En direcció nord, l'Àsia a la dreta i l'Europa queda a l'esquerra. El pont Fatih Sultan Mehmet sobre el Bòsfor (la Gola). |
Conducir por las
carreteras turcas conlleva extrañas situaciones, algunas cuanto menos curiosas,
otras sencillamente espeluznantes. Uno puede encontrarse con tractores y
camiones que circulan en dirección contraria, ocupando el carril izquierdo (el
de adelantamiento) de la autovía, o bien toparse de pronto con un camión que
está adelantando, a más o menos 50 km/h., en una cuesta, a un tractor, que a su vez
adelanta a un carro tirado por un burro que ocupa el arcén, y tener que apretar
los frenos a fondo mientras asciendes un puerto de montaña… Son momentos
emocionantes, sin duda, pero en mi opinión sigue siendo preferible evitárselos.
Ya se sabe: el viajar es un placer…
Bergama: A newly-wed couple get some help when moving into their new home.. |
Al alzar la
mirada, mientras uno recorre Turquía, ciertas formas y objetos se repiten y se
prodigan, aparecen, desaparecen y reaparecen cuales ojos del Guadiana, quedando
fijos en la memoria visual del viajero. La bandera turca está omnipresente en
todo el país: un estado relativamente joven pero de una firme tendencia
nacionalista eleva al aire su símbolo patrio en cualquier parte. La bandera y
las astas que la sostienen parecieran en ocasiones competir con otro importante
símbolo omnipresente en Turquía: el minarete, esa torre religiosa, homólogo
musulmán del campanario católico, desde la cual la voz del muecín, hoy en día
pregrabada, recuerda cinco veces al día a los creyentes la obligación
insoslayable del rezo al Ser Omnipotente e Invisible. Gracias a los megáfonos y
altavoces, la llamada del muecín alcanza ahora tan alto volumen que ni en las
mejores discotecas de la Ruta del Bakalao, mire usted. En algunos lugares, la
confluencia de muecines traía como resultado una insoportable cacofonía, un
guirigay un tanto grotesco e innecesario cuyo último fin sospecho aunque no me
quede clara su ventaja.
Minaretes en Edirne. |
También se alzan
hacia el cielo los orgullosos cipreses, tan abundantes en los paisajes turcos
como chopos o plátanos, las higueras y los olivos. Pero hoy en día la presencia
de esos enhiestos surtidores de sombra y sueño que jalonan los cementerios
musulmanes en Turquía no puede competir en modo alguno con la de las torres de
transmisión eléctrica, que testimonian el brioso desarrollo económico de este
país, que a principios de este año aspiraba a organizar los Juegos Olímpicos en
Estambul, ciudad que posiblemente diste mucho de estar preparada para poder
organizar un acontecimiento de tan enorme calado. Sin duda lo estará algún día,
pero no ahora.
Atatürk |
Los árboles tampoco pueden rivalizar por hacerse notar
frente a los gigantescos paneles publicitarios que han sido erigidos a la
entrada de todas las ciudades. Son prueba tan fea como fehaciente de que
Turquía opta por el capitalismo para acercarse a la Unión Europea, cuya moneda
única actúa como moneda oficial en las
transacciones de muchas pequeñas y medianas empresas turísticas. Sin duda algo medianamente próximo a lo que ambicionaba Mustafá Kemal Atatürk, cuyo retrato es otro
elemento omnipresente en la iconografía que queda grabada en la retina del
visitante.
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