Julian Barnes, The Noise of Time (Londres: Jonathan Cape, 2016). 184 páginas.
Una pregunta
resuena con insistencia en esta ficcionalización de Julian Barnes de la vida de
Dmitri Shostakóvich: ¿A quién le pertenece el Arte? Según le repiten hasta la
saciedad los elementos del Poder (así, con una P bien mayúscula), el Arte le
pertenece al Pueblo. Lenin dixit.
Con The Noise
of Time Barnes busca construir el gran retrato de un gran compositor como
si se tratase de un mosaico. La narración está fragmentada en múltiples
párrafos a veces con la apariencia de ser inconexos, meras viñetas que iluminan
determinados momentos en la vida de Shostakóvich o reflexiones en torno a lo
que debió pasar por su cabeza.
La presencia
constante de la tétrica y al tiempo aterradora figura de Stalin contribuye el
elemento histórico que marca la vida del compositor. Las furibundas críticas a
su música que, según nos relata Barnes, lo pusieron en el candelero y casi lo
condujeron al suicidio desaparecieron tras la muerte del dictador, y solo tras
el cambio de timonel pudo Shostakóvich volver a componer la música que deseaba
crear.
Pero la historia
es inmisericorde con quienes se prestan a firmar falsedades y dar respaldo a
acusaciones espurias contra otros con tal de que el Poder no les haga daño a
los suyos o a ellos mismos. Es bien cierto que la valentía y la tolerancia de
la represión tienen límites. Nadie lo duda. Y solamente quienes hayan sufrido
las garras y el terror de una dictadura pueden criticar a otros por no hacerlo.
Un recuerdo me viene a la memoria: el relato de mi abuela, contándome cómo le
propinó un bofetón a mi abuelo para que no les gritase merecidos improperios a
las tropas fascistas que desfilaban por las calles. ¿De qué sirve un luchador
muerto más en un cajón de pino?
De hecho, Barnes
nunca le pierde la simpatía al compositor ruso. Aun cuando la vergüenza le
hiera y le muerda en la conciencia al Shostakóvich del autor inglés, nunca deja
de mostrarnos una perspectiva humana y comprensiva. ¿La merece? ¿Quiénes somos
los lectores para juzgar a uno o al otro?
¿Ensordece el ruido del tiempo al músico? ¿Basta con taparse los oídos? Fotografía de Deutsche Fotothek. |
Barnes maneja
magistralmente la indudable lucha interna que debió sentir el compositor en
todo momento. Cuando los tentáculos del Poder le instan a colgar un retrato de
Stalin en la pared de su estudio, Shostakóvich se las arregla para poner uno de
Stravinski; en su dacha, en cambio, hay otro de Músorgski.
Como con el Tony
Webster de The
Sense of an Ending, Barnes parece disfrutar de hurgarle en la herida de
sus debilidades a Shostakóvich mas, dado que la narración es en tercera persona,
el efecto de su escalpelo queda un tanto diluido.
¿A quién le
pertenece pues el Arte? No al Poder. Tampoco al Pueblo, que con demasiada
frecuencia prefiere espectáculos deplorables o simples chismorreos entre
marujos y marujas (cuando no barbaries mal llamadas artísticas). Digamos que el
Arte pertenece a su creador y a su lector (en el sentido semiótico, el más
amplio de la palabra).
Barnes vuelve a
deleitarnos con la recreación de una vida histórica. Es un autor de muchos
quilates, y esta obra le añade un nuevo galón por su buena literatura.
The Noise of Time apareció en el estado español el mismo
año de su publicación en inglés tanto en castellano (El ruido del tiempo,
Anagrama, traducción de Jaime Zulaika) com en català (El soroll del temps,
Angle Editorial, amb traducció d’Alexandre Gombau i Arnau).
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