Las ruinas de la Penitenciaría de Port Arthur, Tasmania. En la parte trasera una compañía de teatro realiza cada día varias funciones para los visitantes al complejo. |
La historia del asentamiento penal de Port
Arthur comenzó en 1830. Su importancia aumentó con el paso de los
meses, y para 1840 Port Arthur era ya una de las colonias penales más
importantes en la tierra de Van Diemen, el nombre que inicialmente se le dio a
la isla de Tasmania.
Los penados eran en su mayoría
jóvenes pobres reincidentes, que habían cometido una segunda ‘fechoría’
(habitualmente el hurto de alguna mercancía de poco valor, o de ganado, para poder comer). Muchos eran niños y mujeres
jóvenes, que nunca volverían a su tierra de origen.
En Port Arthur, además de ser
sometidos a castigos físicos y torturas mentales diversas, fueron obligados a realizar
trabajos forzados: cortaban los gigantescos árboles que por entonces cubrían la
península de Tasman, trabajaban como herreros y en cualquier otro oficio para
el que tuvieran cierta maña. Las condiciones eran horrorosas.
La idea de que el asentamiento se
hiciera autosuficiente resultó, como casi todas las ideas que los ingleses
intentaron aplicar a Australia, equivocada y destinada al desastre. En 1842 se
inició la construcción del molino de harina y granero, el edificio cuyas ruinas
muestra la fotografía. En 1845 el edificio estaba terminado, pero el suministro
de agua para hacer funcionar el molino resultó ser más difícil de lo que habían
supuesto. Diez años después, el molino fue reconvertido en Penitenciaría. Con
el final de la política de transporte de convictos, el lugar quedó abandonado,
y varios incendios terminaron de destruir los restos a fines del siglo XIX.
Hoy en día, Port Arthur es una
escala obligada para cualquiera que viaje a Tasmania, y ciertamente es una
visita muy recomendable e instructiva sobre las crueldades de las que somos capaces de infligir unos seres humanos a otros.
En el caso de Port Arthur, a su ya terrible pasado se añadió otro terrible
suceso un día de abril de 1996: un joven que por entonces contaba con 28 años de edad, cuyas iniciales son M. B. (prefiero no hacerle publicidad a tal escoria), un
degenerado en suma que jamás debió haber tenido acceso a las armas automáticas que
tenía, mató a sangre fría, entre risas y burlas, a 35 personas, e hirió a otras
23, turistas y locales que se encontraban en las ruinas aquella funesta mañana.
Que se pudra para siempre en la cárcel de donde nunca saldrá.