Álvaro Enrigue, Vidas perpendiculares (Barcelona: Anagrama, 2008). 234 páginas.
Según Propp, la
historia de la literatura es en realidad la historia de la constante recreación
de ciertos temas (apenas una docena en total) en tramas cuya estructura
profunda es muy similar. Por otra parte, un reciente estudio del CSIC ha
hallado tras analizar casi medio millón de canciones que en realidad todas
tienen mucho en común. Lo que esto viene a decirnos es que no hay apenas nada
nuevo, que todo está dicho y repetido hasta la saciedad, y que solamente cambia
la manera o la perspectiva para contar esas historias. En otras palabras: las
experiencias que tenemos son universales, y pasamos por muchas de ellas tal
como otros seres humanos pasaron por ellas a lo largo de la historia.
Si crees en la
posibilidad de la reencarnación, debiera por lo tanto atraerte esta interesante
novela del mexicano Álvaro Enrigue. Es 1936 y en Lagos de Moreno, estado de
Jalisco, nace un muchacho de ojos saltones (bastardo, según averiguaremos más
tarde) al que bautizan como Jerónimo. El padre, don Eusebio, es un emigrante
español, un panadero asturiano partidario de la disciplina pura y dura; la
madre, Mercedes, es una joven de la sociedad jalisciense, que pasa sus aburridos
días “entre la misa y las vacas”. A Jerónimo – demasiado pronto – lo
diagnostican como tonto (porque no habla mucho), pero lo que nadie de su
familia sabe es que tiene el don de la memoria antigua, es decir, que puede
rememorar sus vidas pasadas en reencarnaciones anteriores. Estas comprenden la
de un pobre herrero en la Germania romana, o la de una esclava china en el
imperio mongol, la del hijo del líder de un clan de homínidos en los albores de
la civilización, la de un huérfano que deviene en cura en la Nápoles del siglo
XVII, la de un hindú o la una joven griega en Palestina.
Son, evidentemente,
muchas vidas para condensar en 234 páginas. Y puede que éste sea uno de los
puntos flojos de Vidas perpendiculares.
Dada la premisa fundamental de la novela, el problema es que su estructura
lineal – la médula es Jerónimo, pero la vida de la joven griega adquiere gran
protagonismo, mucho más que las otras – choca en ocasiones con los relatos
intercalados. No se trata de un choque torpe (Enrigue realiza un loable experimento
narrativo y los resultados son ciertamente óptimos), sino que exige mucha atención
y dedicación por parte del lector. Enrigue hace confluir las vidas no solamente
en un mismo capítulo sino también en un mismo párrafo, en el cual el ‘yo’ que iniciaba
la narración puede estar en México, por ejemplo, y de repente ese mismo ‘yo’
nos habla desde Palestina, veinte siglos antes. Es algo que el lector debe tomar
en cuenta si no quiere perder el hilo de la narración que propone Enrigue.
Para mí, lo mejor
de Vidas perpendiculares es la visión
del mundo de Jerónimo, estampada con un excelente sentido del humor por un niño
que no es niño, puesto que ha ido adquiriendo, merced a su memoria,
conocimientos antiquísimos de lo que es la condición humana: “toda la gama de
los olores y formas que puede tener una vagina o el agarroso sabor del semen en
la boca, el crujido de la espina dorsal cuando se arranca de tajo una cabeza,
los límites precisos del dolor humano y lo que se necesita para infligirlo”.
Mientras que la ensambladura
de la trama principal con los diferentes relatos de las otras ‘vidas’ que
Jerónimo rememora no es siempre sólida (en mi opinión, la ‘vida’ de la joven
griega y su relación con Saulo de Tarso se extiende mucho más de lo necesario y
pertinente, y puede llegar a desinteresar al lector), pienso que el principal logro
de Vidas perpendiculares estriba en el
modo en que Enrigue supera la resistencia mutua que hay entre realismo y
fantasía. Y es que la narración de Jerónimo no tiene desperdicio alguno.
Tiranizado por un
padre autoritario, Jerónimo queda desterrado en su propio hogar, obligado a
vivir con las criadas. Sus primeros años de vida están marcados por el miedo, y
es ese miedo lo que establece la conexión primordial entre su vida y las otras
vidas pasadas, como cuando es un miembro de la tribu prehistórica o cuando en
el siglo XVII, en una Nápoles que conspira contra Venecia, está a punto de
morir a manos de su propio padre (un diplomático español que también cultivó la
poesía, y cuyo famoso soneto ‘A un hombre de gran nariz’ puedes leer traducido al
inglés y comentado aquí).
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