16 jul 2012

Australian Wildlife

Spotted by the road between Broken Hill and Menindee, this emu tried to hide, Trouble is, in the outback, you can run, but YOU CAN'T HIDE!

12 jul 2012

Reseña: Company, de Max Barry


Max Barry, Company (Nueva York: Vintage Books, 2007). 328 páginas.


La lectura de esta novela, la tercera del australiano Max Barry tras Syrup y Jennifer Government, me dio qué pensar. En Company, Barry lleva la creación (la ficción) de una empresa hasta las consecuencias finales, y por ello más absurdas. Me pregunto cómo sería una ficción construida en torno a premisas narrativas semejantes a las de Company en la que el escenario no es una empresa sino un país completo. Y me pregunto si en cierto modo eso no está ya sucediendo, salvando las debidas distancias, en ciertos lugares de Europa donde los niveles o estratos superiores de la gestión administrativa (el Gobierno, para entendernos) obedecen órdenes y directivas que emanan de otros estratos o grupos que parecen tener altas dosis de secreto hermetismo.

En las anteriores novelas de Barry había un héroe, un chico joven, ingenioso, inteligente, atractivo y emprendedor. El de Company es un chico recién graduado y lleva por nombre Steve Jones, y en su primer día de trabajo, en una gran corporación estadounidense denominada Zephyr, le encomiendan la comprometida y delicada misión de averiguar quién de sus nuevos colegas se ha comido dos donuts, uno de ellos el que le correspondía a uno de los cargos superiores del Departamento de Ventas de programas de formación de la empresa. Por cierto, al cabo de unas páginas descubrimos que las ventas se realizan a otros departamentos de la empresa. Zephyr, en realidad, no tiene clientes externos.

Zephyr es por supuesto la arquetípica corporación capitalista: cuenta con una rígida jerarquía de parcelas de poder, en la cual florecen feroces rivalidades personales por minucias, y una estructura burocrática ilógica: las estrategias de crecimiento económico que aplican sus gestores parecen ser contraproducentes (todo parecido con Bankia o la CAM es pura coincidencia).

Pero Jones es también muy curioso, y esa curiosidad le lleva a descubrir el secreto de Zephyr. Si revelase ese secreto, buena parte del desenlace de Company quedaría descubierto, de modo que no lo voy a explicitar.

La trama de Company es a ratos un tanto alocada: se contorsiona y atraviesa ciertos meandros que pueden no resultarles demasiado entretenidos al lector, pero lo que importa es que Barry nos conduce al interior esperpéntico del absurdo mundo corporativo, y lo hace apuntando hacia los extremos más impensables e irracionales.

Como en Syrup y, sobre todo, en Jennifer Government, hay mucho humor, pero quizás no tanto ni tan logrado como en las dos obras anteriores de Barry. En mi opinión, lo mejor de Company puede ser la reflexión que debiera producir en el lector. Quien más quien menos habrá trabajado alguna vez en una gran empresa (u otro tipo de organización) y habrá sido testigo de bizantinas discusiones burocráticas o ridículas decisiones directivas. ¿Por qué permitimos que existan departamentos de ‘Recursos Humanos’? ¿Por qué cosificamos a las personas y las convertimos en recursos prescindibles?

Hay, por lo demás, toda una colección de personajes bien trazados y que son fáciles de reconocer en cualquier empresa: Roger, el ejecutivo ambicioso, un trepa de mucho cuidado; Freddy, un oficinista holgazán y tímido; Sydney, la directiva de nivel intermedio con aires de femme fatale. Toda una caterva de caricaturas que dotan a Company de divertidas situaciones y que Barry trata siempre con una buena dosis de humor. El único personaje que en mi opinión queda algo plano es el de la heroína (con ribetes de antagonista), Eve, que Barry no desarrolla en todo su potencial como ‘cerebro’ de la malvada superestructura que domina la empresa y a todos los personajes.

Si has llegado hasta aquí, te has ganado una bola extra: el primer capítulo de Company. Aunque si lo prefieres en inglés, lo encontrarás aquí.

Agosto
Lunes por la mañana y hay un donut menos de los que debiera haber.

Los observadores más perspicaces notan el volumen reducido inmediatamente, pero guardan silencio, porque si uno dice, “Oye, ¿ahí hay solamente siete donuts?”, deja entrever su experiencia con los donuts, y eso no sería bueno para su carrera, que le conozcan a uno como la persona que puede advertir la diferencia entre siete y ocho donuts de un vistazo. Todos evitan de forma consciente mencionar el donut que falta hasta que aparece Roger y ve que el plato está vacío.
Roger dice, “¿Dónde está mi donut?”
Elizabeth se limpia la boca con una toallita de papel. “Yo solamente he cogido uno.” Roger la mira. “¿Qué pasa?”
“Esa es una respuesta defensiva. Yo he preguntado dónde estaba mi donut. Tú me dices cuántos has cogido. ¿Qué te dice eso?”
“Me dice que he cogido un donut,” dice Elizabeth, nerviosa.
“Pero yo no he preguntado cuántos donuts has cogido. Naturalmente, yo asumo que has cogido uno. Pero al tomarte la molestia de articular dicha asunción, implicas que, sea de forma deliberada o no, es algo debatible.”
Elizabeth se lleva las manos a las caderas. Elizabeth tiene el pelo castaño, que le llega a la altura de los hombros, y que parece que lo hayan cortado con una navaja, y su boca bien podría haber hecho el corte. Elizabeth es inteligente, implacable, y ha sufrido un daño emocional; es decir, es representante de ventas. Si el cerebro de Elizabeth fuese una persona, tendría cicatrices y tatuajes, y le faltaría un ojo. Si lo vieras venir de frente, te pasarías al otro lado de la calle. “¿Quieres hacerme una pregunta, Roger? ¿Quieres preguntar si yo he cogido tu donut?”
Roger se encoge de hombros y empieza a llenarse una taza de café. “No me importa nada que falte un donut. Solamente me pregunto por qué alguien sintió la necesidad de coger dos.”
“No creo que nada cogiera dos. Holly y yo fuimos las primeras en llegar. Los del Departamento de catering deben habernos servido de menos.”
“Es verdad,” dice Holly.
Roger la mira. Holly es asistente de ventas, de modo que no tiene derecho a hablar todavía. Freddy, también asistente de ventas, mantiene sagaz la boca cerrada. Pero la cuestión es que Freddy está a mitad de camino de comerse su donut, y en ese momento le ha dado un bocado. Está posponiendo el tragarlo porque tiene miedo de hacer algún ruido embarazoso al engullirlo.
Holly se marchita bajo la mirada fija de Roger. Elizabeth dice, “Roger, nosotras vimos a los de Catering cuando los sirvieron. Estábamos aquí mismito.”
“Oh,” dice Roger. “Oh, perdona. No me di cuenta de que estabais controlando los donuts.”
“No estábamos controlándolos. Lo que pasa es que, simplemente estábamos aquí.”
“Mira, no me importa, sea lo que sea.” Roger coge una bolsita de azúcar y lo agita como si le hiciera falta una buena dosis de disciplina: wap-wap-wap-wap. “Es que me resulta curioso que los donuts sean tan importantes para alguna gente, tanto que se preparen a esperarlos. No sabía que los donuts fueran la razón por la que venimos aquí día tras día. Perdona, pero yo pensaba que la idea era mejorar el valor de las acciones.”
Elizabeth le dice, “Roger, ¿y si hablases con los de Catering antes de ponerte a acusar a los demás? ¿Vale?” Se aleja. Holly la sigue como si fuera un pez rémora.
Roger la observa alejarse, divertido. “Puedes estar seguro de que Elizabeth es capaz de molestarse por un donut.”
Por fin, Freddy traga. “Sí,” dice.

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