Silvestre Vilaplana, El quadern de les vides perdudes (Alzira: Bromera, 2011). 191 páginas.
El Sr. Oliver, un
viejo viudo que vive solo y a quien su casero busca desalojar sea por los
medios que sea, padece un severo trastorno de la personalidad: un “huésped” se
apodera de su conciencia cada cierto tiempo. Aparte de los lapsos de memoria
cada vez más frecuentes, Oliver no sabe qué ocurre cuando el otro toma las
riendas de su cuerpo, pero las señales son más que preocupantes: en una ocasión,
su ropa termina cubierta de sangre y suciedad; en otra ocasión, lo recogen los
paramédicos en la calle, desnudo e inconsciente, y lo llevan a un hospital.
Oliver, antiguo
conserje de una biblioteca, ama sin embargo sus libros, lo único que le queda
en la vida; a ellos que se aferra para seguir viviendo, aunque tenga que ir malvendiendo
algunos valiosos ejemplares cada cierto tiempo para poder comer.
En un entorno con
algunos rasgos distópicos, Vilaplana ha escrito una nouvelle en la que las dos principales tramas van confluyendo poco
a poco hasta ser una misma. Cuando desaparece una segunda niña del parque
cercano a su casa, la policía empieza a sospechar de Oliver. Los indicios
apuntan a él; además, la desaparición, sin dejar rastro alguno, de su hija
Laura cuando ésta era muy pequeña carga más las tintas de la sospecha policial.
En este escenario,
en un piso lóbrego y sucio que me hizo recordar a uno en el casco viejo de
València, donde habité un par de años, la existencia del pensionista es sencillamente
sórdida, rayana en la miseria. Oliver entabla amistad con Anna, una prostituta
que trabaja en el piso de abajo. Los matones que el arrendador Martí ha
contratado para asustar a Oliver no se andan con chiquitas, y Oliver escucha
escondido e impotente cómo le propinan una paliza a Anna en la escalera.
El desenlace de El quadern de les vides perdudes es
ciertamente poco previsible, y el progreso de la narración mantiene al lector
enganchado en todo momento, con capítulos cortos y sin descripciones ni
digresiones ajenas a la trama. Técnicamente, esta obra de Silvestre Vilaplana
supone un salto cualitativo respecto a su novela anterior, L’estany de foc, que
reseñé en su día y que fue una de las entradas más populares de este blog a
lo largo del año 2012.
Vilaplana emplea
dos narradores distintos: Oliver cuenta su historia en primera persona y en
presente, mientras que las apariciones del “huésped”, ese alter ego cruel, sádico y desalmado son narradas en tercera
persona, y en pasado. El contraste no resulta ser, en mi opinión, nada
efectista. Al contrario, permite interesantes matices y detalles que probablemente
se pierdan en una lectura superficial y a la carrera.
Así como en L’estany de foc la literatura forma
parte de la trama en tanto que el principal protagonista es un traductor, en El quadern de les vides perdudes la
literatura universal se erige en gran protagonista, pues Oliver, en su afán por
rememorar lo que ha sido una vida abocada a su final, va apuntando en un
cuaderno extractos de grandes obras literarias que, a su modo de ver, le dan
sentido a lo que les está sucediendo. Autores como Joyce, Borges, Kafka,
Bradbury, Kerouac, Vonnegut, Hugo, y obras como Alice in Wonderland, The
Portrait of Dorian Gray o La plaza
del diamante hacen acto de presencia y añaden una significativa dimensión
metaliteraria a una trama ya cautivadora de por sí. Un estupendo ejemplo, éste
de la página 186, y que traduzco al inglés para los lectores australianos del
blog:
“Ningú com Proust per cloure un camí de record i de temps perdut. No dubte quin fragment tancarà el quadern, el sé, el visc, el puc recitar paraula per paraula, lletra per lletra, des de fa molts anys. Tot i això, el copie conscienciosament, comparant síl·laba a síl·laba amb l’original del llibre. «La vertadera vida, la vida finalment descoberta i dilucidada, l’única vida, per tant, realment viscuda és la literatura». Repasse la sentència i hi trobe la saviesa, la confirmació de la raó que sempre m’ha mogut i que dóna sentit a tantes hores acompanyat de pàgines. L’única manera de retrobar el temps és fer-ho amb els llibres, cercant-lo entre les giragonses de l’escriptura.”
“No one like Proust to put an end to a trail of memories and lost time. I have no doubt as to which excerpt will wrap up my notebook, I know it, I live it, I have been able to recite word for word, letter for letter, for many years. Even so, I copy it conscientiously, comparing it syllable after syllable with the original in the book: "La vraie vie, la vie enfin decouverte et eclaircie, la seule par consequent pleinement vecue, c'est la litterature" [True life, life at last discovered and illuminated, the only life therefore really lived, that life is literature.] I go over the words and realise their wisdom, confirming the rationale that has always moved me and gives sense to so many hours in the company of pages. The only way to finding the past once again is through books, seeking it in the twists of the writing.”
El quadern de les vides perdudes se hizo merecedora del Premi Alfons el
Magnànim València de Narrativa de 2011.