David Gilbert, & Sons (Londres: Fourth Estate, 2014). 430 páginas.
¿Recuerdas esa coletilla
que se solía añadir al nombre de muchas empresas familiares (“e hijos”, o “y
hermanos”) en la época del desarrollismo en España? Era algo muy habitual justo
en los estertores de un franquismo que, por lo constatado en los últimos meses
y más todavía, si cabe, hoy mismo, renace de otras guisas en el estado
español, cual ave fénix.
La novela del
estadounidense David Gilbert, con ese título truncado pero evocativo, trata
(obviamente) de la relación entre padres e hijos, pero es mucho más que eso.
Hay, naturalmente, un patriarca, Andrew N. Dyer, novelista ficticio de renombre
en el país, autor de una obra (ficticia) de culto, titulada Ampersand, palabra inglesa que designa
el símbolo ‘&’.
Dyer tiene tres
hijos varones: dos de su primera (y única) esposa, Isabel, y un tercero, Andy, mucho
más joven, supuestamente la consecuencia imprevista de un affaire con una
canguro escandinava. Richard y Jamie viven hasta cierto punto independizados de
su padre. El primero en Los Ángeles, donde hace sus pinitos como guionista,
aunque su verdadera ocupación es la de asesor en temas de drogadicción
(exadicto él mismo). Jamie, en cambio, vive un poco a salto de mata, se dedica
a la cinematografía y da clases en una universidad cercana a Nueva York.
La novela
comienza con un funeral, y termina con otro. El primero es el del gran amigo de
Dyer, Charlie Topping. Es el hijo de éste, Philip Topping, quien nos narra la
historia. Gilbert incluye al comienzo de cada sección del libro un texto de la
correspondencia entre Charlie y Andrew a lo largo de los años.
& Sons incluye una gran variedad de tramas secundarias,
todas conectadas entre sí hasta cierto punto. Por poner unos ejemplos: Andy
persigue desesperadamente a una empleada del agente literario de su padre con
la vana esperanza de perder la virginidad con ella; Jamie descubre cómo el
documental (12:01 pm) que grabó de su
exnovia durante los meses previos a su muerte por causa de un cáncer (y que
luego amplía ilegalmente filmando su lenta descomposición en el interior del
ataúd) se hace viral en Youtube; Richard acude a Nueva York con la firme
intención de conseguir que su padre venda los derechos de Ampersand a un productor de cine que le contratará para escribir el
guion.
Uno podría argüir
que son demasiados hilos y que tarde o temprano la madeja se liará tanto que no
habrá por dónde agarrarla. Pero no es así. Gilbert construye una muy sólida
narración, con algunos altibajos, sin duda, pero el conjunto, en general, se
sostiene.
Si la muerte de
Charlie ha tenido un efecto duro y profundo para Andrew, éste es la revelación
de su propia mortalidad. Su salud se está deteriorando, y por ello convoca a
sus dos hijos mayores en Nueva York, para que conozcan a su medio hermano. Pero
¿es Andy en realidad hermano de Richard y Jamie? ¿Va a ser que no? Entonces,
¿qué demonios es?
Ese elemento de
la novela (prefiero no divulgarlo, pero hay muchas reseñas en inglés que sí lo
mencionan) es posiblemente lo más flojo del total. Gilbert introduce otra trama
secundaria (¿o es terciaria?) que no hace otra cosa que embrollar, y que en
ningún momento queda dilucidado. &
Sons es, sobre todo, una novela neoyorquina por antonomasia. De hecho, en
exceso: para mi gusto le sobran algunos pasajes en los que parece primar la
localización por sobre la trama (por ejemplo, la travesía de Central Park de
Andy y su primo en busca de los mejores pretzeles…)
Con todo, lo
cierto es que Gilbert escribe espléndidamente la mayor parte del tiempo. No
falta en ninguna página una metáfora o un símil deslumbrante y, hasta cierto
punto, peca a veces por exceso. Contrapongamos esto con la supuesta calidad de
la prosa de Dyer, quien al principio de la novela recurre a un sitio web para escribir
el panegírico que ha de leer en el funeral de su “gran amigo” Charlie.
No obstante, dada
la vastísima oferta de ficciones que el mercado nos ofrece (en muchas lenguas
diferentes) no es de lo peor que uno puede encontrar: & Sons entretiene y
a ratos intriga por su preocupación con el paso del tiempo como principal cuestión
de la condición humana. Tomemos como ejemplo este pasaje sobre el paso del
tiempo y los amigos de nuestra juventud:
“[…] Nuestros más viejos amigos, sus rostros, nunca cambian realmente, puesto que tanto ellos como nosotros viajamos a una misma velocidad vital. El caso de padres e hijos es algo diferente. Estos nos ayudan a medir nuestra existencia, igual que el reloj de pared o el que llevamos en la muñeca. Pero nuestros viejos amigos llevan consigo una constante entrelazada, son una parte y el todo, todos los días del calendario comprendidos en una mirada.” (p. 119, mi traducción)