Nikita Lalwani, The Village (Londres: Viking, 2012). 241 páginas.
Puede que el
sistema de reclusión penitenciaria abierta sea uno de los conceptos más difíciles
de asumir, pero el hecho es que algunos países como India, funciona. Según
cifras que ofrece Wikipedia, existen prisiones de régimen abierto en catorce
estados de India, solamente en Rajasthan hay un total de veintitrés.
Nikita Lalwani basó esta novela (la segunda que publica) en
su experiencia de la filmación de un documental en una de esas cárceles de régimen
abierto para la BBC. The Village es
una narración bien estructurada, en la que la autora explora cuestiones de índole
ética en la profesión periodística.
Ray, una joven periodista británica de ascendencia india,
llega a un pueblo-cárcel llamado Ashwer, donde se une a los otros dos
integrantes del equipo de filmación, Serena y Nathan. La primera es algo mayor
que Ray pero muy atractiva, y tiene mucha experiencia en el papel de
productora. Nathan, en cambio, es la cara conocida de la BBC, el presentador, y
cuenta con un borroso pasado que incluye algunos años en prisión por robo a
mano armada.
Al llegar a Ashwer, donde vivirán durante la filmación, desde
el aeropuerto de Nueva Deli, las expectativas de Ray parecen confirmarse: “Su
choza era justo igual que las otras. De algún modo, prometía sinceridad; la
posibilidad de empatía con la gente a la que iban a filmar” (8). Pero para
alguien acostumbrada a las comodidades del mundo occidental, la choza y el
pueblo-cárcel se le revelan muy pronto como un enorme obstáculo. Y de hecho, aun
cuando Ray tiene buenas nociones de hindi y debiera en teoría poder conectar
con los pobladores de Ashwer, para la mayoría de ellos no deja de ser una
turista blanca, y se ríen de sus errores léxicos o de su acento al hablar en su
lengua. Este es uno de los temas que con mejor habilidad traslada Lalwani en The Village: cómo el sentido de
superioridad del turista occidental puede revolverse en contra de quien, como
Ray, quiere sumergirse de golpe en la cultura de sus padres sin haber pasado
por un necesario periodo de adaptación.
La prisión de régimen abierto constituye un interesante
universo para un experimento social que, según el alcaide, sí da resultados: “‘La
confianza engendra confianza’, dice Sujay Shangvi, el alcaide responsable del
experimento. Está orgulloso de la fuerte comunidad que es Ashwer. Fue una visión
que comenzó con solamente cinco chozas en una parcela de terreno a mediados de
los ochenta. ‘Tú confía en ellos, y ellos te devolverán esa confianza’”(26), había
escrito Ray en la propuesta de proyecto para el directivo correspondiente de la
BBC.
Pero las tiranteces y antipatías entre Ray por un lado y Serena
y Nathan por el otro, van paulatinamente alcanzando cotas intolerables. Las dos
mujeres no consiguen ponerse de acuerdo sobre el contenido del documental y los
métodos a emplear para conseguir filmar escenas que sean verídicas, tanto como
sea posible. La divergencia entre ambas alcanza un punto de ruptura tras una
noche en que Nathan le hace una proposición sexual a Ray tras consumir grandes
dosis de hachís, y Ray lo rechaza. Lalwani no muestra simpatía alguna por los personajes
británicos, mientras que los locales (los reos y sus familiares, pues viven con
ellos) los vemos desde una perspectiva mucho más amable, pero también imparcial.
The Village nos hace pensar en cómo los observados pueden también
observar al que los mira. Hacia el final de la novela, el desmoronamiento moral
de los tres periodistas es evidente: pero son los reos (todos los condenados que
residen en Ashwer están allí porque han asesinado a alguien) los que pueden
ejercer el papel de jueces morales, especialmente Nandini, que en un principio había colaborado tanto con ellos. La lección que busca dictar Lalwani tiene
un carácter tan directo como un gancho de, por ejemplo, Pedro Carrasco. Hay
quien se tambalearía, y también hay que seguiría como si nada hubiera pasado,
como el caso de Serena o el propio Nathan.
The Village cuenta con
un curioso desenlace que no debiera defraudar a nadie. Pese a su ingenuidad e
inexperiencia, Ray parece haber aprendido (demasiado tarde, en cualquier caso)
una lección sobre la vida, pero mucho más importante es lo que aprende sobre sí
misma. Es una novela recomendable, bien escrita, y con 240 páginas no parece
sobrarle nada.
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