Will Self, Dorian: An Imitation (Londres: Penguin, 2002). 278 páginas.
Hace falta tener
muchas agallas literarias para tomar un distinguido clásico de la literatura
inglesa como es The Picture of Dorian
Gray de Oscar Wilde (1891) y recrearlo para el público lector de principios
del siglo XXI, y hacerlo no solo con lucimiento sino también con humor, y al
mismo tiempo endosarle a esa ‘nueva obra’ unas significativas dosis de reflexión
sobre la creación literaria o artística en general. Es el caso de Will Self.
Puedes adorarlo o despreciarlo, pero nunca te va a dejar indiferente.
Siempre mordaz: Will Self. Fotografía de Taras. |
Self reutiliza el
grueso de los materiales para su ‘imitación’ (no es meramente un homenaje, que también
lo es) de la obra de Wilde, pero los traslada a las dos últimas décadas del
siglo XX. El escenario es inicialmente Londres, pero en este mundo nuestro ya
globalizado, la trama también se desplaza a Nueva York y a Hollywood.
Wilde ha inspirado a muchos artistas. The Picture of Dorian Gray, by Ivan Albright (1943-44) |
Self hace los
cambios necesarios para adaptar la historia de Dorian Gray a los tiempos que
vivimos: en vez de un retrato al óleo, Gray queda inmortalizado en una instalación
artística de 9 tomas diferentes en video, presentadas a través de 9 pantallas. La
primera víctima mortal de Gray es, en lugar de una joven actriz, un atractivo jovencito
prostituto del Soho, Herman, a quien le paga en heroína. Herman muere de sobredosis. Como en la obra de Wilde, está
también Lord Henry Wotton, de afilada lengua e ingenio desbordante. Self dota a
la novela de unos diálogos verdaderamente impagables. Una muestra, en el transcurso
de una fiesta en casa de Lord Henry Wotton, con Fergus y Basil Hallward:
“—Well, Baz, long time no see. I understand
from out host that you’ve become quite the clean-liver queen.
—I’m dying, Fergus, just like Henry,
and I’ve no time left for being stoned.
—Ah yes, Baz, but you’ve always
insisted on calling a spade a spade, so it’s no wonder that you’ve managed to dig your own grave.
—Are you suggesting it’s my literalism
that’s killing me rather than AIDS? Even as he did it Baz regretted being drawn
into this banter.
—I wouldn’t know, the Ferret [Fergus]
snuffled; I haven’t qualifications in either philosophy or medicine. Have you met Gavin?”
“—Caramba, Basi, cuánto
tiempo. Por lo que me ha dicho nuestro anfitrión, te has vuelto la auténtica reina
del hígado limpio.
—Me estoy
muriendo, Fergus, como Henry, y no me queda tiempo para ponerme ciego.
—Sí, Basi, sí,
pero tú siempre has insistido en decir las cosas sin rodeos, así que no es nada de extrañar que te estés yendo a la
tumba sin dar rodeo alguno.
—¿Estás insinuando
que es mi literalidad lo que me está matando, en lugar del sida? Incluso
mientras lo hacía, Basi lamentaba verse arrastrado a este tipo de guasas.
—Qué sabré yo,
dijo el Hurón con un sorbido; no tengo titulación en filosofía y mucho menos en medicina. ¿Conoces a Gavin?”
(p. 138, mi traducción)
Para enmarcar la historia
de Dorian en un contexto histórico contemporáneo, Self esparce datos y
episodios reales en la narración, como la visita de Lady Di a un enfermo de
sida en un hospital londinense. De hecho, la novela se ciñe a los años de la vida
pública de Diana Spencer, incluyendo su muerte en un túnel de París.
Donde Wilde se veía obligado
a la autocensura, Self (por fortuna) no contempla límite alguno. Si bajo la férrea
moral victoriana el autor de The
Importance of Being Earnest recurría a los juegos de palabras y los dobles
sentidos para provocar una respuesta en el lector, al autor de The
Sweet Smell of Psychosis nadie le pone trabas: Dorian, Wotton y sus compañeros de parranda viven
la vida como si el hedonismo fuera un decreto gubernamental y tuvieran que
cumplirlo a rajatabla: todas las drogas hacen acto de presencia y su consumo no
decae ni siquiera cuando están a punto de irse al otro barrio; el sexo sin protección
acompaña la ingesta de sustancias y licores varios.
El desenfreno y
la disipación añaden tintes todavía más surrealistas si cabe a lo que es una
fastuosa representación del mito fáustico en los estertores del siglo XX. Como
con el retrato de Dorian Gray, la imagen de Dorian en los vídeos filmados por
Basil Hallward se deteriora, embrutece y envejece, mientras el atractivo y licencioso
joven rubio sigue tan lozano, hermoso y fresco como cuando lo filmaron.
Pure evil: el actor Hurd Hatfield en una producción cinematográfica de 1945 de The Picture of Dorian Gray. |
Tras cerca de 250
páginas de esta imitativa recreación, una gran sátira no exenta de efluvios homófobos
y misóginos en la que el blanco es la cultura postmodernista, Self le añade a
la historia un desenlace en forma de epílogo, el cual resulta ser tan
sorprendente como enriquecedor. Una vuelta de tuerca más al proceso creativo
que viene a ser una auto-parodia, quizás no tan acertada como el resto del libro.
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