William McInnes, The Laughing Clowns (Sydney: Hachette Australia, 2012). 296 páginas.
En cierto modo,
mientras estamos todavía creciendo, en esos ahora ya lejanos años de nuestra
infancia, hay un hombre algo desconocido que rige nuestras vidas, nuestro
padre. El protagonista de esta sencilla y entrañable novela del australiano William
McInnes, de quien hasta ahora únicamente conocía su faceta como actor (además
de su excelente trabajo como policía corrupto en East West 101, recientemente vi Unfinished
Sky – puedes ver el tráiler aquí – la cual recomiendo encarecidamente), es un arquitecto llamado Peter
Kennedy. Acomodado en todos los sentidos de la palabra, Peter come en exceso e
ignora las súplicas de su mujer para que preste más atención a su familia. Hace
ya tiempo que dejó el aspecto creativo de su profesión para dedicarse a ejercer
como consultor a sueldo de grandes compañías inmobiliarias ávidas por encontrar
suelo edificable y convertible en muchos $$$$. No me cabe ninguna duda de que Peter
podría haberse hecho literalmente de oro en esa España del señor del bigote que
se hizo una foto en las Azores.
Cuando un cliente
le pide que vaya a Pickersgill (un lugar ficticio cercano a Brisbane), donde
Peter se crió y todavía viven sus padres y su hermana, a Peter le surgen
algunas dudas en torno a su cometido. Es la semana del Show en Pickersgill, y la gran mayoría de los edificios del recinto
donde se celebra el evento los diseñó su padre. Es precisamente ese recinto al
que le han puesto el ojo los halcones inmobiliarios, y cuando acude al registro
catastral descubre algo en los planos de su padre que no comprende, y que su
padre le revelará. Desde ese instante, Peter verá a su padre con otros ojos.
El retorno al
lugar donde se crió significa también encontrarse con viejos amigos de la
infancia, con su primera novia. La novela transcurre entre los reencuentros y
los recuerdos de sucesos, en un dinámico encaje narrativo sin paréntesis,
adornos ni desviaciones. El subtexto es de una sutil ironía, una velada crítica
a lo que Peter representa como profesional australiano de mediana edad,
opulento e indiferente a lo que ocurre en su derredor: decididamente, no presta
atención a nadie ni a nada de lo que le rodea. Su filosofía (si es que se puede
aplicar ese término a Peter Kennedy) se reduce a dos principios: evita el
conflicto y come.
Lo que en ningún
momento puede anticipar es que el regreso a Pickersgill va a situarle cara a
cara con algo de lo que hasta ese momento en su vida no ha querido saber nada. Intuyo
que la influencia del séptimo arte en McInnes se hace muy evidente en el
desenlace de la novela, que no por ser un final deja de ser agradable para el
lector.
Esta primera edición
de The Laughing Clowns hubiera
merecido una más esmerada revisión, debido a las numerosas erratas que contiene.
El volumen incluye además un cuento titulado ‘Cricket was the Winner’. La
novela, pese a su simplicidad, o quizás debido a ella, es una lectura amena
aunque no resulte deslumbrante. Contiene pasajes de un sutil humor que darán lugar
a la carcajada, como este de la página 171, cuyas referencias muchos lectores en
lengua castellana podrán reconocer:
“En la inauguración de la impresionante casa de cristales de Bull [O’Toole], el arquitecto, Bryce Halibut, había pronunciado un discurso breve y enérgico. ‘La gente vive en casas como esta en países como Colombia y Bolivia todo el tiempo, casas inspiradas por las grandes culturas aztecas del pasado. Los dioses del sol y los sacrificios, la belleza de la adoración pagana y esa misteriosa perspicacia y entendimiento de la cultura maya, todas son cosas que, de algún modo u otro, encuentran su hogar en este edificio’, indicó, mientras estornudaba y eliminaba restos imaginarios del producto procedente de Bolivia con el que hubiera podido estar en contacto un poco antes. ‘Además, he recibido las influencias españolas, la patria de los conquistadores, a la hora de diseñar los baños completos; representan la colonización de Sudamérica por parte del Viejo Mundo. Y ahora, quisiera pensar que aquí, en esta hermosa península nuestra ustedes van a disfrutar del estilo de vida de la cultura sudamericana, la cultura de este nuevo milenio.’
Tras esto, volvió a estornudar, estrechó la mano del alcalde Edwyn Hume y salió disparado hacia uno de los baños de influencia española para inhalar un poco más de ‘cultura’ sudamericana.” [p. 107, mi traducción].
The Laughing Clowns es ante todo una historia muy humana, puede que incluso lo sea demasiado para los tiempos que corren. Le resultará en cambio muy atractiva al tipo de lector poco exigente en cuanto a formalismos y técnicas narrativas.
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