22 feb 2016

Reseña: Flying-Fox in a Freedom Tree, de Albert Wendt

Albert Wendt, Flying-Fox in a Freedom Tree (Honolulu: University of Hawai'i Press, 1999 [1974]). 149 páginas.
Decir que la narrativa de las islas del Pacífico es una gran desconocida para el público lector (no me refiero solamente al público lector en lengua castellana, o en lengua catalana, sino al público lector en general, incluido el público lector en lengua inglesa) no debe ser ninguna novedad para nadie. Es cierto que se trata de literaturas de aparición relativamente reciente, surgidas dentro de, o como respuesta a, un proceso de descolonización en lugares en los que existía una cultura meramente oral, con una tradición narrativa local singular basada en la transmisión oral de generación a generación.

Como en los demás archipiélagos del Pacífico, en el caso de Samoa, fue en gran medida la llegada de los misioneros en el siglo XIX lo que transmutó esa cultura para siempre. No hay, lamentablemente, posibilidad de una vuelta atrás en un mundo globalizado en el que la transmisión de objetos culturales es prácticamente instantánea. Albert Wendt (Apia, 1939) es sin lugar a dudas el máximo exponente de la literatura samoana.

Este volumen de cuentos se publicó por primera vez en 1974. Consta de 9 narraciones, algunas muy breves (‘A Descendant of the Mountain’ o ‘Virgin-Wise’, por ejemplo, apenas superan las cuatro páginas). Wendt emplea una variedad de técnicas: historias narradas tanto en tercera (‘The como en primera persona (‘Captain Full – the Strongest Man Alive who Allthing Strong Men got’, ‘Pint-size Devil on a Thoroughbred’ son dos estupendos ejemplos del peculiar estilo con que Wendt perfila a narradores locales poco fidedignos, en un inglés nada ortodoxo; así comienza ‘Captain Full’: “Mine neighbourhood I to you must tell about. It lie like old woman who got no teeth between Catholic Church and Police Station.” (p. 21)).

El escenario de estos cuentos es la Samoa antes de su independencia, cuando todavía era un protectorado de Nueva Zelanda. Muchos de los personajes en estos cuentos buscan conformar una identidad que conjugue la cultura pre-colonial frente a las inexorables presiones del extranjero y sus sistemas de gobierno, de educación y de la administración de justicia.

Quizás sea el cuento que da título al libro el que más elocuentemente describa ese conflicto. El narrador de ‘Flying-Fox in a Freedom Tree’, Pepesa (Pepe), cuenta su historia desde el lecho de muerte en el hospital de Motootua, en Apia. Aparte de su historia de enfrentamiento al poder establecido, que encarnan su padre Tauilopepe y los papalagi (la palabra samoana que designa a los blancos extranjeros), Pepe nos habla acerca de su amistad con el verdadero protagonista de la historia es un enano samoano llamado Tagata. Pese a ser de muy baja estatura físicamente, Tagata asume la responsabilidad de decidir su destino.

Pepe llega a Apia desde un pequeño pueblo en la costa oriental de Upolu, Sapepe, para integrarse en el sistema educativo colonial. Es en realidad carne de cañón para la ambición de su padre. Cuando entabla amistad con Tagata, se inicia un pacto de hermandad que será más fuerte y duradero que la relación de Pepe con sus padres.

Una noche, Pepe y Tagata organizan un robo en la tienda de Tauilopepe. Recaban la ayuda de una pandilla de muchachos para incendiar una iglesia en la otra punta de Apia y así distraer a la policía. Pero un vigilante reconoce a Pepe. Cuando la policía se presenta en su casa, y ante la sorpresa y la incredulidad de sus padres, Pepe reconoce ser el ladrón, pero no admite haber recibido la ayuda de ningún cómplice. En el juicio, Pepe lleva su propia defensa hasta una posición casi absurda. Este relato del juicio es, para mí, uno de los mejores pasajes del libro, y tiene una amplia significación: pese a ser condenado a cuatro años de trabajos forzados, Pepe termina dejando en ridículo al juez. Primero, en un sagaz desplazamiento de categoría gramatical, el Juez pasa a ser una simple voz o unos ropajes de color negro, y el narrador se refiere a Su Señoría con el pronombre neutro “It”. Aunque es evidente que Pepe no pudo haber cometido todas las fechorías él solo, el Juez le condena por su negativa a aceptar la autoridad de la religión cristiana que el poder colonial le impone. Al terminar el juicio, el Juez se da de bruces contra el piso y queda en evidencia: “El Vestido Negro se pone en pie. Nos ponemos en pie y esperamos a que Eso deje el trono. Por los peldaños viene bajando Eso. De repente Eso tropieza y cae de rodillas, y se le cae la peluca de la cabeza. Pelo negro humano. El Vestido Negro es humano después de todo, desnudo sin su peluca de poder. Se me queda mirando, agarra la peluca, se la pone y sale corriendo por la puerta, con mi sonrisa persiguiéndole.” (p. 132, mi traducción)

El libro lo completan los cuentos ‘A Resurrection’, un dramático relato sobre un joven que se niega a cumplir con la tradición cultural local que le obliga a matar a quien ha seducido a su hermana, ‘Declaration of Independence’, una narración de misterio, en la que un pequeño funcionario samoano es muerto de un disparo en la cabeza por su esposa en el momento de salir de la ducha, ‘The Cross of Soot’, que tiene como protagonista a un niño que vive en las inmediaciones de la infame prisión de Tafaigata, en las afueras de Apia, y ‘The Coming of the Whiteman’, un relato que sigue la triste vida de Peilua, que regresó a Apia desde Nueva Zelanda después de fracasar – según dicen los rumores – en sus estudios allí, y termina siendo el blanco del escarnio de los vecinos cuando le roban sus ropas de palagi.

Lava
“…’Este mundo que la gente cree querer tanto es solamente cierto en las películas porque la gente hace películas, ¿me entiendes?’, me dice Tagata. Yo niego con la cabeza. ‘Bueno, pues déjame que te lo explique de esta manera’, prosigue.  ‘¿Has visto los campos de lava de Savaii?’ Vuelvo a negar con la cabeza. ‘Hace dos años fui allí con algunos amigos. Atraviesas la selva durante millas y millas, y tantos pueblecitos donde la gente ha arruinado la belleza, y luego … Y luego ahí está eso. Uno tiene la sensación de que por fin estás justo ahí, ¿me entiendes? Como si estás ahí donde se encuentra la paz, donde todos los pequeños lugares sucios, las mentiras y monumentos a nosotros mismos que construimos no significan nada porque la lava no puede ser otra cosa que lava. ¿Me entiendes?’ Se para un instante y me mira. ‘La lava se extiende por millas hasta entrar en el mar. No hay otra cosa. Solamente un silencio negro, puede que como la luna. ¿Te acuerdas de esa película que viste con nosotros hace unos años? Pues se parece a eso, como la superficie de la luna en esa película. Una inundación de lava por todas partes. Pero en algunos sitios ves plantitas que crecen en las grietas de la lava, como historias divertidas que se abren camino en tu mente rocosa. ¿Me entiendes? Tuve la sensación de que llevo buscando eso toda mi desgraciada vida. Chico, por una vez me hizo ver las cosas tan claras. Que ser un enano o un gigante o un santo no significa nada.’ A Tagata le brillan mucho los ojos. ‘Que todos somos iguales en el silencio, en la nada, en la lava. No quería marcharme de los campos de lava, pero…pero es que uno no puede quedarse allí por siempre, porque se morirá de sed y de hambre si se queda. No hay agua, ni comida, solamente lava. Todo es lava.’” (p.132, mi traducción)
Campos de lava en Savaii. Fotografía de www.traveladventures.org

Wendt acierta plenamente en su mordaz crítica del sistema colonial, cuyas escuelas e iglesias son las dos aristas de un freno cultural y moral insoslayable. Casi sesenta años después, Samoa, un país que visito con cierta regularidad, continúa en gran medida anclada en la penuria y la ignorancia, frenada por la corrupción; es una sociedad donde las iglesias cristianas de todas las denominaciones abusan de la extracción de los magros recursos financieros de unos habitantes inmersos en un ciclo de pobreza del cual es muy difícil salir.

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