21 sept 2013

Reseña: Big Brother, de Lionel Shriver

Lionel Shriver, Big Brother (Sydney: Fourth Estate, 2013). 373 páginas.

Durante las cinco semanas de un más o menos reciente viaje a Vietnam pude constatar que no hay apenas personas obesas entre la población vietnamita; en cambio, en países como Samoa el sobrepeso es un quebradero de cabeza para las autoridades sanitarias. La situación de Vietnam (donde McDonald’s no tiene permiso para operar sus restaurantes – solamente vi un KFC en Hanói y otro en Saigón) supone un patente contraste con la de muchos países del (así llamado) mundo desarrollado, en los que la obesidad se ha convertido en un gravísimo problema de salud pública.

Lionel Shriver nos presenta en Big Brother una interesante historia narrada en primera persona por una mujer de mediana edad, Pandora. Casada con un divorciado (Fletcher) que tiene la custodia de sus dos hijos (Tanner y Cody), en su casa de Iowa se presenta un tanto inesperadamente su hermano Edison, a quien no ha visto en años. Al ir a recogerlo al aeropuerto, Pandora no lo reconoce en un primer momento. Edison, pianista de jazz de mediano prestigio en Nueva York, ha casi triplicado su peso desde la última vez que Pandora lo vio.

La familia no sabe muy bien cómo reaccionar ante el cambio que ha experimentado Edison. Aparte del sonrojo que les produce, poco a poco la incomodidad que supone su presencia en la casa da lugar a situaciones no solamente de azoramiento sino también de enfrentamiento entre unos y otros. Lo que en un principio pensaban que iba a ser una breve estancia se convierte en un periodo de dos meses. Cuando finalmente llega el día de su partida, Pandora descubre que la gira musical que Edison decía tener programada por España y Portugal es mentira. Edison está en la bancarrota, no solo financiera y laboral sino también moral y física.

Ante esa situación, Pandora propone hacerse cargo de su hermano mayor (el título es un juego de palabras, puesto que hace referencia tanto a la edad como al tamaño de Edison) y ayudarle a perder peso hasta recuperar la figura que tenía cuatro años antes. Para lograr ese objetivo, los dos hermanos se mudan a un apartamento. No hace falta decir que a Fletcher la idea le parece descabellada, y el proyecto irrealizable.

La novela se divide en tres partes, tituladas ‘Up”, ‘Down’ y ‘Out’. La parte más larga es la segunda, y en ella Pandora narra el largo proceso de pérdida de peso del hermano obeso. Es también la historia del reencuentro con la persona que Edison era antes de su depresión. Los dos se embarcan en un régimen por el cual solamente consumen líquidos en los tres primeros meses. Shriver cuenta por boca de Pandora ese largo año, con sus altibajos: el aburrimiento de las largas horas sin comer, la frustración, los éxitos y los fracasos. El drama personal de Pandora también se refleja en la novela, pues su relación con Fletcher se resiente y está a punto de irse al garete.

Es casi normal esperar un final feliz en una novela dirigida al público mainstream, el más convencional de los EE.UU. Y de hecho, eso es lo que parece proponer Shriver cuando, tras haber logrado su objetivo, Edison y Pandora lo celebran con una gran fiesta en la que Edison piensa hacerle cumplir a Fletcher su promesa de comerse una tarta de chocolate si Edison pierde todo el peso al cabo de doce meses. Pero la autora se ha guardado un as en la manga, que se saca de repente y sin previo aviso en la última parte de la novela, cuando la verdad sale a la luz.

La impresión con la que uno se queda tras leer Big Brother es que Shriver parece decirnos que la obesidad es síntoma de algo más amplio, algo sumamente nocivo y lamentablemente muy extendido entre la ciudadanía no solo de los EE.UU. sino del mundo occidental en general. ¿Qué es verdaderamente el hambre? ¿Se trata de una insaciable ansiedad por llenar el buche con Big Macs y French fries? ¿Por qué hay padres que no asumen la responsabilidad de una nutrición racional y saludable para sus hijos?

Big Brother es una interesante propuesta narrativa de la que destaco sus excelentes diálogos, pulcramente trabajados. Shriver halla con soltura las voces de unos personajes a los que parece conocer íntimamente; con eso y algunos episodios no por verosímiles menos divertidos (el bloqueo del inodoro en la casa familiar de Solomon Drive destaca especialmente) la novela deja un buen sabor de boca sin llegar a deslumbrar.

17 sept 2013

Reseña: Taipei, de Tao Lin

Tao Lin, Taipei (Edimburgo: Canongate Books, 2013). 248 páginas.


¿Y si alguien me hubiera preguntado mi opinión en el preciso momento de terminar de leer Taipei? Podría haberle dado una respuesta algo así como “I don’t know”, o “I don’t remember”. Son frases que Tao Lin repite hasta la náusea en Taipei. O puede que, para poder escribir una reseña que valiera la pena, podría haber esperado a administrarme una dosis de Adderall, o MDMA, o Xanax, o una de las diferentes drogas que toman sus personajes, y a ver qué pasa. En todo caso, puestos a escribir una reseña sobre Taipei, debería en todo momento centrarme en mí mismo, no en el libro. Al fin y al cabo, ¿a quién le puede interesar Taipei cuando lo que realmente importa del libro es… “uh, I don’t know”.

En fin, el argumento: un jovencito con aspiraciones literarias cuenta su vida (!?) en Nueva York mientras se halla en un “periodo provisional” a la espera de iniciar el tour promocional de su último libro por varias ciudades de los EE.UU. y Canadá; a falta de algo de más enjundia, va de fiesta en fiesta, ingiriendo drogas de diseño un día sí y otro también, mirando mucho, comiendo guacamole y papas, pero hablando bien poco con la gente. Paul, de padres taiwaneses, lleva varios libros publicados (no me preguntes por qué). Dada su complicadísima existencia (¿a qué fiesta voy esta noche?), tiene mucho tiempo para pensar. ¿Pero en qué? He ahí la cuestión. Realmente, son terribles los problemas del primer mundo…

Tras conocer a Erin durante el tour, Paul y ella se van a Las Vegas, donde se casan. Los padres de Paul los invitan a ir a Taipei en un viaje de luna de miel, y para allí se van, escondiendo un buen cargamento de drogas en el equipaje. En Taipei se pasean por la ciudad filmando restaurantes de McDonalds con un MacBook.

Mi opinión personal es que el libro está escrito en un estilo absurdo, insufrible e insustancial; demasiados párrafos se reducen a interminables disquisiciones sobre auténticas estupideces y sobre las obsesiones de Paul, escritos en un lenguaje por lo general bastante pobre, y sin un sentido real. La narración es tediosa en su mayor parte, como si el narrador estuviera permanentemente cansado o desconectado de la realidad (y no me extrañaría que así fuera, a juzgar por la cantidad de drogas que “ingiere”). Taipei es una novela (y uso la palabra en una acepción más o menos vaga del término) vacua, frívola, estúpida, pretenciosa, egocéntrica y cargante.

Aparentemente, Tao Lin se ha labrado un nombre entre la generación de veinteañeros estadounidenses que han mamado internet junto con el biberón, y a los que se les recetó drogas por principio tan pronto algún psiquiatra les diagnosticaba un Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad. Al menos a mí me ha resultado curioso constatar que los mochileros contemporáneos, aunque viajen juntos y se sienten juntos en cafés y restaurantes, no hablan apenas entre sí ni con la población local, sino que mantienen largas conversaciones con otros que están a miles de kilómetros de distancia, mediante el chat de Gmail o por SMS. Este comportamiento se extrema en Taipei, donde Paul y Erin, la pareja de protagonistas, están tan atiborrados de drogas que, aun estando en la misma habitación, se comunican por email o por SMS. Todo un síntoma de que algo no funciona.


248 páginas de verborrea que no lleva a nadie a ninguna parte, ni siquiera a su autor. Varias horas de mi tiempo que podría haber empleado de forma, si no un poco productiva, al menos más placentera. Pero qué pérdida de tiempo.

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