Matthew Fishburn, Burning Books (Basingstoke y Nueva York: Palgrave MacMillan, 2008). 239 páginas.
Uno de
los recuerdos más entrañables de mi niñez me lleva a la salita de estar de mi
abuelo materno, la cual albergaba, además de un piano que yo aporreaba con mala
saña, una gran parte de su modesta pero interesante biblioteca. Intento evocar
en mi cada vez menos confiable memoria una ocasión en que mi abuelo me enseñó
cierto volumen, del cual me decía que estaba prohibido. No recuerdo muy bien de
qué libro se trataba.
Corría
la década de los setenta, nos hallábamos en los estertores de la dictadura
fascista de Franco, y para el niño de siete u ocho años que yo era la idea de
tener un libro prohibido en casa (mis abuelos vivían en el piso debajo del
nuestro, y padecían, sin duda con cierto estoicismo, las carreras que yo y mis
hermanos hacíamos por el pasillo) constituía una pequeña pero excitante
aventura.
Fue mi
abuelo el que me dijo que había que leer el Quijote
tres veces en la vida. Y precisamente en el Quijote
tuve el primer contacto literario con la quema de libros: la muy famosa escena
en la que el cura y el barbero acceden a la solicitud del ama y la sobrina del
caballero manchego a quemar los libros de caballerías de don Alonso Quijano, los
cuales le han secado el cerebro.
Que los
libros concentran en sí mismos poder o peligro es una idea que se ha repetido de
manera constante en la literatura europea: además del caso ya mencionado antes,
en La tempestad, Calibán le pide a
Stefano que queme los libros de Próspero para que pueda ser liberado de sus
conjuros. En el Doctor Fausto de
Marlowe, Fausto promete que quemará sus libros. Quemar para purificar, para
reiniciar desde cero. Fueron muchos los autores que quemaron obras propias:
Fishburn menciona a Wittgenstein, Freud, Lord Byron y Tomás Moro, entre otros. Vladimir
Nabokov trató de quemar Lolita, mas su
mujer lo sacó del fuego. Algo por lo que debemos estarle agradecidos por
siempre.
En
nuestros tiempos, un somero repaso en YouTube muestra un sinfín de videos de
jóvenes que queman algún libro (sobre todo, los libros de texto). Yo mismo
estuve tentado, al acabar la carrera de Filología, de darle su merecido a algunos libros que llegué a odiar a lo largo de
cinco años de estudios. Pero no lo hice (que yo recuerde), sobre todo pensando
en lo caros que resultaban, y que podían además serles de utilidad o ahorrarles
dinero a otros.
Es
innegable que existe una cierta ambivalencia respecto a la quema de libros:
¿quién no ha odiado algún libro (o a su autor) tanto que le ha cruzado por la
cabeza la idea de prenderle fuego a sus páginas? Un insulto favorito entre
literatos enemigos es prender un fuego usando las páginas del libro del
escritor odiado.
La
diferencia estriba, obviamente, en hacer de la quema de libros un espectáculo
público, frente a la ceremonia íntima de limpieza
que uno puede acometer en ciertas circunstancias – aunque el gran número de
videos disponibles en Internet de gente que quema libros pareciera indicar que
no es algo tan íntimo.
Berruguete. El milagro del libro. Dice la leyenda que las llamas rechazaron tres veces ciertos libros que gozaban de 'protección divina'. |
Un
breve recuento de obras meramente literarias, que han pasado a ser reconocidos
clásicos, pero que en su momento fueron censuradas y/o quemadas incluiría al Ulises de Joyce, Las uvas de la ira de Steinbeck,
El amante de Lady Chatterley de Lawrence, Sin novedad en el frente del alemán Remarque, o Fiesta de Hemingway.
James
Joyce comentó con jocosidad que algún alma caritativa compró la primera tirada
completa de la primera edición de Dubliners,
que 22 editores habían rechazado previamente, para quemarla en Dublín.
Burning Books es un completísimo estudio sobre el curioso
y antiquísimo fenómeno de la destrucción de los libros, centrado
particularmente en las quemas organizadas por el régimen nazi en Alemania.
Una de
las interesantes historias circunstanciales que narra Fishburn es la de la
Biblioteca de los Libros Quemados que se estableció en París en respuesta a la
quema organizada de libros por parte de los nazis. La primera quema de libros,
hábilmente orquestada por Goebbels en Berlín el 10 de mayo de 1933, fue
recibida por las democracias occidentales, nos dice Fishburn, con una mezcla de
repulsa y de incredulidad, cuando no de burla; las reacciones que avisaban de
que estas muestras de barbarismo eran solo el preludio de algo peor no
recibieron la atención que merecían, como vino a demostrar luego la historia.
Pero no
fueron solamente los nazis quienes emprendieron una purga de literatura que no
aceptaban mediante su combustión; existe un estudio (realizado por M. Z.
Zelenov) que calcula que solamente en los años 1938-39 unos 24 millones de
libros fueron confiscados de bibliotecas y librerías en la Unión Soviética para
ser destruidos.
Fishburn
analiza con mucho lujo de detalles históricos la réplica propagandística que
los aliados elaboraron en los albores de la II Guerra Mundial, durante la
guerra civil española y en el transcurso de la guerra misma. Desde los editoriales
de periódicos y revistas, pasando por adaptaciones al cine de relatos y
novelas, la imaginería de los nazis como bárbaros que quemaban libros fue
explotada y manipulada para servir los intereses de los aliados.
Chile, septiembre de 1973. Quema de libros izquierdistas durante los primeros días del régimen militar chileno. Revista Redacción, de Argentina- Fotógrafo: Charles Burnett (Gamma, 1973). |
Observa
Fishburn que “el lenguaje de la destrucción está tan tenuemente separado del
lenguaje de la renovación, que existe algo emocionalmente rico en la
posibilidad de una gran hoguera que purgue la acumulación muerta del pasado”.
La retórica de los que propugnan la quema de libros nunca está demasiado lejos
del pensamiento utópico, pero el hecho es, nos recuerda Fishburn, que “la quema pública de libros
siempre es fundamentalmente un acto simbólico, un cruce entre legislación y
publicidad”.
Este es un libro escrito con mucha elegancia y sencillez, lejos del pesado lenguaje académico que, en mi opinión, suele malograr muchos libros de historia. Muy recomendable, aunque me temo que no es probable que sea traducido al castellano (o al catalán) ni publicado en España.
Este es un libro escrito con mucha elegancia y sencillez, lejos del pesado lenguaje académico que, en mi opinión, suele malograr muchos libros de historia. Muy recomendable, aunque me temo que no es probable que sea traducido al castellano (o al catalán) ni publicado en España.