20 ene 2015

Reseña: The Narrow Road to the Deep North, de Richard Flanagan

Richard Flanagan, The Narrow Road to the Deep North (North Sydney: Vintage, 2013). 467 páginas.

Lest we forget. Para que no olvidemos. Tres palabras que uno puede encontrar en cualquier ciudad o pueblo australiano, en uno de los numerosos monumentos o recordatorios a los soldados caídos en las guerras en las que Australia ha tomado parte en su breve historia como estado independiente. Lo paradójico de esta inscripción es que, mientras que por un lado se exhorta a no olvidar a los muertos, a los supervivientes se les conminaba a olvidar, a no recordar sus traumáticas experiencias.

Monumento recordatorio del RSL de Mittagong, NSW. Fotografía de Peter Ellis.
The Narrow Road to the Deep North cuenta la vida de Alwyn Dorrigo Evans, un joven doctor nacido en la isla de Tasmania que, tras la captura de su unidad militar en la isla de Java por los japoneses en la segunda guerra mundial, termina como prisionero de guerra en Birmania. Se convierte así en uno de los miles de hombres explotados como esclavos por sus captores para la construcción del llamado Ferrocarril de la muerte, con el que imperio nipón buscaba unir Tailandia (por entonces Siam) con sus redes de distribución en el sudeste asiático y así poder conquistar India.

Vista del río Kwai desde el Ferrocarril de la Muerte, Kanchanaburi, Tailandia. Fotografia de Niels Mickers.
The Death Railway. Mapa creado por W. Wolny
El libro de Flanagan, premiado con el Booker de 2014, y ex-aequo en el Premio Literario del Primer Ministro de Australia del mismo año, se ha visto rodeado, al menos en Australia, de cierta polémica. Uno de los miembros del jurado del segundo premio, el poeta Les Murray, llegó a decir de The Narrow Road to the Deep North que es un libro "pretencioso y estúpido". Evidentemente, a Murray no le gustó ni la decisión de los asesores del Primer Ministro que cambió el veredicto del jurado ni el libro mismo.

Fragmento de 'Ulysses' de Tennyson
A Flanagan le interesa explorar el increíble potencial del ser humano para sobreponerse al sufrimiento y expresarse de una manera artística: la literatura es uno más de los temas centrales. Dice Dorrigo que las palabras “fueron la primera cosa hermosa que conocí en mi vida.” (p. 14) El poder inconmensurable de las palabras, de la literatura, es algo fundamental en la novela. Desde los libros que les sirven a los prisioneros de guerra para sobrevivir a una realidad devastadora o para enrollarse un cigarrillo de basto tabaco tailandés, pasando por el haiku que el coronel Kota no logra recordar en un momento crítico, mientras sujeta una espada a milímetros del cuello del prisionero Darkie Gardiner, a las referencias recurrentes de Dorrigo a Homero, Dante, y al poema ‘Ulysses’ de Tennyson, las palabras son la esencia que Flanagan contrapone al silencio forzado, al que Flanagan alude bien pronto en su historia:
“La noche que Tom [hermano mayor de Dorrigo, participante en la Gran Guerra] vino a casa quemaron al Káiser en una fogata. Tom no decía nada de la guerra, ni de los alemanes, ni del gas o de los tanques y las trincheras de las que habían oído hablar. No dijo nada en absoluto. Lo que un hombre siente no siempre equivale a todo lo que es la vida. A veces no equivale a nada en absoluto. Solamente se quedó mirando fijamente las llamas.” (p. 2, mi traducción)
Quizá uno de los principales méritos de Flanagan (que Murray soslaya por motivos que se me escapan, quizás más políticos que otra cosa – la novela es cualquier cosa excepto estúpida) es la amalgama del horror causado por los seres humanos con el afecto que podemos sentir por otros en medio de ese espanto. Flanagan maneja con soltura los ángulos y los puntos de vista narrativos, de tal suerte que hace posible que el lector pueda tratar de comprender la fascinación de un criminal de guerra japonés por la belleza de la poesía y luego asistir a las innombrables crueldades y salvajadas que ese amante de la belleza inflige a un ser humano al que considera no solamente inferior sino perfectamente prescindible.

El angosto camino al norte profundo. Desfiladero hecho prácticamente a mano por los prisioneros de guerra. Hellfire Pass, a unos 70 km de Kanchanaburi. Fotografía de calflier001.
En un párrafo que personalmente me resulta imborrable, Flanagan cuenta cómo Evans cree tomar conciencia de la naturaleza recurrente de la violencia en la humanidad, de cómo esa violencia ha traspasado nuestra esencia y ha alcanzado cotas de magnitud filosófica:
“Por un instante pensó que comprendía la verdad de un mundo espantoso, en el que no se podía escapar del horror, en el que la violencia era eterna, la gran y única verdad, más grande que las civilizaciones que creaba, más grande que cualquier dios al que el hombre adorara, puesto que era el único dios verdadero. Era como si el hombre solamente existiera para transmitir la violencia y asegurar que su dominio fuera eterno. Puesto que el mundo no cambiaba, esta violencia siempre había existido, y nunca sería erradicada, los hombres morirían bajo la opresión y la barbarie de otros hombres hasta el final de los tiempos, y toda la historia humana era la historia de la violencia.” (p. 307, mi traducción)
La estructura narrativa de The Narrow Road to the Deep North es algo compleja: Flanagan da saltos temporales entre pasado anterior a la guerra y un pasado mucho más cercano al presente, cuando Evans (que en buena parte parece ser una recreación ficcional de Weary Dunlop) se ha convertido en persona famosa y respetada. Además de esta complejidad estructural, la amalgama de puntos de vista fuerza al lector a hacer recuento de lo leído de forma constante. Flanagan te conquista con el lirismo de su prosa, incluso cuando describe cosas que pueden considerarse de lo más horrendas, como este párrafo sobre el estado de inanición de los prisioneros de guerra en el campo birmano:
“La inanición acechaba a los australianos. Se ocultaba en cada uno de los actos y pensamientos de cada uno de los hombres. Frente a ella solamente podían brindar su sabiduría australiana, que en realidad no consistía en otra cosa que opiniones más vacías que sus barrigas. Trataban de mantenerse unidos mediante su mordacidad y sus maldiciones australianas, sus recuerdos de Australia y su compañerismo australiano. Pero de pronto, la palabra ‘Australia’ significaba muy poco frente a los piojos, el hambre, el beriberi, contra los robos y las palizas y los cada vez mayores trabajos de esclavos. ‘Australia’ se estaba encogiendo y arrugando, un grano de arroz era ahora mucho más grande que un continente, y las únicas cosas que se hacían más grandes día tras día eran sus ajados y lánguidos sombreros caídos, que ahora asomaban, como si fueran sombreros mexicanos, por encima de sus rostros demacrados y sus apagados e inexpresivos ojos, ojos que parecían ya ser poco más que cuencas ennegrecidas por las sombras, esperando la llegada de las lombrices.” (p. 52, mi traducción)
A algunos no les gustará el desvío temático en la historia que supone el idilio de Evans con la mujer de su tío Keith, Amy. Ciertamente, la novela dedica muchas páginas a este romance y a la indecisión de Dorrigo Evans para elegir entre la aparentemente inexplicable pasión por Amy y una vida burguesa y acomodada con Ella, su prometida. Hay sin embargo tanto y tan disfrutable en esta novela que las posibles lacras o pequeños defectos (por poner un ejemplo, la siguiente subordinada especificativa, que debiera ser explicativa, separada por comas, en la página 83: “Her chatter that he had once found joyful now struck him as naïve and false”) no deberían importarnos tanto. Sin llegar a ser una obra maestra (¿Se escriben de verdad obras maestras hoy en día?), The Narrow Road to the Deep North debiera satisfacer a un lector exigente.
La rendición de los japoneses en Birmania en 1945. Fotografia del sargento W.A. Morris.
Lest we forget. La paradoja del dolor que conlleva el recuerdo necesario para que podamos sobrevivir. “Al intentar escapar de la fatalidad del recuerdo, descubrió, con inmensa tristeza, que perseguir el pasado inevitablemente conduce solo a una mayor pérdida.” (p. 417, mi traducción) No nos queda otro remedio que continuar nuestro viaje.


Añadido el 26/02/2016: The Narrow Road to the Deep North ha aparecido recientemente traducido tanto al castellano (El camino estrecho al norte profundo, en traducción de Rita de Costa, Mondadori) como al catalán (L’estret camí cap al nord profund, amb traducció a càrrec de Josefina Caball, en Raig Verd Editorial).

12 ene 2015

Reseña: Salt and Saffron, de Kamila Shamsie

Kamila Shamsie, Salt and Saffron (Londres: Bloomsbury, 2000). 244 páginas.

Yo no sé tú, pero en mi caso las preguntas que de vez en cuando me hacen mis hijos sobre quiénes eran nuestros antepasados me ponen en un aprieto. Lo realmente curioso es que pese a que la historia de la Australia colonial solamente puede remontarse unos doscientos años, hoy por hoy, les resulta más fácil saber acerca de la rama australiana de su familia (la cual incluye, por supuesto, a un convicto que a principios del siglo XIX cambió de nombre en cuanto le fue posible) que de la valenciana a la que yo pertenezco.

Lo anterior viene a cuento de esta simpática novela de la paquistaní Kamila Shamsie, de quien hasta ahora solamente conocía Burnt Shadows. En Salt and Saffron [Sal y azafrán], la cual hasta ahora, que yo sepa, no se ha traducido al castellano, Shamsie explora en clave humorística la mitología de una antiquísima familia de noble origen que estuvo muy cerca del poder durante la era del imperio mogol, en lo que hoy en día comprende India, Pakistán y buena parte de Afganistán.

El imperio mogol en su momento de máximo esplendor, circa 1707. Fotografía, Keeby101, en Wikipedia.
Aliya es una de las mujeres jóvenes de esta familia, los Dard-e-Dil, y al principio de la novela se halla regresando a Karachi tras haber completado sus estudios en una universidad americana. En el avión conoce a un atractivo joven paquistaní que, como ella, también está haciendo sus estudios en los EE.UU. Durante su escala en Londres Aliya conoce, gracias a una de sus primas, a parte de la familia que quedó en India tras la Partición de 1947, y algunos de los comentarios que allí escucha sobre la historia más reciente de su familia la llevan a investigar las causas por las que su prima Mariam Apa cayó en desgracia cuando Ayila era apenas una niña. Y para darle un poco de emoción y unas buenas dosis de romance, el joven, Khaleel, vuelve a encontrarse con ella en el metro y la busca hasta encontrarla en la casa de sus familiares. Después de salir a tomar juntos un café, y tras averiguar Aliya que Khaleel procede de uno de los barrios más humildes de Karachi, queda algo ambigua la idea de que vayan a verse en Karachi.

El trasfondo histórico de la Partición no solamente sirve para ilustrar la división entre hindúes y musulmanes. También sirve como telón de fondo que expone las aparentemente insoslayables divisiones sociales entre ricos y pobres, así como de la inevitable oposición entre las generaciones paquistaníes modernas de las clases pudientes, educadas en el canon occidental, y las de sus padres y abuelos, aferradas a las tradiciones; además, persiste la pugna entre imperio colonialista y colonia que tiene su reflejo en la contraposición de urdu e inglés.

En Karachi, Ayila tiene que abordar y resolver un conflicto que surgió unos años antes, cuando abofeteó a su abuela porque ésta llamó puta a su prima Mariam. ¿Qué sucedió en realidad con Mariam? ¿Por qué nunca hablaba de nada que no fuera de comida? ¿Ocultaba algo? ¿Por qué huyó con el cocinero, Masood? ¿Adónde fueron? ¿Será cierto que en ella y Mariam se encarna una de las maldiciones con que la leyenda parece haber castigado a los Dard-e-Dil? La novela gira en torno a estas preguntas, para algunas de las cuales habrá respuesta, mientras que en el caso de otras Shamsie prefiere no explicitarla.

Por otra parte, la Ayila que ha estado estudiando en América se debate en su ciudad natal entre los ideales democráticos e incluso radicales que ha adquirido en la universidad de la costa este y el acatamiento de las tradiciones inquebrantables de una sociedad patriarcal en la que cualquier aspiración feminista no tiene cabida alguna.

Salt and Saffron es una historia en mi opinión bien narrada, con algunos altibajos y enrevesamientos innecesarios que la autora podría haber tratado de alisar adoptando una variedad de modalidades narrativas. Pero es sin duda un acierto que sea la propia Aliya la que cuente la historia en primera persona, mezclando las habladurías familiares con diálogos chispeantes y repletos de ironía y dobles sentidos que mantienen ella y sus primos y primas.

El desenlace se acerca una pizca al melodrama y tiene tintes demasiado románticos para mi gusto; quizás deje indiferente a más de un lector. Salt and Saffron entretiene, aunque no llegue a entusiasmar.

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