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28 may 2019

Reseña: Mal de amores, de Ángeles Mastretta

Ángeles Mastretta, Mal de amores (Barcelona: Seix Barral, 2009). 390 páginas.

Con el trasfondo histórico de la Revolución Mexicana del primer tercio del siglo XX, en Mal de amores Mastretta cuenta una historia de amor, la de Emilia Sauri y Daniel Cuenca. Ella es la hija de Diego Sauri, farmacéutico liberal que alberga esperanzas de que en México se dé un cambio político de verdad. Por su parte, Daniel es hijo de un miembro del principal grupo de prohombres intelectuales de Puebla.

Desde bien pequeña Emilia está expuesta a charlas en torno a ideas políticas, veladas musicales y actos que rayan en lo subversivo. También a los remedios menos ortodoxos basados en la cultura popular y los conocimientos de los pueblos indígenas. A medida que crece, sus convicciones se reafirman, y con cada vez mayor frecuencia se contraponen a la realidad de un mundo que margina a las mujeres.

Mientras que Daniel se entrega por completo a la Revolución, Emilia preferiría no tener que perderlo cada vez que hay una lucha que bregar o una idea que defender. La novela sigue las vidas de Emilia y Daniel en sus aconteceres individuales y cada vez que el destino los cruza. Harta de sentirse abandonada por Daniel. Emilia toma refugio en los brazos del médico Antonio Zavalza, una mano firme en pos de la paz, pero por quien Emilia no está dispuesta a casarse y renunciar a Daniel, el amor de su vida desde que fue niña.

Una calle en el centro de Puebla, a finales de 2010.
Mastretta escribe con mucha soltura. Abundan – yo diría que hasta en exceso – las metáforas y comparaciones, que le dan al texto un colorido exagerado. Lo mejor de la novela es la creación del personaje de Milagros Veytia, tía de Emilia por parte de madre. Una mujer muy adelantada a su tiempo, firme en sus convicciones, astuta, inteligente y segura, sin miedo del sistema machista y conservador con el que no comulga.

Libro atractivo para quien disfrute de una estructura narrativa convencional y el lenguaje florido, conversacional y lustroso que Mastretta domina a la perfección. Supondrá también una buena introducción al proceso de la Revolución Mexicana para quien nunca haya leído sobre el tema. Pero, si por el contrario, buscas innovación estructural o retos de otra clase, Mal de amores te puede decepcionar un poco, como fue mi caso.

10 jul 2018

Reseña: Hotel DF, de Guillermo Fadanelli

Guillermo Fadanelli, Hotel DF (Barcelona: Mondadori, 2011). 290 páginas.
En el centro de la ciudad de México está el Hotel Isabel. Es un establecimiento sin renombre alguno: un lugar que acoge a extranjeros despistados, medianías sociales muy aficionados al perico y al trago fácil, y que sirve de guarida y alcancía a narcotraficantes y criminales de baja estopa y peor sentido del humor. Es decir, que en nada se parece a Fawlty Towers.

¿Y por qué ha decidido de pronto hospedarse en el Isabel Frank Henestrosa, alias el Artista? Quién sabe, el caso es que a este mediocre periodista le han caído cinco mil pesos, tal como agua de mayo, y la idea de pasar unos días en el centro de México observando el proceder de unos y otros huéspedes le resulta atractiva. Puede que hasta dé con una historia que valga la pena escribir.

La estructura de este libro semeja la de una novela, pero es una pizca engañosa en ese respecto. Son más bien relatos breves que (per)siguen a los variopintos personajes del hotel, con Henestrosa como narrador – tanto en primera persona como en tercera, con tintes casi completamente omniscientes. Así, leemos sobre gente tan dispar como Stefan Wimer, turista alemán que domina el castellano con soltura y cuya curiosidad bien podría acarrearle problemas. O el caso del Boomerang Riaño, siniestro investigador freelance que acecha el hotel en busca de informaciones. Otrosí: el Nairobi, sobrino de La Señora, jefe de la banda de delincuentes que han tomado el hotel, el decidor de algunas de las ocurrencias más absurdas y desternillantes que había leído en mucho tiempo:
—¿No te da miedo hacerte viejo? [pregunta el abogado de La Señora al Nairobi.] 
—No me importaba cuando estaba joven, menos ahora —responde el Nairobi— Y los que no tenemos hijos nunca nos hacemos viejos.
—¿No tienes hijos, Nairobi? Con razón estás en todos lados. Eres el padre y los hijos al mismo tiempo. Buen ejercicio.
—Estuve a punto de adoptar a un chino, pero están muy caros —remata el Nairobi antes de indicar a sus compañeros el momento de la despedida.
La redada en las calles centrales de Tepito ha culminado y un silencio sideral vuelve a colmar los pasillos del mercado callejero. (p. 163)
Tepito, barrio bravo. Fotografía de A01168527 
Hotel DF está escrita con un tono cínico y perspicaz, utilizando un lenguaje lapidario que se adapta perfectamente al formato de capítulos (o relatos cortos) que nunca llegan a delinear una trama lineal. Es un caleidoscopio por el que se van asomando los distintos huéspedes del Isabel y los personajes secundarios, siempre con el paisaje de fondo del DF, la megaciudad del siglo XXI en la que la vida no parece valer gran cosa y los jóvenes mueren atrapados por el ciclo tóxico de pobreza, falta de oportunidades y delincuencia.

Es divertida, pero al mismo tiempo impera en ella un sentido sombrío de absoluta desesperanza. Como aquel chiste que me contaba mi amigo P. sobre el DF: le pregunta un compadre a otro: “¿Tienes hijos, güey?” “Depende. ¿En qué barrio?”.

22 ene 2014

Reseña: La transmigración de los cuerpos, de Yuri Herrera

Yuri Herrera, La transmigración de los cuerpos (Cáceres: Periférica, 2013). 134 páginas. (Gracias, Will, por traerme este libro desde el DF, pero no me cantes boleros, güey...)

En estos días, cuando uno desciende del avión en cualquier ciudad de Asia, tiene que pasar por delante de un control médico, y en ocasiones, si existe alguna sospecha o se han dado síntomas de enfermedad durante el viaje, hasta le tomarán la temperatura. Es la constante amenaza del virus de la gripe, y las autoridades no se la toman a la ligera. Tampoco la población: en los trenes y por los pasajes del eficientísimo sistema de transporte de Hong Kong, para evitar contagios mucha gente lleva puesta una mascarilla, o como la denomina Yuri Herrera en esta distópica nouvelle mexicana, “el tapabocas”.

“Lo despertó una sed lépera, se levantó y fue a servirse agua pero el garrafón estaba seco y del grifo escurría nomás un hilo de aire mojado. Miró con rencor el tercio de mezcal sobre la mesa y sospechó que ése iba a ser un día horrible. No podía saber que ya era, desde hacía horas, mucho más que el infiernito íntimo que se había procurado a tragos.” Comienza el día sin agua pero con mezcal para el Alfaqueque, y empieza sin concesiones pero con un excelente ritmo narrativo La transmigración de los cuerpos de Yuri Herrera.

Una ciudad no nombrada por Herrera pero que no es difícil de situar en México es el escenario de esta breve pero contundente novela. El protagonista es el Alfaqueque, hombre que se dedica a mediar en conflictos y resolver litigios en los márgenes del marco legal institucional. Alfaqueque, por cierto, es palabra antiquísima: procedente del árabe, designa a un hombre que, nombrado por una autoridad pertinente, tiene como oficio redimir cautivos o libertar esclavos y prisioneros de guerra.

En esa ciudad innombrada todos los habitantes son potenciales víctimas de una epidemia mortal, al parecer transmitida por mosquitos, o por unos bichos indeterminados. El trasfondo viene pues marcado por una situación lúgubre, extraña y amenazadora: muy poco tráfico en las calles, casas cerradas bajo llave, controles policiales y de unidades del ejército.

Al Alfaqueque le llaman para resolver una situación que recuerda en parte al enfrentamiento de los Montesco y los Capuleto en la tragedia shakesperiana. Recibe el encargo de preparar el terreno para un acuerdo entre dos familias enfrentadas y que éstas intercambien a dos jóvenes que tienen secuestrados. La familia de los Castro tiene a Romeo, y el padre de éste, Delfín, ha secuestrado a la Muñe. El Alfaqueque cuenta con su propio equipo de colaboradores: el Ñándertal, una suerte de guardaespaldas, y la enfermera Vicky. Pero la fatalidad quiere que el intercambio de secuestrados se convertirá en canje de fiambres. Para más inri, las dos familias enfrentadas son en realidad dos cepas de un mismo clan: es un giro argumental muy efectivo por parte de Herrera.

Frente a esta vertiente de la trama, Herrera contrapone los devaneos sexuales del Alfaqueque con su vecina La Tres Veces Rubia, las desconfianzas de la Ñora, la vecina de edad, y la sospecha de que el novio de La Tres Veces Rubia se la tiene jurada.

En un libro que apenas supera las 130 páginas, La transmigración de los cuerpos destaca más que otra cosa por lo innovador y lo fresco de su lenguaje: es un peculiar modo de nombrar, y el lector más exigente podrá disfrutarlo porque es diferente, es contemporáneo y original.

“Un hijuelachingada cualquiera, cualquiera, se come un pan y a eso hay que buscarle un nombre, pensó, O un alias de perdis, que es para lo que el discernimiento alcanza.
Bato desterrado alias Menonita. Bato roto alias Alfaqueque. Pobre diablo solitario alias La luz de mis ojos. Pobre mujer expoliada alias Dónde andará. Venganza alias Desquitanza. El Carajo alias No se preocupe usted. Desprecio alias Quién se acuerda. Cuánto miedo alias Yo no sé nada. Cuánto miedo alias Aquí estoy bien. Un hijuelachingada cualquiera, cualquiera, alias Su mero padre. Esto es lo que esperaba alias Ni crean que me la pueden hacer. Verbo desbravado alias La pura verdad.” (p. 80)
La transmigración de los cuerpos es la tercera novela de Yuri Herrera, quien en una nada extraordinaria entrevista que publicó El País aquí arremetía contra la tendencia al amarillismo en los medios de comunicación contemporáneos. “Incluso los temas más urgentes merecen una reflexión, eso implica respeto a los hechos y a la lengua,” sugería Herrera hace casi un año. El tiempo parece que viene a darle la razón. Un autor mexicano a tener marcado, al que voy a incluir en mi lista de futuras adquisiciones.

30 jul 2012

Reseña: Vidas perpendiculares, de Álvaro Enrigue


Álvaro Enrigue, Vidas perpendiculares (Barcelona: Anagrama, 2008). 234 páginas.


Según Propp, la historia de la literatura es en realidad la historia de la constante recreación de ciertos temas (apenas una docena en total) en tramas cuya estructura profunda es muy similar. Por otra parte, un reciente estudio del CSIC ha hallado tras analizar casi medio millón de canciones que en realidad todas tienen mucho en común. Lo que esto viene a decirnos es que no hay apenas nada nuevo, que todo está dicho y repetido hasta la saciedad, y que solamente cambia la manera o la perspectiva para contar esas historias. En otras palabras: las experiencias que tenemos son universales, y pasamos por muchas de ellas tal como otros seres humanos pasaron por ellas a lo largo de la historia.

Si crees en la posibilidad de la reencarnación, debiera por lo tanto atraerte esta interesante novela del mexicano Álvaro Enrigue. Es 1936 y en Lagos de Moreno, estado de Jalisco, nace un muchacho de ojos saltones (bastardo, según averiguaremos más tarde) al que bautizan como Jerónimo. El padre, don Eusebio, es un emigrante español, un panadero asturiano partidario de la disciplina pura y dura; la madre, Mercedes, es una joven de la sociedad jalisciense, que pasa sus aburridos días “entre la misa y las vacas”. A Jerónimo – demasiado pronto – lo diagnostican como tonto (porque no habla mucho), pero lo que nadie de su familia sabe es que tiene el don de la memoria antigua, es decir, que puede rememorar sus vidas pasadas en reencarnaciones anteriores. Estas comprenden la de un pobre herrero en la Germania romana, o la de una esclava china en el imperio mongol, la del hijo del líder de un clan de homínidos en los albores de la civilización, la de un huérfano que deviene en cura en la Nápoles del siglo XVII, la de un hindú o la una joven griega en Palestina.

Son, evidentemente, muchas vidas para condensar en 234 páginas. Y puede que éste sea uno de los puntos flojos de Vidas perpendiculares. Dada la premisa fundamental de la novela, el problema es que su estructura lineal – la médula es Jerónimo, pero la vida de la joven griega adquiere gran protagonismo, mucho más que las otras – choca en ocasiones con los relatos intercalados. No se trata de un choque torpe (Enrigue realiza un loable experimento narrativo y los resultados son ciertamente óptimos), sino que exige mucha atención y dedicación por parte del lector. Enrigue hace confluir las vidas no solamente en un mismo capítulo sino también en un mismo párrafo, en el cual el ‘yo’ que iniciaba la narración puede estar en México, por ejemplo, y de repente ese mismo ‘yo’ nos habla desde Palestina, veinte siglos antes. Es algo que el lector debe tomar en cuenta si no quiere perder el hilo de la narración que propone Enrigue.

Para mí, lo mejor de Vidas perpendiculares es la visión del mundo de Jerónimo, estampada con un excelente sentido del humor por un niño que no es niño, puesto que ha ido adquiriendo, merced a su memoria, conocimientos antiquísimos de lo que es la condición humana: “toda la gama de los olores y formas que puede tener una vagina o el agarroso sabor del semen en la boca, el crujido de la espina dorsal cuando se arranca de tajo una cabeza, los límites precisos del dolor humano y lo que se necesita para infligirlo”.

Mientras que la ensambladura de la trama principal con los diferentes relatos de las otras ‘vidas’ que Jerónimo rememora no es siempre sólida (en mi opinión, la ‘vida’ de la joven griega y su relación con Saulo de Tarso se extiende mucho más de lo necesario y pertinente, y puede llegar a desinteresar al lector), pienso que el principal logro de Vidas perpendiculares estriba en el modo en que Enrigue supera la resistencia mutua que hay entre realismo y fantasía. Y es que la narración de Jerónimo no tiene desperdicio alguno.

Tiranizado por un padre autoritario, Jerónimo queda desterrado en su propio hogar, obligado a vivir con las criadas. Sus primeros años de vida están marcados por el miedo, y es ese miedo lo que establece la conexión primordial entre su vida y las otras vidas pasadas, como cuando es un miembro de la tribu prehistórica o cuando en el siglo XVII, en una Nápoles que conspira contra Venecia, está a punto de morir a manos de su propio padre (un diplomático español que también cultivó la poesía, y cuyo famoso soneto ‘A un hombre de gran nariz’ puedes leer traducido al inglés y comentado aquí).

21 jul 2010

Reseña: No será la Tierra, de Jorge Volpi


Jorge Volpi, No será la Tierra (Barcelona: Alfaguara, 2006). 523 páginas.

Una fuerte ambición de apariencia literaria – que no siempre cuaja – y un enorme pundonor parecerían haber sido el germen de esta novela de Jorge Volpi, adicto a la aposición. En No será la Tierra, el autor dramatiza los principales sucesos históricos del siglo XX, adoptando la voz narrativa de un supuesto periodista y antiguo combatiente en Afganistán, el ruso Yuri Mikhailovich Chernishevski, quien nos cuenta la historia desde la celda de una prisión estadounidense. Volpi, adicto a la aposición, trenza la novela con un número impresionante de personajes de toda índole, principalmente científicos y políticos. Hay tres tramas paralelas que con el paso del tiempo van a confluir, dando lugar al desenlace trágico y amargo con que se cierra la obra. La primera es la trama soviética, representada por Irina y Arkadi, científicos ambos y disidentes del régimen soviético. La segunda trama la conforman las hermanas Jennifer y Allison Moore, hijas de un senador republicano, y Jack Wells, codicioso y amoral empresario de la biotecnología. Finalmente, Eva Halász, científica húngara a quien Wells reclutará para ensamblar el mapa del genoma humana.

No será la Tierra se inicia no obstante con el episodio del accidente nuclear más espantoso que haya vivido el planeta, el del reactor número cuatro de Chernóbil. Es el preludio y símbolo, nos da a entender el narrador, de la desintegración del bloque soviético, del fin de la Historia. El hecho de que la novela discurra entre estas marañas histórico-políticas no es algo molesto en sí mismo. Sí resulta molesto, en cambio, el abuso de la aposición. Francamente, cuando el lector se topa con que Moscú es una “ciudad de anchas calles” por vigésima vez, o lee diez veces que Boris Yeltsin es un hombre “de fuertes brazos” en el transcurso de quince páginas, el lector puede enojarse. Este parece ser un tic que sufre Jorge Volpi, adicto a la aposición. Por lo demás, No será la Tierra se disfraza en ocasiones como literatura, sin serlo en realidad. Que la voz narrativa omnisciente sea la de un periodista ruso que nos narra la historia en castellano (¿traduce Volpi?) proporciona claros indicios de un primer disfraz, que puede ser más o menos convincente. Que la novela no acabe cuajar un estilo apunta hacia otro disfraz, éste menos convincente y algo más preocupante: quizá Jorge Volpi, adicto a la aposición, se vale de la historia para ambientar un (melo)drama “en tres actos” (del subtítulo).

Al final de quinientas y pico páginas, puede que el lector se pregunte si ha valido la pena pasar tantas horas leyendo un disfraz. Por fortuna, hay libros para todos los gustos, y sin duda alguna, habrá quien disfrute con No será la Tierra.

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