27 may 2013

Reseña: The Map and the Territory, de Michel Houellebecq

Michel Houellebecq, The Map and the Territory (Londres: William Heinemann, 2011). 291 páginas. Traducción del francés de Gavin Bowd.

Hay un texto muy breve de Jorge Luis Borges (“Del rigor de la ciencia”) en el que viene a explicar que el afán de representar el mundo y de representarnos a nosotros mismos conduce al absurdo: cuenta que los cartógrafos de un imperio elaboraron un mapa que coincidía en tamaño y exactitud con el imperio mismo. “El mapa no es el territorio”, dice en algún momento un personaje en esta novela del escritor francés.

Traducida primorosamente al inglés por Gavin Bowd (aunque penosamente editada por William Heinemann – abundan las erratas, que debieran haber sido eliminadas en la fase de galeradas), The Map and the Territory (La carte et le territoire) seduce desde la primera página. La novela gira en torno a la vida de un artista, Jed Martin, un tipo peculiar, con algunas pequeñas dosis de misántropo, como todo buen artista que se precie. El proyecto artístico de Jed Martin es elaborar o producir una descripción objetiva del mundo. Así, salta a la fama cuando sus fotografías de mapas de las conocidas guías Michelin se exhiben en una galería y pasan a cotizarse como auténticas obras de arte. Martin, obviamente, sospecha en ocasiones que ese objetivo suyo es más ilusorio que legítimo, artísticamente hablando. Pero no por ello desiste de él.

Tras la fotografía, Jeda adopta la pintura diez años después como medio de representación de la realidad. Sus cuadros también triunfan, y nada mejor que acompañar el catálogo con un texto del archiconocido escritor Michel Houellebecq, denostado por muchos y admirado por otros. Houllebecq se ha exilado a Irlanda, donde vive solo en una casa rodeada de una especie de selva de hierba que no corta – le tiene pánico al cortacéspedes, le confiesa a Jed. Teme que le cercene los dedos.

Las visitas de Martin a la casa de Irlanda constituyen el grueso de la parte segunda del libro, y dan lugar a escenas hilarantes: en la segunda visita, Houllebecq ha puesto su cama en el salón, y se pasa las horas allí, viendo dibujos animados, fumando y bebiendo vino. El escritor acepta el encargo a cambio de una altísima cifra de euros, y Martin le propone para rematar el trato hacerle un retrato que le regalará, por supuesto. Tras varias demoras, la exposición se inaugura y Martin se hace millonario de la noche a la mañana. Las cifras que el autor inventa como precio de los cuadros son una estupenda mofa del mundo del arte contemporáneo. Por suerte para el lector, la incisiva crítica del autor francés no se limita al mundo del arte.

Fue otro francés, Roland Barthes, quien preconizó la muerte del autor, pero es Houellebecq quien toma la idea literalmente y mata al personaje que lleva su nombre. Y lo hace a lo grande, todo hay que decirlo. Tras el éxito de la exposición de Martin, el autor francés decide volver a la casa familiar, que puede recomprar con suma facilidad. Es hasta allí donde Martin va a visitarlo y a dejarle el retrato que hizo de él. Será la última vez que lo vea. A Houellebecq lo encuentran decapitado (y a su perro también); con sus restos mortales alguien ha hecho una macabra composición artística de la descomposición.

En esta parte final de la novela aparece el detective Jasselin, encargado de aclarar el crimen. Jasselin acompañará  a Martin a la casa de Houellebecq, y es allí donde descubren un motivo para el crimen: el retrato del difunto autor, valorado ya en casi un millón de euros (¡Hay que ver, cuánta inflación puede llegar a causar la muerte del retratado!), ha desaparecido.

The Map and the Territory es un curioso relato, a ratos absorbente y a ratos irritante: la inclusión de datos estadísticos no creo que sea síntoma de pedantería, sino un guante con que el autor parece abofetear al lector, ¿o quizá busque adormecerlo? En todo caso, puede que sea una interesante provocación, tratar de ahuyentar al lector durante dos o tres párrafos para luego asestar un golpe de efecto narrativo.

Los elementos narrativos de la novela están dispuestos de tal modo que el lector no puede escapar de la intriga, pero el que marca la pauta es el autor en todo momento. Solamente él dispone las reglas. Y estas son maleables: la mezcla entre realidad y ficción es deliciosa, especialmente con el personaje que Houellebecq crea de su misma persona: un hombre solitario, borracho, deprimido, mudable y para nada comedido en sus opiniones. Al parecer, muy similar al autor mismo.

La visión de Francia que se refleja en las páginas de esta novela de Houellebecq, premiada con el Goncourt de 2010, es la de un país muy cambiado, fuertemente alterado en su esencia y composición; es posiblemente ampliable a la Europa actual, un continente alarmado por la pérdida de tradiciones en medio de una crisis profunda a la que no parece encontrarse salida. Me ha gustado The Map and the Territory, pese a la mala prensa que suele recibir su autor. Por cierto, imponente la portada: uno puede sentir con la yema de los dedos el "plástico" que cubre parcialmente el retrato del autor.

22 may 2013

Reseña: Bahía Blanca, de Martín Kohan

Martín Kohan, Bahía Blanca (Barcelona: Anagrama, 2012). 276 páginas.

De un viaje por tierras patagónicas, al sur de la provincia de Buenos Aires, en la última década del siglo XX, tengo muchos recuerdos, pero ninguno de ellos incluye la ciudad de Bahía Blanca. No podré negar que pasé por ella o muy cerca de ella, pero confieso que no me quedó ninguna cosa memorable de aquel lugar en el mundo. Digo esto porque el narrador en esta novela homónima de Martín Kohan viene a reafirmar más si cabe la impresión que por algún motivo conservo de esa ciudad argentina, que no resulta ni llamativa ni atractiva: “Ninguna persona que yo conozca ha dicho jamás nada bueno de Bahía Blanca, y fue por eso que la elegí como destino. […] el peor lugar del mundo según todos. […] Las razones esgrimidas solían ser, entre otras, las siguientes: el clima adverso, con entradas de fríos oceánicos comparables a las entradas de los ejércitos vencedores en las ciudades vencidas; la arquitectura casi siempre ingrata, colección de fealdades o de bellezas fallidas, que en última instancia es lo mismo…”(p. 1).

Lo que Mario Novoa, el narrador protagonista de Bahía Blanca, no nos cuenta en esa primera página (ni en las casi cien que siguen) es desde qué situación se ha marchado o de qué problema ha huido, si es que tiene algún problema. Y el lector, a medida que progresa en la lectura, va observando ciertos tics, ciertas obsesiones en el personaje, que narra su estancia en la ciudad que sirve de cabecera de la ruta que lleva a la Patagonia argentina en forma de diario fechado.

Por medio de sus anotaciones, Mario desvela que se ha plantado en Bahía Blanca tras engañar a las autoridades universitarias con el pretexto de un proyecto de investigación en torno a un autor, Martínez Estrada, quien le ocasiona una suerte de obsesión porque tiene, nos dice Novoa, una prodigiosa capacidad para cambiar de tema.

En Bahía Blanca, Novoa pasa días enteros aislado o sin establecer apenas contacto con la gente. Las visitas de unos jóvenes catequistas o la conversación con el vecino de la casa de la universidad donde se aloja quedan reflejadas con humor y obsesiva minuciosidad. Mientras Mario sigue sin dar cuenta de lo sucedido antes de su escapada a Bahía Blanca, el meollo de la narración lo constituyen sus paseos por una ciudad sin atractivo alguno, pero que a sus ojos parece acogedora, puede que hasta agradable.

Cuando su permiso académico está a punto de terminar, el pasado hace súbitamente acto de presencia, y fuerza a Novoa a explicarse. El pasado se llama Ernesto Sidi, antiguo compañero y socio de negocios, a quien Novoa reconoce a la puerta de un burdel del barrio portuario; poco después, y tras unas entradas en el diario en las que Novoa despoja de todo atisbo de ocultación su neurosis maniaco-compulsiva (refleja las dos voces que le hablan en su cabeza), se nos revela el acto criminal del que Novoa va huyendo tanto física como mentalmente. Quiere tanto como ausentarse de él como olvidarlo. Cuando Sidi lo reconoce por la calle y lo invita a subir al coche, Mario tiene que admitir que el pasado no se desvanece por arte de magia, y termina confesándole a Ernesto qué es lo que hizo. Resquebrajado el muro de contención que se había construido, la realidad y la verdad penetran en la narración, y desde ese momento, las referencias a su exesposa, Patricia, se multiplican.

Con el regreso de Novoa a Buenos Aires, la novela entra sin embargo en una dinámica bien distinta. La narración deja por momentos de tener el interés que tenía, y pasa a ser una colección de retazos que dibujan las manías, las obsesiones o las costumbres fuertemente enraizadas en la mente de un hombre que está enfermo, que se sabe enfermo, pero que no va a aceptar(se) diagnóstico alguno.

Puede que el hecho de que Novoa sea profesor universitario de literatura sea el detalle menos plausible de Bahía Blanca, pero a Kohan le sirve para crear una subtrama metaliteraria que, personalmente, me supo a poco. Novoa recibe un email de un estudiante de posgrado que le pide su opinión acerca de la novela de Dostoievski Crimen y castigo. La correspondencia sucesiva entre el profesor y el estudiante, intercalada en una sucesión de acontecimientos más bien inanes que no vienen sino a reforzar la obsesión como característica fundamental de Novoa como sujeto, consigue despertar mucho interés. Tanto es así, que la abrupta conclusión de esta sugestiva derivación argumental deja un mal sabor de boca.

Sin que esté en mi ánimo desvelar el desenlace, cabe añadir que la solución narrativa propuesta por Kohan no termina de cuajar: nos encontramos a Novoa, desquiciado por la posibilidad de volver con Patricia; la acecha en el exterior de su casa y provoca un encuentro fortuito. En una huida hacia ninguna parte, Novoa se lleva a Patricia en un largo viaje nocturno a través de la provincia de Buenos Aires, y amanecen en… lógicamente: Bahía Blanca.

Kohan realiza un encomiable trabajo de caracterización del personaje a través de sus palabras, de sus giros, de su sintaxis. Palabras repetidas hasta la saciedad, enumeración gratuita de sinónimos, minuciosas observaciones del entorno cotidiano intercaladas de forma compulsiva en los diálogos. Novoa, por quien en un principio el lector puede sentir hasta simpatía, se convierte en un ser cargante, fastidioso, hiperactivo en la observación de detalles nimios. Un criminal neurótico, insistentemente enamorado de una mujer que ya no es la misma mujer de quien se enamoró, Novoa se muestra al final como un pobre majadero incapaz de ver la realidad: que la imagen del pasado que podemos formarnos en la mente se puede derruir, y solamente un ser neurótico, un hombre enfermo y transgresor como Novoa es incapaz de constatar el estado de ruina, prefiriendo ver lo que una vez hubo y se perdió irremediablemente.

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