31 dic 2020

Reseña: The Town, de Shaun Prescott

 
Shaun Prescott, The Town (Australia: Brow Books, 2017). 238 páginas.

Canowindra, Molong, Cudal, Yeoval, Manildra, Forbes, Wellington, Cowra, Boorowa… son nombres en un mapa, el del interior de Nueva Gales del Sur. Pequeñas ciudades con un pasado colonial y un futuro incierto. Hace más de veinte años, en lo que fueron mis primeras semanas como nuevo residente en Australia, tuve la oportunidad de asistir a una fiesta de cumpleaños en una de ellas. Muchos años después viví por espacio de seis años en otra, Yass, mucho más cercana a la capital de Australia. Me siento por lo tanto cualificado para opinar sobre un entorno semiurbano que conozco bien.

La premisa inicial de The Town, el debut editorial de Prescott, es simple: un joven escritor llega a una de estas pequeñas ciudades del centro-oeste de Nueva Gales del Sur. Su cometido es escribir un libro sobre estos municipios que, en sus propias palabras, están desapareciendo. Encuentra una casa compartida donde dormir y cocinar, un empleo en uno de los supermercados locales reponiendo productos en las estanterías y empieza a conocer a la gente local.

Picado por la curiosidad, y con el objetivo de acumular información sobre el lugar, investiga su pasado. Nadie parece saber nada sobre los orígenes de la ciudad; nadie tiene interés en rescatar la historia de la pequeña ciudad; nadie demuestra una actitud proactiva por la cultura, las artes, la música en la pequeña ciudad. ¿Será por eso por lo que están desapareciendo esas ciudades del centro-oeste de Nueva Gales del Sur?

La estación ferroviaria de Canowindra, por donde no pasa ningún tren desde hace muchos años. Fotografía de Yeti Hunter.
Gracias a sus recorridos, paseos y charlas conocemos a algunas de las personas que viven en la ciudad. Y todos son especímenes del fracaso, perdedores de una u otra guisa. Tom, el chófer del único autobús que recorre la ciudad en una ruta circular y al que nunca sube ningún pasajero, cuenta sus experiencias como líder de un ya desaparecido grupo musical de la ciudad. Rick, que se pasa las horas en los pasillos del supermercado, pasó años recorriendo las calles con su C.V. en busca de un empleo que nunca consiguió. Jenny, la dueña de uno de los pubs de la ciudad, en el que casi nunca hay clientes. Y Steve Sanders, el típico matón local, de quien pronto se rumorea que va a darle una paliza al joven escritor, sin que se sepa la razón.

¿Qué hace la gente en la ciudad, aparte de emborracharse los fines de semana? Según el joven escritor, diríase que nada. Una vez al año, hay un evento en el que el alcalde da un discurso, y tan pronto lo concluye, una multitud ebria y drogada lo celebran con una gran pelea y la destrucción de instalaciones y propiedades municipales.

La calle principal de Molong, NSW. Un lugar en el mapa, un punto que se cruza camino a otro punto en el mapa. Fotografía de Mattinbgn.
La ciudad cuenta con una estación de ferrocarril, pero no para ya ningún tren. Las carreteras que la enlazan a otras partes parecen no ir a ninguna parte. Hay una emisora de radio comunitaria que nadie escucha. Las afueras de la ciudad son planicies sin horizonte, en las que un brillo nebuloso y funesto esconde lo que parece ser una nada más allá de las suaves colinas en la distancia.

Por si no te ha quedado claro ya, te aviso que no es una caracterización realista de la vida en esas ciudades del centro-oeste de Nueva Gales del Sur. Prescott tiene otras metas. Si la trama parece a un tiempo realista y absurda, es un recurso deliberado.

Y de pronto, un día, emergen unos agujeros con aspecto de espejo translúcido. La ciudad está de hecho despareciendo físicamente. Calles, parques, esquinas, edificios. ¿El fin del mundo o simplemente un fenómeno paranormal? Algo no anda bien en la ciudad. Una tarde el narrador se ve envuelto en un altercado con Steve Sanders, del que curiosamente hay de repente cuatro ejemplares, todos ellos racistas, agresivos, violentos.

Es entonces cuando el narrador y Ciara, la joven DJ que ha estado acompañándole durante semanas en sus pesquisas, deciden que ha llegado el momento de salir de la ciudad. Cargan varias bolsas de cintas de casete con la música experimental que Ciara ha grabado durante años, roban el coche de sus padres y ponen rumbo a la gran ciudad.

Cada uno de los lectores hará su propia interpretación de esta novela. Yo la veo como una alegoría de algo más profundamente cultural, algo relacionado con la esencia de la identidad (o la falta de una identidad clara) australiana. Cito este párrafo, traducido: “Leí artículos de noticias sobre hombres y mujeres que se enzarzaron en reyertas sobre lo que significa ser una ciudad o una nación: rompiéndoles botellas en los cráneos a los demás, arrancándoles prendas de ropa de la cabeza a mujeres de un tirón en los paseos y avenidas que bordean las impolutas orillas del mar. Dicen que no son ellos realmente, pero que sí lo son, pero también que no, y que quién sabe. Parecen sufrir los mismos síntomas que sufría la gente en las ciudades desaparecidas. Su idea de quiénes son pertenece al pasado, y solamente se puede leer en libros o encontrarse en forma de resumen en ciertas canciones o películas. Yo, solo y todavía realizando mis pesquisas, no puedo condenarlos porque crean que son buena gente. Pero igualmente no puedo entender cómo llegaron a esas ideas y síntesis suyas, ni por qué parece que les hagan faltan esas ideas en particular y no otras. Me dio la impresión, como persona que estaba en la ciudad por ningún motivo, que mi búsqueda de algo en particular era una actividad fútil. Solamente veía a gente que estaba allí, que existía. A la gente de la ciudad, y a la del campo, las une solamente el hecho de que están ahí, conectadas por la tierra que dicen poseer.” (pp. 226-7, mi traducción)

La historia está contada con un avispado sentido del humor, aunque a ratos resulte un poco monótona. El concepto que Prescott buscaba desarrollar se entiende, siempre y cuando el lector esté familiarizado con las pequeñas ciudades del centro-oeste de Nueva Gales del Sur. De hecho, hay incluso quien se ha molestado en elaborar una suerte de guía explicativa de las marcas y tiendas que figuran en la novela para quienes no conocen Australia.

El salón de la Country Women's Association en Boorowa, pequeño municipio en el que desde hace algunos años se celebra lo que los locales denominan "The Running of the Sheep", la versión local de los encierros pamplonicas. Fotografía de Mattinbgn.
Es innegable que estas ciudades han ido padeciendo una uniformización imparable: visitas una, y las has visitado todas, podría asegurarse sin exagerar un ápice. Todo lo que tiene de ingenio e ironía la novela se fractura, sin embargo, en ese sentido entre apocalíptico y distópico que el narrador vierte en sus apreciaciones de la sociedad y la cultura del centro-oeste de Nueva Gales del Sur, y que después se repite en la anonimidad, la pugna insolidaria y la constante porfía por sobrevivir o mejorar que se experimenta en una gran ciudad (Sydney).

Queda por ver si la próxima obra que produzca Prescott captará la atención del mundo editorial en todo el mundo como lo hizo esta. Resulta extraño que The Town se publicara en tantos países casi inmediatamente después de su publicación en Australia, donde pasó en cierta medida desapercibido. El libro es, en gran medida, un pequeño homenaje a Gerald Murnane, cuyo estilo imita, en mi opinión, sin disimulo alguno.

The Town la publicó en 2020 en castellano Random House con el título Un lugar en el mapa, en traducción a cargo de Aurora Echevarría Pérez.

29 dic 2020

Reseña: The Start of Something, de Stuart Dybek

Stuart Dybek, The Start of Something (Londres: Jonathan Cape: 2016). 345 páginas.

Dybek es un autor norteamericano de origen polaco. La suya es una larga trayectoria literaria. Su primer libro de cuentos, Childhood and Other Neighborhoods, se publicó en 1980, y a éste le siguieron cinco volúmenes de cuentos más. The Start of Something es una selección de su obra narrativa, reuniendo cuatro cuentos extraídos de cada uno de los libros seleccionados, excepto del primero, que contribuye solo tres.

Los relatos están presentados en orden cronológico inverso. Para quien no conozca su obra (como era mi caso), la propuesta del editor lleva por lo tanto a la lectura de los más recientemente publicados primero y los más antiguos (cuarenta años ya) en último lugar. Con todo, los tres relatos finales (es decir, los tres procedentes de Childhood…) resultan ser tan frescos y atrayentes como los más recientes. Y no obstante, Dybek demuestra haber aplicado mucha mayor complejidad en la elaboración y desarrollo de los cuentos en la segunda década del siglo XXI que en los años 80. El ejemplo perfecto de esto es ‘Tosca’, donde la trama da tantos vuelcos que el lector no termina de saber hacia dónde se encamina la historia. El narrador rememora a tres amistades que en su día confesaron que estaban viviendo sus vidas como si fueran una ópera. El relato se inicia con la escena de una ejecución (como en Tosca, la ópera de Puccini) pero la trama no sigue una línea convencional. ¿Es un relato sobre el arte y las impresiones que nos causa? Posiblemente.

La colección señala una preocupación muy marcada en la narrativa de Dybek: el regreso al pasado a través de la memoria, y hacer ese pasado presente a través de la escritura y, por consiguiente, la lectura. En ‘Waiting’, un escritor acude a un taller de poesía en medio de la naturaleza y es testigo de la dolorosa confesión que hace otra persona. Pero el relato da un brusco giro para contarnos una historia de amor en la que el narrador estuvo profundamente inmiscuido y de la que salió trasquilado.

La siguiente historia se titula ‘The Caller’, y casi se podría asegurar que está narrada desde el punto de vista de un teléfono, que suena y suena en medio de la noche en el apartamento vacío de un pintor, Rafael, que ha desaparecido misteriosamente. Dybek utiliza el insistente timbre del teléfono para enlazar las distintas líneas argumentales que se cruzan en ese dormitorio desocupado. Todos los que llaman tienen algo que contarnos. Y en la conclusión, es el teléfono mismo el que, desesperado, “enloquecido por el rechazo, ya no quiere que le respondan. Es como una alarma que, en vez de servir de aviso, desea ser esa cosa misma contra la que avisa: un robo, o un incendio que arde ya fuera de control. El timbre del que llama es como la sirena de una ambulancia que quiere ser el accidente mismo: una colisión frontal o un atropello con fuga del conductor, un asalto callejero, un tiroteo desde un coche.” (p. 70, mi traducción)

En ‘Paper Lantern’ (aparecido en The New Yorker en 1995), el narrador cuenta cómo el laboratorio donde trabaja queda calcinado cuando uno de sus compañeros olvida apagar un quemador al salir para el almuerzo. Al ver las llamas, recuerda la fotografía que guardaba de una examante, y un viaje que hicieron a Chicago, y en el retorno vieron un gran incendio. Las llamas la excitaron tanto que empezó a masturbarse en el coche, y un camionero la vio y empezó a seguirlos, dándoles las luces. Él hizo varias fotos de ella desnuda, que guardaba escondidas en el laboratorio que ardía ante sus ojos atónitos.

En otro de los mejores relatos de la selección, ‘We Didn’t’, un hombre recuerda la noche en que estuvo a punto de tener su primera experiencia sexual con su primera novia en la playa de un lago cercano a Chicago. La tensión del momento estalla cuando aparece la policía: ha aparecido una chica embarazada, ahogada en el lago. La muerte de la joven cambia para siempre la relación entre ellos, y el relato se adentra en la derrota del narrador, el ahora adulto que revive el fracaso, el rechazo, el desencuentro.

Al final no lo hicieron. La playa de Chicago. Fotografía de My Core Competency is Competency en Wikicommons.  

Dybek es un narrador exquisito, siempre atento a pormenores descriptivos. Los giros narrativos presentes en muchos de estos relatos son inusuales, pero no es el único en hacer de ello una virtud. En muchos de los relatos abundan las referencias metaliterarias, artísticas y musicales. Por ejemplo, ‘Córdoba’, que comienza así: “Mientras nos besábamos, se abrió el volumen con tapa de cuero de las Obras Completas para mostrar una fotografía de Federico García Lorca, con su lunar prominente junto a la patilla de su pelo engominado, peinado hacia atrás, que se le escurrió a ella y resbaló por el sofá de seda verde hasta caer sobre la alfombra china sin apenas hacer ruido.” (p. 99, mi traducción)

Del resto de relatos, me atrevo a destacar ‘The Palatski Man’ y ‘Chopin in Winter’. El primero narra las aventuras de un niño y su hermana en las afueras de Chicago. El segundo nos lleva al edificio de apartamentos donde viven varias familias de emigrantes polacos, y cómo la música puede ayudar a evocar momentos, rostros y tragedias.

Una estupenda selección, que por desgracia no ha sido traducida al castellano ni al catalán. El único de sus cinco libros de cuentos traducido al castellano es La costa de Chicago, traducido por José Luis Amores para Pálido Fuego, y publicado en 2019.

26 dic 2020

Reseña: The Spanish Holocaust, de Paul Preston

 

Paul Preston, The Spanish Holocaust: Inquisition and Extermination in Twentieth-Century Spain (Londres: Harper Press, 2014). 700 páginas.
Yo andaba por los seis o siete años, y recuerdo que entraba en el despacho de mi abuelo materno y curioseaba entre los objetos y libros que allí tenía, y en la pared había un cartel que mostraba a un hombre con sombrero, leyendo. Debajo decía: «Cuidad vuestra cabeza. El sombrero la elegantiza. El libro la ennoblece». Para el niño que yo era, el mensaje parecía raro. Es ahora, con cincuenta tacos más a las espaldas, que me doy cuenta de lo subversivo que era aquello, a finales de los años 60 y principios de los 70, tras treinta años de una dictadura fascista y sanguinaria, la dictadura cuya supervivencia consintió Europa, con muy pobre juicio, tras el final de la II Guerra Mundial.


Mi abuelo fue un hombre trabajador, muy paciente y cariñoso. Para los niños era un imán: parecían seguirle. De la guerra que trajo consigo esa dictadura a la que me refiero hablaba muy poco. Tras la guerra estuvo trabajando durante unos años para un circo. Recuerdo el día que me presentó a unos amigos suyos, los todavía no tan famosos Gaby, Fofó y Miliki, que se convirtieron en los “Payasos de la TV” poco después. Pasaban las semanas, los meses, y a mí solamente me preocupaba marcar goles en los partidos del recreo; y de pronto, un día se murió la bestia. Ese día, en la tienda de mi abuela paterna se acabaron las existencias de cava a las 10 y media de la mañana. Cosas del consumo y las prioridades de cada uno, supongo. Algo debía querer celebrar el pueblo.

En los libros escolares, la historia de España que estudiábamos en la época de los 70 y 80 terminaba en el año 1939. Nos hacían memorizar el execrable comunicado del 1 de abril de 1939, y a partir de ahí se abría un largo periodo de nada. La guerra civil se resumía en tres o cuatro párrafos cuyo sesgo franquista era infumable, y poco más.

El monumento a Largo Caballero en Madrid ha sido en varias ocasiones el blanco de ataques de las hordas neofranquistas, esos que aseguran estar dispuestos a asesinar a 26 millones de conciudadanos con el fin de asegurar la unidad de "su" España. Fotografía de Metro Centric - Madrid.
Han tenido que transcurrir muchos años para que comience a contarse la verdad de la guerra y la posguerra. Este libro de Paul Preston viene a poner los puntos sobre las íes, y desmenuza con lujo de detalles el sanguinario terror, la crueldad desmedida y la barbarie de la contienda. Que se produjeron salvajadas por parte de ambos bandos es un hecho que Preston constata. Sin embargo, este libro, empezando por su muy llamativo título, claramente detalla que el golpe de estado se había estado cocinando desde los mismos comienzos de la II República, y que la guerra no fue sino un plan sistemático y premeditado de exterminio de la población del estado español que no apoyaba al régimen militar y falangista, la versión española del fascismo.

Santiago Carrillo, dirigente del PCE, en un mitin en Tolosa en 1936. Preston plantea serias dudas respecto a su completa inocencia en los desmanes cometidos en las afueras de Madrid. Fotografía de Ricardo Martín.
La lectura del libro ayuda a sacar varias conclusiones. Una de ellas (y en mi opinión de suma importancia) es que el gobierno democrático de la II República cometió muchos errores, entre ellos confiar en repetidas ocasiones (especialmente hacia el final de la guerra) en la palabra de un militar inhumano, deshonorable y falsario que tenía un objetivo muy claro desde el mismo momento en que inició la sublevación contra el gobierno: exterminar a los ciudadanos que creían en la posibilidad de salir del histórico atraso político y económico del estado español de principios de siglo XX.

El libro de Preston es un riguroso estudio de Historia: aporta los hechos, los datos y las cifras, todo ello de manera incontestable, y señala sus fuentes de manera científica. No ha lugar a rebatir la tesis que demuestra: los crímenes de los golpistas constituyen un genocidio, la aniquilación sistemática y premeditada de cientos de miles de personas a quienes juzgaban ser poco más que animales. Es una brillante narración, pese a lo desagradable de la temática, y demuestra, además, cómo la guerra mediática de los genocidas logró que, durante muchas décadas, la verdadera dimensión de los crímenes contra la humanidad que cometieron tanto durante como después de la guerra quedase oculta y fuera callada en los libros de historia.

Fotografia de Paul Preston. Museu d'Història de Catalunya (fotògraf, Pep Parer).
En nombre de mi abuelo, le doy las gracias, Señor Preston.

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