10 jul 2013

Reseña: We Need New Names, de NoViolet Bulawayo

NoViolet Bulawayo, We Need New Names (Londres: Chatto & Windus, 2013). 294 páginas.
“Aparecieron de uno en uno, de dos en dos, de tres en tres. Aparecieron en fila india, como hormigas. En enjambres, como moscas. En oleadas encrespadas, igual que un mar espantoso. Aparecieron a primera hora de la mañana, por la tarde, en mitad de la noche. Aparecieron llevando el polvo de sus casas arrasadas pegado al pelo, a la piel y a la ropa, que les daba una apariencia como de cosas procedentes de otra vida. Con los tobillos hinchados y los pies llenos de ampollas, aparecieron fatigados por la larga caminata.” (p. 73-4)
La descripción es de una de tantas diásporas que los conflictos, el hambre y la pobreza causan en uno de muchos rincones olvidados de África. En este caso se trata de Zimbabue, y el lugar al que se dirigen los expulsados, los proscritos, se llama, irónicamente, Paraíso.

En este asentamiento humano improvisado vive una niña, Darling, quien se pasa los días merodeando con su pandilla: Bastard, Chipo, Godknows, Sbho y Stina. Su padre está en Sudáfrica, y no se sabe nada de él desde hace meses; su madre viaja cada cierto tiempo a la frontera, donde vende cosas para poder subsistir. Hacía relativamente poco tiempo, Darling y su familia vivían en una casa de verdad en lugar de una chabola, ella asistía a la escuela a diario y tenía – posiblemente – un futuro por delante. Pero todo eso cambia cuando los bulldozers ordenados por el gobierno destruyen sus casas.

A excepción de dos o tres capítulos en los que una primera persona en plural cuenta la historia de esta diáspora (y que me hizo recordar a un libro bien distinto pero de temática muy próxima, The Buddha in the Attic de Julie Otsuka), Bulawayo adopta para apuntalar la narración el punto de vista de esta niña. El suyo es ciertamente un apasionante relato, combinando la velada ironía que puede revelar la ingenuidad infantil con la lírica, el dardo mordaz de la palabra justa con la meditación reposada.

Darling nos cuenta las desdichas de su querido Zimbabue, las consecuencias de la nefasta política del dictador Mugabe: en esta novela aparecen referencias a elecciones, a promesas de cambio que dan paso a la decepción y a una brutal represión contra los simpatizantes de la oposición, al despojo que sufren los habitantes nativos blancos del país a manos de hordas fanáticas espoleadas por el régimen despótico. También hay mención de la epidemia del sida (en algún momento, el padre de Darling regresa de Sudáfrica, esquelético y moribundo). En esa realidad, Darling y sus amigos pasan el tiempo robando guayabas del barrio opulento cercano (“Budapest”) para saciar un hambre insaciable, e inventándose juegos (“Encontrad a bin Laden”).

Ante esta situación desesperada, son muchos los que se marchan en busca de una vida mejor, y se irán adonde sea, huyendo de un “terrible lugar de hambre y destrucción”. En el caso de Darling, ese lugar es “Destroyedmichygen”, es decir, Detroit, Michigan. Gracias a una tía afincada en los EE.UU., Darling puede escapar de Zimbabue. Es aquí donde comienza la segunda parte de la novela, la cual desarrolla un tópico posiblemente más interesante que la primera.

Tras Michigan, la extraña familia que la ha acogido se muda a un barrio bajo de Kalamazoo, donde Darling pasa de ser niña a adolescente, una más de los millones de residentes ilegales en los Estados Unidos. Con todo, el formato típico de una Bildungsroman no se adueña completamente de We Need New Names: a Bulawayo le interesa mucho más la distancia que comienza a abrirse entre la Darling africana y la Darling americana.

La estrategia que adopta todo niño recién llegado a un lugar nuevo es la de mimetizarse con su entorno, y en el caso de una muy joven emigrante, ello resulta imperativo para no llamar demasiado la atención. Darling adoptará por lo tanto los hábitos propios de las jóvenes adolescentes americanas de su instituto, e incluso adquiere hábilmente un acento americano, el cual le reporta el rechazo de Chipo, una de sus amigas en Zimbabue, en una llamada por Skype: “Dime, ¿tú abandonas tu casa porque está ardiendo, o buscas agua para apagar las llamas? Y si dejas que se queme, ¿esperas que el fuego se convierta en agua y se apague él solo? La dejaste, Darling, preciosa, te marchaste de una casa en llamas, ¿y ahora tienes las agallas de decirme, en ese estúpido acento con el que ni siquiera naciste, y que ni siquiera te sienta bien, que es este tu país?” (p. 286).

Bulawayo explora notablemente los temas de la adaptación a una nueva cultura y de la alienación que sufre todo emigrante. En la narración de los años que Darling pasa en los EE.UU., imposibilitada para salir del país por carecer de los documentos necesarios para poder regresar, la autora intercala distintos episodios y anécdotas que nos permiten ver un amplio abanico de posicionamientos y ángulos. La celebración de una boda entre un africano y una americana de raza blanca, la visita que hace a un gran centro comercial en compañía de dos amigas, su trabajo de clasificadora de envases en un supermercado local.

La amargura de que el sueño americano no llegue nunca a cristalizar para la gran mayoría de esos emigrantes impregna los capítulos finales de We Need New Names, pero la autora nunca deja de lado el humor.

De todo este libro, recomiendo muy encarecidamente el capítulo que lleva el mismo título que la novela, y en el que Bulawayo cuenta cómo las chicas de la pandilla se disponen a “sacar” el bebé del vientre de Chipo (una chica de 12 años a quien ha violado su propio abuelo) con una percha, adoptando los nombres de los personajes de la serie ER de la TV americana. Hablando sobre el procedimiento que deben seguir, dice Sbho: “«Lo vi en la tele en Harare, cuando visité a Sekuru Godi. ER es lo que se hace en un hospital, en América. Para poder hacerlo bien, nos hacen falta nombres nuevos. Yo soy la Dra. Bullet, que es muy guapa, y tú eres el Dr. Roz, que es alto», dice Sbho, señalándome con la cabeza” (p. 82).

A veces la literatura pasa de puntillas por escenarios harto verosímiles, pero nada confortantes.

(Esta reseña ha aparecido también en la revista Hermano Cerdo, donde puedes encontrar gran variedad de artículos, cuentos y ensayos).

31/10/2018: El libro se ha publicado en castellano este año, con el título de Necesitamos nombres nuevos. La traducción es de Sonia Tapia, y lo publica Salamandra.

8 jul 2013

Reseña: Mullumbimby, de Melissa Lucashenko

Melissa Lucashenko, Mullumbimby (St Lucia: UQP, 2013). 285 páginas.


Una de las cosas que más me llamó la atención en mis primeras salidas al campo australiano, hace ya muchísimos años, fue la omnipresencia de horrorosas vallas de alambre de espino por todas partes, circundando las propiedades. Desde los primeros momentos de la colonia penal, los invasores ingleses dividieron la tierra según sus foráneos y erróneos criterios, despreciando el saber ancestral de los oriundos. Las consecuencias de su estrategia colonialista siguen sufriéndose hoy en día, entre otras cosas, en términos de irreparables daños medioambientales.

Mullumbimby es el nombre de una pequeña población situada en el extremo nororiental del estado de Nueva Gales del Sur, entre Byron Bay (destino turístico en mi opinión extremadamente sobrevalorado) y las exuberantes sierras de la Gran Cordillera Divisoria, que preside la impresionante mole de Mount Warning y que esconden, entre muchas otras cosas, el pintoresco (por así decirlo) poblado de Nimbin.

Jo Breen, una joven mujer goorie (el pueblo indígena de esa zona de Australia) se ha establecido con su hija adolescente Ellen en una pequeña granja cercana a Mullumbimby, tras un agrio divorcio. Está orgullosa de haber podido adquirir, tras grandes esfuerzos, un pedazo de tierra en la tierra de sus ancestros. Además del duro trabajo que exige la granja, Jo trabaja cuidando del cementerio municipal.

El mayor mérito, a mi parecer, de esta novela de Lucashenko, es que logra transmitir al lector el sentido de unión, de conexión que ha existido durante decenas de miles de años entre los pueblos aborígenes y su tierra, entre los seres humanos y la naturaleza en el seno del continente australiano. El personaje de Jo, en este sentido, es el más pulido de todos. Jo comparte con otros personajes goories la desazón de vivir con la desdichada herencia de los “ladrones de tierras” blancos. Pero no todos los goories se rigen por el mismo código ético que lo hace Jo Breen.

La trama secundaria de Mullumbimby es el romance entre Jo y Twoboy, un atractivo joven aborigen que en nombre de su familia ha interpuesto una demanda reclamando el reconocimiento de título de propiedad nativo del área en la que se halla la granja de Jo. Como trama secundaria, el romance entre Jo y Twoboy no aporta nada que sea extraordinario, pero sin duda alguna le sirve a Lucashenko para apuntalar el desarrollo de la narración principal e intercalar algunos episodios humorísticos y con algunas dosis de acción y misterio.

Uno de los aciertos de Lucashenko es el uso de algunas palabras aborígenes no solamente en los diálogos sino también en la narración en tercera persona. La autora incluye las pocas palabras de la nación Bandjalung que todavía subsisten, además de palabras del inglés aborigen empleado en gran parte de Australia. Dicha inclusión insufla la autenticidad de la lengua que pertenece al lugar, y es algo que el lector agradece. Hay un breve glosario al final de la novela.

Palabras como yarraman, jagan o talga (caballo, tierra, música) poseen una curiosa cadencia propia; pero la mezcolanza de un registro muy bajo (muy realista y genuino sin duda, con abundantes palabrotas) con pasajes de un lirismo pulcro no cuaja. El problema se da porque Lucashenko superpone una voz omnisciente (la voz de la escritora educada, académica, que supuestamente narra la historia desde afuera) a la voz de Jo Breen, hasta el punto de confundir ambas. El resultado es en ocasiones un tanto chirriante, y resta valor al conjunto.


Con todo, Mullumbimby es una novela que muestra las tremendas dificultades a las que se enfrenta una mujer aborigen independiente en la Australia contemporánea. La portada reproduce un poderoso símbolo del que Lucashenko hace uso en la novela: un nido construido por una urraca nativa, utilizando un pequeño fragmento de alambre de espino oxidado. Con un pequeño fragmento de lo que es azote brutal de animales autóctonos (las heridas que sufren los canguros que quedan atrapados en las cercas son horripilantes) otro animal fabrica un hogar para sus crías.

Posts més visitats/Lo más visto en los últimos 30 días/Most-visited posts in last 30 days

¿Quién escribe? Who writes? Qui escriu?

Mi foto
Ngunnawal land, Australia