocida como Metronome. Publicaron unas 750 copias. Un número ridículo a todas luces. Más ridículo resulta que la rechazaran tantas casas editoriales anteriormente.

El tema de Remainder es la autenticidad de todo lo que hacemos como individuos. Así, de entrada, podría espetarme alguien: ¿y qué tiene de original? Nada, y mucho. Puede que el tema no sea nuevo, pero la narración que ofrece McCarthy sí es original, novedosa y fresca. Y eso, a pesar de los ya más de diez años transcurridos desde su publicación.

El anónimo protagonista narrador (está toda contada en primera persona) ha sobrevivido a un accidente sobre cuyos particulares tiene prohibido hablar. La prohibición tiene una base legal muy sólida: su abogado ha alcanzado un acuerdo con los responsables subsidiarios del accidente, acuerdo por el que le van a entregar cerca de ocho millones y medio de libras esterlinas. No está nada mal. Con razón pide una botella de champán para compartir con sus amigos en el pub. Yo quizás me habría pedido dos, o incluso tres.

Brixton Tube Station. De aquí, al despacho del abogado. Te esperan 8 millones y medio de libras.
Fotografía: Sunil060902
El agraciado ha salido de un coma que ha durado varios meses; superar el trauma no ha sido nada fácil, y ha tenido que volver a aprender a moverse. En las sesiones de fisioterapia descubre que todo lo que está haciendo tras el accidente no tiene visos de autenticidad. Apenas una semana después de recibir todo ese dinero, nuestro narrador acude a una fiesta en la que se siente como pez fuera del agua. Como suele hacer mucha gente en las fiestas, se encierra en el baño para evitar el contacto con otros humanos.

En el baño se queda contemplando una grieta en la pared, la cual revive en su mente un recuerdo de una vivencia pasada, en un edificio donde cree haber vivido en alguna ocasión. Con tanto dinero en el bolsillo puede permitirse acometer cualquier cosa, de manera que el hombre emprende un gran proyecto: recrear ese apartamento hasta el más mínimo detalle. Compra la finca entera y la aledaña, echa a los inquilinos y contrata actores que representen una y otra vez la escena que tiene en mente. Entre otros, hay un pianista al que le paga por interpretar Rachmaninov con errores, una señora que fríe hígados continuamente en el piso de abajo, y un motero que se pasa el día montando y desmontando el motor de su moto en el patio interior del edificio.

Arrégleme este pinchazo tantas veces como yo le diga. ¡Se lo pagaré bien!
All The Tyres U Need, 227 Brixton Rd. Fotografía: Danny Robinson
Todo este montaje no le basta: tras una visita a un taller mecánico cercano a su piso de Brixton, durante la cual sufre un insólito incidente, el extraño obseso adquiere una nave industrial cerca de Heathrow donde recreará el taller y el incidente. Cuando la persistente representación de estas banales rutinas dejan de alimentar sus ansias de autenticidad, el hombre se empecina en reconstruir y representar el asesinato de un hombre en su barrio.

La recreación ficcionalizada de la realidad llega hasta las últimas consecuencias cuando decide, junto con su asesor y gran hacedor de cosas, Naz, recrear un atraco a un banco sin advertir a nadie de que se trata de una representación.

McCarthy, al igual que en Satin Island, demuestra aquí un gran control del ritmo narrativo; Remainder está escrita en una prosa muy precisa, pero atenta al detalle, como tiene que ser para alguien tan extrañamente obsesionado con el instante, con la confluencia de espacio y tiempo y la perfección de la aprehensión de esa confluencia como experiencia repetible y representable. Y lo consigue, aderezando la historia con buenas dosis de un fino sentido del humor. Lo insólitamente absurdo del personaje narrador es llevado hasta el final en un desenlace abierto e inconcluso. ¿Un final factible para la repetición ad nauseam? ¿Y por qué no?

Remainder la publicó Lengua de Trapo en castellano en 2006, en traducción a cargo de Andrea Vidal Escabí. Y aunque no la he podido ver, también fue llevada a la pantalla:

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