27 nov 2024

Resena: Smart Ovens for Lonely People, de Elizabeth Tan

Elizabeth Tan, Smart Ovens for Lonely People (Sydney: Brio Books, 2020). 249 páginas.

Hace ahora seis años que reseñé la novela Rubik de esta autora australiana residente en Perth. En su momento dije que Rubik era una especie de pasatiempo compuesto de muchas piezas que había que encajar igual que el cubo. De manera que tenía ganas de hincarle el diente a este conjunto de veinte relatos cortos. La decepción no puede ser mayor.

Los temas que trata Tan son muy similares a los de la novela: indaga en las inquietudes socioculturales de nuestra época, las imposiciones del tecno-capitalismo neoliberal y las absurdas tesituras que se plantean en torno a conspiraciones que los personajes se esfuerzan en principio por comprender y posteriormente por apartar de sus vidas.

Pero, personalmente, en su casi totalidad estos relatos me han dejado indiferente, y en algunos casos, completamente irritado, dado lo inanes que me resultan. De todos ellos, el único que salvaría de la hoguera es el que da título al libro: ‘Hornos inteligentes para gente solitaria’. Tras superar una crisis existencial no especificada, Shu recibe un horno de la marca ‘Neko’ (un horno hablante e ‘inteligente’) que, además de ayudarle a preparar comidas muy sanas y apetitosas, le hace compañía y le sirve de analista.

En cualquier caso, yo recomiendo emplear el tiempo necesario para su lectura en otros menesteres. Hay tanto que leer y el tiempo es finito.

26 nov 2024

Reseña: Beneath the Darkening Sky, de Majok Tulba

Majok Tulba, Beneath the Darkening Sky (Camberwell, Victoria: Penguin, 2014). 240 páginas.

El reclutamiento forzoso de menores para engrosar las tropas de grupos rebeldes o incluso ejércitos semirregulares es el tema central de este libro del australiano de origen sudanés Majok Tulba. El autor sufrió en carne propia la entrada de rebeldes en su pueblo, pero se salvó de convertirse en niño soldado por no tener la estatura suficiente. No era tan alto como un AK-47. A los nueve años huyó a Uganda.

En el caso de Obinna, el protagonista narrador de esta terrorífica historia, tanto a él como a su hermano se los lleva un grupo rebelde que asalta la población donde vivían con sus padres. El padre es brutalmente asesinado y las casas y almacenes completamente destruidos.

La narración del periplo de los niños y niñas robadas hasta el campamento de los rebeldes es un relato sobrecogedor por su crudeza. Para atravesar terrenos repletos de minas antipersona, el cabecilla del escuadrón de la muerte hace caminar a los más pequeños por delante del grupo. Obinna ve desaparecer a uno de ellos tras una explosión a pocos metros de él. Las humillaciones y vejaciones a que son sometidos son constantes.

Al estar narrada en primera persona y al mantener el punto de vista del niño inocente que, con el paso de los días, las semanas y los meses, se convierte en un sanguinario mercenario simplemente para poder seguir con vida, la narración funciona perfectamente. Su gradual transición desde la muda resistencia psicológica a la imposición de la violencia (su transformación en soldado) a la aceptación de su situación es incluso natural.

El carácter de su interacción con otros soldados, comandantes y las mujeres que son forzadas a servirles (en todos los sentidos) es una parte importante de la historia. A través de esos contactos e intercambios Tulba escribe el paso de la ingenuidad de la niñez de Obinna a la barbarie y la violencia de su vida como soldado rebelde.

A lo largo de toda la novela se destila el hecho de que existe un desprecio total e irracional por la vida de otros seres humanos, fundado en el absurdo de una hueca retórica política y un orden social militarizado, férreamente establecido mediante el terror, la tortura y el caciquismo. Nada nuevo bajo el sol, a decir verdad. No porque no lo veamos ni vivamos es menos cierto que siga ocurriendo.

El Kalashnikov o AK-47, desmontado. Foto de MoserB.

«Mi AK-47. Llevo el AK-47 en la sangre. Lo cuido del mismo modo que una madre cuida a su niño.

Saca el cargador. Ponlo a tu derecha. Tira hacia atrás, quita el cartucho cargado de la recámara. Coloca el cartucho que has quitado junto al cargador. Presiona el seguro de la tapa superior del receptáculo. Levanta y quita la tapa superior del receptáculo. Colócala a tu izquierda, por detrás. Empuja el resorte de retroceso hacia adelante. Levanta y quita el resorte de retroceso. Colócalo a tu izquierda, por delante. Sujeta el anclaje del pasador, tira de él hacia atrás y retira el anclaje del pasador. Colócalo a tu izquierda. Levanta la palanca del tubo de gas. Saca el tubo de gas. Colócalo a tu derecha, un poco más alejado.

Aplica lubricante al pasador del eje. Coloca el rifle delante de ti. Toma el paño de limpieza con la mano derecha. Coge el anclaje del pasador, límpialo con el paño. Vuelve a dejarlo a tu izquierda. Coge la tapa superior del receptáculo, límpialo con el paño. Vuelve a dejarlo a tu izquierda. Coge el resorte de retroceso, sujétalo con el paño. Limpia el resorte girándolo contra el paño. Vuelve a dejarlo a tu izquierda. Unta el paño con unas gotas de aceite. Coge el anclaje del pasador, pásale por encima el paño untado de aceite. Vuelve a dejarlo a tu izquierda. Coge el resorte de retroceso. Pásale el paño untado de aceite. Vuelve a dejarlo a tu izquierda.

Deja el paño. Coge el rifle. Coge el tubo de gas. Colócalo en su sitio y presiona. Baja la palanca del tubo de gas, asegúralo. Coge el anclaje del pasador. Deslízala hacia delante hasta que esté en su lugar. Coge el resorte de retroceso. Colócalo en su lugar, presiónalo hacia adelante, aprieta y asegúralo en su sitio. Coge la tapa superior del receptáculo. Coloca el extremo delantero en su sitio. Apriétala y asegúrala en su sitio. Carga todos los cartuchos en el cargador. Desliza el cargador en su compartimento. Tira del seguro hacia atrás.» (p. 165-166, mi traducción)

11 nov 2024

Reseña: The Last White Man, de Mohsin Hamid

Mohsin Hamid, The Last White Man (Londres: Hamish Hamilton, 2023). 180 páginas.

Abundan en esta época las grandes teorías “conspiranoicas” que individuos como el felón que ha sido elegido esta semana Presidente de los Estados Unidos alimentan con gran empeño pero sin evidencia alguna. Una de mis “favoritas” es la llamada Le grand remplacement, según la cual, y parafraseo Wikipedia, la población blanca cristiana occidental está siendo sistemáticamente sustituida por personas de otras razas no europeas​ a través de un proceso que comprende, entre otros factores, la inmigración y el desplome de la tasa de natalidad de las poblaciones de los países ricos de Occidente. Como si las grandes migraciones de la población blanca occidental de los siglos XVIII, XIX y XX nunca hubiera ocurrido. En fin.

Esta nouvelle de Hamid plantea esa situación en la forma de una (¿impertinente? ¿inquietante? ¿absurda? Elige el adjetivo que prefieras, o incluso los tres) alegoría, comenzando por el día en que uno de los dos protagonistas, Anders, descubre al despertar que ya no es blanco, que su piel ha oscurecido y que, por lo tanto, ya no pertenece al grupo étnico que hasta ese momento se identificaba como dominante.

Su primera reacción es violenta: le gustaría matar la imagen de sí mismo que contempla, atónito, en el espejo. Incluso el gerente del gimnasio donde trabaja le comenta que, si fuera su caso, hubiera puesto fin a su vida. Luego está la reacción de su amiga, Oona, que acepta el cambio del color de piel de Anders con bastante entereza. El padre de Anders padece una especie de shock y la madre de Oona se declara completamente horrorizada.

Con una estrategia deliberada que hace ambiguos tanto el lugar como la época en la que transcurre la novela, Hamid pone en primer plano las cuestiones de la pérdida de identidad, la confusión y el duelo que ese proceso causa en la población blanca, que paulatinamente desaparece. La violencia se apodera de las calles y las noches; nadie puede comprender por qué su ciudad y su país se han transformado en un lugar tan diferente, donde la gente de piel oscura empieza a ser el grupo étnico dominante a medida que, conforme pasan los días, son cada vez más las personas que, al despertar,  descubren que ya no son de raza blanca.

Mientras lo leía, me dio la impresión de que The Last White Man estaba originalmente destinado a ser un cuento, una narración breve que el autor transforma en novela. Hamid recurre mucho a la repetición de palabras, escribe párrafos en los que las oraciones se superponen unas a otras quizás para acentuar la idea inicial.

Y a modo de conclusión, cuando el último hombre blanco deja de serlo, se restablece una suerte de normalidad. Que cada cual saque sus conclusiones.

Edvard Munch, Liklukt [El olor de la muerte]: 1895.

«Ahora, el padre de Anders rara vez salía de su habitación, y en ella había un olor, un olor que
él podía ver en la cara de Anders cuando su hijo entraba y a veces él mismo podía olerlo, lo cual era extraño, como un pez que notase que estaba mojado, y el olor que podían oler era el olor de la muerte, la cual el padre de Anders sabía que estaba ya cerca, y eso lo asustaba, pero no estaba completamente asustado de sentirse asustado, no, él había vivido durante mucho tiempo con miedo y no había dejado que el miedo lo dominase, aún no, y trataría de continuar haciéndolo, continuar no dejando que el miedo lo dominase, y con frecuencia no tenía las energías para pensar, pero cuando sí las tenía, el pensamiento de lo que hacía que una muerte fuese una buena muerte, y su sensación era que una buena muerte sería aquella que no atemorizase a su chico, que el deber de un padre no era evitar morir delante de su hijo, esto era algo que un padre no podía controlar, sino más bien que si un padre había de morir delante de su hijo, debía de morir tan bien como pudiese, hacerlo de tal forma que dejase algo a su hijo, que le dejase a su hijo la fuerza para vivir, y la fuerza para saber que algún día él mismo podría morir bien, como lo había hecho su padre, y así, el padre de Anders se esforzaba por convertir su viaje final hacia la muerte en un acto de entrega, en un acto de paternidad, y no sería fácil, no era fácil, era casi imposible, pero eso fue lo que se propuso intentar hacer, mientras conservase el juicio.» (p.113-4, mi traducción)

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