Chuck Palahniuk. Make Somnething Up (Londres: Jonathan Cape, 201X). 317 páginas.
Dice el subtítulo
de esta colección de cuentos de Palahniuk – el primer libro suyo que leo – que
son ‘stories you can’t unread’, que vendría a ser algo así como ‘cuentos que no
puedes desleer’. Pues bien, es
ciertamente difícil desleer algo,
pero por fortuna los lectores tenemos la posibilidad de olvidar lo que hemos
leído y consignarlo a la papelera, llegado el caso.
Vaya por delante
que a mi edad no me considero especialmente impresionable ni recatado. Creo que
soy capaz de poner cierta distancia entre el material que leo y la
interpretación personal que hago de lo leído. ¿Dónde quiero ir a parar con
esto? Vayamos al grano: digamos que de las 23 historias que integran Make Something Up, más de la mitad no
dan la talla. Lo cual no quiere decir que Palahniuk no logre sus propósitos de
sorprender o molestar al lector. Puede que lo logre con otros, pero no conmigo.
Me explico. En
las respuestas a una entrevista del 2 de noviembre de 2014 que apareció en The Observer, Palahniuk explicaba que
con su literatura trata de “lograr los efectos de una alta cultura mediante los
métodos de una baja. Me fascina la baja ficción que genera una respuesta
física: lo que asquea al lector, lo que le da hambre o le excita sexualmente.”
A Palahniuk no le
falta voluntad de ser transgresor en sus temas. Incluso hay alguna historia en
la que la transgresión se produce en el lenguaje – es el caso de ‘Eleanor’, la
segunda del libro, que exige una lectura muy intensa para poder sacarle todo el
sentido a los juegos de palabras y malapropismos. Pero la mayor parte de sus
transgresiones tienen que ver con las buenas costumbres y lo que mucha gente de
bien llama ‘lo moralmente aceptable”.
En ese sentido,
Palahniuk podría ser el heredero de Charles Bukowski, con la diferencia de que
algunas historias de Bukowski realmente (me) hacían gracia. No es el caso con
Palahniuk. Make Something Up comienza
bien, en buena forma. ‘Knock-Knock’ cuenta la historia de un maltrato infantil
a través de una retahíla de chistes basados en la consabida fórmula del
“Toc-toc; ¿Quién es?”. Los chistes son a cada cual más vejatorio. Desde el
punto de vista de la traducción este, como ‘Eleanor’, supondrá un enorme
desafío para quien se atreva a intentarlo, si es que alguien se atreve.
Otras historias
exploran el mundo del marketing y la promoción de productos a través de
personajes sin muchos distintivos. En todos los cuentos hay algún elemento inverosímil
y transgresor. Y ese es, en mi opinión, el punto débil de un libro como éste. El
esquema de creación, en el que una situación dada o un atributo extraño o
peculiar de un personaje es llevado a extremos, si no absurdos, sí increíbles, es
tan repetitivo que cansa y termina por aburrir.
Conforme uno
avanza en la lectura de estas narraciones, más y más frecuentes son las
carencias. Así, por ejemplo, ‘Torcher’, en el que un ajado cincuentón se
enfrenta al reto de descubrir quién puede ser un asesino – potencialmente en
serie – en el transcurso de un gran festival al que acuden hippies, ninjas y
otras numerosas tribus alternativas. No le encontré mucho sentido a situar una
disputa familiar en ese entorno y hacer que la resolución de la trama pasara a
ser la resolución de un conflicto doméstico.
En otro de los
cuentos, ‘The Toad Prince’, un muchacho que caprichosamente ha contraído todas
las enfermedades venéreas a su alcance ha desarrollado tal cantidad de verrugas
en su miembro viril que éste ha alcanzado unas dimensiones absurdas. En mi opinión,
no es cuestión de que sea mal gusto, sino de poca originalidad.
Ni siquiera el
más largo de todos los cuentos, ‘Inclinations’ – que sobrepasa las 50 páginas –
tiene una trama coherente. La historia se desarrolla en una institución que
busca “corregir” la orientación sexual de muchachos adolescentes; al
protagonista, Kevin, se le une un grupo de chicos que han ingresado, como él, únicamente
con la intención de obtener una recompensa económica de sus padres cuando
salgan de allí. Pero el lugar resulta ser una prisión de la que parece
imposible escapar. Es una historia enrevesada, que abunda en momentos rayanos en
el histrionismo, y que el autor soluciona con un crimen, un acto de
ajusticiamiento sangriento, pero para nada inesperado.
Hay un candidato
a la Presidencia de los Estados Unidos en el que muy bien se pudiera inspirar
Chuck Palahniuk para seguir escribiendo historias de este calibre y naturaleza.
Según parece, sus andanzas y comportamientos dan mucho juego o, mejor dicho, muchos
jugos, pues al fin y al cabo parece ser éste un elemento esencial en la mayoría
de los cuentos que escribe Palahniuk en Make
Something Up.
I'll have a beer, thanks.