Montero Glez, Pólvora negra (Barcelona: Planeta, 2009). 323 páginas.
El 31 de mayo de 1906 un anarquista catalán, Mateo Morral, lanzó un ramo de flores en la calle Mayor de Madrid al paso de la comitiva real que acababa de celebrar las nupcias del rey Alfonso XIII con la nieta de la reina Victoria de Inglaterra, María Eugenia de Battenberg. El ramo, que contenía una bomba, al parecer tropezó con los cables eléctricos de los tranvías que por entonces circulaban en Madrid, y no cayó en el lugar que Morral tenía previsto. Los recién casados sobrevivieron, mas una treintena de personas perdieron la vida. De este suceso histórico se sirve Montero Glez para componer una sugestiva novela, dividida en tres partes que no se suceden entre sí cronológicamente. La novela se inicia cuando el atentado ya se ha producido, y el teniente Beltrán, el personaje principal de la trama que Montero va hábilmente revelándonos capítulo tras capítulo, se presenta en la horchatería del Candelas para interrogar a la Chelo, una camarera del local.
Beltrán es sin duda alguna el protagonista de Pólvora negra. Un individuo violento, cruel, soez, sucio, viscoso, amoral, con una personalidad visceral. Beltrán, formado como guardiacivil en la guerra de Marruecos, es un policía corrupto, "de dientes como puñales, fumador de puros y pupilas de plomo", que tan pronto tortura como asesina a los testigos ‘molestos’, y que lleva una mueca de asco permanente en el rostro. Es el personaje que Montero perfila diestramente desde el principio, el cual va puliendo capítulo tras capítulo y que finiquita con una innegable maestría.
Del otro personaje principal, Mateo Morral, Montero no hace en cambio una semblanza tan cuidada. Parece que el autor se preocupe más por desmitificar la teoría oficial del régimen monárquico de que Morral fue en realidad “un loco enamorado que, por despecho, lanzó su bomba” contra la comitiva de la boda real.
Roberto Montero González demuestra en Pólvora negra que se ha graduado cum laude como escritor. Si Sed de champán (2002), una obra provocativa y única en el paisaje narrativo español, tenía pasajes de una escritura que podríamos describir como excesivamente enmarañada, en los que Montero iba dejando caer metáforas inverosímiles, en Pólvora negra el autor domina la trama, la escritura y su lenguaje en todo momento. Montero disfruta de su escritura castiza y socarrona; el lector puede percibir que el autor se siente como pez en el agua; gracias a ello, Montero nos deleita con chispazos genuinamente madrileños, irreverentes y combativos:
“El novio no había llegado aún, pero la pompa carnal de su familia, por parte de abuela, calentaba los asientos. Las pupilas de plomo del teniente Beltrán atravesaron a la tía Eulalia. Mantenía el cutis lozano, de hembra satisfecha, y llevaba unos trapitos que hacían peligrar la reputación de la monarquía. El teniente Beltrán se recreó en la chicha tibia que transparentaba su vestido blanco. Era famosa en palacio la ternura lubricante de su entrepierna. Aquella mujer llevaba la sexualidad cosida a sus ropas y el teniente Beltrán la llevaba en ficha. Por lo mismo tenía sabido que su padre fue Miguel Tenorio de Castilla, secretario particular de la reina y tascador de bajos al servicio de la corona.”
“The groom hadn’t arrived yet, but the pompous carnality of his family on his grandmother’s side was already warming up the seats. Lieutenant Beltran’s leaden eyeballs pierced Auntie Eulalia. She kept a satisfied female’s fresh complexion, and was wearing clothes that would have imperilled the good name of the monarchy. Beltran enjoyed himself looking at the lukewarm flesh that showed through her white dress. The lubricous tenderness between her legs had become legendary at the Palace. That woman had had her sexuality sewn onto her clothes, and Lieutenant Beltran kept a file on her. Likewise, he had become acquainted with the fact that her father was Miguel Tenorio de Castilla, private secretary to the Queen and deep inside Her Majesty’s service”.
Montero nos sumerge en el Madrid de principios del siglo XX, y desde sus páginas consigue que nos llegue el hedor insufrible de un Madrid en el que campaban a sus anchas un régimen monárquico corrupto, un gobierno inepto y un cuerpo de policía que rebosaba de asesinos y gente de la peor calaña moral, y en donde, no obstante, la multitud se congregó primero para darle vivas al rey, y días después para linchar el cadáver de Morral, quien antes que entregarse vivo a la policía, se suicidó.
Una novela amena, tanto por el argumento como por el estilo del autor: en mi opinión, muy recomendable.