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8 nov 2014

Reseña: The Woman Upstairs, de Claire Messud

Claire Messud, The Woman Upstairs (Londres: Virago, 2013). 301 páginas.

Hacía ya un tiempo que no me encontraba con una primera página de una novela que me haya cautivado tanto como este largo despotricar de la protagonista de The Woman Upstairs. Hay algo en esas primeras oraciones de lo que es una narración que adopta el formato de un largo monólogo que de hecho me impacta como lector. Es sin duda, en la superficie, la ira directa y palpable, una rabia colérica que no admitirá ser aplacada por nada, y que Nora expresa con un tono inabordable:

“¿Que como estoy de enfadada? No quieres saberlo. Nadie quiere saber nada de eso. 
Soy una buena chica. Soy una chica simpática, con todo sobresalientes, una buena hija algo mojigata, una chica que hizo buena carrera, y nunca le robé el novio a nadie ni dejé en la estacada a una amiga, y me aguanté las gilipolleces de mi padre y las gilipolleces de mi hermano, y en todo caso ya no soy una chica, joder, tengo más de cuarenta tacos, hago bien mi trabajo y soy fenomenal con los niños, y sujetaba la mano de mi madre cuando se murió, después de pasarme cuatro años sujetándole la mano mientras se estaba muriendo, y hablo con mi padre por teléfono todos los días – todos los días, eso sí, y «¿Qué tiempo tenéis al otro lado del río?, pues aquí está bastante plomizo y también algo húmedo. En la lápida de mi tumba se suponía que iba a leerse ‘Gran Artista’, pero si me muriera ahora mismo diría en cambio ‘una buena maestra/hija/amiga’; y lo que realmente quiero decir a grito pelado, y que se lea también en mayúsculas en la lápida, es QUE OS JODAN A TODOS.” (p. 3, mi traducción)
Nora, como ella misma nos ha dicho nada más comenzar el libro, es maestra de primaria en Cambridge, Massachusetts. Con (ahora más o menos secretas) ambiciones artísticas que nunca llegó a desarrollar plenamente y próxima a los 40, vive sola, aunque tiene unas cuantas buenas amistades, y está empezando a darse cuenta de que muchas de las posibilidades vitales de que goza una mujer se le están cerrando. Nora recuerda con amargura el momento en que su madre abrió su galleta de la suerte en un restaurante chino local y leyó que “Lo que no hayas hecho será lo que te atormentará”, y yo me atrevo a añadir “para el resto de tus días”.

Al principio del nuevo curso entra en la clase un niño de apariencia inusual, Reza Shahid. A los pocos días, Reza es objeto de un ataque con tintes xenófobos por parte de un par de descerebrados, y es gracias a ese incidente que Nora conocerá a su madre, Sirena (el nombre no es una mera coincidencia). Nora inmediatamente se siente atraída por la italiana Sirena, y poco a poco entra en la órbita de la familia Shahid. El hecho de que Sirena sea una artista cuya reputación empieza a expandirse por todo el hemisferio occidental la motiva más todavía a acercarse a ellos. El padre de Reza, Skandar, está trabajando como profesor invitado en Harvard durante un año. Son por lo tanto una pareja sofisticada e ilustrada. Podrían ser un modelo a seguir para cualquiera, ¿no? Nora queda fascinada por la especie de aureola multicultural de los Shahid (Skandar es de origen libanés/ palestino, cristiano/musulmán) y la timidez y hermosura de Reza, y cuando Sirena le ofrece la posibilidad de compartir un gran atelier, no lo duda ni un instante.

Mientras Nora trabaja en sus propios dioramas (diminutas reproducciones de habitaciones de escritoras o artistas famosas, tal como lo podría hacer una niña de tendencias imaginativas y creativas), Sirena se embarca en un gran proyecto creativo, Wonderland, basado en la obra más conocida de Lewis Carroll; Sirena naturalmente alista la ayuda de Nora, quien se enamora de la artista. El problema es que al mismo tiempo, tras ofrecerse a hacer de canguro de Reza algunas noches, comienza a dar largos paseos con Skandar por las noches, y también su embrujo personal y fuerte atractivo intelectual empiezan a hacer mella en ella. Su obsesión por los Shahid llega a niveles prácticamente enfermizos.

¿Qué busca Nora en los Shahid? ¿Satisfacer un deseo sexual, ya sea con Skandar o con Sirena? ¿Inspiración artística? ¿El paradigma de un ideal que ha ambicionado ser toda su vida sin lograr llegar a serlo? ¿Poder sentirse madre con Reza antes de la edad se lo impida? En las muchas reflexiones que salpican su monólogo (la narración que conforma, al fin y al cabo, The Woman Upstairs) Nora hace mención una y otra vez de un hambre que nada puede saciar, y que es aspecto fundamental de su existencia.

El suspense en torno a las complejidades de su relación con los dos Shahid adultos avanza no siempre al ritmo que uno quizás preferiría – en algunos momentos, Nora me ha exasperado como lector. El clímax resolutivo parece llegar cuando ella y Skandar parecen consumar algo de apariencia sexual en el atelier, en el interior de la instalación artística que Sirena ha creado, y que Messud decide envolver en un halo de vaguedad que a muchos les resultará un tanto frustrante. Hay además un episodio en el que Nora, sola en el estudio y con una botella de tinto matador, se disfraza de Edie Sedgwick y se masturba en el césped artificial de Wonderland.

La narración de The Woman Upstairs transmite (solamente a ratos) un cierto aire a desasosiego, que en mi opinión tiene más que ver con la impresión de que a veces la narradora protagonista resulte una pizca fastidiosa, que con la narración en sí misma. Messud calibra perfectamente el progreso de la trama hasta un desenlace ciertamente inesperado (o quizás es que yo soy un poco ingenuo – a mí me sorprendió, y mucho). La creatividad reprimida, el voyerismo, la facilidad con que la mente humana puede engancharse a una obsesión: son temas fascinantes, pero a través de la narración de Nora (por muy verosímil que lo sea, por muy valiente que resulten sus admisiones) la protagonista casi nunca despierta nuestra simpatía, ni nuestra comprensión. Puede que tú, lector/a, tengas otra opinión, y si has leído la novela, ciertamente me interesaría conocer tu opinión.

Cuando finalmente los Shahid regresan a Europa, la intensa amistad con los Shahid (o la intensidad con que Nora percibía esa amistad) se va difuminando. Hasta que Nora se toma un año sabático y decide viajar a Europa y hacer coincidir sus días en París con fechas en las que los Shahid estarán en la capital francesa, donde tienen su residencia habitual. Como parte de su recorrido turístico, la maestra estadounidense decide visitar la exposición de los videos que Sirena ha grabado de las reacciones de los visitantes a Wonderland. (Atención: SPOILER ALERT) En la exposición descubrirá la imperdonable y abominable traición de la que ha sido objeto, la causa de su ira inextinguible.

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