Tom Perrotta, The Leftovers (Nueva York: St Martin's Press, 2011). 355 páginas.
Uno de los
grafitis que me quedó grabado en la memoria tras una breve estancia en Buenos
Aires y La Plata en 1993 decía así: ‘COJAN, COJAN, ¡QUE VIENE EL COMETA!’ Puro humor argentino.
No cabe duda de que la idea del fin del mundo provoca cierta fascinación: cada cierto tiempo aparece algún visionario profeta dispuesto a amargarnos la mañana, la tarde o la noche a todos, vaticinando el fin de los tiempos. Claro que esto, según discurra ese día el estado anímico de uno, puede incluso ser una contingencia casi bienvenida.
No cabe duda de que la idea del fin del mundo provoca cierta fascinación: cada cierto tiempo aparece algún visionario profeta dispuesto a amargarnos la mañana, la tarde o la noche a todos, vaticinando el fin de los tiempos. Claro que esto, según discurra ese día el estado anímico de uno, puede incluso ser una contingencia casi bienvenida.
La novela del estadounidense
Tom Perrotta parte de una premisa que en otras circunstancias podría
considerarse más propia de la ciencia ficción: el 14 de octubre de un año (¿2008?)
de la primera década de este siglo, en apenas unas décimas de segundo, aparentemente
millones de personas en todo el mundo se esfuman. Y hago hincapié en el verbo, se esfuman, pues esos millones de personas no mueren, en el sentido biológico del término,
sino que simplemente desaparecen de pronto, sin dejar rastro alguno.
Entre los
desaparecidos – nos enteramos de pasada después, gracias a la voz de un único narrador
omnisciente – se hallaban muchos personajes famosos (entre otros, Jennifer
López, el Papa, Adam Sandler, Vladimir Putin y un tirano latinoamericano, cuyo
nombre no nos es revelado). Pero a Perrotta (y al lector que firma esta reseña)
estos no le interesan para nada. Le interesan los que quedan detrás, The Leftovers.
La narración nos
sitúa unos tres años después de la Partida Repentina (‘the Sudden Departure’),
el suceso que aparenta tener algunos ecos irónicos del Arrebatamiento bíblico (1
Tesalonicenses 4:15-17), y que, en contra de la profecía bíblica, parece
haber afectado a todas las religiones y edades por igual: cristianos, budistas,
mahometanos y ateos, viejos y niños, gente buena y malvada, desaparecieron todos
por igual, sin distinción.
Apenas un año
después del extraño y espeluznante suceso de la desaparición de millones,
comienza a aparecer una especie de secta nueva, los ‘Guilty
Remnant’ (los Vestigios Culpables). Imitando el voto de silencio de los monjes
cartujos, visten ropas blancas y viven de forma bastante espartana; otra cosa
que los distingue es que fuman cigarrillos constantemente cuando se hallan en
presencia de otras personas. Su misión es reclutar nuevos practicantes de su
culto y esperar el fin del mundo. Mientras éste llega, el grupo se dedica a la
vigilancia de los pecados, distribuyéndose en parejas de vigilantes que simplemente
siguen y miran fijamente a ciudadanos normales mientras sostienen un cigarrillo
encendido, siempre en silencio.
La trama
principal gira en torno a la familia Garvey, de un centro urbano de la costa este de los EE.UU. llamado Mapleton. Los Garvey no perdieron a ninguno de sus miembros el
14 de octubre, pero sus consecuencias resultan ser dramáticas para todos ellos.
El padre, Kevin Garvey, asumió el puesto de alcalde tras un incidente en que la
policía allanó el cuartel general de los Vestigios Culpables y mató a uno de ellos; su mujer, Laurie,
ha abandonado a su familia y renunciado a la vida cómoda y placentera para
unirse a esa extraña secta de fumadores, pese a que “no la habían educado para creer en
casi nada, excepto en la estupidez misma de creer”. El hijo mayor, Tom, dejó
los estudios para unirse a una organización (“the Healing Hugs”) que dirige una especie de predicador estilo evangelista llamado Holy Wayne,
quien al poco tiempo es arrestado por la policía. La hija, Jill, todavía en el
instituto, tras la marcha de su madre pierde el rumbo de su vida y malgasta su
tiempo yendo de fiesta en fiesta con su amiga Aimee.
Naturalmente, el
traumático acontecimiento ha cambiado las vidas de todos en Mapleton y les
conduce a un cierto grado de introspección. En este sentido, Perrotta se la
juega, pues no es un tema que atraiga a muchos lectores; es un tema que más
bien, diría uno, los ahuyenta. El hecho de que la catástrofe no quede explicada
(hay algunas nebulosas referencias al 11 de septiembre de 2001 y al tsunami del
océano Índico) puede hacer pensar al lector que en realidad la Partida
Repentina viene a ser una excusa para que Perrotta investigue en la reacción
humana ante la tragedia y el dolor como respuesta a la pérdida de los seres
queridos.
Mientras que algunas
personas han buscado el retorno a una especie de normalidad, para otras no es
ni fácil ni factible. Perrotta centra este dilema en otro personaje, el de Nora
Durst. El esposo y los dos niños de Nora desaparecieron el 14 de octubre
mientras cenaban. Tras una noche en la que baila con ella en un evento social
(una estrategia para recuperar algo de ‘normalidad’), Kevin trata de acercarse
a Nora - incluso hacen un viaje juntos a Florida - pero es ella la que decide que, puesto que no puede rehacer su vida, optará
por reinventarla, hasta que un fortuito hallazgo lo cambiará todo.
The Leftovers tiene una dinámica estructura narrativa en la que
Perrotta va alternando los personajes protagonistas del relato: uno pudiera sospechar
que en parte pudiera estar escrita deliberadamente con esa estructura para poder
ser adaptada más fácilmente a la pequeña pantalla. (Piensa mal y...)
A todo lo
anterior hay que añadir la tensión y el enigma que rodean a un par de
asesinatos de miembros de los Vestigios Culpables. Pese a que la narración nos
da suficientes pistas sobre el segundo de ellos, el caso no queda aclarado. La
implicación de Laurie en los entresijos del culto también añade sus buenas dosis
de misterio.
Con todo, hay
algo en The Leftovers que me ha parecido blando, artificioso. Si el mensaje que Perrotta pretende transmitir es que el
ser humano no puede (ni debe) confiar en que formas o estructuras externas (la
religión organizada es el caso más obvio: hacia el final de la novela, la
dirección de los Vestigios Culpables empieza a exigir - a crear - mártires) le otorguen
sentido a la vida, ese mensaje queda no solamente pobremente explicitado – y
dudo que fuera ésa su intención respecto al lector medio estadounidense – sino un
tanto toscamente diluido al no profundizar en las inquietudes y congojas de los
que sufren.
Los que, tras una tragedia o una experiencia traumática, quedan con el corazón hecho añicos, luchan todos los días con sus demonios interiores, haciéndose preguntas que no tienen respuesta, tratando de exprimirle algo de sentido al sinsentido. Puede que sus inquietudes no sean las de otras personas, pero en ningún caso son superficiales.
Los que, tras una tragedia o una experiencia traumática, quedan con el corazón hecho añicos, luchan todos los días con sus demonios interiores, haciéndose preguntas que no tienen respuesta, tratando de exprimirle algo de sentido al sinsentido. Puede que sus inquietudes no sean las de otras personas, pero en ningún caso son superficiales.
Aunque en su
resolución Perrotta deje algunos cabos sueltos, quizás sea inevitable que, como
mandan los cánones de la industria literaria estadounidense, el desenlace de The Leftovers sea también poco más o
menos un final feliz. No es, sin embargo, un final que deslumbre al lector.