Jorge Volpi, No será la Tierra (Barcelona: Alfaguara, 2006). 523 páginas.
Una fuerte ambición de apariencia literaria – que no siempre cuaja – y un enorme pundonor parecerían haber sido el germen de esta novela de Jorge Volpi, adicto a la aposición. En No será la Tierra, el autor dramatiza los principales sucesos históricos del siglo XX, adoptando la voz narrativa de un supuesto periodista y antiguo combatiente en Afganistán, el ruso Yuri Mikhailovich Chernishevski, quien nos cuenta la historia desde la celda de una prisión estadounidense. Volpi, adicto a la aposición, trenza la novela con un número impresionante de personajes de toda índole, principalmente científicos y políticos. Hay tres tramas paralelas que con el paso del tiempo van a confluir, dando lugar al desenlace trágico y amargo con que se cierra la obra. La primera es la trama soviética, representada por Irina y Arkadi, científicos ambos y disidentes del régimen soviético. La segunda trama la conforman las hermanas Jennifer y Allison Moore, hijas de un senador republicano, y Jack Wells, codicioso y amoral empresario de la biotecnología. Finalmente, Eva Halász, científica húngara a quien Wells reclutará para ensamblar el mapa del genoma humana.
No será la Tierra se inicia no obstante con el episodio del accidente nuclear más espantoso que haya vivido el planeta, el del reactor número cuatro de Chernóbil. Es el preludio y símbolo, nos da a entender el narrador, de la desintegración del bloque soviético, del fin de la Historia. El hecho de que la novela discurra entre estas marañas histórico-políticas no es algo molesto en sí mismo. Sí resulta molesto, en cambio, el abuso de la aposición. Francamente, cuando el lector se topa con que Moscú es una “ciudad de anchas calles” por vigésima vez, o lee diez veces que Boris Yeltsin es un hombre “de fuertes brazos” en el transcurso de quince páginas, el lector puede enojarse. Este parece ser un tic que sufre Jorge Volpi, adicto a la aposición. Por lo demás, No será la Tierra se disfraza en ocasiones como literatura, sin serlo en realidad. Que la voz narrativa omnisciente sea la de un periodista ruso que nos narra la historia en castellano (¿traduce Volpi?) proporciona claros indicios de un primer disfraz, que puede ser más o menos convincente. Que la novela no acabe cuajar un estilo apunta hacia otro disfraz, éste menos convincente y algo más preocupante: quizá Jorge Volpi, adicto a la aposición, se vale de la historia para ambientar un (melo)drama “en tres actos” (del subtítulo).
Al final de quinientas y pico páginas, puede que el lector se pregunte si ha valido la pena pasar tantas horas leyendo un disfraz. Por fortuna, hay libros para todos los gustos, y sin duda alguna, habrá quien disfrute con No será la Tierra.
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