Albert Wendt, Flying-Fox in a Freedom Tree (Honolulu: University of Hawai'i Press, 1999 [1974]). 149 páginas.
Decir que la narrativa de las islas del Pacífico es una gran desconocida
para el público lector (no me refiero solamente al público lector en lengua
castellana, o en lengua catalana, sino al público lector en general, incluido
el público lector en lengua inglesa) no debe ser ninguna novedad para nadie. Es
cierto que se trata de literaturas de aparición relativamente reciente,
surgidas dentro de, o como respuesta a, un proceso de descolonización en
lugares en los que existía una cultura meramente oral, con una tradición
narrativa local singular basada en la transmisión oral de generación a
generación.
Como en los demás archipiélagos del Pacífico, en el caso de Samoa, fue en
gran medida la llegada de los misioneros en el siglo XIX lo que transmutó esa
cultura para siempre. No hay, lamentablemente, posibilidad de una vuelta atrás
en un mundo globalizado en el que la transmisión de objetos culturales es
prácticamente instantánea. Albert Wendt (Apia, 1939) es sin lugar a dudas el
máximo exponente de la literatura samoana.
Este volumen de cuentos se publicó por primera vez en 1974. Consta de 9
narraciones, algunas muy breves (‘A Descendant of the Mountain’ o
‘Virgin-Wise’, por ejemplo, apenas superan las cuatro páginas). Wendt emplea
una variedad de técnicas: historias narradas tanto en tercera (‘The como en primera
persona (‘Captain Full – the Strongest Man Alive who Allthing Strong Men got’,
‘Pint-size Devil on a Thoroughbred’ son dos estupendos ejemplos del peculiar estilo
con que Wendt perfila a narradores locales poco fidedignos, en un inglés nada
ortodoxo; así comienza ‘Captain Full’: “Mine neighbourhood I to you must tell
about. It lie like old woman who got no teeth between Catholic Church and
Police Station.” (p. 21)).
El escenario de estos cuentos es la Samoa antes de su independencia, cuando
todavía era un protectorado de Nueva Zelanda. Muchos de los personajes en estos
cuentos buscan conformar una identidad que conjugue la cultura pre-colonial
frente a las inexorables presiones del extranjero y sus sistemas de gobierno,
de educación y de la administración de justicia.
Quizás sea el cuento que da título al libro el que más elocuentemente
describa ese conflicto. El narrador de ‘Flying-Fox in a Freedom Tree’, Pepesa
(Pepe), cuenta su historia desde el lecho de muerte en el hospital de Motootua,
en Apia. Aparte de su historia de enfrentamiento al poder establecido, que
encarnan su padre Tauilopepe y los papalagi
(la palabra samoana que designa a los blancos extranjeros), Pepe nos habla
acerca de su amistad con el verdadero protagonista de la historia es un enano
samoano llamado Tagata. Pese a ser de muy baja estatura físicamente, Tagata asume
la responsabilidad de decidir su destino.
Pepe llega a Apia desde un pequeño pueblo en la costa oriental de Upolu,
Sapepe, para integrarse en el sistema educativo colonial. Es en realidad carne
de cañón para la ambición de su padre. Cuando entabla amistad con Tagata, se
inicia un pacto de hermandad que será más fuerte y duradero que la relación de
Pepe con sus padres.
Una noche, Pepe y Tagata organizan un robo en la tienda de Tauilopepe.
Recaban la ayuda de una pandilla de muchachos para incendiar una iglesia en la
otra punta de Apia y así distraer a la policía. Pero un vigilante reconoce a
Pepe. Cuando la policía se presenta en su casa, y ante la sorpresa y la
incredulidad de sus padres, Pepe reconoce ser el ladrón, pero no admite haber
recibido la ayuda de ningún cómplice. En el juicio, Pepe lleva su propia
defensa hasta una posición casi absurda. Este relato del juicio es, para mí,
uno de los mejores pasajes del libro, y tiene una amplia significación: pese a
ser condenado a cuatro años de trabajos forzados, Pepe termina dejando en
ridículo al juez. Primero, en un sagaz desplazamiento de categoría gramatical,
el Juez pasa a ser una simple voz o unos ropajes de color negro, y el narrador
se refiere a Su Señoría con el pronombre neutro “It”. Aunque es evidente que
Pepe no pudo haber cometido todas las fechorías él solo, el Juez le condena por
su negativa a aceptar la autoridad de la religión cristiana que el poder
colonial le impone. Al terminar el juicio, el Juez se da de bruces contra el
piso y queda en evidencia: “El Vestido Negro se pone en pie. Nos ponemos en pie
y esperamos a que Eso deje el trono. Por los peldaños viene bajando Eso. De
repente Eso tropieza y cae de rodillas, y se le cae la peluca de la cabeza.
Pelo negro humano. El Vestido Negro es humano después de todo, desnudo sin su
peluca de poder. Se me queda mirando, agarra la peluca, se la pone y sale
corriendo por la puerta, con mi sonrisa persiguiéndole.” (p. 132, mi
traducción)
El libro lo completan los cuentos ‘A Resurrection’, un dramático relato
sobre un joven que se niega a cumplir con la tradición cultural local que le
obliga a matar a quien ha seducido a su hermana, ‘Declaration of Independence’,
una narración de misterio, en la que un pequeño funcionario samoano es muerto
de un disparo en la cabeza por su esposa en el momento de salir de la ducha,
‘The Cross of Soot’, que tiene como protagonista a un niño que vive en las
inmediaciones de la infame prisión de Tafaigata, en las afueras de Apia, y ‘The
Coming of the Whiteman’, un relato que sigue la triste vida de Peilua, que
regresó a Apia desde Nueva Zelanda después de fracasar – según dicen los
rumores – en sus estudios allí, y termina siendo el blanco del escarnio de los
vecinos cuando le roban sus ropas de palagi.
Wendt acierta plenamente en su mordaz crítica del sistema colonial, cuyas
escuelas e iglesias son las dos aristas de un freno cultural y moral
insoslayable. Casi sesenta años después, Samoa, un país que visito con cierta
regularidad, continúa en gran medida anclada en la penuria y la ignorancia, frenada por la corrupción; es una
sociedad donde las iglesias cristianas de todas las denominaciones abusan de la extracción de los magros recursos financieros de unos habitantes inmersos en un ciclo de pobreza del
cual es muy difícil salir.