Joshua Ferris, To Rise Again at a Decent Hour (Londres: Viking, 2014). 337 páginas.
Ah, los
dentistas. Esas personas que te piden que abras la boca y no la cierres bajo
ningún concepto… Mientras que ellos se ponen a hablar y luego, ¡es que no
paran! A una dentista de mi barrio, la Dra. T., decidí no volver a verla nunca
más después de soltarme un comentario particularmente inapropiado al que no
podía responderle al instante. Dicen que por la boca muere el pez…
Es cierto: muchos
dentistas se aprovechan de la situación para darle rienda suelta a la sinhueso
al tiempo que te infligen dolor y reparan – algo de bueno han de hacer en este
mundo, ¿no? – los estropicios que producen nuestras dietas y los malos hábitos.
Y diríase que ése es precisamente el mayor defecto del narrador protagonista de
esta novela de Joshua Ferris. Habla por los codos, y la mayor parte del tiempo,
para serte franco, no parece decir nada que deslumbre, nada que entretenga,
nada que despierte mucho interés.
Dr. Paul O’Rourke
tiene una consulta odontológica en Nueva York. Está ganando dinero a espuertas
(nos confiesa), pero su vida parece ser un tostón. Aburrido (por activa y por
pasiva) hasta lo indecible, ha probado de todo para animar sus días: golf, el
gimnasio, clases de español, el banjo, etc. Cierto es que tuvo una infancia difícil
(suicido del padre), mas eso no le exime de hacer un esfuerzo por ser persona. Según
él, para su tiempo libre, todo puede llegar a ser algo, pero ese algo nunca a llegará
a serlo todo. Wow! Este tipo debería
ser candidato a la Presidencia de cualquier país occidental. No desentonaría,
¿verdad?
'¿Quiere que le cuente de qué va el último libro que he leído mientras le hago esta endodoncia?' Fotografía de Erik Christensen. |
Al comienzo de la novela, uno de sus pacientes se marcha repentinamente antes de recibir tratamiento; le dice que se va a Israel y le suelta un mensaje tan críptico como absurdo: “¡Soy un ulmo, y usted también lo es!” Ateo convencido, el dentista no le hace ni puñetero caso. Pocos días después, sus empleadas encuentran que existe un sitio web del consultorio, con una más que interesante nota biográfica del doctor. A la web le seguirán emails, tuits y muros de Facebook. Alguien ha suplantado su identidad en la red. Es grave, dice O’Rourke, pero aparte de realizar algunas consultas a expertos y abogados, no hace otra cosa que comunicarse por email con quien le está robando su identidad digital.
El doppelgänger explota hábilmente la
crisis neurótica del doctor y su ferviente ateísmo, haciéndole creer que
pertenece a los descendientes de los amalequitas. Lo que sigue son muchas
páginas dedicadas a la historia personal de O’Rourke (sus fracasos
sentimentales con una joven católica y con otra judía, recepcionista del
consultorio dental), a una historia apócrifa de los amalequitas y mucha
verborrea en torno a los tuits del falso Paul, y alguna que otra bobada como ésta:
“Siempre he sentido admiración por un hombre que sabe sonarse la nariz con
elegancia delante de otro hombre.” (p. 246, mi traducción)
Exceptuando
algunos detalles divertidos (los menos) y algunas observaciones repletas de satírica
agudeza, To Rise Again at a Decent Hour
es una novela latosa. De lo anterior, podría destacar esta: “… el aburrimiento
que me asalta dentro de una iglesia no es un aburrimiento pasivo. Es una intranquilidad
activa, corrosiva. Para unos, lugar de propósito final y fácil desahogo; para
mí, un callejón sin salida, el terminal oscuro del alma. Entrar en una iglesia es
ponerle fin a todo lo que hace que entrar en una iglesia con una alabanza en
los labios sea algo completamente razonable.” (p. 10, mi traducción)
Por qué llegó a
ser finalista del Booker en 2014 (que ganó el
australiano Flanagan con The Narrow Road to the Deep North) To Rise Again at a Decent Hour es uno de
esos misterios del mundo literario cuya explicación realmente no importa. Quizás
te sea mejor evitarlo, como si se tratase de un dolor de muelas. Pero sientes
curiosidad, puedes leer un
fragmento del inicio de la novela en la web de la cadena pública NPR.
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