25 abr 2012

Reseña: Les causes perdudes, de Xevi Sala


Xevi Sala, Les causes perdudes (Barcelona: Columna, 2011). 182 páginas.


Desde los inicios de la revolución industrial, el entorno físico de la ciudad ha sido siempre un entorno difícil y complejo, un caldo de cultivo de tensiones sociales acrecentadas por la especulación, la explotación, la marginación racial y de clases. El final del siglo XX trajo a las ciudades españolas la inmigración de ciudadanos africanos y latinoamericanos en magnitudes nunca vistas (y tampoco previstas por los miopes gobernantes).

A un barrio desfavorecido de la ciudad de Girona llega un maestro, Torres, alejado de forma obligatoria de un colegio de Barcelona por abusar sexualmente de una estudiante menor de edad, y en medio de un proceso de divorcio nada amigable, por el cual no le está permitido ver a su hija de diez años. El barrio es un estercolero, donde se amontonan coches desvencijados y basura por todas partes; el tráfico de drogas y negocios ilegales mantienen a flote a muchas familias. La mayoría de la población del barrio es gitana, pero conviven con inmigrantes magrebíes y subsaharianos. En principio, es una combinación que parece abocada al conflicto.

Pero Torres es un docente (pese a sus censurables debilidades) que no se da por vencido. Lo suyo son las causas perdidas, y no va escatimar esfuerzos a la hora de ganarse la confianza del alumnado y los compañeros de trabajo. El piso que le han asignado se halla en una finca en estado ruinoso, donde solamente viven una vieja gitana, la Vero, su nieta Kesali, de doce años, y el Tío Terco, un inválido. Hay además un burro que malvive en el patio, donde también hay un gallinero.

Un día los Mossos d’Esquadra hacen una redada, durante la cual desaparece Kesali. El barrio se desvive por encontrarla – cuando la encuentran, Kesali está muerta. La autopsia encuentra esperma y revela que ha sido estrangulada. Cuando en el piso de Torres encuentran el pintalabios de Kesali, el maestro pasa a convertirse en el principal sospechoso.

La investigación policial revelará que no ha sido Torres, pero cuando otra alumna, una niña africana llamada Fatu, desaparece, Torres inicia por su cuenta y riesgo las pesquisas. Corriendo el riesgo de que el clan gitano le ponga precio a su cabeza, desenmascara un taller clandestino de confección textil, pero no es ahí donde está Fatu. Las pistas y confidencias de otros personajes le llevan hasta Salt, antiguo pueblo absorbido por el casco urbano de Girona y municipio donde la población inmigrante se ha convertido en mayoría. Llevado por sus ideales de justicia, Torres irrumpe en una casa de Salt por la fuerza, y será allí donde finalmente reconocerá que está cometiendo un error.

Pero no es ése el final que Xevi Sala ha preparado para el lector. Es mucho más trepidante, y por supuesto no voy a revelarlo aquí.

Les causes perdudes acerca al lector a unas personas de las que en la vida real nunca sabríamos nada; los retratos que de ellos hace Sala son sencillos pero muy ricos en matices. La novela hace referencia también a la gran dificultad (o imposibilidad) de la integración de los inmigrantes en un marco socioeconómico que parece haber sido ideado para explotarlos y marginarlos. Cuando al desesperado se le tienden trampas, no debiera sorprender que responda con la desconfianza. El choque de culturas que dicha desconfianza genera es simplemente el síntoma, no es la causa. ¿Puede el multiculturalismo acaso tener algún atisbo de éxito allí donde no es bienvenido? ¿No es en sí mismo una (otra) causa perdida, debido a las argucias socioeconómicas que tienden los ideólogos de las doctrinas ultraconservadoras que azotan (y dirigen) Europa?

Les causes perdudes fue finalista del Premio Prudenci Bertrana de Novela. Es una narración donde priman la soltura y la intriga, sin descuidar ciertos detalles sobrios, básicos, los cuales son necesarios para definir ambientes y caracterizaciones. En ella el lector, a poco que haga el esfuerzo, podrá hallar muchas más cosas entre líneas. Una buena primera novela.

19 abr 2012

Vallejo, El País y la cultura



En un estimulante artículo que le publica El País a Fernando Vallejo hoy, el autor colombiano escribe lo siguiente acerca de la más que inapropiada escapada a Botsuana de Juan Carlos de Borbón: “Es el Rey que se merece España, el país que despeña cabras desde los campanarios de sus pueblos para celebrar, con la bendición de la Iglesia, la fiesta del santo patrón”.

No le falta razón a Vallejo, quien con mucha ironía pone el dardo en la diana igual que el batidor monarca habrá puesto la mira de su esplendente escopeta sobre incontables animales a lo largo de los muchos años que ha podido dedicar a ese sangriento ‘hobby’, a costa de la asignación que pagan los ciudadanos del estado español. Vallejo señala que en un principio la prensa se (pre)ocupó de subrayar la fractura de cadera de ese viejo hombre que ostenta una corona, en lugar de reprenderle y afearle lo erróneo de su conducta moral. Razón no le falta, como decía antes.

Lo que no deja de sorprenderme es que Vallejo no le dedique al periódico mismo un fuerte y merecido puyazo, que continúa incluyendo la brutal, bárbara y cruel ‘fiesta’(¡!) de los toros en su sección de Cultura. Me pregunto qué pensaría (o cómo se sentiría) alguien como John Coetzee (por poner un ejemplo) si un día viese una noticia acerca de su obra literaria haciéndole compañía a la crónica taurina de la cotidiana atrocidad en Las Ventas o La Maestranza. No creo que le entrasen unas ganas irreprimibles de visitar España, ni de concederle una entrevista en exclusiva al alelado becario de turno.


In a stimulating article by Fernando Vallejo that the Spanish newspaper El País publishes today, the Colombian writer says the following about the more than inappropriate Botswana spree by Juan Carlos de Borbón: “This is the King Spain deserves, the nation whose people throw goats off the belfries in its villages to celebrate, with the Catholic Church’s blessing, their patron saint’s day.”

Vallejo is quite right: he has cast his ironical dart right onto the bull’s eye, just like the hunting monarch must have set the sight of his shiny shotgun on innumerable animals throughout the many years he has indulged in his bloody ‘hobby’, an expense met by the allowance paid by the citizens of the Spanish state. Vallejo points out that initially the media (El País) was concerned with underscoring the hip fracture suffered by the old man who wears a crown, instead of reproaching and criticising the erroneous nature of his moral behaviour. Vallejo is quite right, as I said before.

What surprises me nonetheless is that Vallejo will not serve a deservedly strong jab of rebuke on the newspaper, which continues to include the brutal, barbaric and cruel ‘fiesta de los toros’(!) in their Culture section. I wonder what someone like John Coetzee (to name one example) would think (or how he would feel) if he found an article about his literary work next to the bullfight report of the everyday atrocity at Las Ventas o La Maestranza bullrings. Somehow, I don’t think he would be in a hurry to visit Spain or give an interview to their dullish, daft trainee journos.

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