Lyn McCredden & Nathanael O'Reilly (eds.) Tim Winton: Critical Essays (Crawley: UWA Publishing, 2014). 341 páginas.
Han transcurrido
ya casi veinte años desde que nació en mí un interés por la obra de Tim Winton,
cuando una amiga me prestó su copia de Cloudstreet,
un fragmento de la cual llegué a utilizar en mis clases durante el único año en
que ejercí como docente en la Universitat de València. Desde entonces ha
llovido mucho, y por fortuna Winton ha continuado escribiendo novelas,
narraciones cortas, memorias y teatro. Por mi parte, he seguido leyéndole y
reseñando sus nuevos libros.
Durante varios
años de esas casi dos décadas (el plural produce una sensación de vértigo) me
enfrasqué en el laborioso proyecto de traducir Cloudstreet al castellano, albergando la (vana) esperanza de que,
en alguna parte, algún editor quisiera publicarla. Ni la producción de una serie televisiva
basada en la novela ni
algún que otro ensayo o trabajo que he publicado en libros o revistas de
naturaleza académica parece haber despertado interés alguno por el libro en el
mercado editorial de la lengua española.
Ellos se lo
pierden.
Tim Winton: Critical Essays apareció este año, editado por Lyn
McCredden y Nathanael O’Reilly y publicado por University of Western Australia
Press. En el prólogo, los editores señalan que esta colección de ensayos se
enmarca en un renovado intento por aportar más voces a la crítica literaria,
cuyo objetivo debe ser “contribuir a los debates culturales, a la reflexión
sobre la obra individual y sobre el estado de la cultura en la que participa la
obra literaria.” (p. 2-3, mi traducción)
El mismo prólogo
apunta la inherente cualidad contradictoria de la obra de Winton: “las
tensiones entre la capacidad humana para construir significado y el poder
destructivo de un accidente o la temporalidad; entre la intimidad tangible,
dichosa, y los estragos de la violencia en las relaciones; entre las exigencias
y placeres de la existencia material y las insinuaciones de un mundo sagrado,
trascendente, que se presiente en lo palpable y lo cotidiano.” (p. 4, mi
traducción)
Es indudable que
Winton es uno de los narradores australianos contemporáneos más populares, y
sin embargo su popularidad no es óbice para que se reconozca su intrínseca
cualidad (y calidad) literaria. Winton escribe novelas ‘literarias’ que atraen
a un público bastante heterogéneo, y por lo tanto su obra debe en teoría reflejar
en buena medida qué es lo que se cuece en la escena cultural australiana en su
sentido más amplio.
La colección de
ensayos es, como cabría esperar de una recopilación tan variada, bastante
desigual en su calidad. De hecho, si los editores hubiesen decidido descartar
un par de ellos por su lenguaje excesivamente academicista y reducir el volumen
a 10 ensayos, a lo sumo 11, pienso que el libro resultaría todavía más
atractivo.
De todos los
ensayos que integran el volumen, son dos los que me han cautivado, tanto por su
temática como por su riguroso pero muy asequible análisis. El primero se titula
simplemente ‘Water’, y lo firma Bill Ashcroft. Se trata de un estudio exquisitamente
redactado en torno al agua como símbolo virtualmente omnipresente en la obra de
Winton. Ashcroft trata el símbolo desde diversos puntos de vista, desde el
litoral (de Australia Occidental) como límite o punto geográfico/moral/psicológico
que no se puede sobrepasar al “medio de huida y libertad” (p. 24), pasando por
el carácter onírico que el agua adquiere en novelas como Shallows (1984), Breath
(2008) o Dirt Music (2001) o como símbolo
de la muerte o el renacimiento de índole religiosa. El agua, el río, es el
espejo/umbral que Fish cruza finalmente en el desenlace de Cloudstreet para regresar a un pasado y a una muerte interrumpida.
El de Ashcroft es una delicia de ensayo, y en tanto que ocupa el primer lugar
en la colección, sitúa el listón muy alto para el resto de contribuyentes.
El otro ensayo
que quiero destacar es el segundo, ‘“Bursting with voice and doubleness”:
vernacular presence and visions of inclusiveness in Tim Winton’s Cloudstreet’, cuya autora es Fiona
Morrison. Tras hacer mención del hecho de que Cloudstreet haya pasado a engrosar la lista de títulos publicados
por la prestigiosa editorial The Folio Society (ya estaba en la colección Clásicos
Modernos de Penguin), Morrison analiza detalladamente cómo emplea Winton el
lenguaje corriente, el habla popular en la novela o saga de las dos familias
que comparten una enorme casona en una calle del Perth de la posguerra. Dice
Morrison de la novela: “Cloudstreet
es una obra que demuestra un don especial para reunir diversas formas de
plenitud cómica y una reconciliación final: modismos junto a momentos de extremado
lirismo, cuentos de tipo colonial junto a un neo-romanticismo postcolonial, lo
natural junto a lo sobrenatural, el pasado y el presente.” (p. 56, mi traducción)
Hay otros interesantísimos
ensayos en este volumen, por supuesto. Nicholas Birns realiza en ‘A not
completely pointless beauty: Breath,
exceptionality and neoliberalism’ una curiosa lectura de Breath, con un trasfondo histórico-político que nunca me habría pasado
por la cabeza, pero que al menos a mí me resulta harto convincente. Cuando leí
la novela en 2008 y escribí esta
reseña para la revista Espéculo no intuí en modo alguno los paralelos que
pueden perfectamente establecerse entre la trama de la novela de Winton y la relación
geopolítica de Australia con los Estados Unidos de América en la década de los
70.
También resulta original
la aportación de Per Henningsgard, ‘The editing and publishing of Tim Winton in
the United States’, donde analiza las modificaciones y alteraciones que ha
sufrido la obra de Winton en los EE.UU.
Se echa en cambio
en falta un estudio de cómo (y en qué condiciones) se ha recibido la obra de Winton en otras lenguas.
Como ya he comentado en otras ocasiones, constato una sensación de extrañeza o
incluso estupefacción ante la falta de criterio o lógica respecto a qué autores
australianos contemporáneos resultan ‘premiados’ con el honor (o fustigados con la desgracia,
como fue el caso de Tim Winton y Música
de la tierra) de la traducción al castellano. Uno puede perfectamente entender
que una
novelita tan graciosa como El proyecto
Rosie se traduzca casi instantáneamente a una veintena o treintena de
idiomas. Las editoriales ganan dinero con los best-sellers, and that’s fair
enough. Lo que nunca terminará de cuadrarme es que exista un buen número de
otros autores y obras surgidas en Australia que, por lo que se ve, nunca van a poder leer los lectores de lengua castellana. ¿Hasta cuándo?