Kevin Powers, The Yellow Birds (Londres: Sceptre, 2012). 226 páginas.
“La
guerra trató de matarnos en la primavera”. La prosopopeya en esta primera
oración de The Yellow Birds deja bien
claro que es posible que nos encontremos ante un libro distinto, un relato en
torno a la Guerra (así, en mayúscula) como el fenómeno (anti)social más
significativo en la historia de la humanidad, del cual parece que,
lamentablemente, nunca sabemos abstraernos definitivamente. Mientras escribo
estas palabras, o en el momento en que tú, lector, las leas (aunque sean muy
pocas las personas que vayan a leerlas), en algún lugar del mundo alguien
dispara y mata a otro alguien, quien será llorado por sus padres, hermanos,
hijos o amigos.
Con
apenas 21 años y sin un futuro profesional definido, el joven estadounidense
John Bartle se alista en el ejército para la segunda campaña de Iraq. Durante
el periodo de instrucción previo a su partida conoce a Daniel Murphy, de 18
años. Entre ellos surge la amistad, posiblemente más dictada por las
circunstancias que por la afinidad de sus personalidades. En el momento de la
despedida de sus familiares, Bartle le promete a la madre de Murphy que cuidará
de él, y que se lo traerá “de vuelta a casa”. Esta (¿piadosa?) mentira y el
posterior comportamiento de Bartle a su regreso a los EE.UU. se sitúan en el
centro de la novela: la mendacidad que con el tiempo pasa a formar parte, en
menor o mayor grado, de la vida de todos los seres humanos, sea a través de sus
acciones o sea través de sus palabras. “El mundo nos convierte a todos en
mentirosos”, dice el narrador. Más que el mundo, es la vida la que con el
tiempo nos hace mentir: el recuerdo de un mismo episodio cobra dimensiones
totalmente diferentes según lo narre una u otra persona.
La Guerra
es eso a lo que hombres muy poderosos, viejos y soberbios, envían a chicos muy
jóvenes e inexpertos. Muchos de ellos
matan y mueren, y los que sobreviven, por lo general, regresan con heridas
físicas o mentales. Las primeras, en el mejor de los casos, cicatrizan; las
segundas, más difíciles de diagnosticar, son mucho más difíciles de tratar.
La
narración de Powers está basada en su propia experiencia; se alistó a los 17
años (¿tiene acaso un chico de 17 años la suficiente madurez como tomar una
decisión de ese tipo?) y sirvió en Iraq en 2004 y 2005. Con el paso de las
semanas y meses, Bartle y Murphy se vuelven insensibles a la muerte y a la
destrucción de la que son actores, insensibilidad que obviamente es necesaria
para poder subsistir en el infierno que la Guerra lleva como escenario allá
donde surge o la crean (como en el caso de Iraq). Sin que Bartle se dé cuenta,
Murphy se aísla y se encierra en sí mismo. El muchacho pierde finalmente la
chaveta, desaparece y se convierte en otra víctima más de la guerra de Iraq.
Powers
dota a la novela de una interesante y provocativa estructura. Los capítulos trasladan
al lector de Iraq a los Estados Unidos en un vaivén temporal, desde el antes al
después del periodo de casi dos años en que Bartle combate en Al Tafar. Esta
estructura no lineal ayuda a reproducir la fragmentación de la memoria de
Bartle, y muchas de las escenas, descritas por medio de fogonazos, retazos de imágenes,
olores o sonidos, reproducen la desintegración resultante del trastorno por
estrés postraumático que padece el soldado.
The Yellow Birds es un magnífico libro que, en
mi opinión, podría haber sido mucho mejor. En su primera novela, Powers emplea
sus dotes de poeta con gran impacto, como las explosiones de mortero que desconciertan
a los soldados en Al Tafar. Abundan los párrafos en los que el lenguaje es más
protagonista que los personajes o la acción misma. El efecto, sin embargo, no resulta
siempre tan logrado como uno quisiera. El conjunto se resiente en ese aspecto, porque
solamente con un lenguaje pulido no puede construirse una gran novela. Por
ejemplo, Powers/Bartle nos dice que la tarea de rememorar es “como juntar un
rompecabezas con las piezas boca abajo: las formas te son familiares, la imagen
se desdibuja rápidamente, el mudo color pardo del refuerzo de cartón es una
burla de su totalidad y conclusión”. Powers contrapone imágenes de gran belleza
en las que despliega sus dotes líricas con brutales escenas del campo (urbano) de
batalla, donde no hay lugar para la poesía: médicos que intentan recomponer las
tripas de un soldado moribundo, un cadáver bomba estratégicamente situado por
el enemigo en mitad de un puente; el cuerpo castrado, sin orejas ni nariz de un
soldado, arrojado desde el minarete de una mezquita.
Cerca
de cien años después, otro poeta vuelve a recordarnos una de las pocas verdades
que podemos intentar transmitir a nuestros descendientes, a las próximas generaciones.
La vieja mentira del sacrificio final por la patria que todavía se les vende a
los jóvenes. Como escribió Wilfred Owen en 1918:
…you would not tell with such high zestTo children ardent for some desperate glory, The old Lie; Dulce et Decorum est Pro patria mori.