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25 jun 2016

Reseña: The Scatter Here is Too Great, de Bilal Tanweer

Bilal Tanweer, The Scatter Here is Too Great (Londres:Vintage, 2014). 203 páginas.

Un atentado con bomba en las inmediaciones de una de las principales estaciones de ferrocarriles de Karachi, Cantt Station, es el episodio central que conecta las diversas partes de esta obra del paquistaní Bilal Tanweer, en su debut como novelista. Cada una de las partes del libro está precedida por un breve prefacio en el que el autor hace referencia a un parabrisas agujereado por una bala: ”¿Has visto alguna vez un parabrisas despedazado por una bala? El agujero en el centro echa una red limpia y nítida alrededor de sí misma y se satura de diminutos cristales. Esa es la metáfora de mi mundo, de esta ciudad: rota, hermosa, y nacida de una tremenda violencia.” (página 1, mi traducción)

Karachi Cantt Train Railway Station. Fotografía de Farhan
La metáfora funciona ciertamente funciona: las diversas partes que integran The Scatter Here is Too Great vienen a ser esas largas grietas que parten del episodio fundamental, la explosión de la bomba; la dispersión que produce la detonación tiene su eco no solo en el título sino también en la dispersión del acto narrativo a través de los múltiples narradores con los que Tanweer puebla la novela.

¿Quiénes son estos personajes narradores? El primero es un niño al que sus compañeros de colegio llaman Lorito. Su relato es cautivador y te mete de lleno en el libro con sus cándidas frases, tan directas que a primera vista no delatan la profundidad que esconden. Otros narradores son un caricaturista, un adolescente que escapa durante unas pocas horas con el coche de su madre, un esbirro que trabaja para una compañía dedicada a la recuperación forzosa de coches embargados, el hermano de un conductor de ambulancia traumatizado tras la explosión de la bomba, un niño pequeño cuya hermana le cuenta historias fantásticas.

Son narradores anónimos, pero sus personajes no lo son. Pese a la dispersión de la narración, el foco de Tanweer los hace humanos en el detalle descriptivo dentro de ese cosmos urbano en el que imperan el terror, la pérdida y la pobreza, pero también hay mucho deseo y amor.

Paisaje nocturno de Karachi. Fotografía procedente de pkonweb.com 
Con todo, para mí la voz narradora más atrayente es la del escritor. Es llamativo lo mucho que Tanweer escribe sobre el acto mismo de la escritura. The Scatter Here is Too Great es en gran medida una metanarrativa audaz e innovadora. Véase este párrafo en la página 174 como ejemplo:

“Llegó un momento en mi vida en que comencé a buscar un trabajo que tuviera una rutina dura e inflexible. Me puse a buscar faenas que me ayudaran a alejarme de la escritura; un trabajo que no me dejara con el ansia de recurrir a las palabras, porque ése es el quid de la cuestión: escribir suponía para mí una tortura ineludible. No podía hacerlo, pero era la única cosa que deseaba hacer con desesperación.” (mi traducción)

Al final de esta parte del libro (la última, por cierto), el joven escritor que trabaja como subeditor de un diario de Karachi reflexiona sobre la literatura y su naturaleza ficticia e irreal, rechazando la “fabricación” (esto es, la invención narrativa) de los cuentos que su difunto padre escribía o narraba para él cuando era niño (lo que conecta con el primer capítulo), La labor periodística, pensaba él, estaría más cercana al (vano) intento de reflejar la realidad, la vida real, con precisión y exactitud. Tras visitar el hospital adonde han llevado el cadáver de su amigo Sadeq (el esbirro de la compañía que ejecuta los embargos de coches) se pone a vagabundear las calles de Karachi, y tras un encuentro con algunos extraños personajes llega a la conclusión que para muchos es la esencia de la literatura: la paradoja de que únicamente la ficción, la invención, puede otorgarnos suficiente dominio al enfrentarnos a la labor de recrear y reorganizar la realidad y hacerla asimilable, a través de la escritura. “Necesitábamos historias para poder imaginar el loco mundo en el que vivimos,” dice Tanweer en la página 196. Y también alguien que las lea. Yo recomiendo que leas este libro, y para abrir boca, te ofrezco las primeras cuatro páginas traducidas al castellano.


Pizarras
Tengo unos dientes que sobresalen, y por eso todo el mundo en la escuela me llamaba lorito, lorito. Un día le di una paliza a un chico que me llamó lorito, lorito, aunque yo no le había dicho nada a él. El chico tenía el pelo corto y castaño. Le agarré del pelo y entonces le zurré. Pero no sabía que le había dicho palabras feas, y también a su padre y su hermana. Eso pasa cuando estoy enojado. Uno de los otros chicos me contó después que usé esa palabra sobre su hermana para insultar al chico del pelo castaño, a su padre y su hermana. Dijo que yo le había llamado bhenchod. Esa no es una palabra que yo digo. No a su padre. Pero todos dicen que yo dije esa palabra. Todo el mundo no debe estar mintiendo.
La maestra le pidió a Papá que viniera a la escuela. Papá no se creía que yo conociera las palabras que la maestra decía que yo había usado cuando la insulté a ella y al chico. Ella dijo que yo la había insultado cuando estaba intentando separarme del chico. Yo había tirado de él, agarrándole del pelo, y luego me había subido encima y le había abofeteado la cara muchas veces. Como respuesta él me había arañado la cara con las uñas. De todo esto sí me acuerdo, pero no de las palabrotas.
Al principio Papá dudó de lo que decía la maestra, pero cuando otras personas también le dijeron que habían oído mis insultos, se enfadó y dejó de hablarme. Yo le pedí perdón, perdón Papá, tantas veces, pero él no quiso hablarme, ni siquiera mirarme. Entonces yo me enfadé y me puse a llorar. Y también le grité. Mi hermana y mi madre se asustaron cuando me puse a gritarle a Papá. Mi madre estaba comiendo cuando empecé a gritarle; ella dejó de masticar la comida y se quedó mirándome muy fijamente. Yo vi que ella me estaba mirando, pero solamente me daba cuenta de que estaba enfadado y que estaba llorando. No sabía lo que estaba diciendo. Mamá me pegó con el cucharón de acero por enfadarme con Papá. También por haberle gritado. Ella había comprado el cucharón en el bazar dos días antes, y estaba metido en la cacerola del curry. Cuando Mamá me pegó, el cucharón estaba caliente, y luego me pude oler el curry en la mano toda noche. Pero yo ya estaba llorando, así que la paliza que me dio no me hizo nada. Me quedaron marcas rojas en los brazos. Pero yo soy fuerte. Después, todos se callaron. Yo me quedé sentado en el sofá. Mi madre se llevó a mi hermana a un rincón y le dijo que me hiciera comer porque yo todavía no había comido. Se pensaron que yo no sabía nada de lo que decían en el rincón. Pero yo sí lo sabía. Mi hermana se acercó con la comida. Me dio de comer con las manos, y me dijo que debería pedirle perdón a Papá.
Le pedí perdón, pero en realidad no pasó nada. Él siguió muy callado. Le dijo a Mamá: ‘No sé de dónde se ha sacado esas palabras. Es tan pequeño.’Papá tenía dos empleos. Trabajaba en un despacho y escribía pequeños libros de cuentos. Decía que los escribía para chicos pequeños como yo. Yo le decía que no era un niño pequeño. Me leía todos sus cuentos. Estaban en libritos de ocho céntimos, y todos eran sobre gente valiente que luchaba contra gente mala.
En la escuela se pelea poca gente. Pero es porque nadie les llama lorito, lorito. Al poco tiempo dejé esa escuela. No solamente a causa de las peleas, sino también porque Mamá dijo que allí había un mal ambiente. Entonces Papá empezó a enseñarme. Me enseñaba todo en cuentos. Me mostró cómo todos los números eran animales, y uno tiene que observarlos hacer cosas y decir qué les ha ocurrido al final del cuento. Más quiere decir que los animales se juntan. Menos quiere decir que algunos dejan a los otros. Multiplicar y dividir ocurren cuando hay diferentes tipos de animales. Es fácil: 4 x 2 quiere decir que hay 4, 4 animales de 2 clases, como 4 ovejas y 4 vacas, y juntas son 8. Y dividir ocurre cuando tienes averiguar cuántos grupos hay de cada uno de ellos.
En la escuela tenía problemas para aprender la ortografía y las tablas. Papá me enseñó que en la mente tenemos una pizarra, y que podemos usarla para dibujar en nuestras cabezas con tizas de colores. Yo cerraba los ojos y dibujaba en la pizarra. Y siempre que quería recordar las letras de una palabra, las copiaba desde la pizarra. Después de eso, ya no me fue difícil recordar las cosas. Incluso dibujaba cosas en la pizarra cuando me iba a dormir por la noche.Yo también le enseñé a Papá a dibujar en la pizarra. Cuando volvía del despacho, le quitaba las gafas y me sentaba en su barriga y cerrábamos los ojos. Al principio Papá solamente dibujaba paisajes: una casa y un sol y seis colinas. Pero entonces yo le explicaba que teníamos una pizarra muy grande y que podíamos dibujar cualquier cosa, de cualquier color. Y entonces dibujábamos la bandera de Paquistán. Yo dibujaba banderas pequeñas, me gustaban. Papá decía que sus banderas eran grandes. Mientras dibujaba, yo a veces me olvidaba de lo que estaba dibujando y escuchaba el sonido que hacía la tiza ─ tac, taccatac, tac, tac y shhhh−hissshhh. Pero no le decía a Papá nada de eso. Sabía que no lo entendería. Solamente le decía que hiciera cosas: peces, hierba, estrellas (que eran lo más fácil), un sol de muy gran tamaño. Yo siempre hacía tres soles: un sol para la mañana, un sol para la tarde y un sol para la noche. Hiciera el paisaje que hiciera, yo le ponía un sol. Me gustaba el sol. El sol tiene luz en su interior. También me gustaban los bulbos. Los bulbos son soles. Pequeños soles. Pero me gusta el gran sol que nadie puede apagar. A veces simplemente le decía a Papá que llenara su pizarra de luz. Eso lo hacíamos con la tiza amarilla. Y entonces un día, de pronto, Papá y yo empezamos a dibujar coches y casas grandes, con grandes terrazas. Elegíamos colores diferentes para las habitaciones y los coches. Y entonces, cuando terminábamos de dibujar, nos contábamos cómo eran nuestros coches, y qué forma tenían las ventanas, todo lo que se podía ver afuera, de qué color eran los suelos de la casa. Yo siempre le contaba primero a Papá mi dibujo porque si me contaba él el suyo, yo me olvidaba del mío.




19 jun 2016

Reseña: Kartography, de Kamila Shamsie

Kamila Shamsie, Kartography (Londres: Bloomsbury, 2002). 343 páginas.
¿Cuál sería tu reacción si un día alguien te revelara algo sobre tu propia familia que tus padres te hubieran ocultado durante muchos años? ¿Y si esa información pusiera en evidencia a tu propio padre? ¿Hasta qué punto podemos (o debemos) denunciar la tacha moral de una persona que nos lo ha dado todo y a la que hemos buscado emular en nuestro progreso hacia la madurez?

Ese es, en buena parte, el dilema al que se enfrenta la joven pakistaní Raheen, la protagonista de esta novela de Shamsie. Pero no es el único. Quizás el más acuciante (al que por lo menos le dedica más páginas la autora) es el de la amistad (y mucho, pero que mucho, romance) con su primo Karim.

Narrada por una joven Raheen, ya graduada de una universidad estadounidense, la novela comienza con unos jóvenes Raheen y Karim compartiendo unas vacaciones en una gran propiedad rural de un familiar en el norte de Pakistán. La violencia latente en las calles de Karachi empuja a sus padres a alejarlos de la ciudad. Raheen trata de explicarse (y explicarnos a nosotros sus lectores) la relación con Karim a lo largo de los años, y el porqué del gravísimo deterioro de esa amistad tras la salida de Karim y su familia de Pakistán cuando apenas contaba 12 años, camino de Londres.

El centro de Karachi. Fotografía de Asjad Jamshed
El secreto del que Raheen nunca ha sido sabedora se remonta muchas décadas: concretamente a 1971, cuando Pakistán Oriental se separó del Occidental, formando el estado que hoy en día se llama Bangladesh. Los padres de Raheen y Karim rompieron sus compromisos de boda y terminaron por intercambiar sus parejas. ¿Qué es lo que les llevó a esa decisión? ¿Cómo se produjo y qué consecuencias emocionales tuvo sobre las dos mujeres con que se casaron? Lo quebradizo de esas relaciones tiene su reflejo en la fragilidad de la relación entre Raheen y Karim.

El trasfondo determinante es, por supuesto, la intransigencia moral y la fuerte intolerancia que la religión tiene sobre las relaciones entre personas de distinto sexo en Pakistán. El contraste entre la descripción de las fiestas regadas con alcohol en las que se embarcaba la generación de sus padres y del rampante puritanismo al que tiene que hacer frente en las calles de Karachi le sirve a Shamsie para abordar el tema de la represión con cierto humor. Sin embargo, la autora no explora en la misma medida la discordancia entre la clase acomodada y privilegiada a la que pertenecen Raheen y sus amigos y la mísera existencia a la que se ven abocados la mayoría de los ciudadanos de Karachi. No resulta ser suficiente la ironía con la que Raheen cuenta las lujosas celebraciones nocturnas y la vacuidad de ese pequeño sector tan privilegiado de la sociedad de Karachi, especialmente porque la propia Raheen da la impresión de sentir abundante displicencia por los múltiples problemas que aquejan a la población más humilde de la ciudad.

A caballo entre la Bildungsroman y la novela romántica, Kartography no termina, en mi opinión, de cuajar como historia. Pienso que hay algo que no cuaja en una narración centrada más en los vaivenes sentimentales de una joven que en un terrible episodio del pasado, el cual, parece decirnos Shamsie, es determinante en todas las vidas de las generaciones futuras. Kartography está a años luz de Burnt Shadows, por ejemplo, y carece del rigor narrativo del que Shamsie hizo gala en A God in Every Stone. Un pelín decepcionante para mi gusto.


15 ago 2015

Reseña: An Obedient Father, de Akhil Sharma

Akhil Sharma, An Obedient Father (Londres: Faber & Faber, 2001). 282 páginas.

¿Cuál es la diferencia en términos morales entre la corrupción política que se aprovecha de una posición de poder para beneficio económico propio y condena a la pobreza a muchos otros miembros de la sociedad y la depravación de un pederasta que abusa a los menores y obtiene el beneficio sexual propio a costa de arruinar su vida y su personalidad? Cuando hace muchos años leí por primera vez la novela que es ahora un clásico de la literatura (Robert McCrum la incluyó entre sus 100 mejores novelas en lengua inglesa en la serie para The Guardian que en apenas una semana llegará a su conclusión), Lolita, me sorprendió como lector – como estoy seguro que sorprendió a muchísimos otros lectores – la sensación sentir casi simpatía por Humbert, el monstruo pederasta.

En la primera novela del estadounidense de origen indio Akhil Sharma, An Obedient Father, el protagonista dista mucho de ser el personaje cultivado y afable tras el que se esconde el monstruoso Humbert. Muy al contrario: Ram Karan es un viudo de 57 años, ha sobrevivido a un infarto pero sigue siendo muy obeso y aficionado al Johnnie Walker en las fiestas y recepciones a las que es invitado. ¿Su ocupación? Oficialmente, funcionario del Departamento de Educación en la ciudad de Delhi; pero en realidad Karan se dedica a recoger el dinero de los sobornos y mordidas en nombre de su jefe, el señor Gupta, un mediocre oficial del Partido del Congreso.

Este odioso antihéroe vive en un pequeño apartamento de Delhi en una zona muy pobre. Con él viven ahora su hija Anita, que recientemente perdió a su marido en un accidente, y la hija de Anita, Asha, que está traumatizada por la muerte de su padre. Una noche, tras emborracharse en la casa de Gupta, Anita lo descubre toqueteando a Asha en el dormitorio: este es el detonante para una chocante revelación. Cuando Anita tenía doce años, su padre la violó repetidamente hasta que fue descubierto por su esposa Radha. Anita no lo ha olvidado, pese a que su madre la conminó a ello.

Rajiv Gandhi (1944-1991). Fotografía de Santosh Kumar Shukla
Con el trasfondo político del asesinato de Rajiv Gandhi (1991), Karan se involucra en la trama de corrupción y traiciones políticas urdida por Gupta. Tras haber recolectado mucho dinero para el Partido del Congreso, Gupta traiciona a sus amos y decide presentarse como candidato del BJP (Bharatiya Janata Party, o Partido Popular Indio). Roma no paga a traidores, y el Partido del Congreso tampoco. Lo que comienza con un espionaje telefónico (que da lugar a unos diálogos muy cómicos entre Karan y el espía encargado de escuchar sus conversaciones telefónicas) termina con el asesinato del hijo de Gupta.

Rajesh Khanna (1942-2012) y su hija Twinkle. Fotografía de Bollywood Hungama.
Sharma conjuga con mucha soltura la corrupción personal del pasado de Karan con la corrupción política en la que se hunde junto con su jefe, de tal manera que la primera se refleja en la segunda. Los días en que la red de corrupción comienza a venirse abajo coinciden con los inicios de la venganza de Anita. Sometido a un marcaje implacable dentro y fuera de casa, su destrucción es segura. Anita se encarga de hacer desaparecer las medicinas y de agregar dobles o hasta triples dosis de grasa a la comida que le prepara.

El autor consigue no obstante presentar una imagen de Karan como persona que intenta redimirse de sus muchos crímenes. Entrega dinero corrupto a Anita para que Asha pueda vivir mejor, salva a una familia Sikh de ser linchada por malhechores tras el asesinato el Primer Ministro Gandhi. Karan se revela en una narración en primera persona como un pobre diablo, derramando amargas lágrimas cuando la certeza de un fin cruel le queda clara. Karan es no obstante el producto de una sociedad que vive inmersa en la crueldad, la corrupción y la violencia. Más que un antihéroe, es un monstruo venido a menos, un ser vil y repulsivo que ha terminado siendo un pobre mamarracho de voraz apetito y poca voluntad.

Dimple Kapadia. Fotografía de Bollywood Hungama
Le llegó el turno a Rajesh Khanna para hablar. Me cargué a Asha en los hombros. Incluso desde cien metros de distancia, Khanna daba el aspecto de tener sobrepeso, y el color de su pelo parecía artificiosamente oscuro. Ese hombre, en el momento álgido de su fama, se había casado con Dimple Kapadia, veinte años más joven que él, y considerada, tras protagonizar Bobby, la mujer más hermosa de la India. Tras tener una nueva esposa se había retirado del mundo del cine. Después de quince años de matrimonio y dos hijos, su mujer le había engañado, y había vuelto a hacer películas, solamente para descubrir que sus films ya no tenían ningún éxito. Ahora se presentaba a las elecciones parlamentarias. (p. 200, mi traducción)

La mayor pega que se le puede poner a esta novela es la pobre elección que hace Sharma al intercalar unos pocos capítulos narrados por Anita en lo que es una narración realizada principalmente desde el punto de vista de Ram Karan en primera persona. El efecto es contraproducente, especialmente porque no consigue agregar nada particularmente interesante. En lugar de quedar retratada como víctima de un ser repugnante y vicioso, Anita queda dibujada como una histérica que calcula su venganza de forma fría y cruel – y no es que Karan no se hubiera hecho merecedor de eso. Además, la línea argumental tiene sus altibajos, y el desenlace es en gran medida un anticlímax.

9 jul 2015

Reseña: Odysseus Abroad, de Amit Chaudhuri

Amit Chaudhuri, Odysseus Abroad (Londres: Oneworld, 2015). 243 páginas.

Londres, julio de 1985. Un día como hoy hace treinta años. Cálido sin duda, aunque no se tratara del calor casi asfixiante que están sufriendo estos días los londinenses. Las olas de calor enmarcadas dentro del cambio climático resultante del calentamiento del planeta todavía no eran ostensibles, como lo son en 2015. Un joven estudiante de origen indio, Ananda, despierta en su cama en el pequeño piso en Warren Street, alquilado a precio exorbitante ya por aquella época. Tiene por delante otro día más en su rutina habitual: primero lee el soneto posiblemente más conocido de Shakespeare, y luego acude a pagar el alquiler al restaurante del casero; más tarde acude a la reunión periódica que tiene con su tutor en la universidad, a quien le ha entregado algunos de sus poemas para que le dé una opinión. Después toma el metro para reunirse con su tío materno, Radhesh (o Rangamama, como se dirige a él de manera más familiar), en cuya compañía realizará una larga travesía a pie por las calles londinenses.

Warren Street Station
¿Cuál es la trama de Odysseus Abroad? Pues la verdad es que, una vez leída, resulta ser poca cosa. No hay trama en el sentido más convencional del término. Lo que Chaudhuri hace es navegar en la nave de Ananda por las aguas de un mar extranjero (Londres) en pos de la observación y la reflexión. Alguien podrá decir que lo anterior suena a aburrimiento total, pero me apresuro a asegurarle que no lo es. El retrato de Ananda tiene sobradas dosis de ironía: es un joven que se debate entre la entrega a un ideal presumiblemente inalcanzable (la poesía) y la masturbación compulsiva como sublimación del sexo.

Ah, esos goces de la juventud, quién los tuviera ahora… al alcance de la mano.

No, no era fácil la vida para un joven indio en la Inglaterra de la Dama de Hierro, la Thatcher. Matriculado en una universidad londinense para estudiar literatura inglesa, Ananda descubre que hay muchas cosas de esa literatura que ni le interesan ni le resultan atractivas. Esto es algo con lo que, como antiguo estudiante de Filología Inglesa, me identifico plenamente. Nunca han conseguido atraer mi atención como lector las hermanas Brontë, por ejemplo. Con Chaucer me entretuve un par de semanas, tres a lo sumo, pero mi copia del Piers Plowman de Langland pasó a engrosar las huestes de objetos inmóviles colocados en estanterías y predispuestos a la acumulación de partículas de polvo milenario.

Estación de Belsize Park. Fotografía de Oxyman.
Odysseus Abroad es un libro muy literario (en el sentido positivo del término, tan raro hoy en día), tanto por las conversaciones en torno a literatura que Ananda entabla con su tutor y con su tío como por el nada disimulado homenaje que rinde Chaudhuri a Homero y Joyce. Como muestra, un botón. Hete aquí el listado de los capítulos: 1) Bloody Suitors!; 2) Telemachus and Nestor (and Manny-loss); 3) Eumaeus; 4) Uncle and Nephew; 5) Heading for Town; y 6) Ithaca.

Chaudhuri maneja los hilos de la narración con soltura: hay un triángulo persistente de personajes en torno a Ananda: el tío Rangamama, su hermana Khuku (la madre de Ananda), y su cuñado, el padre del joven Ananda Sen. Hay referencias constantes a una época anterior, en la que los padres de Ananda vivieron en Londres. Estos atisbos del pasado son un juego constante de reflejos esbozos humorísticos. Chaudhuri construye sus tres retratos con trazos casi aleatorios, pero la composición de fondo es rica, compleja y divertida.

Pero es sin duda Rangamama el personaje central de esta deriva por las aguas jónicas de la diáspora india en Londres. Admirador de Tagore, es un moderno Odiseo indio, posiblemente virgen (en un principio porque temía el contagio de la sífilis, pero para 1985 el sida ya acechaba); hombre soltero que vive solo y de manera espartana, acaudalado pero generoso en sus propinas (también envía remesas de dinero a familiares y allegados en India). Su principal pasatiempo lo constituyen los paseos con Ananda (a pesar de la continua querella que parece darse entre ellos), las novelistas de ciencia ficción y terror, y ver documentales de la naturaleza en el televisor de su vecino.

«¿Quieres un laddoo?» Ananda se sentía presionado a deshacerse de los seis que no habían comido.
Su tío le miró a los ojos, muy elocuente.
«¿Estás loco? ¿Qué quieres, que me muera esta misma noche?» (p. 236)
Boondi laddoo. Fotografía de Milanography.
Odysseus Abroad se inscribe en una sugestiva modalidad de narrativa reciente que invita al lector a seguir a un personaje en sus paseos y merodeos por la ciudad. En ese sentido, me ha recordado algo a Open City, de Teju Cole, cuyo personaje central es también producto de otra diáspora, la nigeriana, pero en la ciudad de Nueva York del siglo XXI. Son por supuesto dos libros muy diferentes, pero curiosamente los dos satisfacen.

No tienen desperdicio las observaciones que Ananda hace de la sociedad británica, en un tiempo en que Londres todavía conservaba algo de identidad inglesa. El joven estudiante de literatura detesta saberse fuera de lugar, pero al mismo tiempo ello le proporciona placer: algo de lo que poder escribir, sin duda. En una librería de Belsize Park: "Un cliente pasó cerca de él. «Disculpe», dijo Ananda, moviéndose hacia su derecha. En este país, a menudo uno se encontraba bloqueándole el paso a la gente. Estaba destinado a ello. Si uno no se había interpuesto al menos una vez al día entre alguien y su destinación, tenía que encontrar el modo de hacerlo. Frenar a los demás – como a un automóvil, detenido ante un paso de cebra – afirmaba la sociabilidad." (p. 193, mi traducción)

La propuesta de Chaudhuri está escrita con elegancia y sin estridencias. Pienso que es un autor a tener en cuenta en los próximos años.

10 jun 2015

Reseña: Afternoon Raag, de Amit Chaudhuri

Amit Chaudhuri, Afternoon Raag (Londres: William Heinemann, 1993). 133 páginas.

Son pocos los libros sin una trama bien definida que consigan despertar mi interés, pero en el caso de esta ‘nouvelle’ (lo pongo entre comillas porque no me queda nada claro que lo sea) del indio Amit Chaudhuri al interés se ha ido sumando, a medida que lo leía, el disfrute de un estilo narrativo muy peculiar.

Para quien sea tan inexperto como yo en cuestiones relativas a la música india, me apresuro a explicar que raag es un término que designa uno de varios patrones musicales, con una melodía y un ritmo similar, que sirven de fondo para composiciones más o menos improvisadas, y que supuestamente se relacionan con aspectos religiosos. Te invito a escuchar un ejemplo de raag mientras sigues leyendo. Aunque igual te da por ponerte a meditar, o a dormir la siesta, que a veces viene a ser lo mismo, o incluso más productivo.


En Afternoon Raag, Chaudhuri hilvana diversas observaciones y reflexiones en torno a tres lugares, uno de ellos muy distante y distinto de los otros dos: Bombay y Calcuta por un lado, y Oxford por el otro. No es una historia propiamente dicha, sino una especie de autobiografía ficticia y fragmentaria, narrada de manera un tanto errática. El narrador salta de un lugar a otro, contando anécdotas sobre su familia en India o sobre su estancia como estudiante en la ciudad universitaria inglesa. Los personajes que desfilan por la obra no terminan nunca de aparecer en un primer plano. Al contrario, hacen su entrada y salida sin alharacas.

El narrador es deliberadamente impreciso a la hora de proporcionar detalles. Por ejemplo, nos cuenta al principio del libro que mantuvo en Oxford una relación con dos mujeres, Sheznah y Mandira, pero con ninguna de las dos halló algo que pudiera ser remotamente un atisbo de felicidad. Aunque situado en Oxford, el narrador regresa continuamente a la India, para rememorar a las personas que tuvieron una significación especial en su niñez en Bombay, y en su adolescencia en Calcuta. Sus evocaciones frecuentemente retornan a las tardes de música, a las clases que su madre y él recibían de su gurú de Rajastán.

El tono narrativo es pues predominantemente melancólico. Chaudhuri es detallista en la descripción de ambientes, pero intencionalmente impreciso en la caracterización de los personajes. La suya es una prosa con ribetes de lirismo que se adecua perfectamente a la fragmentariedad en la que sumerge la narración. Dirige nuestra atención a detalles concretos sobre los que nos invita a reflexionar: por ejemplo, los acentos ingleses, que tanto contribuyen a encasillar a las personas en esa parte del mundo (o en esta en la que yo vivo, donde es también un comentario habitual en cualquier conversación que uno mantenga, como si los hablantes nativos no tuvieran un acento).

De Afternoon Raag me ha gustado especialmente el modo en que Chaudhuri conecta episodios de la narración con distantes anécdotas, como en el capítulo 19, en el que al volver a Bombay durante las vacaciones lo despierta un insistente golpeteo en la calle. La escena que ve desde la terraza le sorprende: el camión de la basura está parado en la callejuela mientras el jefe de la cuadrilla de recogedores de basura golpea un plato rítmicamente, mientras las sirvientas y limpiadoras salen de los apartamentos apresurándose con los cubos llenos. Los jovenzuelos del servicio de recogida de desperdicios, vestidos únicamente con calzones, las miran con descaro.

Un dato curioso sobre el autor es el hecho de que es también músico ya consagrado. Y la verdad, no lo hace nada mal. 





20 may 2015

Reseña, A God in Every Stone, de Kamila Shamsie

Kamila Shamsie, A God in Every Stone (Londres: Bloomsbury, 2014). 312 páginas.

Todos los días aprende uno algo. En mi caso, gracias a la lectura de la última novela de Kamila Shamsie (de ella ya había leído Burnt Shadows y Salt and Saffron) he conocido el dato histórico de la presencia y participación de soldados indios (o más específicamente, pastunes) en la I Guerra Mundial. Y curiosamente lo hicieron por primera vez un día después del desastroso desembarco de tropas australianas, también al servicio del Imperio, “for King and Country”: el 26 de abril de 1915.

Con este fondo de entramado histórico Shamsie sitúa pues el inicio de esta historia en Turquía, concretamente en el yacimiento arqueológico de Labraunda (uno de los muchísimos, posiblemente miles, yacimientos existentes en el Asia Menor, como puede constatarse si se realiza un viaje por las carreteras turcas). Allí, una joven inglesa, Vivian Spencer, participa en las excavaciones a las órdenes de un arqueólogo de origen armenio llamado Tahsin Bey. Vivian es muy joven y naturalmente algo ingenua, y apenas puede ocultar su predilección por el arqueólogo.

Pero la guerra echará por tierra sus planes de volver con él en otra expedición arqueológica. En un momento de debilidad ofrece datos sumamente importantes sobre el talante rebelde de Tahsin Bey a la inteligencia británica. Pero cuando esos datos terminan en el poder de otros, su suerte está echada. A Tahsin Bey lo asesinan de un tiro en la cabeza: una carga de culpa que Vivian tendrá que soportar en su conciencia toda la vida.

Es la guerra también la causa de que los caminos vitales de Vivian y Qayyum, enrolado como oficial en el 40 Regimiento Pastún del ejército indio británico y herido en Ypres, comiencen a cruzarse. Shamsie pone de relieve el altísimo precio que pagaron estos soldados pastunes, llamados por la metrópolis colonial a una lucha en tierras muy lejanas, en una guerra que en realidad no era suya. Tras comportarse como un héroe y recibir heridas que le causan la pérdida de un ojo, Qayyum es trasladado a Inglaterra, donde el tratamiento médico que recibe es mucho mejor que el trato social al que se ve sometido.

A los pocos meses, y tras haber servido brevemente como enfermera, Vivian viaja a Peshawar con la esperanza de reunirse nuevamente con el armenio y participar en otra excavación arqueológica. Bey le había señalado un yacimiento próximo a Peshawar (la antigua Caspatyrus) donde proceder a la búsqueda de la legendaria diadema de Escílax de Carianda. Allí tropieza con la negativa del dueño de las tierras, pero mientras espera que cambie de idea traba amistad con un muchachito llamado Najeeb (el hermano pequeño de Qayyum). Najeeb se convierte en pupilo de la arqueóloga inglesa: le enseña griego clásico y siembra en él la semilla de la afición por la arqueología. Cuando la noticia de la muerte de Tahsin Bey le llega por carta, Vivian regresa a Inglaterra.

Museo de Peshawar - Fotografía de Khalid Mahmood
La segunda parte del libro regresa con Vivian a Peshawar en 1930. Najeeb, ya licenciado universitario y oficial del museo local, la convence para venir a Peshawar a seguir buscando tesoros enterrados. Su llegada a “la ciudad de las flores” coincide sin embargo con una ola de desobediencia civil alentada por las acciones no violentas de Gandhi y Nehru. Qayyum se ha alistado en un ejército sin armas, los Khudai Khidmatgars (siervos de Dios), manifestantes pacíficos que siguen las enseñanzas del venerable Khan Abdul Ghaffar Khan. La respuesta de las autoridades británicas fue una masacre (escabechina que está bien documentada).

Lo que quizás no sea tan lógico es que los acontecimientos de tiempos tan revueltos y difíciles se hayan trasladado en la novela en una serie de episodios que no son caóticos pero sí parecen entrelazados de un modo demasiado tenue. Shamsie abre la trama a nuevos personajes que aparecen para desaparecer de inmediato. La novela es de repente un río de aguas turbulentas y alocadas. Es como si Shamsie hubiera querido adoptar varios puntos de vista narrativos (los de Vivian, Qayyum, Najeeb y Diwa, una joven de ojos verdes que ayuda a los manifestantes y a Najeeb cuando resulta herido) en el preciso momento en que los acontecimientos no pueden estar controlados, y es ahí donde la novela pierde un poco de fuerza.

A God in Every Stone es una narración con una indudable tendencia a la denuncia política e histórica. El desenlace, con varios hilos argumentales que no quizás no estén bien ejecutados, es posiblemente lo de menos. Al igual que en Burnt Shadows, Shamsie cautiva con su prosa, repleta de simbolismos e imágenes nítidas y palpitantes. Hay una significativa simetría entre la defensa de la libertad de su pueblo que hace Tahsin Bey y la posterior rebelión pacífica pastún contra los colonos británicos. La novela se inicia y se cierra con dos breves episodios de la época del rey persa Darío I, en 515 BC y 485 BC, con Escílax como protagonista. La idea latente en A God in Every Stone (aunque no explicitada) es que todos los imperios tienen un final irremediable. Le ocurrió a Darío y les ocurrió a los ingleses.

Peshawar, situada en una de las zonas más calientes del planeta, es la tierra de esos hombres sacrificados por el poder imperial, como Qayuum, quien nos deja esta reflexión: “Si un hombre ha de morir defendiendo un campo, que ese campo sea su campo, que esa tierra sea su tierra, que esa gente sea su gente.”(p. 101, mi traducción)

12 ene 2015

Reseña: Salt and Saffron, de Kamila Shamsie

Kamila Shamsie, Salt and Saffron (Londres: Bloomsbury, 2000). 244 páginas.

Yo no sé tú, pero en mi caso las preguntas que de vez en cuando me hacen mis hijos sobre quiénes eran nuestros antepasados me ponen en un aprieto. Lo realmente curioso es que pese a que la historia de la Australia colonial solamente puede remontarse unos doscientos años, hoy por hoy, les resulta más fácil saber acerca de la rama australiana de su familia (la cual incluye, por supuesto, a un convicto que a principios del siglo XIX cambió de nombre en cuanto le fue posible) que de la valenciana a la que yo pertenezco.

Lo anterior viene a cuento de esta simpática novela de la paquistaní Kamila Shamsie, de quien hasta ahora solamente conocía Burnt Shadows. En Salt and Saffron [Sal y azafrán], la cual hasta ahora, que yo sepa, no se ha traducido al castellano, Shamsie explora en clave humorística la mitología de una antiquísima familia de noble origen que estuvo muy cerca del poder durante la era del imperio mogol, en lo que hoy en día comprende India, Pakistán y buena parte de Afganistán.

El imperio mogol en su momento de máximo esplendor, circa 1707. Fotografía, Keeby101, en Wikipedia.
Aliya es una de las mujeres jóvenes de esta familia, los Dard-e-Dil, y al principio de la novela se halla regresando a Karachi tras haber completado sus estudios en una universidad americana. En el avión conoce a un atractivo joven paquistaní que, como ella, también está haciendo sus estudios en los EE.UU. Durante su escala en Londres Aliya conoce, gracias a una de sus primas, a parte de la familia que quedó en India tras la Partición de 1947, y algunos de los comentarios que allí escucha sobre la historia más reciente de su familia la llevan a investigar las causas por las que su prima Mariam Apa cayó en desgracia cuando Ayila era apenas una niña. Y para darle un poco de emoción y unas buenas dosis de romance, el joven, Khaleel, vuelve a encontrarse con ella en el metro y la busca hasta encontrarla en la casa de sus familiares. Después de salir a tomar juntos un café, y tras averiguar Aliya que Khaleel procede de uno de los barrios más humildes de Karachi, queda algo ambigua la idea de que vayan a verse en Karachi.

El trasfondo histórico de la Partición no solamente sirve para ilustrar la división entre hindúes y musulmanes. También sirve como telón de fondo que expone las aparentemente insoslayables divisiones sociales entre ricos y pobres, así como de la inevitable oposición entre las generaciones paquistaníes modernas de las clases pudientes, educadas en el canon occidental, y las de sus padres y abuelos, aferradas a las tradiciones; además, persiste la pugna entre imperio colonialista y colonia que tiene su reflejo en la contraposición de urdu e inglés.

En Karachi, Ayila tiene que abordar y resolver un conflicto que surgió unos años antes, cuando abofeteó a su abuela porque ésta llamó puta a su prima Mariam. ¿Qué sucedió en realidad con Mariam? ¿Por qué nunca hablaba de nada que no fuera de comida? ¿Ocultaba algo? ¿Por qué huyó con el cocinero, Masood? ¿Adónde fueron? ¿Será cierto que en ella y Mariam se encarna una de las maldiciones con que la leyenda parece haber castigado a los Dard-e-Dil? La novela gira en torno a estas preguntas, para algunas de las cuales habrá respuesta, mientras que en el caso de otras Shamsie prefiere no explicitarla.

Por otra parte, la Ayila que ha estado estudiando en América se debate en su ciudad natal entre los ideales democráticos e incluso radicales que ha adquirido en la universidad de la costa este y el acatamiento de las tradiciones inquebrantables de una sociedad patriarcal en la que cualquier aspiración feminista no tiene cabida alguna.

Salt and Saffron es una historia en mi opinión bien narrada, con algunos altibajos y enrevesamientos innecesarios que la autora podría haber tratado de alisar adoptando una variedad de modalidades narrativas. Pero es sin duda un acierto que sea la propia Aliya la que cuente la historia en primera persona, mezclando las habladurías familiares con diálogos chispeantes y repletos de ironía y dobles sentidos que mantienen ella y sus primos y primas.

El desenlace se acerca una pizca al melodrama y tiene tintes demasiado románticos para mi gusto; quizás deje indiferente a más de un lector. Salt and Saffron entretiene, aunque no llegue a entusiasmar.

14 may 2014

Reseña: Narcopolis, de Jeet Thayil

Jeet Thayil, Narcopolis (Londres: Faber & Faber, 2012). 292 páginas.

En ‘The Novel is Dead (This Time is for Real)’, un más que recomendable ensayo recientemente publicado en The Guardian, el novelista inglés Will Self apunta con un certero dardo contra la cultura contemporánea preponderante: “the hallmark of our contemporary culture is an active resistance to difficulty in all its aesthetic manifestations, accompanied by a sense of grievance that conflates it with political elitism. [el sello distintivo de nuestra cultura contemporánea es la resistencia activa a la dificultad en todas sus manifestaciones estéticas, acompañada de un sentimiento de queja que la mezcla con el elitismo político].” Ciertamente, si tú, querido lector, estás mínimamente al tanto de las circunstancias políticas que se viven en Australia, las palabras de Self quedan aquí que ni pintadas.

Lo anterior lo menciono en relación con el prólogo de Narcopolis, la primera novela del indio Jeet Thayil. Un encomiable esfuerzo que lleva por título ‘Something for the Mouth’, que quizás podría traducirse libremente como ‘Algo que llevarse a la boca’. Se trata de un prólogo escrito en una sola oración, sin puntos, salpicada de comas y paréntesis. “Bombay, que destruyó su propia historia al cambiar de nombre y alterar su rostro como en la cirugía, es el héroe o la heroína de esta historia, y puesto que soy yo el que la cuenta y tú no sabes quién soy yo, permíteme decirte que llegaremos a lo del quién, pero no ahora…” (p. 1), nos dice el narrador poco fidedigno al comenzar su historia.

Pero antes debo señalar que la traducción que has leído arriba incluye un interesante juego de palabras que quizás te habrá pasado desapercibido. Thayil emplea la palabra ‘heroin’, que en castellano es, naturalmente, la droga. Narcopolis, dividida por su autor en cuatro partes además del prólogo introductorio, es un entramado de historias conectadas de algún modo entre sí por un personaje protagonista, Dimple, y un establecimiento, el fumadero de opio de Rashid.
Un chandu khana de Calcuta en los años 40.
El narrador, Dom Ullis, aparece y desaparece como los ojos del Guadiana. Hace su presentación en el prólogo, donde Thayil vierte algunos sorprendentes juegos de palabras como el ya mencionado de la ‘heroína’ (“and now we can begin at the beginning with the first time at Rashid’s when I stitched the blue smoke from pipe to blood to eye to I and out into the blue world” (p. 1) [y ahora podemos empezar por el principio con la primera vez en lo de Rashid cuando enlacé el humo azul de la pipa a mi sangre y de allí al ojo y de allí al yo, y lo eché al triste mundo]. La historia se sitúa en la década de 1970. El fumadero de opio de Rashid en Shuklaji Street es el microcosmos en que vamos conociendo a los personajes: Rashid, el dueño del tugurio; Dimple, la empleada transexual que mejor prepara las pipas de opio, hijra o eunuco abandonado por sus padres a los ocho años de edad, y que es el personaje central de la historia; el contable sin nombre al que todos llaman Bengali; Rumi, un opiómano de personalidad extremadamente tornadiza; y el propio Dom.
Bombay/Mumbai. No me encontrarás aquí, te lo aseguro.
Al chandu khana de Rashid acude una multitud de personajes secundarios o prácticamente insignificantes (turistas occidentales – entre los que se mencionan, curiosamente, a muchos españoles – otros camellos, proxenetas, mendigos, prostitutas). Pero el establecimiento de  Shuklaji Street le sirve a Thayil como foco primordial. Es una nebulosa donde surgen historias paralelas que atrapan al lector.

Como la del Sr. Lee, un viejecito chino protector de Dimple, cuya extraordinaria historia integra la mayoría de la segunda parte del libro, titulada ‘La historia de la pipa’. Es una historia que se inicia en la China revolucionaria de Mao en 1940, e incluye las vicisitudes de los padres de Lee (él un escritor de novelitas que finalmente cae en desgracia, ella una ferviente revolucionaria que también resulta ser una perdedora) y las del propio Lee en su juventud, quien tras verse involucrado en una de las muchas purgas de la revolución huye de China para finalmente recalar en Bombay.
Cada pipa encierra una o muchas historias
Otro de los aspectos a destacar de Narcopolis es el juego metaliterario que construye Thayil. La aparición, por ejemplo, de un extraño poeta y pintor indio llamado Newton Pinter Xavier, a cuya caótica conferencia asiste Dom, y tras la cual ambos terminan compartiendo un taxi que los lleva al fumadero de Rashid. También hay numerosas referencias a revistas, libros, poemas, películas occidentales y de Bollywood, canciones, obras académicas ficticias, pero también a figuras históricas (la del eunuco Zheng He, que llegó a ser almirante de la flota de la dinastía Ming y que exploró la costa occidental de la India en el siglo XV, es especialmente llamativa, en una referencia que forma parte de una obra ficticia, Prophecy, del padre de Lee).
Los viajes de Zheng He, ¿el Colón chino?
El resultado de esta superposición textual podría condenar al libro a la confusión – y sin duda habrá quien abandone la lectura al toparse con tanta ‘dificultad’. La inclusión de términos de las lenguas hindi, árabe y urdú desperdigados por la narración tampoco facilita la tarea al lector acomodadizo.
El almirante castrado, en una estatua que lo conmemora en Malacca.
Detrás del humo que desprenden las pipas de opio, los beedis y los cigarrillos rociados de heroína, uno debe apreciar la prosa de Narcopolis: está repleta de poesía (Jeet Thayil se inició como poeta antes de escribir ficción) pero también de penurias, de sexo; está impregnada de la suciedad de las calles de Bombay. Hay en este estupendo libro mucho más que drogas y la destrucción que la adicción a éstas conlleva.

Recomiendo, para quien desee descubrir más sobre el autor, esta entrevista que le hicieron a Thayil en el Festival de Adelaida hace un par de meses. Narcopolis fue una de las novelas finalistas del Man Booker en 2012, y fue galardonada con el DSC Prize de Literatura del Sudeste Asiático en 2013.


Aviso: Esta novela no es recomendable para quien opte por la resistencia a la dificultad en sus lecturas. Absténganse consumidores de papillitas y otros potitos pseudo-literarios.

1 ene 2014

Reseña: The Harmony Silk Factory, de Tash Aw

Tash Aw, The Harmony Silk Factory (Londres: Harper Perennial, 2006 [2005]). 362 páginas.


La segunda guerra mundial juega un papel predominante en la memoria colectiva de los malasios. Hay unas cuantas obras de ficción que se sitúan en esa época (como es el caso de Echoes of Silence de Chuah Guat Eng). La invasión japonesa que los británicos no pudieron detener acarreó terribles consecuencias para la población civil, no solamente para los prisioneros de guerra. El debut literario de Tash Aw, malasio nacido en Taiwán, que se crió en Kuala Lumpur para luego completar su educación en Inglaterra, también se sitúa en los años inmediatamente precedentes a la irrupción triunfal nipona en la península malaya, a la que solamente la guerrilla comunista hizo frente a base de escaramuzas desde las profundidades de la selva en la que malvivían los guerrilleros y quienes les prestaban su apoyo.
Vista de Taiping desde Maxwell Hill
El protagonista de The Harmony Silk Factory es Johnny Lim, un hombre de origen muy humilde y borroso. Dividida en tres partes muy bien diferenciadas y ejecutadas, cada una de esas partes (con tres narradores distintos) da una versión diferente de la vida de Johnny Lim. En la primera parte, titulada ‘Johnny’, es el hijo de Lim, Jasper, quien relata lo que sabe de su vida tras su funeral. Jasper nunca ha tenido demasiada estima (ya no hablemos de cariño) por su padre: “Incluso cuando era pequeño, sabía muy bien lo que hacía mi padre. No estaba orgulloso de él, pero tampoco me importaba. Ahora daría cualquier cosa por ser solamente el hijo de un mentiroso y un tramposo porque, como ya he dicho, él no era solamente eso.” (p. 4).

Jasper nos cuenta que ha realizado una detallada investigación de documentos y otras fuentes para llegar a saber qué sucios negocios y cuántos crímenes cometió su padre, pero no le es posible completar el retrato con certeza absoluta. Sí sabemos que tras la guerra, Johnny se enriquece con el tráfico de drogas y con una amplia variedad de sórdidos negocios. Con sus lecturas e investigaciones, Jasper averigua que a los once o doce años Johnny le clavó un destornillador en la pierna al jefe inglés de la mina de estaño del valle de Kinta donde trabajaba; que entra a trabajar para un empresario textil, Tiger Tan, a quien después alguien asesina brutalmente, y (curiosa coincidencia) Johnny hereda el negocio; que provoca un incendio en la tienda de textiles para luego salvar a su suegro y quedar como un héroe a los ojos de todos; que en 1942 los japoneses masacran a los líderes de la guerrilla comunista que habían acudido a una reunión convocada por Johnny, quien sale indemne y reforzado en su posición de poder y de favor con el ejército invasor.
Kellie's Castle es avistado por los protagonistas en su viaje al norte de Malasia
Tras el funeral (“El funeral de un traidor es algo difícil, especialmente si ese traidor era alguien cercano a ti” (p. 114)), un anciano inglés que ha acudido a presentar sus respetos le hace entrega a Jasper de una caja que contiene, entre otras cosas, un diario.

Dicho diario es la segunda parte de la novela, y es el diario del año 1941 de la madre de Jasper, Snow Soong, una belleza admirada por toda la sociedad colonial. Snow muere al dar a luz a Jasper. Aw ciertamente lo borda en esta segunda parte, pues en el diario Snow ciertamente nos habla con voz propia. Sin embargo, la narración de la vida conyugal de Johnny y Snow nos deja tantos interrogantes como respuestas. Un año después de la boda, los padres de Snow (que nunca aceptaron a Johnny como un igual) organizan una especie de postergado  viaje de luna de miel, en el que a la pareja acompañarán tres hombres de muy distinto temperamento: Frederick Honey, palmario representante de los colonos ingleses que tan mal trataban a los locales, otro joven inglés llamado Peter Wormwood, muy amigo de Johnny, y un misterioso académico japonés, Mamoru. En un viaje algo accidentado e incómodo, los cinco abordan un pequeño barco con el que se dirigen a un archipiélago en la costa occidental de Malasia (no muy lejos de la idílica Langkawi). De la lectura del diario conocemos que la relación entre Johnny y Snow es muy mala, y ella está planeando la mejor manera y el mejor momento para comunicarle su decisión de separarse de él. ¿A qué obedece la presencia del japonés en el viaje? ¿Qué tratos ha alcanzado el padre de Snow con él? La inminente amenaza de la invasión japonesa actúa de trasfondo dramático en las conversaciones que Snow recoge en su diario. Tras una extraña celebración del cumpleaños de Peter en la isla, los expedicionarios descubren a la mañana siguiente que Honey ha desaparecido. El misterio queda aclarado cuando un día más tarde encuentran su cuerpo flotando en el mar, boca abajo. ¿Accidente? ¿Asesinato? El diario de Snow termina el 15 de noviembre de 1941, entrada en la que describe cómo Mamoru intenta violarla (si bien no queda claro si consuma el crimen).
¿El Palmeral d'Elx? Las plantaciones de palma de aceite reemplazaron enormes extensiones de selva en Malasia, ya en tiempos coloniales. 
En la tercera parte, ‘The Garden’, es el ya anciano Peter Wormwood quien narra sus recuerdos, que intercala en poco interesantes disquisiciones sobre el jardín que está diseñando para la residencia de ancianos en la que vive, cerca de Malaca. Cómo conoció a Johnny en Singapur, cómo entabló una fuerte amistad con él y le siguió hasta encontrarlo en el valle de Kinta. Este relato, que hemos de suponer entregará a Jasper en algún momento, aporta una tercera perspectiva sobre Johnny y queda enfocado como confesión no solo de su amor por Snow sino también de sus crímenes y traiciones. Aun así, rellena necesariamente algunas lagunas en el relato de Snow, alguna de ellas francamente sorprendentes.

El tema predominante que recorre y envuelve toda la trama es no obstante la muerte, y cómo ésta borra todo vestigio de la presencia de una persona en el mundo y en las vidas de los demás. Es una noción que repiten varios personajes, pero que Jasper introduce al comienzo de una historia cuya narración, en sus propias palabras, “nunca puede ser perfecta” (p. 6). “La muerte borra todas las huellas, todos los recuerdos de vidas que una vez existieron, de forma completa y para siempre. Eso es lo que mi Padre me decía a veces. Creo que es la única cosa verdadera que me dijo.” (p. 4). Puede que sea cierto, y que huellas y recuerdos se esfumen con el tiempo, pero siempre quedarán (al menos esa es la esperanza y el objetivo último, pienso yo, de cualquier escritor) las palabras que escribamos.

Con todo, el relato de Wormwood en la tercera parte no logra mantener el nivel de excelencia narrativa de la que hace gala The Harmony Silk Factory en sus dos primeras partes, y en eso el libro se resiente. Como debut novelístico, no cabe duda de que esta es una buena novela, para mi gusto mucho mejor que Map of the Invisible World, la segunda de Tash Aw. Marca una interesante técnica que el autor retoma en su obra más reciente, Five Star Billionaire. Queda por ver con qué puede atraer al lector Aw en el futuro.

The Harmony Silk Factory se publicó en castellano el mismo año de su aparición, en 2005, en edición de Salamandra, bajo el título de La fábrica de sedas, en traducción de Luis Murillo Fort.

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